Discursos

JOSÉ MIGUEL INSULZA, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
“LA CRISIS INTERNACIONAL Y LAS RELACIONES ENTRE ESTADOS UNIDOS Y AMÉRICA LATINA”

12 de noviembre de 2008 - Ciudad de México


Se me ha pedido que hable sobre la crisis económica mundial y las relaciones entre Estados Unidos y América Latina. Pensaba mucho en como juntar estos dos temas y se me ocurre que la forma de hacerlo es refiriéndome a una paradoja, que se está dando en Estados Unidos y el mundo entero. La primera cara de esta paradoja es la profunda congoja y la angustia con la cual se vive la crisis económica, que ya es global y que amenaza con convertirse, si es que no se ha convertido ya, en una recesión más larga de lo que se esperaba al comienzo. La segunda paradoja es que en el mundo entero, especialmente en Estados Unidos, se festeja con gran entusiasmo, con gran alegría, diría con una esperanza inusitada, la próxima asunción de un nuevo Presidente, el actual senador Barack Obama. La pregunta es: ¿cómo se juntan estas dos caras de la paradoja, la angustia por la economía y la esperanza por Obama?

Quiero empezar por la crisis. Creo que las explicaciones técnicas de la crisis son múltiples; algunas son complicadas y algún día se va a llegar a una explicación definitiva, se escribirán muchos libros sobre esta materia, pero lo que está claro es que en el origen de esta situación -que está en la mayor parte de las crisis económicas, incluso en las crisis económicas familiares, y que afligen por igual a una familia, una empresa, un gobierno, o a un país- radica en que se gasta más de lo que se gana, o se vive más allá de las propias posibilidades. Está claro que Estados Unidos gastó por un largo período más de lo que ganaba. Era sabido hace tiempo que el ahorro del ciudadano norteamericano era negativo, es decir que los particulares en Estados Unidos gastaban en promedio más de lo que generaban como ingreso.

Por eso es que los especialistas hablan de la mayor burbuja de endeudamiento de los bancos y de las personas de toda la historia. Esto fue llamado por el ex Presidente de la Reserva General, el señor Allan Greenspan, “la exuberancia de los mercados bursátiles”, la cual se trató de corregir con una política de baja en las tasas de interés, que llevó a una especulación inmobiliaria desmedida. Esto afectó al sistema financiero en su conjunto y al gobierno mismo, porque Estados Unidos soporta desde hace bastante tiempo un importante déficit fiscal y un déficit igualmente improtante en su cuenta corriente.

Lo grave es que esta situación se venía siguiendo desde hace tiempo. Las revistas económicas estaban dedicadas desde hacía varios meses a analizar la crisis inminente, y a la cual parece que nadie le prestaba mucha atención. Todo el mundo sabía que los prestamos hipotecarios a clientes que no estaban en condiciones de pagar habían llegado a convertirse en una práctica habitual, que los paquetes de estos títulos eran transados una y otra vez en negocios y derivados, con una espiral especulativa que generaba una total incertidumbre acerca del valor real de los activos. Las calificadoras de riesgo parecen estar siempre muy atentas a las condiciones de nuestros países, pero en su propia casa se olvidaron de hacer su trabajo o simplemente lo hicieron mal, porque ninguna de estas actividades especulativas fueron calificadas en su real nivel de riesgo, mientras que por otro lado las empresas compraban y vendían deudas inmobiliarias, captaban ganancias en el margen y movilizaban millones de dólares sin que nadie se ocupara de eso. Hoy está claro que las empresas e instituciones financieras ganaban con esto miles de millones de dólares, y que sus ejecutivos se pagaban suculentos bonos en estas operaciones, muchas veces al margen o directamente a espaldas de la voluntad de sus accionistas. La burbuja podía ser rentable para algunas empresas, pero no lo era para la economía en su conjunto y al final produjo el efecto que produjo. Para evitarlo hubiese bastado poner en práctica las regulaciones existentes, donde las autoridades económicas responsables, ojalá independientes y autónomas del poder político, debían velar por el bienestar colectivo. Sin embargo, en un país donde se había impuesto la filosofía del laissez-faire y donde, como lo señaló en una famosa frase el Presidente Reagan, “el Estado es parte del problema y no de la solución”, esta situación no estaba siendo regulada por nadie.

