Discursos

JOSÉ MIGUEL INSULZA, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
QUÉ HACER (Y QUÉ NO HACER) EN MATERIA DE MIGRACIONES

19 de junio de 2006 - Madrid, España


Ni nuevo ni mayúsculo

El movimiento masivo de poblaciones -especialmente el que tiene lugar hacia, desde y dentro de América- nació hace ya varios siglos con el inicio de la era moderna. La historia de América no es solamente una historia de conquista y colonización de pueblos originarios, sino también una de inmigración permanente -voluntaria o forzada- de grandes masas de europeos, africanos y asiáticos cuya descendencia ha dado base a la gran mayoría de la población americana actual.

Ese último proceso se ha visto acompañado, durante años recientes, por su complemento: la transferencia masiva de población desde América hacia Europa y, dentro de la Américas, desde el sur hacia el norte. Este fenómeno ha terminado por llamar la atención en nuestros días, en ocasiones con carácter de alarma, sin considerar, como he anotado, que se trata sólo de la expresión más reciente y complementaria de un fenómeno muchísimo más antiguo. Y sin considerar además que no se trata ciertamente de un fenómeno que abrume por sus dimensiones.

De acuerdo a la Comisión de Población de las Naciones Unidas, en la actualidad existen alrededor de 200 millones de inmigrantes en el mundo, entendiendo como tales a aquellas personas que viven de manera estable por más de un año en otro país, esto es sin considerar los desplazamientos masivos de personas que huyen de un país a otro debido a guerras u otras catástrofes. En una población mundial que la misma División de Población de Naciones Unidas estima en alrededor de 6.400 millones de personas, la cifra anterior representa algo menos del 3% de la población mundial.

En siglos pasados los emigrantes europeos hacia América representaron bastante más que un 3% de la población mundial, y fueron recibidos no sólo sin provocar alarma sino que siendo naturalmente bienvenidos. Hoy en cambio la migración es un fenómeno político de signo ambiguo, que provoca reacciones a veces defensivas o abiertamente hostiles. Tal vez si nos fijamos en los lugares de destino de la migración podremos encontrar algunas pistas que nos expliquen el por qué de tales reacciones.

De dónde viene y hacia dónde va la migración mundial

Europa recibe hoy el 34% de los inmigrantes del mundo y Norteamérica, principalmente Estados Unidos, el 23%. Es cierto que un 28% de los emigrantes va al Asia, pero es un porcentaje relativamente pequeño si se considera que se traduce en aproximadamente 60 millones de personas que se desplazan hacia un territorio que tiene 3.000 millones de habitantes. América Latina y Oceanía, por su parte, reciben un 3%, en tanto que África recibe un 9%.

Se puede deducir en consecuencia que la migración tiene un norte: es una migración fundamentalmente volcada hacia Europa y Estados Unidos. Casi dos tercios de los inmigrantes están radicados en el mundo desarrollado y más de dos tercios de los emigrantes proceden del mundo en desarrollo. Uno de cada cinco inmigrantes está en Estados Unidos, país que entre 1990 y 2005 recibió más de 15 millones de inmigrantes legales, seguido por Alemania y España con más de 4 millones cada uno. Probablemente sea ésta concentración la que despierta alarma; una alarma que, naturalmente, se expresa más en las regiones del mundo a las cuales se dirige principalmente el movimiento migratorio.

Para entender las características y consecuencias del fenómeno es necesario, sin embargo, conocerlo con más detalle. Un reciente estudio del Banco Mundial muestra que, en promedio, un 30% de la fuerza de trabajo de la mayoría de los países del Caribe ha emigrado, porcentaje que es de alrededor del 10% para los países no caribeños (6% para los de Sud América). El mayor número de emigrantes proviene de México y Centroamérica. Los países de América del Sur se sitúan mucho más abajo en esa escala, si bien algunos de ellos han aumentado sustantivamente sus índices de emigración durante el último período. La migración con grado universitario, la llamada “fuga de cerebros”, es un serio problema para muchos países del Caribe, al extremo que sobre el 80% de la población de personas nativas de Haití, Jamaica, Grenada o Guyana que tienen algún grado académico viven fuera de sus países, principalmente en Estados Unidos. Con relación a este tópico la situación es menos acuciante para México y Centro América que sólo ven entre un 15 y un 20 por ciento de su población con estudios superiores viviendo fuera de sus países, y aún menos para Sudamérica, en donde el porcentaje es inferior al 10%.

En lo que respecta a sus destinos, la mayor parte de los centroamericanos, mexicanos y caribeños tienen por destino Estados Unidos; los sudamericanos, en cambio, tienden a permanecer en mayor medida en su subcontinente de origen. Sin perjuicio del aumento sustantivo de las migraciones hacia Europa, casi toda Sudamérica sigue siendo el destino principal de más de la mitad de los emigrantes sudamericanos, que van de los países de menores ingresos a los países de mayores ingresos. Argentina es el que tiene un mayor porcentaje y número absoluto de inmigrantes, con más de 2 millones procedentes de Chile, Paraguay, Bolivia y otros países aunque, en la mayoría de los casos, se trata de migraciones antiguas.

