Discursos

CÉSAR GAVIRIA TRUJILLO, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
CENA OFRECIDA EN HONOR DEL PREMIO NOBEL DE LITERATURA, GABRIEL GARCIA MARQUEZ

9 de septiembre de 1997 - Washington, DC


Para Ana Milena y para mí es muy grato y un gran honor tener esta noche entre nosotros a Gabo y a Mercedes en esta casa. Y lo es también tenerlos a todos ustedes, acompañándonos en esta cena, uno de los pocos actos que se llevan a cabo en Washington (los únicos, por lo demás, en todo el mundo), para conmemorar una serie de aniversarios en la vida de Gabo: 50 años como escritor y periodista, 30 años de Cien Años de Soledad y quince años desde el día en que la Academia Sueca le hiciera entrega del Premio Nobel de Literatura.

No es fácil calificar estos eventos por una sencilla razón. En la medida de lo posible, Gabo evita los homenajes. Soy testigo de que lo ha logrado con mucho éxito durante años, desde que decidiera, para bien de la literatura y de la humanidad, que su obligación hacia la literatura prevalece sobre los demás. Aun no sé cómo terminó aceptando, pero sospecho que la obstinación irreductible que caracteriza a Ana Milena y la complicidad que logró encontrar en Mercedes, tuvieron que ver con este tinglado que se ha montado, a pesar del propio maestro.

En todo caso, agradezco a Gabo y a Mercedes su presencia. Así como Gabo ha dicho que escribe para que sus amigos lo quieran más, nosotros, sus amigos, aprovechamos cualquier oportunidad para expresarle el cariño que se ha fortalecido tanto con el paso de los tiempos.

Es mucho lo que se ha escrito sobre el que es hoy el más conocido y difundido de los escritores contemporáneos y para muchos, incluidos nosotros, el mejor. Pero para nosotros, los colombianos, tiene muchas otras dimensiones. Sobre todo porque Gabo ha convertido en épica la lucha de nuestro pueblo por encontrar su alma en pena. Pero más allá, Gabo ha mostrado el alma universal en esas bellas crónicas que imaginan nuestras aventuras, nuestros amores y tribulaciones, nuestros horrores y esperanzas, de tal suerte que en nuestra violencia, en la arbitrariedad que a veces caracteriza nuestra historia, en nuestros temores y nuestra fe de carbonero, todos los pueblos encuentran algo de su propio ser. Sus libros, son nuestra verdadera historia. Ese es el verdadero mundo al que pertenecemos.

Pero así como Gabo ha comprendido como pocos la esencia de nuestra naturaleza como nación, su conocimiento de la América Latina en general hace que su visión sobre la suerte de la región sea fundamental para comprenderla. Uno de los grandes privilegios que tuve como Presidente fue contar con la cercanía de Gabo en esta materia. Siempre bien informado, como ocurre con alguien que jamás ha dejado de ser un periodista, sus opiniones reflejan un increíble conocimiento de Latinoamérica, de nuestras realidades apremiantes, y siempre me ayudaron a tener una perspectiva hemisférica y global.

Gabo nos ha ayudado a mantener la fe en la política como instrumento para transformar la realidad, a comprender una realidad abstrusa y compleja que no se deja simplificar, y que ha sido a veces el origen de tantos equívocos con nuestros vecinos del norte por quienes Gabo siente, como me consta, admiración y respeto.

El que hoy nos acompaña, es, también, un optimista irreductible. Y detrás del optimista, del periodista, del escritor, del cineasta, hay también un hombre público, quien, ante la insistencia de los mandatarios, no es ajeno a muchos de los procesos políticos importantes que ocurren en la región y que en no pocas oportunidades surgen de alguna charla informal en su casa de México en una tarde de domingo.

Pero el importante es, en últimas, Gabo, el amigo, cuya presencia nos alegra el corazón. Es ese el Gabo que mejor conozco y el que, contra todos los pronósticos, nos acompaña con Mercedes esta noche.