Cuando la inminencia de la crisis se hizo evidente, ahí sí se impuso la regulación. Fue una autorregulación salvaje que condujo inevitablemente a la caída, y tuvo su origen en la confianza que los propios bancos llegaron a tener acerca de la cartera de crédito de los otros bancos, lo que llevó a que se exigieran entre sí tasas de interés completamente inabordables. Todos habían entrado al juego especulativo donde ya no importaba la calidad de las deudas y todos desconfiaban. Al interrumpirse el crédito interbancario, disminuyó la liquidez al grado de congelar el sistema financiero. Se ilustra muchas veces el sistema financiero como una equivalencia del sistema sanguíneo en los seres humanos, donde la liquidez mantiene comunicadas y vivas las partes del cuerpo económico. La liquidez permite a los productores y comerciantes pagar a sus proveedores, y la falta de liquidez interrumpe el pago. A su vez, si falta liquidez, los proveedores no pueden adquirir los insumos necesarios para mantener sus niveles de producción, y así sucesivamente. De esta forma la falta de liquidez generada en el sistema financiero bancario condujo a la situación de bancarrota.

¿Se podría haber evitado? Pienso que con una adecuada función reguladora, por lo menos se podrían haber previsto y adoptado medidas correctivas para enfrentar lo que no sabíamos entonces; esto es, la magnitud de la crisis. Todavía no sabemos cuántos derivados están circulando por el mundo, cuántas malas deudas no se han mostrado aún, y las estimaciones que uno escucha sobre los montos que estarían involucrados en esta catástrofe son de tal nivel de dispersión que es mejor ni referirse a ellas. La actual situación también pone en evidencia de manera brutal los problemas que puede causar una economía globalizada cuando carece de instituciones que regulen las partes que la componen. Esto necesariamente va a afectar a todas las economías y, probablemente, con mayor fuerza a las más vulnerables, como las de los países en desarrollo. Así ocurrió con la crisis del año ’29, cuando había países en América Latina que pensaban que el crack del ’29 no los iba a afectar, pero les cayó encima como una piedra en el año ’31. En mi país ocurrió una cosa así, se gastaba con gran entusiasmo pensando que la crisis no llegaba, pero llegó hasta el punto de sepultar al gobierno de turno.

La crisis del ’29 terminó por alcanzar a las mayores economías del planeta, de modo que no podemos descartar que en un tiempo breve la crisis llegue a afectarlas. Algunos piensan que no, pero si creemos que este fenómeno de la globalización es cierto, uno no puede imaginar que una crisis en una economía de cerca del 22 por ciento del Producto Geográfico Bruto Mundial no afecte a los países que comercian con ella, que le prestan dinero, que se abastecen de ella, que tienen allá a sus trabajadores, etc. Esta es otra razón por la cual todos probablemente querrían mirar hacia otro lado. Lo hemos visto en las bolsas, donde las economías de América del Sur han tenido las mismas caídas que las de Europa y Asia, en circunstancias que muchas pensaban que por comerciar con otras partes del mundo probablemente tendrían menos dificultades.

Los países que pueden superar los problemas son aquellos que han conseguido mantener balances adecuados en su comercio exterior y en su gasto público. Los que llevan mucho tiempo sin esos controles y viviendo de la bonanza, contrayendo nuevos créditos para cubrir viejas deudas, van a tener golpes más fuertes. Afortunadamente, una mayoría de los gobiernos de América Latina ha mantenido un comportamiento equilibrado y responsable. Ciertamente, la región se caracteriza hoy por políticas macroeconómicas mucho más sólidas que en el pasado, con monedas más fuertes a pesar de las bajas que ha habido en las últimas semanas, y por una deuda que es muy inferior a la de años atrás, en términos generales. No se puede decir que sea la situación de todos los países, pero sí de la mayoría y de las economías más grandes de la región.

Al mismo tiempo, en términos generales, nuestros países han mantenido una política de responsabilidad fiscal, contención de las políticas inflacionarias y cumplimiento de sus obligaciones internacionales. Lo más previsores han creado sistemas de responsabilidad fiscal, que les permitirán sobrellevar estrecheces en sus ingresos sin dañar excesivamente el gasto público. Por lo tanto, la primera conclusión que podemos sacar hasta ahora, y ciertamente teniendo cuidado de preocuparnos de la profundidad y extensión de la crisis en el tiempo, es que nuestras economías pueden enfrentarla con más seguridad que otras que no habían pasado por esos procesos, especialmente algunas del hemisferio norte y del este de Europa, que ya comienzan a sufrir serios problemas. Pero no se puede descartar que las economías que se encuentran en posición más vulnerable, terminen por ser alcanzadas severamente y que enfrentemos problemas de recesión económica y de desempleo.