El “problema” de la emigración latinoamericana hacia Estados Unidos

Para intentar comprender por qué es mirado con alarma y para tratar de encontrar soluciones a los posibles problemas que pueda traer consigo el fenómeno migratorio contemporáneo, es necesario volver la vista al caso más importante: Estados Unidos. Hoy día, sin contar inmigrantes ilegales, sobre un total de alrededor de 40 millones de inmigrantes en Estados Unidos, 18 millones son latinoamericanos. De ellos alrededor de 10 millones son mexicanos y el resto está compuesto fundamentalmente por centroamericanos, aunque alrededor de 3 millones provienen de América del Sur. Los latinoamericanos son, así, claramente el mayor componente de esa inmigración, situación que se ve agravada por la condición de ilegalidad en que viven muchos de ellos .

Esta masiva presencia de población latinoamericana en Estados Unidos no ha podido dejar de imprimir una traza profunda en esa nación, al grado de dar origen a una nueva categoría incorporada al Censo de Población del país. Desde 1990, de acuerdo a la definición del propio US Census Bureau: “Se considera Hispanic [hispano] a una persona de ascendencia latinoamericana, incluyendo personas de origen cubano, mexicano o puertorriqueño”. Explícitamente se agrega, en esa definición, que se está incluyendo en tal categoría a personas de distintas razas (blanca, negra o asiática) o, en otras palabras, que en una clasificación de razas se ha incluido una no-raza. La razón de la necesidad de identificar de algún modo a esta comunidad en el Censo de los Estados Unidos se comprende bien al recordar las palabras del Director del Census Bureau, Louis Kincannon, a quien le correspondió informar oficialmente que: “las estimaciones sociales de población, ahora indican que la comunidad hispana es la minoría mas grande la nación”.

En efecto, como resultado del volumen de las migraciones y de una alta tasa de natalidad, la población hispana pasó de 22.4 millones -9% de la población- en 1990 a un estimado de 40.1 millones en 2004, es decir a un 13.9%, superando, contra toda previsión, a la población negra que con 35 millones constituye alrededor del 12%. Es obvio que no hay rigurosidad porque, como he señalado, entre los hispanos también se incluye población de raza negra; pero ello no altera la conclusión final: los hispanos son la primera minoría en los Estados Unidos. Y, dado que entre los años 2000 y 2005 el número de hispanos –repito: sin considerar a los ilegales- ha crecido a razón de mas de 1 millón por año, Estados Unidos está a punto de convertirse en la tercera nación de habla hispana en el mundo y la segunda dentro de pocos años (si es que no lo es ya), cuando la estadística incluya a los inmigrantes ilegales.

Ahora bien: es verdad que más de la mitad de estos hispanos -22.4 millones- son nativos de los Estados Unidos y sólo alrededor de 18 millones son inmigrantes; sin embargo, para fines políticos, el marco del debate ya está planteado. Y tiene que ver con lo que algunos consideran el crecimiento desmesurado de la población hispana, al grado que ya hay quienes la estiman como una amenaza cultural a la identidad nacional americana .

Esa razón principal de resistencia, de tipo cultural, encuentra eco en otros recelos, injustificados en mi opinión, que tienden más bien a originarse en sectores laborales de Estados Unidos. Estos dicen relación con el temor de que la migración pueda debilitar los salarios y aún las condiciones de trabajo locales, teniendo efectos en particular sobre un posible incremento del desempleo. Se trata de una aprensión injustificada, según he dicho, porque se ha comprobado que, de llegar a tenerlos, los efectos de la inmigración sobre los salarios son mínimos y no se ha encontrado ninguna correlación directa entre la migración y el desempleo. Por el contrario, lo que muestran todas las evidencias a lo largo de la historia es que la migración tiende a producir beneficios económicos en los países que la acogen, al mitigar la escasez de mano de obra, promover la formación de capital humano y crear nuevas oportunidades derivadas tanto de las actividades empresariales de los migrantes como de la demanda de bienes y servicios a que ellos dan origen, lo que por cierto es más que evidente en la mayoría de las localidades fronterizas del propio Estados Unidos.

Esa es, en mi opinión, la razón que inspira gran parte del debate que existe hoy día en Estados Unidos: el crecimiento de la población y de la migración hispana que, aunque aceptada en sus aspectos positivos, genera también una fuerte resistencia en algunos sectores de la sociedad estadounidense.

Podemos graficar dicha resistencia con la discusión que terminó por radicarse en el Congreso de esa nación, en donde dio lugar a una Ley de reciente aprobación que, no obstante incluir algunos aspectos que podrían considerarse como positivos en la búsqueda de regularizar la situación de algunos de los inmigrantes considerados ilegales (aquellos que han permanecido más de un cierto número de años en el país), impone condiciones que son prácticamente imposibles de cumplir para muchos otros que han permanecido menos tiempo (expulsiones masivas o traslados hacia zonas de concentración a la espera de legalizar su situación) y, sobre todo, establece la posibilidad de construcción de una “muralla” o “valla” en la frontera con México, lo que no sólo constituye una ofensa gratuita e inmerecida a uno de sus dos vecinos sino que, de llegar a materializarse, sería en la práctica perfectamente inútil a los fines que dice perseguir, esto es impedir el paso de inmigrantes a través de la frontera.

