De las intervenciones posibles para la prevención de la violencia juvenil, aquellas relacionadas al desarrollo de habilidades para la vida, en particular a través de programas de desarrollo social, son las únicas que han probado hasta el momento a través de evidencia científica sólida (múltiples ensayos controlados aleatorios con poblaciones diferentes) tener algún tipo de efectividad para prevenir la violencia.
En el ámbito curricular, estas intervenciones se basan en el desarrollo del llamado aprendizaje social y emocional, un proceso educativo de aprendizaje de estas habilidades que incluye saber lidiar con uno mismo, reconociendo emociones y aprendiendo a manejarlas, y con los demás, desarrollando simpatía y empatía con el prójimo y manteniendo relaciones positivas, aprendiendo a la vez a enfrentar situaciones específicas de modo constructivo y ético.