Discursos

MARIA SOLEDAD ALVEAR VALENZUELA, SENADORA, PRESIDENTA DEL PARTIDO DEMÓCRATA CRISTIANO DE CHILE
LA PARTICIPACIÓN POLÍTICA DE LA MUJER EN LAS AMÉRICAS XVIII CÁTEDRA DE LAS AMÉRICAS - ORGANIZACIÓN DE LOS ESTADOS AMERICANOS

23 de enero de 2007 - Washington, DC


Sr. Secretario General de la OEA, don José Miguel Insulza
Embajadores y embajadoras,
Estimados Amigos y amigas:

Para quien les habla es un gran honor exponer sobre un tema tan importante, que es la participación política de la mujer en la región.

Me han invitado para que exponga sobre la situación de la mujer en la política de las Américas, situación que tomo como un honor al estar presente frente a ustedes y especialmente por el tema a tratar.

La verdad es que también se me presenta de una complejidad sustancial, ya que la realidad política y social de la mujer en nuestra región no es uniforme, y por lo tanto, también es muy difícil de describir en su generalidad, con las particularidades de cada subregión y de sus países.

Al revisar un cuadro global del continente, nos encontramos en una América donde viven dos mil millones de habitantes, y de estos alrededor del 55% son mujeres, una clara mayoría para nuestro género.

Pero estas cifras no son las mismas, si vemos la participación política de las mujeres, ya que sólo un 21% de los cargos parlamentarios en todas las Américas son ocupados por nosotras.

Sin duda una contradicción real en los números, que no sólo plantea la desigualdad de género desde la teoría, sino que desde la misma representación y del seno democrático.

Esta es la realidad, en la cual nos movemos como mujeres políticas, lo que demuestra la disfuncionalidad del sistema democrático desde su propia representación.

Aunque la situación no es nueva, ya que la democracia de nuestros países no nos reconocía como sujetos hasta hace muy poco. La inclusión de la mujer sólo es a partir de mediados del siglo XIX. Y en general a partir de los años 30 recién se nos reconoció el derecho al voto.

Tampoco fuimos las últimas, si pensamos en los pueblos afroamericanos, campesinos y los indígenas, que sólo a fines de los años sesenta y setenta, lograron el reconocimiento a sus derechos civiles y políticos.

Este es casi el mismo tiempo que ha transcurrido desde que Simone de Beauvoir se hiciera una pregunta que hasta hoy nos resuena en los oídos: “¿Qué es una mujer?”. Pregunta que se abre aún más si le agregamos ¿qué es una mujer en política y cuál es su aporte?

Sin duda, las respuestas son variadas y disímiles; pero en lo concreto, la respuesta no puede aducir que somos una minoría, y por ende, no podemos pedir protección como una de ellas, dado que en la realidad no lo somos y debemos partir reconociendo que somos una mayoría.

Somos una mayoría escondida y segregada, como bien nos lo dice la socióloga Gerda Larneer. La clave para comprender la historia, nos dice ella, es aceptar que somos parte de la historia de la mayoría de la humanidad.

Por ello, permítanme manifestarles mi primera premisa para hablar de la participación de la mujer en política; pues no podemos entender la inclusión de la mujer en la política, sino desde su participación, sino que debemos partir desde el ámbito de la relación que se establece entre la mujer y la sociedad; y cómo el aspecto cultural de ésta relación, especialmente en la cultura política de cada país, es donde se muestran las formas de segregación de la mujer en la toma de decisiones.

Por ende, tampoco podemos hablar de participación política de la mujer, si no hablamos antes de la inclusión social de la mujer, pues se es una mayoría dentro de una sociedad que durante siglos entendió a la mujer como un objeto. Basta sólo con recordar el gran estudio de Thorstein Veblen sobre la Teoría de la clase ociosa, que bien reflejó a la mujer como un objeto de status a mediados del siglo XIX.

Ante ello, el tema central que nos debe preocupar como mujeres en política, es la igualdad de oportunidades en la sociedad, donde puedan competir realmente en el área de toma de decisiones y su inclusión se convierta en una realidad concreta.

