Discursos

EMBAJADOR ARISTIDES ROYO, REPRESENTANTE PERMANENTE DE PANAMÁ ANTE LA OEA
"EL PROGRESO DE LA DEMOCRACIA EN LAS AMÉRICAS" PALABRAS PRONUNCIADAS POR ARISTIDES ROYO EN EL ACTO DE CELEBRACIÓN DEL SEXAGÉSIMO ANIVERSARIO DE LA CARTA DE LA ORGANIZACIÓN DE ESTADOS AMERICANOS ACORDADA EL 30 DE ABRIL DE 1948.

30 de abril de 2008 - Washington, DC


Aunque el tema que me ha sido asignado recae sobre “El progreso de la Democracia en las Américas”, los conceptos, opiniones y observaciones que expondré a continuación sobre el menos malo de los regímenes como sentenciaba Churchill, quien también solía expresar que los males de la democracia se curan con más democracia, versarán fundamentalmente respecto a la América Latina y esto por dos motivos. El primero, porque soy latinoamericano y el segundo porque la democracia en los países de origen anglosajón no ha sufrido los embates y sobresaltos que este sistema de gobierno ha generado en la historia de nuestra región.

El deseo de vivir en democracia fue invocado por los padres fundadores de nuestras repúblicas, a los que llamamos próceres, antes, durante y después del proceso independentista. A lo largo de dos siglos, caracterizado por caudillos populistas dispuestos a ejercer su misión que ellos creían salvadora del caos y rescatadora de la esperanza, la región latinoamericana tuvo más gobiernos dictatoriales que democráticos. La fascinación por el sistema creado y practicado por los griegos era de tal envergadura, que hasta los asaltantes del poder invocaban la restauración de la democracia que ellos habían fracturado, como el leitmotiv de sus golpes de Estado.

La Carta de la OEA, que este miércoles 30 de abril de 2008 cumple 60 años de vigencia con varios Protocolos de reformas posteriores, proclama en su tercer considerando que “La democracia representativa es condición indispensable para la estabilidad, la paz y el desarrollo de la región”. En el articulado de este importante instrumento de las relaciones multilaterales interamericanas, se consagra a la Organización de Estados Americanos como una entidad regional inspirada en la cooperación y la solidaridad en un marco eminentemente democrático.

Los nobles propósitos de esta Carta fundamental con la que se transformó la antigua Unión Panamericana en la actual Organización de Estados Americanos, no fueron fáciles de aplicar ni de sostener, porque el mundo, y dentro de éste, el hemisferio americano, se vieron sometidos a los efectos de esa división política e ideológica que se conoció con el nombre de la “Guerra Fría”, que en la crisis de los mísiles en el caribe casi se pone caliente.

Los años noventa fueron marcando el fin de las dictaduras en América y el espíritu democrático recorrió el continente desde el Río Grande hasta la Patagonia y la República Dominicana en el área insular. Fueron muchos los motivos para el desencuentro entre los pueblos y tales regímenes autoritarios pero es preciso señalar que una de las principales causas para ese desencanto fue la conciencia de que al tiempo, que no solucionaban los problemas principales, en macabra contrapartida suprimían las libertades. También influyó el hecho de que con el fin de la “Guerra Fría” y la caída del muro de Berlín y de la Unión Soviética, se produjo el retiro del apoyo que algunas dictaduras recibían a condición de que combatiesen y reprimiesen los movimientos comunistas e izquierdistas.

Mucho se ha estudiado y escrito para explicar la fragilidad de las democracias recién nacidas luego de largos períodos de oscurantismo político. Libros y documentos importantes producidos por una buena cantidad de organizaciones, algunas dedicadas al crédito, han analizado múltiples factores que podrían poner en riesgo las nuevas, y en algunos casos, desacostumbradas prácticas que son las usuales y necesarias en un Estado donde prevalece la democracia, la libertad y se respetan los derechos y la dignidad de los ciudadanos. Dos de los problemas en los que profundiza el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en un extenso ensayo titulado “La Democracia en América Latina”, dirigido por Dante Caputo, son la pobreza y la desigualdad. No los aburriré con datos que además son muy conocidos. Me basta con expresar que según la CEPAL, la tasa media de la pobreza en América Latina cayó del 44% en 2002 a menos del 36% en 2006 y se preveía el 35% para el 2007. También la pobreza extrema ha caído radicalmente de un 19.4% en 2002 a un 12.7% en 2007.

