Discursos

ÓSCAR ARIAS SÁNCHEZ, PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE COSTA RICA
UNA PAZ CON TODAS LAS FORMAS DE VIDA- CONFERENCIA “PAZ EN LAS AMÉRICAS”

23 de septiembre de 2008 - Washington, DC


Señor Secretario General, amigas y amigos:

En el célebre congreso de naciones que Simón Bolívar convocó en Panamá en 1826, antecedente innegable de esta Organización de Estados Americanos, los países del continente firmaron un tratado en que decían pretender “asegurarse desde ahora y para siempre los goces de una paz inalterable”.
Con esa promesa maravillosa, es difícil entender cómo vinieron después las cruentas guerras civiles que marcaron la formación de nuestros Estados modernos, y jugaron el destino de América en el campo de batalla. Y es aún más difícil entender cómo el siglo XX fue testigo de la más inhumana estela de violencia y represión en Latinoamérica, cuando las dictaduras enmohecieron las esperanzas, y los tiranos mantuvieron con la fuerza el gobierno que adquirieron con las armas.
Si Tolstoy hubiera tenido que escribir La Guerra y la Paz en América, estaría todavía redactando las memorias de cuanto caudillo alzó una bandera en nuestro suelo, escenario de los más nobles ideales, pero también de la más empecinada violencia. Ni cien años de soledad habrían bastado para narrar los hilos de sangre que han surcado nuestro continente, en los casi dos siglos que han transcurrido desde nuestra Independencia.
Fuimos la región que nació al mundo como una promesa de paz, justicia y libertad, y seguimos siendo todavía ese gran experimento histórico. Pero nos tomó mucho tiempo entender que la paz es más que la ausencia de guerra, y que el fortalecimiento de nuestras democracias y el desarrollo humano de nuestros pueblos, aunados al diálogo entre las naciones, la diplomacia y el Derecho Internacional, son las mejores vías para asegurar, por fin, los goces de una paz inalterable.
Confío en que hemos venido a este Foro con esa convicción. Confío en que nos convoca aquí la fe en que organizaciones como ésta, son ya una victoria de la esperanza sobre el miedo, de la tolerancia sobre el fanatismo, de la razón sobre la fuerza. Y sobre todo confío en que no es casualidad que este Foro sea inaugurado, justamente, por un habitante de la primera nación de la historia en abolir su ejército y declararle la paz al mundo. Si Costa Rica es símbolo de algo, es precisamente de que no existe un destino de violencia escrito para nosotros en las estrellas. La vida basada en la democracia, la justicia y la libertad, es posible para las naciones que se atreven a construirla, para las naciones que se atreven a fundar su seguridad sobre la fortaleza de sus instituciones, y no sobre el poderío de sus armas.
Una vida dedicada a la búsqueda de la paz me ha enseñado que, en realidad, no hay en ella nada de encanto, ni de ingenuo, ni de idealista. La paz no es un sueño, sino una ardua tarea, que no se asume por ser fácil, sino por ser necesaria. La situación imperante en Colombia, así como los conflictos que se agudizan en el Medio Oriente, en Georgia y en Sudán, ponen en evidencia que la reconciliación es un proceso profundo y difícil, un proceso que demanda años de trabajo, que supone contratiempos y requiere perseverancia. Para confiar en la paz no es necesario creer que las negociaciones son infalibles. Sabemos que las partes son a menudo intransigentes, que con frecuencia los líderes no cumplen sus obligaciones y sus responsabilidades y que, inclusive, algunos pueden obstaculizar los procesos de paz. A pesar de estas dificultades, es evidente que la solución alternativa resulta peor. No puedo contar las veces en que nos pidieron que nos diéramos por vencidos, en el proceso de pacificación de Centroamérica. No puedo contar las veces en que la frustración se apoderó de nosotros. Dimos tumbos y retrocesos, tocamos mil veces en puertas cerradas. Pero no desistimos. Esa fue la diferencia. A la vez número mil y una, se abrieron las puertas.
No existen fórmulas sagradas ni piedras filosofales para esto que hemos llamado “Paz en las Américas”. Hay, simplemente, indicios. Hay acciones que tienden a debilitar nuestra paz, y hay acciones que tienden a fortalecerla. El desarrollo humano y la democracia fortalecen la paz, el armamentismo y la inseguridad ciudadana la debilitan.
Me dirán que estas cosas resultan evidentes, pero no sé qué tan evidentes sean cuando nuestro continente gastó el año pasado quinientos noventa y ocho mil millones de dólares en armas y soldados, de los cuales treinta y nueve mil setecientos millones de dólares corresponden a Latinoamérica, una región que, con la sola excepción de Colombia, no experimenta actualmente ningún conflicto armado. Con el dinero que América Latina gasta en sus ejércitos en un solo año, podría alcanzarse la educación primaria universal en el mundo, y aún sobrar; podrían cumplirse todos los Objetivos de Desarrollo del Milenio en materia de salud y ambiente; o se podrían otorgar ocho millones de créditos para vivienda de interés social.
Pero aún aceptando que las naciones latinoamericanas no pueden eliminar de golpe su gasto militar, es claro que hay ciertos gastos que podrían reducirse paulatina y progresivamente. Si dejáramos de invertir, por ejemplo, en un solo avión Caza F-16, cuyo costo ronda los ochenta millones de dólares -y de los cuales hay decenas en nuestra región-, tendríamos suficiente dinero para pagar una beca de cien dólares mensuales a cinco mil quinientos niños y jóvenes latinoamericanos, desde su ingreso al kindergarten hasta su graduación de secundaria; nos alcanzaría para aumentar en mil dólares anuales el salario de ocho mil maestros latinoamericanos durante los próximos diez años. Un solo avión no puede significar mayor diferencia en términos de seguridad, pero ¡cuán distinta sería nuestra región con miles de estudiantes más!