Pero no podemos hablar de cualquier igualdad, porque igualdad no es uniformidad y junto con la igualdad debemos sostener tajantemente que varón y mujer somos diferentes. Estas diferencias son las que nos enorgullecen y nos distinguen como género, pero lamentablemente se convierten en una carga para el mundo laboral de nuestros países, donde el mercado del trabajo está organizado casi con criterios exclusivamente economicistas, que hacen difícil compaginar empleo y relaciones familiares, y que sólo buscan establecer las diferencias entre lo público y lo privado, siendo este último, el rol de la mujer.
No hay duda que esto es una falacia, pues bajo este cruce entre el espacio público y la esfera privada, podemos encontrar una de las razones de la inclusión y respaldo de la mujer como género en lo político hoy en día, a diferencia de lo que ocurre en el trabajo.

La vida pública ha adoptado un formato doméstico, nos dice el autor citado, y ya no hace falta salir a la calle ni a las plazas para estar informados de lo que sucede. La contraposición entre lo público y lo privado se ha modificado radicalmente, convirtiendo a las casas en uno de los principales espacios de la vida social.

Con ello las mujeres se convierten en las principales actrices de esta esfera híbrida de la política del siglo XX.

Este cambio de rol de la mujer en la sociedad, es una de las claras constataciones de las tendencias electorales de nuestro continente, que nos dice que la confiabilidad del sistema político latinoamericano y sus representantes históricos, que son los hombres en su mayoría, lamentablemente está en un declive constante.

En la medida que sigue bajando la confianza en la política y en los hombres como dirigentes políticos, sigue bajando también la confianza en la democracia y los sistemas políticos regionales.

Esto se ve reflejado en el estudio de la UNESCO con la Encuesta Mundial de valores entregada en junio del 2006, que al consultar si los hombres son mejores dirigentes políticos que las mujeres, sólo un 35% de los latinoamericanos respondió afirmativamente. Quiero decir que en el cuadro mundial es precisamente en el mundo de los latinoamericanos donde la cifra es la mas baja.

En este sentido, en la medida que aumenten los liderazgos femeninos, y que estos se hagan visibles en el espacio público, aumentaran también la diversidad de los liderazgos distintos y alternativos al patrón masculino y por consiguiente, la adhesión ciudadana se acrecentará.

De esta forma pareciese existir en el electorado de ambos sexos una mayor disposición a votar por mujeres, siempre y cuando, estás sean conocidas y hayan probado su eficiencia.

La verdad es que la mujer pasa de su propio espacio privado al espacio público y sólo con el reconocimiento de su trabajo, se le entrega la confianza y el rango de “dirigenta política”.

Así, siguiendo una línea contraria a la visibilidad del “político - varón”, la mujer mantiene su visibilidad en el hogar, lugar desde donde se ha desplazado al espacio público (1).

Permítanme detenerme nuevamente aquí, pues deseo establecer una segunda premisa al respecto de la situación de la mujer en política en la región. El respaldo ha aumentado en todos los países, independiente de las herramientas de discriminación positiva que se han aplicado, lo cual podemos aducir por el desplazamiento de la visibilidad política de la mujer.

Es verdad que alguien podría decirme que siempre han existido liderazgos femeninos a lo largo de la historia, y han sido muchas las mujeres “líderes” o “lideresas”: recordemos a Juana de Arco, Agustina de Aragón, Rosa Luxemburgo, Eva Perón, Golda Meir, Margaret Thacher, entre otras.

Pero existen diferencias en los tipos de liderazgos de estas mujeres, ya que no todos son iguales y además existen nuevos estilos de hacer política que nos dan una nueva tipología de liderazgo para hoy.

En un estudio de John Naisbitt y Patricia Aburdene (2) se señala que “las mujeres pueden transformar el lugar de trabajo expresando, y no renunciando a sus valores personales”. Por su parte Sally Helgensen también descubrió que las mujeres tendemos a ver más a largo plazo, y que vemos nuestro trabajo como un elemento más de nuestra propia identidad, ya que programamos momentos y lugares regulares para compartir información y valoramos estar en el centro de las cosas, facilitando de ese modo la comunicación.