En valores absolutos, el número de personas pobres ha descendido de un máximo de 221 millones a una cifra proyectada de 190 millones en 2007. Los problemas no se circunscriben a estos factores citados, pues nuestras naciones adolecen de muchos más. En estos momentos estamos pasando por una crisis en materia de alimentos que podría aumentar nuevamente los índices de pobreza. El problema se agrava porque hay dos elementos que no pueden tratarse como estancos separados sino como estrechamente interrelacionados. En primer lugar, los altos costos del combustible a nivel mundial, que inciden en el alza de los precios de muchos productos y servicios y producen una enorme fuga de divisas y el deterioro del medio ambiente. En segundo lugar, el aumento en el precio de los alimentos, que impiden a muchos millones de habitantes de nuestra región, satisfacer sus necesidades básicas alimenticias con los magros ingresos que devengan, que desde luego no alcanzan para cubrir otras necesidades igualmente apremiantes.

Además de los aumentos en el ramo alimenticio que afectan a los sectores más humildes del hemisferio, que son la mayoría, existen otros factores que ocasionan la desconfianza de los ciudadanos y ciudadanas en los gobiernos. Este sentimiento se produce por diversas causas, como son el desempleo, la marginación, la inseguridad en las calles debida a la delincuencia y en algunos países, a las pandillas, la falta absoluta o la deficiencia en la prestación de servicios públicos y la corrupción en las esferas gubernamentales. No obstante, no creo que tales sentimientos representen una desventaja para la democracia, que haga sentir a los pueblos cierta añoranza por las pasadas dictaduras. Al hacer un balance de ambas situaciones, creo que la democracia tiende a consolidarse cada vez más, pues las críticas se hacen ahora libremente y además es difícil sentir nostalgia de los miedos, las encarcelaciones, las sanciones sin el debido proceso legal, las desapariciones y secuestros, los asesinatos de los adversarios, la violación de la correspondencia, los presos políticos, los exilios y la prohibición de los partidos políticos. Aunque en las encuestas los entrevistados digan que prefieren el pan antes que la libertad, se trata de posiciones surrealistas que no reflejan el auténtico sentimiento democrático que prevalece en nuestras naciones. Recordemos el impacto sincero de aquel grafito encontrado a la caída de la dictadura uruguaya: “Si me dan a elegir entre la libertad y el pan, quiero la libertad para luchar por el pan”. El proceso de consolidación de las democracias en los países americanos ha sido tan continuo y constante, que es difícil creer que podría darse una vuelta atrás y que al producirse la extinción de las dictaduras, los que la vivieron y sufrieron pudieran darle preferencia a este sistema porque resolvía las necesidades de la sociedad. Los pueblos intuyen y son sensatos y como tales sienten que la democracia otorga una considerable cantidad de libertades que no son características del gobierno dictatorial. Es cierto que muchos ciudadanos podrían pensar que la democracia significa la solución de muchos problemas como la pobreza, la desigualdad y otros, y que vivirán en un mundo feliz como reza el título de la famosa novela de Aldous Huxley, pero en el fondo saben que estas posibilidades son más asequibles cuando se respeta la dignidad y la libertad del ser humano y cuando tienen la facultad de ejercer su voto para elegir a sus gobernantes. Esto no significa que la democracia es perfecta, pues aunque se trata del mejor de los sistemas para gobernar a las naciones, las instituciones dependen de quienes las dirijan o administren y quienes lo hacen no son perfectos. Una de las semejanzas entre un sistema de gobierno democrático y el autocrático es que en ambos se cometen actos de corrupción. La diferencia sin embargo es que en las democracias los medios de comunicación gozan de libertad para informar y la justicia para investigar y sancionar el delito de corrupción cometido para que éste no quede impune. Otra de las diferencias entre un tipo de régimen dictatorial y el democrático consiste en que en el primero las violaciones de los Derechos Humanos en materia de homicidios, lesiones, secuestros, desapariciones y entrega de niños de mujeres detenidas a militares que los adoptaban, se cumplían de manera consciente y sistemática, como expresiones de fuerza de un gobierno fáctico que debía imponer el terrorismo de Estado como una manera de atemorizar a la disidencia. En cambio, en las democracias, cuando se producen violaciones como las anteriormente descritas u otras de parecida índole, los gobernantes consideran que las mismas son un fallo del sistema, algo imprevisto, no planificado y que hieren la sensibilidad del mandatario demócrata y los de la colectividad. Comparto el pensamiento de Albert Einstein cuando señalaba que “La dictadura se presenta acorazada porque ha de vencer. La democracia se presenta desnuda porque ha de convencer”. Como una de las consecuencias de lo expresado, algunos Estados estamos planteando que las entidades promotoras y protectoras de los derechos humanos que nosotros mismos hemos creado para que funcionen con independencia, perciban claramente que los gobiernos democráticos somos aliados y colaboradores dispuestos a evitar al máximo las violaciones y si éstas irremediablemente se producen, a reparar los daños inferidos. Los Jefes de Estado y de Gobierno de los países de este hemisferio, procuran que se respeten los derechos y garantías fundamentales y desean que el Órgano Judicial y el Ministerio Público ejerzan su oficio con apego a las normas jurídicas, especialmente las procesales. Sería conveniente que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y la Corte Interamericana de Derechos Humanos, tuvieran un mayor contacto con nuestros países para que conociesen más de cerca las entidades pertinentes, y se estrechasen los vínculos, todo ello con el fin de fortalecer y mejorar la simbiótica colaboración ya establecida.
La democracia en América, además de representativa, se ha venido haciendo también participativa, tal como lo expresa la Carta Democrática Interamericana en el sentido de que tal participación “contribuye a la consolidación de los valores democráticos y a la libertad y la solidaridad en el Hemisferio”. El papel creciente de la sociedad civil así lo indica y esto se refleja en la defensa de los Derechos Humanos por las Organizaciones de la Sociedad Civil, pero también en la vida política. A guisa de ejemplo, en Panamá el nombramiento de un Magistrado de la Corte Suprema de Justicia requiere la celebración previa de un concurso de credenciales, conocimientos y experiencias en los que los aspirantes sostienen diálogos con los Diputados de la Asamblea Nacional, que somete una terna a la decisión del Presidente para su posterior ratificación por el Órgano Legislativo. Tal como lo ha señalado el Secretario General de la OEA, José Miguel Insulza, “la democracia sostenible requiere no solamente de instituciones que protejan efectivamente los derechos de los ciudadanos, que provea la participación social, sino que también tenga una sociedad civil más activa y se creen más oportunidades para el desarrollo socioeconómico”.