Es cierto; se están tomando medidas para favorecer a los países que se han preocupado de mantener una buena gestión económica. El Fondo Monetario Internacional ha abierto una línea de crédito especial para países que puedan mostrar ese desempeño y presenten problemas de liquidez. Algo parecido pasó hace poco con la Reserva Federal Norteamericana, que abrió una línea de crédito para Brasil y México por 30 mil millones de dólares, siendo estos países los que mantienen mayores volúmenes de comercio con los Estados Unidos.

Hacia el futuro podemos esperar una situación difícil, y siempre hay que empezar aceptando dos ideas, de manera general, porque son repetidas por la mayor parte de los especialistas. Primero, que la crisis va asumir la forma de una recesión; es decir que no va a quedar confinada al ámbito financiero, sino que va a alcanzar la totalidad de la economía mundial, y que la situación probablemente va a ser más prolongada que lo que se pensaba al principio. Una recesión no en forma de “V”, como decían los economistas, y de la que se sale muy rápidamente, sino más bien en forma de “U”. Esto aconseja una mayor prudencia en el manejo financiero, dando prioridad al acto que genere inversión, riqueza y, especialmente, que genere empleo, para evitar que la crisis afecte a los más pobres y pueda agravar las tensiones sociales y políticas dentro de los países.

En el mediano plazo, la única forma de enfrentar esta situación es que todos lleguemos a la convicción de que las realidades económicas de nuestro tiempo tienen que ser enfrentadas con visiones e instrumentos de nuestro tiempo; que no puede haber una economía global sin mecanismos de regulación global, y eso no sólo va a requerir de decisiones en nuestros países, sino de una acción intensa y coordinada entre todos los países desarrollados, en desarrollo y emergentes. Yo espero que la reunión del G-20 el próximo fin de semana en Washington sea un preludio de esa actitud. Tenemos que entender que las teorías que se manejaron hasta ahora, la idea de que los mercados pueden autoregularse, cayeron al piso en el mismo momento en que esta crisis se inició. Probablemente el símbolo de esto será el Presidente de la Security Still Commision, uno de los grandes patrocinantes de la autorregulación que, en su comparencia ante el Senado norteamericano, dijo: “Debo reconocer al comenzar esta exposición que el sistema de autorregulación que nosotros tanto defendimos ha resultado un completo fracaso y; por lo tanto, el programa queda cancelado”. Claro, fue el mismo día en que había quebrado el último de los bancos inversores; por lo tanto, ya no tenían a quién regular. No solamente quedó cancelado porque la autoregulación había fracasado, sino porque ya no había bancos de inversión que se autoregularan.

Es indispensable absorber estas experiencias de manera positiva e intentar organizar la economía mundial de una forma distinta. Queda claro que ninguna de las experiencias vividas en el siglo XX logró identificar un sistema económico que superara al capitalismo como asignador de recursos y distribuidor de bienes, y eso es un hecho a estas alturas imposible de discutir. Pero, igualmente, hay que aceptar que las experiencias recientes nos enseñan que el capitalismo también debe ser regulado por alguna autoridad que exprese democráticamente el interés de la comunidad. Ya en 1927 John Keynnes hablaba de algunos temas que tal vez eran demasiado importantes para dejarlos a la libre acción de las fuerzas del mercado, como el monto que iba a ahorrar el país en su conjunto, cuánto iba a invertir en obra públicas y cuánto iba a distribuir a sus ciudadanos.

La autoridad democrática debe existir dentro del sistema actual para evitar los excesos, corregir los errores, impedir los abusos e injusticias a las cuales estos sistemas conducen y llevan a crisis que terminan por perjudicar a compañías completas y al orden mundial. En este momento del mundo, la democracia, el consenso, los acuerdos y el compromiso juegan un papel cada vez mayor e importante, y también espero que dentro de cada uno de nuestros países se entienda que es necesario ampliar el diálogo nacional en la búsqueda de consensos que articulen medidas en resguardo del bien común.