Esta visión de liderazgo en las organizaciones ha construido un giro radical desde la visión que se tenía en los años 80, ya que se creía que la estructura perfecta de las organizaciones era la piramidal, siendo considerada como insustituible, obligando a las mujeres a elaborar su propio estilo de liderazgo, llegando a recurrir en muchas ocasiones a estilos de mando netamente masculinos.

Debo reconocer también que el liderazgo femenino no es solo atributo de mujeres, hay liderazgo femenino en muchísimos varones, como hay liderazgos de rasgo masculino en muchas mujeres.

Hoy en día, las características de los nuevos liderazgos son la franqueza, la confianza, la comprensión y la empatía, elementos que las mujeres incorporan a su estilo de liderazgo con mucha facilidad, ya que son variables innatas en su construcción de mujer.

Por todo esto, es que los liderazgos de mujeres en los últimos 30 años no han sido similares en cuanto su origen y en cuanto a la forma de ejercerlos, por ello es fácil plantearse la forma de participación femenina como un todo.

Para ello podríamos clasificar estos liderazgos en tres tipos:

Primero los Liderazgos Coyunturales, me refiero a los que han surgido en la región, que sólo se explican por las necesidades sociopolíticas y donde la mujer se convierte en nombre de consenso o en bisagra de acuerdo, tanto por sus meritos, como por su experiencia, pero no es una decisión real de la ciudadanía, sino impuesta por la élite política.

Como segundos están los Liderazgos Estructurales que son aquellos que se establecen por la estructura política imperante, ya sea por la monarquía o por la legitimación política de la institución que representa, y donde el género no es algo primordial. Este es el caso de las presidentas o primeras ministras que son electas por la fuerza de los partidos políticos; como es el caso de Margareth Thacher, que no están enfocados plenamente desde un liderazgo femenino sino de la estructura discursiva masculina.

Finalmente nos encentraríamos con los Liderazgos Socioculturales que son aquellos que se imponen por el estilo de conducción y visibilidad política de una nueva democracia intimista, donde los roles femeninos superan los roles políticos, donde los valores de la mujer subsanarían los valores decaídos de la política.

Estos tres tipos de liderazgos pueden coexistir y se establecen en distintos esquemas del poder, según los distintos tipos de relaciones que tiene la mujer con la sociedad, pues se reafirma que en el fondo es esta relación la que da legitimidad al verdadero liderazgo de la mujer en la política.

Es aquí donde podemos sentar una tercera premisa sobre nuestro tema, pues cuando hablamos de la participación de la mujer, y podemos recorrer los distintos países, podemos encontrar que en las organizaciones de base social existe una participación masiva de mujeres. Muchísimo más que la participación de hombres, excepto en las organizaciones deportivas. Lo puedo decir porque ocurre en mi país. En juntas de vecinos, organizaciones comunitarias, y clubes de adultos mayores sin duda la participación de la mujer es más alta que los hombres. Lo que nos muestra un nivel de compromiso social y solidaridad muy fuerte. Por ende, se crea una sociedad mucho más fuerte en lo que hoy denominamos Capital Social, fundamento de una democracia fuerte y sólida.

Entonces, no pareciera superficial preguntarse que tipo de democracia deseamos construir ya que como hemos visto la participación no es solo una idea formal, que se representa en una democracia formal y que ahora se intenta reivindicar como una democracia que acoge y que más aún estimula la participación en la sociedad civil a través de distintas circunstancias.

La precisión del debate acerca de los contenidos de la representación dentro de este nuevo contexto de democracia, se convierte en un elemento fundamental para la comprensión y el apoyo a los planteamientos de inclusión igualitaria de las mujeres en los espacios de poder público.

De esta manera, tras las premisas descritas en las formas de participación e inclusión de la mujer, queda la duda en el ambiente si es posible apoyar o rechazar medidas de discriminación positiva. Pues ellas en realidad no entregan igualdad, sino que en el fondo benefician a un sector a la vez mayoritario, pero excluido culturalmente de la idea de una democracia políticamente formal.

El tema que me preocupa, y que es materia de discusión en Chile, es que en la búsqueda de la igualdad, se traslada la noción de una democracia formal a una democracia participativa, pero que además para algunos, se le agrega una tercera acepción como es la búsqueda de una democracia paritaria, expresión de reciente acuñación y que se concibe a partir de la Conferencia de Atenas de 1992.