Una de las preocupaciones de nuestros países gira en torno al papel de los partidos políticos. En los últimos años, se ha producido un proceso de amplia democratización en los mismos. A diferencia del pasado, ahora los partidos políticos no tienen dueños y todos los miembros votan en elecciones primarias para escoger sus dirigentes internos así como a los candidatos a los puestos de elección popular. En muchos de nuestros países, los que aspiran a ser escogidos como candidatos por sus partidos, firman lo que se denominan pactos éticos que constituyen un compromiso de honor, de conformidad con el cual los aspirantes no pueden atacar o demeritarse entre sí y deberán basar sus campañas internas en las propuestas relativas a sus futuros planes de gobierno.

Las democracias están poniendo en evidencia desde hace algunos años, que tienen la capacidad para celebrar sus procesos electorales de forma seria, honesta, transparente y expedita, y que las decisiones de los entes responsables, claras, jurídicas y oportunas, están siendo respetadas, creídas y acatadas por los ciudadanos. En nuestros Estados, hoy día sabemos quiénes han triunfado en las elecciones en la misma fecha en que éstas han tenido lugar, y en la noche del evento, los candidatos perdedores suelen anunciar su derrota y reconocer a los que han sido favorecidos con el voto popular. Estos avances en la vida democrática de nuestros países, se profundizarán aún más cuando esos comicios periódicos logren disfrutar de tal grado de seguridad y de confianza que hagan innecesarias las misiones de observación electoral que envía la OEA cuando se le requiere y que como es sabido, cumplen su cometido con reconocido éxito.

En el progreso de la democracia en el hemisferio americano, la Organización de Estados Americanos desarrolla una importante tarea en la preservación y el fortalecimiento de esta forma de gobierno. Nuestra organización, y espero que ese sentido de pertenencia lo sintamos todos los americanos y no solamente los que nos activamos en ella, es una entidad multilateral regional que constituye un club que exige a los Estados Miembros, desde el compromiso de Santiago pero con particular énfasis y regulación, desde la Carta Democrática Interamericana de 2001, que sus gobiernos se rijan por los cánones y principios democráticos. Si se llega a producir la ruptura del orden democrático en un Estado Miembro, la OEA se ocupa en tratar de restablecerlo y si el Estado insiste en su actitud, se le puede suspender del ejercicio de su derecho de participación en la OEA. La fuerza y el valor intrínseco de esta Carta Democrática consiste a mi juicio en que un Estado suspendido quedaría aislado del resto del hemisferio y desconectado de las tareas que colectivamente emprende esta entidad multilateral. La OEA es un denso entramado de ideas, plasmadas en importantes documentos llamados Cartas, Convenciones, Declaraciones o Resoluciones sobre un amplio abanico de temas. Ni la OEA ni ninguna otra entidad, aunque fuese de crédito, tendría la capacidad ni los recursos para resolver o solucionar todos los problemas y las necesidades hemisféricas. Lo que da a la organización un sentido único y ejemplar es que mediante el diálogo y la negociación, se logra el consenso de los 34 Estados Miembros activos en los diversos asuntos que son de su competencia y que pasan a ser políticas comunes para todos. El contenido de esas políticas es muy diverso pues incluye la educación, la salud, los derechos humanos, la lucha contra el racismo, la discriminación y la intolerancia. Cubre también los derechos de las personas con discapacidad y la prevención de la xenofobia, tema en el que los Jefes de Estado y de Gobierno tienen el deber de educar a sus pueblos. Se comprenden, además, temas como los puertos, la agricultura, la justicia, la ciencia y la tecnología, la protección de los derechos de los niños y niñas, así como el desminado y el combate al terrorismo. De manera lenta, pero inexorable, discutimos una Declaración sobre los derechos de los pueblos indígenas de América. Corresponde a cada país ejecutar esas decisiones adoptadas por consenso en el seno de la OEA.