Hay, en el fondo de esto, una cuestión moral. Las naciones desarrolladas y los organismos financieros internacionales no pueden privilegiar con recursos económicos y perdón de deuda externa, a los países que prefieren apertrechar a sus ejércitos que educar a sus niños. Si vamos a iniciar un debate serio y responsable para establecer una paz duradera en las Américas, debemos empezar por demostrarle a las naciones en vías de desarrollo, no importa si son naciones pobres o de renta media, que la comunidad internacional sabe distinguir entre quienes invierten en la vida y quienes invierten en la muerte, entre quienes se esfuerzan por alcanzar un mayor desarrollo humano y quienes se contentan con alcanzar un mayor desarrollo militar.
Es por eso que mi Gobierno ha dado a conocer el Consenso de Costa Rica, una iniciativa mediante la cual se crean mecanismos para perdonar deudas y apoyar con recursos financieros internacionales, a los países en vías de desarrollo que inviertan cada vez más en protección del medio ambiente, educación, salud y vivienda para sus pueblos, y cada vez menos en armas y soldados. Estoy convencido de que eso nos traerá mayor seguridad, y mayor paz, que todo el dinero que actualmente destinamos a nuestros ejércitos.
Y estoy convencido por una sencilla razón: desde hace muchos años que la paz en América Latina es, sobre todo, un asunto doméstico. Nuestra inseguridad no viene mayoritariamente de países extranjeros o fuerzas militares enemigas, sino de la guerra callejera que se libra en nuestros barrios y nuestras ciudades. Hace poco el PNUD nos informaba que América Latina destina el 14% de su Producto Interno Bruto a combatir la inseguridad ciudadana, un gasto que constituye, sin duda, un serio obstáculo para alcanzar un mayor desarrollo. Nuestra región debe dedicar recursos a combatir la delincuencia, pero sobre todo debe dedicarlos a combatir las causas de la delincuencia.
Esas causas se combaten con más escuelas y colegios, más clínicas y hospitales, más viviendas y centros de recreación, más cultura y deporte. Pero se combaten también evitando la proliferación de armas pequeñas y livianas, que constituyen el motor de nuestra inseguridad ciudadana. No sé cuánto tiempo más podremos sobrevivir sin darnos cuenta de que matar a muchos, poco a poco, cada día, es tan condenable como matar a muchos, en un solo día. El poder de destrucción de los 640 millones de armas pequeñas y livianas que hay en el mundo, en una abrumadora mayoría en manos de civiles, ha probado ser más letal que el de las bombas nucleares, pero sucede en un clima permisivo y de falta de regulación.
El 42% de los homicidios con arma de fuego que ocurren en el mundo, suceden en Latinoamérica, donde sólo vive el 8% de la población mundial. A nosotros, más que a nadie, nos interesa apoyar un proyecto que Costa Rica impulsa en el seno de las Naciones Unidas, un Tratado para la Transferencia de Armas que prohíbe a los países transferir armas a Estados, grupos o individuos, cuando exista razón suficiente para creer que serán empleadas para violar los derechos humanos o el Derecho Internacional. Ni los grupos terroristas, ni los carteles de narcotraficantes, ni las pandillas callejeras, tendrían poder alguno si no estuvieran respaldados por la fuerza de sus armas. Es claro que aprobar este Tratado no impedirá que esos grupos existan, pero no por eso debemos hacerles las cosas más fáciles.
El último tema del que quería hablarles, tiene que ver también con la paz, aunque a menudo no logremos comprenderlo. No son pocos los científicos que predicen que las guerras del futuro no serán por el control de territorios o riquezas, sino por el acceso a recursos naturales. El día de mañana, puede que el agua potable genere más conflictos que el petróleo. No existe guerra más cruenta que la lucha por la supervivencia ante la escasez de recursos, y aunque la humanidad no se encuentra ahí todavía, llegará si no hacemos algo por evitarlo.
Hace más de quinientos años, Cristóbal Colón describía América con las siguientes palabras: “las tierras de ella son altas, y en ella hay muchas sierras y montañas altísimas, ... y llenas de árboles de mil maneras y parece que llegan al cielo; y tengo por dicho que jamás pierden la hoja, según lo puedo comprender, que los ví tan verdes y tan hermosos como son por mayo en España, y de ellos estaban floridos, de ellos con fruto, y de ellos en otro término, según es su calidad; y cantaba el ruiseñor y otros pajaricos de mil maneras en el mes de noviembre por allí donde yo andaba”. Aquella visión de Colón se desdibuja cada día, con los árboles que talamos, con el dióxido de carbono que emitimos, con los ríos y mares que contaminamos. A pesar de ser considerada el Edén de la Tierra, América Latina ha sido responsable de dos terceras partes de la pérdida de cubierta forestal en lo que va del siglo XXI. La Paz en las Américas depende, hoy más que nunca, de que seamos capaces de declarar la Paz con la Naturaleza.
Este es el nombre que Costa Rica le ha dado a una iniciativa para proteger el medio ambiente y combatir el calentamiento global. Nos hemos comprometido a convertirnos en un país neutral en emisiones de carbono para el año 2021. El año pasado nos convertimos en el país con más árboles per capita y por kilómetro cuadrado en el mundo, al sembrar 5 millones de árboles. En el 2008 sembraremos 7 millones de árboles más. Buscamos apoyo internacional para proteger el bosque primario, y lideramos una cruzada internacional de países comprometidos con estas causas. Hoy les pido que se unan a nosotros, que nos acompañen en el más global de los tratados de paz: una paz con todas las formas de vida.