La investigadora Maria Teresa Gallego, nos relata que este proceso hacia la paridad se inicia en el momento en que la diferencia sexual se elevó a categoría política para excluir a las mujeres, y que este proceso sólo se cerrará cuando de nuevo la diferencia sexual sea plenamente aceptada como categoría política para la inclusión de mujeres.

Por ende, nuevamente al intentar legitimar la democracia mediante compensaciones, puede convertirla en una democracia tutelada por sus imperfecciones, lo cierto es, que también es difícil dar opciones de mayor participación si no se rompen lo enclaves socioculturales que marginan y automarginan a la mujer

Ahora bien, tras presentar lo que entiendo sobre la participación de las mujeres en política en América, creo necesario entrar en la historia que nos traído a esta testera.

Y para ello debemos remontarnos a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, para realizar una retrospectiva general del continente, cuando las mujeres estadounidenses son las primeras reconocidas en iniciar una activa campaña por la consecución del sufragio.

Este primer grupo fue dirigido por Susan B. Anthony, Lucy Stone y Elisabeth Cady Stanton, todas fundadoras en 1890 de la Asociación Nacional Americana por el Sufragio de la Mujer (National American Woman Suffrage Association), y que lograron con su esfuerzo, conseguir el voto en diversos estados de la unión y finalmente, forzar un cambio en la Constitución.

Tras la aprobación de varios estados del sufragio femenino, se da el paso para que en 1917 sea elegida en Montana la primera congresista de los Estados Unidos, Jeanette Rankin, y así un par de años más tarde en 1919, el presidente Woodrow Wilson, apoya el sufragio femenino, aprobándose en 1920 la XIX Enmienda a la Constitución que otorga el derecho de voto a las mujeres.
Con las dos guerras mundiales entre medio, las mujeres entraron de lleno a la vida laboral industrial, por lo que una segunda generación de liderazgos femeninos sólo renace a partir de los años sesenta con el surgimiento del movimiento de liberación de la mujer.

Dos de sus dirigentas eran Shirley Chisholm y Bella Abzug; la primera reconocida por ser electa congresista de Brooklyn en 1969 bajo el slogan “ni vendida, ni mandada.” Siendo además la primera mujer afroamericana electa al Congreso, e incluso se postuló para la presidencia en 1972.

En el caso de las mujeres latinoamericanas, la experiencia ha sido relativamente corta; el primer país latinoamericano en darle el voto a las mujeres fue Ecuador en 1929, seguido por Brasil y Uruguay, ambos en 1932. La mayoría lo hizo en las décadas del cuarenta y cincuenta, y el último fue Paraguay en 1961.

Esto no nos dice mucho respecto a la realidad y organización de las mujeres en nuestros países; ya que en mucho de ellos ya se encontraban en la lucha del espacio público con la discusión de sus derechos.

En Chile, trataron de votar sin tener derecho. Así lo hizo en La Serena, en 1876, un grupo de mujeres que logró inscribirse en las elecciones presidenciales, pero no llegó a votar. En la década siguiente se crearon centros en distintas regiones del país y surge con fuerza el movimiento pro emancipación de la Mujer Chilena, para lograr, según lo indicaba el artículo primero de su estatuto, “la emancipación integral de la mujer, en especial, la económica, jurídica, biológica y política”.

En Colombia, la primera publicación a favor de la emancipación de las mujeres, El Rocío, apareció en 1872 en Bogotá. Ya en el siglo veinte, más precisamente en 1914, María Rojas Ojeda organizó, en Antioquia, el Centro Cultural Femenino; dos años más tarde se instaló en Pereira, donde abrió una escuela mixta y, además de traducir textos de feministas europeas y norteamericanas, se dedicó a publicar la revista Femeninas para abogar por los derechos de las mujeres.

En Bolivia, algunas mujeres participaron en el Segundo Congreso Obrero de 1925, otras formaron sindicatos femeninos y también grupos, como El Ateneo Feminista.