Espero que todos reconozcamos la importancia que tiene la acción del mercado en nuestros países y la necesidad de desarrollarla sin trabas ni limitantes, pero complementarla con la necesidad de regular ese funcionamiento por parte de autoridades que representen democráticamente los consensos nacionales en esa materia. Lo mismo tiene que ocurrir en el plano internacional, y espero que empiece a ocurrir en los próximos días. Es un trabajo mucho más difícil, porque hablamos de fuerzas claramente distintas y de intereses enormes, de un sistema que se fue acostumbrando solamente a los países emergentes y en vías de desarrollo. Durante mucho tiempo, algunos países de nuestra región fueron recriminados gravemente por mostrar ahorros del 15 por ciento, porque decían que el Fondo Monetario Internacional no podía aceptar una tasa de ahorro tan baja, que no iban a crecer, que se iban a endeudar innecesariamente; sin embargo, de la deuda de los países desarrollados y del nivel de ahorro, nadie parecía preocuparse. En ese sentido creo que es necesario tener una voz de alerta, ya que si hemos de reestructurar el sistema financiero internacional, esa reestructuración tendrá que considerar por igual a los países desarrollados y en desarrollo.

Esto nos lleva al segundo tema mencionado al comienzo, porque lo que ha ocurrido en Estados Unidos no tiene parangón. Lo principal de la elección norteamericana es la cantidad de gente que votó por primera vez; gente que no había votado nunca y no pensaba votar. Lo impresionante no está solamente en la votación que sacó el senador Obama en la elección final, sino también en la cantidad de gente que votó por él o la senadora Clinton en la elección primaria; el grado de movilización que se produjo, el entusiasmo que generó, y la esperanza que ha producido en el mundo entero. No sé si alguno de ustedes ha tenido la oportunidad de ver una de las encuestas que realizó Latinobarómetro sobre cómo veían los latinoamericanos la elección en los Estados Unidos, pero ante la pregunta “¿por quién votaría usted?”, en algunos países Barack Obama había obtenido el 90 por ciento de los votos. Esto ha generado un entusiasmo tan grande que es válido decir que el nuevo Presidente de los Estados Unidos se va a encontrar en el mundo entero con una dosis de buena voluntad que no tiene precedentes.

Esto nos lleva a hablar de esta nueva administración y lo que se pueda esperar de ella, de esta esperanza de cambio en los habitantes de su país y en el mundo, esperanza que trae de vuelta a la política una gran cantidad de jóvenes -algo que me gustaría ocurriera también en mi país; que los jóvenes acudieran y se inscribieran por primera vez como lo hicieron en Estados Unidos-. Todo esto nos lleva a plantearnos nuestra relación con Estados Unidos, porque cuando hablamos del futuro de nuestras relaciones es importante partir de la base de que, por bastante años, Estados Unidos se ha mantenido más bien distante e indiferente, algunos analistas incluso dicen “alejados de Latinoamérica”. Pero, ¿cuál es la queja concreta? Ellos dicen: “hemos hecho acuerdos de libre comercio”, “hemos cooperado en la guerra contra las drogas”. Sí, es cierto, pero más bien se ha tratado de políticas unilaterales, de decisiones norteamericanas respecto de lo que creen ellos que es necesario hacer, sin que exista un diálogo efectivo entre nosotros. Conocemos la agenda, sabemos cuáles son los temas que tenemos pendientes con Estados Unidos. Si me permiten nombrar algunos, además de la crisis que ciertamente es un problema a discutir entre Estados Unidos y América Latina, de inmediato aparecen el tema de la migración, del comercio, del crimen, el tema de la energía y del calentamiento global, por enumerar sólo algunos. No es que no tengamos agenda, no es que los problemas de Estados Unidos sean “A” y los de América Latina sean “B”: no, son los mismos problemas, pero enfocados y enfrentados de manera distinta, y sin que exista entre nosotros un diálogo efectivo. ¿Nos merecemos ese diálogo? Sí, más que nadie probablemente; mucha gente olvida que cuando se habla de comercio y economía mundial, este país, México, compra muchos más bienes norteamericanos que China; que Brasil compra muchos más bienes norteamericanos que la India; que Argentina y Chile compran muchos más bienes norteamericanos que Rusia o que toda Europa Oriental.