Amigas y amigos:

El proceso de alumbramiento de los mejores ideales del ser humano, no está desprovisto de los dolores del parto. Quizás el sufrimiento de todas las guerras que ha atestiguado nuestro continente, no sea sino el precio que hemos pagado por entender ciertas cosas. La utopía de América, de la que esta Organización es el signo visible, se ha fortalecido con las lecciones de nuestra historia, con las experiencias que a fin de cuentas nos han enseñado, que no se llega a la paz ni por las armas ni por la guerra, ni por la muerte ni por el odio, ni por el olvido ni por la indiferencia. Se llega a la paz poniendo al ser humano en el centro. Se llega a la paz defendiendo la vida. Se llega a la paz invirtiendo en nuestros pueblos y no en nuestros ejércitos; intercambiando ideas y no armas; conservando bosques y no prejuicios.
Guardo la esperanza de que este Foro sabrá comprender estos principios, y sabrá llevar a la humanidad un paso más cerca de ese futuro que Rafael Alberti describió con las siguientes palabras: “Paz en todos los hogares. Paz en la tierra, en los cielos,
bajo el mar, sobre los mares. Paz en la albura extendida del mantel, paz en la mesa
sin ceño de la comida. En las aves, en las flores, en los peces, en los surcos abiertos de las labores. Paz en la aurora, en el sueño. Paz en la pasión del grande y en la ilusión del pequeño. Paz sin fin, paz verdadera. Paz que al alba se levante y a la noche no se muera”.
Muchas gracias y mucha suerte.