De las intervenciones posibles para la prevención de la violencia juvenil, aquellas relacionadas al desarrollo de habilidades para la vida, en particular a través de programas de desarrollo social, son las únicas que han probado hasta el momento a través de evidencia científica sólida (múltiples ensayos controlados aleatorios con poblaciones diferentes) tener algún tipo de efectividad para prevenir la violencia.
En el ámbito curricular, estas intervenciones se basan en el desarrollo del llamado aprendizaje social y emocional, un proceso educativo de aprendizaje de estas habilidades que incluye saber lidiar con uno mismo, reconociendo emociones y aprendiendo a manejarlas, y con los demás, desarrollando simpatía y empatía con el prójimo y manteniendo relaciones positivas, aprendiendo a la vez a enfrentar situaciones específicas de modo constructivo y ético.
Otras prácticas exitosas de este tipo se enfocan en el ámbito escolar extracurricular, o después de clases, donde se busca no sólo proveer al niño o joven de una actividad positiva y un espacio seguro donde ejercerla, sino también impartir este aprendizaje social y emocional de modo indirecto, a través de un pasatiempo atractivo. En relación a esta potencialidad de las actividades extracurriculares, han aumentado los estudios en los últimos tiempos que demuestran que, por ejemplo, el entrenamiento musical ofrece beneficios transferibles, es decir, que se extenderían más allá de las habilidades que la actividad apunta a entrenar directamente, y permanecerían hasta la edad adulta, ya que afectan a la plasticidad del cerebro (por ejemplo las habilidades verbales, la adquisición de segundas lenguas, el razonamiento no verbal y la inteligencia en general).
Aprender a tocar un instrumento en la niñez puede incluso predecir la performance académica y el coeficiente intelectual en la adultez temprana. Estos beneficios son afectados por diversos factores, por ejemplo, aumentan si la edad de iniciación es temprana, y, más notablemente, también aumentan proporcionalmente a la motivación, gratificación y contexto social del entrenamiento musical, sugiriendo que las actividades grupales de atracción rítmica (donde diversas personas deben ejecutar ritmos en coordinación temporal) potencian el aprendizaje y desarrollo de las funciones ejecutivas.
Un ejemplo experimental de posibilidad de transferencia en la música lo ofrece un estudio de hace algunos años, para el que se diseñaron dos programas computarizados de entrenamiento interactivo para niños en edad preescolar, uno para música y otro para artes visuales. Luego de 20 días de haber utilizado los programas para proveer entrenamiento regular a dos grupos distintos, uno en cada disciplina, los niños en el grupo de música exhibieron una mejora en su inteligencia verbal y funciones ejecutivas, mientras que los del grupo de artes visuales no exhibieron mejoras.
Además de los beneficios en el ámbito de la transferencia cognitiva a nivel individual, la educación musical grupal tiene un importante componente social. Aprender a hacer música juntos requiere del respeto mutuo y enseña reglas y habilidades comunicativas implícitas: estimula el contacto entre personas previniendo la aislación social, estimula la cognición social, promueve comprensión interindividual mientras disminuye situaciones de conflicto, estimula la comunicación, requiere de cooperación brindando placer a partir de la misma, aumenta la cohesión social del grupo satisfaciendo la necesidad de pertenencia y la motivación para formar y mantener lazos interpersonales, y fortalece la confianza y el cuidado recíproco. De hecho, ha sido sugerido que hacer música en grupo puede haber servido para el propósito evolutivo de aumentar la comunicación, coordinación, cooperación y hasta empatía dentro de un grupo.
En el caso más específico de intervenciones en poblaciones vulnerables a través de orquestas juveniles e infantiles, han sido reportados otros beneficios derivados del contacto directo de los beneficiarios con obras de arte a través de la paráfrasis/interpretación de construcciones intelectuales complejas (una sinfonía de Beethoven), y de la apropiación por dichas poblaciones de objetos y costumbres (instrumentos, conciertos sinfónicos, etc.) que han tradicionalmente pertenecido a contextos sociales más privilegiados.
Incluso en el entorno de la rehabilitación social, la práctica de la música y de la música en grupo, puede convertirse en una herramienta útil para la desistencia secundaria, esto es, el desarrollo de una identidad nueva del individuo que no esté en conflicto con la ley. Estudios recientes demuestran que las intervenciones artísticas permiten a los privados de libertad comenzar a pensar de un modo distinto sobre sí mismos, sus familias, las relaciones con sus pares y las relaciones con el régimen carcelario y las oportunidades que pueda ofrecerle. De modo más general, puede ayudarlos a imaginar diferentes futuros posibles, redes sociales, identidades y estilos de vida. Este tipo de intervenciones no tienen la intención ni están diseñadas para lidiar directamente con necesidades criminogénicas específicas. Pero, si bien no son necesarias ni suficientes para generar desistencia durante y después del período carcelario, pueden cumplir el importante rol de permitir a los privados de libertad imaginar y comenzar a emprender esa ruta.
Todavía hay que estudiar más los efectos indirectos del aprendizaje musical sobre el comportamiento y la prevención de la violencia, pero sin duda sobra la evidencia para afirmar que la utilización de la música grupal como parte de un paquete integral de intervenciones a nivel escolar o comunitario, puede significar una herramienta muy útil a la hora de diseñar programas de prevención de violencia juvenil.
Category: | Blogs |
Country: | United States of America |
Language: | Spanish |
Year: | 2016 |
Institution: | Organization of American States |
Author: | Mariano Vales |