Los efectos de una política restrictiva

Cualesquiera que sean las decisiones que, con relación a este tema, finalmente se adopten en los países receptores de inmigrantes, deberán tener en cuenta la magnitud general del problema y las múltiples y muy significativas formas en las que éste afecta en la actualidad a los países generadores de emigración. Uno de los primeros aspectos que se deben considerar es el económico. Desde hace ya algunos años las remesas de los trabajadores emigrados se han transformado en la fuente principal de financiamiento para numerosos países de América Latina. Esas remesas representan hoy día más de un 70% del total de inversión extranjera directa en América Latina y más de 5 veces la cifra de la ayuda oficial al desarrollo . Y si bien su efecto en la reducción de la pobreza, el empleo y el crecimiento es todavía materia de discusión, no cabe duda que su limitación significaría un fuerte impacto en el funcionamiento de las economías, difícil de absorber en un plazo breve. El tema económico debe en consecuencia ser considerado parte principal del tema migratorio.

En el ámbito político podrían generarse situaciones de gran inestabilidad en los países que se vean más afectados por restricciones severas a la inmigración. En el mismo ámbito, por otra parte, es necesario considerar que muchas veces los mecanismos prácticos de restricción a la inmigración son altamente cuestionables desde la perspectiva del cumplimiento de las normas internacionales de derechos humanos. Esta es una situación que ocupa la máxima atención de la Organización de los Estados Americanos por intermedio del Programa Especial de Derechos Humanos para los Trabajadores Emigrantes y sus Familias y, en especial, por intermedio de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

En el área de la seguridad, los problemas de trata ilegal de personas en un hemisferio en el cual alrededor de un 20% de los ciudadanos -algunos sitúan la estimación en 30%- no tiene identidad, carece de identificación y está a merced de bandas criminales, se acrecentarían sustantivamente en caso de aplicarse una política restrictiva en materia de migración.

Una política migratoria exageradamente restrictiva, por otra parte, podría también tener efectos negativos sobre las situaciones de migración entre los países latinoamericanos y del Caribe, creando en algunos casos escenarios de difícil administración. Hoy existen signos interesantes en algunos de nuestros países en materia de integración y de movimientos poblacionales. Recientemente cuatro países de Centroamérica suscribieron un acuerdo que eliminaba todo tipo de controles migratorios entre ellos y acuerdos similares ya existen entre países de América del Sur. Esas políticas de apertura se verían afectadas en caso de una restricción en los países que son receptores principales de migración. También dependen de la política de los principales receptores situaciones que afectan a países en particular. Un ejemplo muy importante de esta última situación es el de Haití y República Dominicana, país este último que acoge a alrededor de 700 mil ciudadanos haitianos, una proporción muy grande de la población de Haití. Se trata de otra situación que se vería afectada si los principales países receptores cerraran las puertas a la inmigración.

Restricción o cooperación

Debe tenerse presente, en suma, que políticas restrictivas tendrán consecuencias que van largamente más allá del exclusivo efecto demográfico y que en un mundo integrado globalmente hacerse cargo de esa situación es también responsabilidad de los países receptores de inmigrantes. Igualmente debe tenerse en consideración que la restricción no es la única posibilidad y que existen otros cursos de acción alternativos y complementarios a ella. No me corresponde a mí, naturalmente, sugerir tales cursos de acción a esos países, aunque sí puedo decir que una política alternativa a la exclusiva restricción podría adoptarse en el marco de una visión que privilegie la cooperación en la relación entre los países que se sitúan en los dos extremos del problema. Una visión de esa naturaleza contribuiría a reducir las condiciones que impulsan la emigración y a regular el flujo de población entre países de América Latina y el Caribe.

Creo, en definitiva, que el debate sobre las migraciones ha llegado a un punto en que debe decidirse si se lo enfrenta con una óptica positiva, tal como ocurrió en los siglos XIX y comienzos del XX en que el flujo de inmigrantes hacia las Américas fue visualizado como un proceso que no sólo permitía mejorar sustantivamente la condición de las personas que emigraban sino que también favorecía el desarrollo de los países a los cuales estas personas llegaban a contribuir con su trabajo, sus conocimientos y a veces con su patrimonio; o si, por el contrario, como ha llegado a ocurrir en momentos recientes en países receptores de inmigrantes, se lo observa sólo como un fenómeno negativo que es necesario restringir o suprimir. Son estas ópticas las que dan lugar alternativamente ya sea a un enfoque de cooperación o a uno de restricción y será en torno de ellas, en definitiva, que habrá de decidirse el futuro de una situación que crecientemente se sitúa en el corazón de las relaciones hemisféricas