Mucha gente olvida que gran parte del abastecimiento energético de los Estados Unidos, especialmente el petróleo, sigue viniendo de países de América como Canadá, México o Venezuela, y que Trinidad y Tobago es el principal abastecedor externo de gas para los Estados Unidos. No olvidemos también que el fenómeno de migración ilegal es fundamentalmente latinoamericano. Motivos para sentarnos a discutir tenemos, y yo creo que el principal planteamiento que es necesario hacer al respecto es la necesidad de este diálogo, un cese al unilateralismo y un reemplazo por el multilateralismo y la cooperación internacional. No hay impedimento para hacer en América Latina lo que se hace con Europa cuando se discuten los temas a nivel de la OTAN u otro tipo de entidades, ya que aquí contamos con los organismos del sistema interamericano para hacerlo.

Espero que eso ocurra, y es necesario evitar con la nueva administración algunos temas de los que ya estamos acostumbrados. Por alguna razón, uno de cada dos Presidentes de los Estados Unidos cree necesario llegar a un nuevo gran acuerdo democrático y político. En América Latina hay democracia; en todos los países se vota normalmente, América Latina y el Caribe es la segunda región democrática junto con Europa que no tiene ese problema. Tenemos otros problemas concretos que resolver. Más allá de que a los Estados Unidos pueda no gustarle muchas de las democracias que hay en América Latina, el punto es que partir por una agenda democratizadora deja de lado los otros problemas. La situación mundial, por otra parte, se ha ido deteriorando; no estamos en un período de Guerra Fría, pero hay conflictos entre súper potencias, hay dificultades y crisis en otra regiones del mundo, y creo que sería un error importar esas crisis hacia América Latina.

Este no es solamente un problema de Estados Unidos; también hay otros que tienen la tentación de traer flotas de otros países a este continente y tratar de importar un conflicto que no existe, pero creo que se equivoca quien cree que es posible aplicar a nuestra región los mismos conflictos que están existiendo en otras partes. Los norteamericanos generalmente identifican prioridades con crisis, y por eso cuando algunos artículos hablan sobre las prioridades de la nueva administración, leemos que nos hablan de Afganistán, de Irak, de Corea. Esas crisis tienen algo en común: son extraordinariamente lejanas para nosotros, la más cerca está a diez mil kilómetros de distancia, y ojalá siga siendo así. Ojalá nos preocupemos en cambio de los asuntos que realmente debieran preocuparnos, como los temas de comercio que siguen pendientes. Una gran señal es la aprobación de los acuerdos comerciales, la cancelación definitiva de toda idea de rendición de los acuerdos comerciales y, por el contrario, un esfuerzo grande por aprobar los que están pendientes e ir adelante en esto, armonizándolo de la mejor manera posible.

Sobre el tema de los inmigrantes, por ejemplo, ayer hubo un desfile en Washington pidiendo una solución al tema migratorio, el cual paradójicamente puede ser abordado en un mejor clima a partir de la crisis, porque no están llegando muchos migrantes nuevos y algunos se están yendo de regreso. Nunca hubo exceso de inmigrantes a Estados Unidos; no pareciera que fuera motivo de alarma para lo que está pasando en materia de deportaciones en Estados Unidos, pero es el momento de discutir una política de migración entre todos los sectores. Los problemas de crimen que tenemos en América Latina son graves, porque la ola va en dos direcciones: hacia el norte van las drogas y hacia el sur van las armas, y los conflictos se van haciendo cada vez mayores y es necesario tener también allí una política de cooperación respecto del narcotráfico y el crimen organizado, la trata de personas, el secuestro y tantos problemas de violencia que tenemos en la región.

El problema energético también es un tema a resolver, vinculado con el del calentamiento global que nos está afectando enormemente, en especial a las naciones que giran en torno al Caribe y que están sufriendo graves efectos del calentamiento.

En suma, quiero concluir diciendo que tengo grandes esperanzas en la nueva administración norteamericana, eperanzas que comparto con el resto del mundo: todos estamos mirando y esperando el cambio de actitud. No sabemos qué pedirle, pero creemos efectivamente que los tiempos del unilateralismo deben quedar atrás, para ser reemplazados por tiempos de diálogo efectivo; y segundo, que tenemos una agenda real de problemas que conocemos. Si solucionamos esos problemas que tenemos en común, naturalmente habrá espacio para agendas democráticas y otra serie de cosas, pero con la certeza de que realmente estamos actuando de común acuerdo en el interés de todos.

Yo espero que en el nexo entre esta crisis que nos agobia y esta nueva administración que paradójicamente nos da esperanzas, surja un mejor clima para una política efectiva de cooperación multilateral y un mejor entendimiento del que hemos tenido hasta ahora.

Muchas gracias