Si nos hiciésemos la pregunta de si un Estado de nuestro hemisferio podría prescindir de la OEA, la respuesta sería afirmativa, pero ese Estado tendría que encerrarse dentro de sus fronteras y establecer un régimen de clausura frente al exterior y la convivencia internacional. Por el contrario, creo firmemente que los miembros de este club democrático que es la OEA se sienten orgullosos y honrados de pertenecer al mismo y lo que es más importante, tienen conciencia de que si un Estado es amenazado o agredido la respuesta de los otros Estados en el seno de la organización multilateral, será la acción solidaria estructurada por la OEA conforme al artículo 2 de la Carta, cuyos 60 años conmemoramos en esta fecha. Si lo que se produce en un Estado son situaciones que puedan afectar el proceso político institucional democrático o su legítimo ejercicio del poder, ese Estado sabe que la OEA prestará asistencia para el fortalecimiento y la preservación de la institucionalidad democrática de acuerdo con lo que dispone la Carta Democrática Interamericana.

No puedo dejar pasar esta oportunidad para expresar algunos deseos y sugerencias, producto de mis observaciones en los años que he pasado en esta organización ante la que honrosamente me desempeño como representante de Panamá. Cada vez que los Estados Miembros deciden llevar sus diferendos ante una Corte alejada de nuestros países e idiosincracia, desearía que nosotros, dentro de nuestro propio hemisferio, dispusiésemos de mecanismos para solucionar esas controversias, que pudiésemos resolver las delimitaciones marítimas aún pendientes e incluso asuntos internos de los países que requieran de una atención técnica calificada e imparcial, con la participación de expertos del más alto nivel, que sí los tenemos en los Estados Miembros de la OEA.
Me he preguntado, cuando examino el Capítulo VIII de la Carta de la OEA de 1948, que trata De Los Órganos, cuál habrá sido la razón para que en la cúspide de esa enumeración no se hubiese incluido la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno como el Órgano Supremo. Si ya éstos se han reunido en Cuatro Cumbres ordinarias y una Extraordinaria y lo volverán a hacer en la Quinta Cumbre que tendrá lugar el próximo año en Trinidad y Tobago, valdría la pena a mi juicio, incorporarlos otorgándoles algunas atribuciones tal como hace la Carta con los Órganos de la entidad.

La Carta de la Organización de Estados Americanos es la más lograda expresión del Derecho Internacional de este hemisferio, el instrumento esencial que nos une en torno al diálogo por y para la paz, la solidaridad y la cooperación, así como en la promoción, consolidación y fortalecimiento de la democracia. Simón Bolívar, que convocó el Congreso Anfictiónico que se reunió en Panamá en 1826, se sentiría orgulloso de la Carta de la OEA, discutida, convenida y acordada en la capital del país del que fue su Libertador y Primer Presidente. El mejor homenaje a su memoria es este racimo de 34 y ojalá que pronto 35 flores democráticas sembradas en tierra americana y que nunca se marchitarán por la educación y la conciencia de los pobladores de este hemisferio y por el cuidado celoso, eficaz y oportuno de la OEA. Esta entidad, fundada como tal el viernes 30 de abril de 1948, se ha visto beneficiosamente ampliada con los hermanos países del Caribe y Canadá. Es cierto que la OEA creció numéricamente, pero lo realmente trascendental es que unió a todo el hemisferio alrededor de los principios fundamentales de 1948 que hoy conmemoramos.

Hace unos días, en la Biblioteca Cristóbal Colón, que algún día digitalizaremos para conectarla con las bibliotecas más importantes de América y del mundo, encontré unas palabras que deseo compartir con ustedes en traducción libre. Fueron pronunciadas por Elihu Root, Secretario de Estado de Estados Unidos, en la Conferencia Panamericana de 1906:
“En las Repúblicas Americanas no hay uno solo de nuestros países que no pueda beneficiar a los otros; ninguno que no pueda beneficiarse de los otros y ninguno que no se beneficie de la prosperidad, la paz y la felicidad de todos”. Estos viejos anhelos que son comunes a toda la humanidad, son más fáciles de alcanzar, fortalecer y consolidar en los sistemas democráticos de gobierno.