En el Perú, iniciaron espacios de difusión cultural para mujeres de tendencia anarquista, como el Centro Femenino Luz y Libertad de Huacho y el Centro Femenino de El Callao. Con audacia se lanzaron a dar conferencias sobre “el feminismo”, como lo hizo la peruana María Jesús Alvarado Rivera en 1911, o establecieron agrupaciones. En 1914, Alvarado Rivera fundó Evolución Femenina y, en 1924, Zoila Aurora Cáceres creó Feminismo Peruano, para lanzar la campaña por el sufragio.

En Argentina, en 1907, un grupo de mujeres, entre otras la uruguaya María Collazo, la española Juana Rouco Buela y Virginia Bolten, iniciaron el Centro Anarquista Femenino, y militantes socialistas establecieron sindicatos de mujeres, como el Centro Feminista, que empezó a funcionar en 1906.

Las mujeres incluso fundaron partidos políticos como herramientas para reivindicar sus derechos. En Brasil, se llamó Partido Femenino Republicano en 1910; en Argentina, Partido Feminista, en 1918; en Panamá, Partido Feminista Nacional en 1923, y en Chile hubo tres: el Partido Femenino Cívico en 1922, el Partido Demócrata Femenino en 1924 y el Partido Femenino Chileno en 1946. También organizaron cuatro congresos internacionales: el primero tuvo lugar en Buenos Aires en 1910, el segundo en Santiago en 1915, el tercero nuevamente en Buenos Aires de nuevo en 1928 y el cuarto en Bogotá en 1930.

En las décadas de los 70, 80 y 90, se presentaron una serie de circunstancias dentro de una ola democratizadora en América Latina, tras las dictaduras y autoritarismos que la controlaban, lo que legitimó el acceso de la mujer a los cupos del poder, en liderazgos de tipo estructural y coyuntural.

La mayoría asumió en momentos de crisis institucional o por el fallecimiento del cónyuge, pero ese acceso también fue por elección popular en algunos casos.

Ese es el caso de Violeta Barrios de Chamorro, quien llegó a la presidencia de Nicaragua en 1990 tras derrotar a Daniel Ortega. Viuda del periodista y dirigente político Pedro Joaquín Chamorro, ganó las elecciones representando a la Unión Nacional Opositora.

En Panamá, Mireya Elisa Moscoso gobernó el país entre 1999 y 2004. Tras la muerte de su esposo, Arnulfo Arias, quien fue derrocado en sus tres mandatos, dirigió el partido Arnulfista. Fue elegida con una gran popularidad.

También esta el caso de los gobierno interinos como es el de María Estela Martínez que asumió el poder en 1974 tras la muerte de su marido, Juan Domingo Perón en Argentina. Su presidencia duró menos de dos años, cuando una junta militar asumió el poder en 1976. Lamentablemente, gobernó durante un período de crisis inflacionaria, conflictos sociales y violencia política.

En Bolivia Lidia Gueiler Tejada, asumió la presidencia a fines de 1979 en medio de una profunda crisis social, cuando tenía el cargo de presidenta de la Cámara de Diputados. Fue derrocada al poco tiempo por el general Luis García Meza.

Y en Ecuador, la vicepresidenta del país se proclamó jefa de gobierno en 1997 tras la destitución de Abdalá Bucarám. Su mandato se extendió por cinco días, luego que el Congreso designara como nuevo presidente interino a Fabián Alarcón.

En el Caribe hay que destacar con creces los niveles de igualdad y equidad de género alcanzados en algunos de los países, algo que es posible explicar por las fuertes influencias de la cultura política europea en sus sociedades.

De aquí nace la primera mujer electa Presidenta en América Latina, que fue Janet Rosalie Jagan, Presidente de Guyana desde 1997.

La estabilidad política del gobierno de estas lideresas caribeñas se demuestran con Mary Eugenia Charles que fue Primer Ministra de Dominica desde el 21 de julio de 1980 hasta el 14 de junio de 1995; convirtiéndose así en la primera ‘Prime Minister’ de todo el caribe.

Otro caso a recordar es el de Maria Liberia-Peters, quien fuera Primera Ministra de las Antillas Holandesas desde 1984 a 1986 y nuevamente de 1988 a 1994, siendo seguida por Suzanne Camelia-Romer, también Primera Ministra, el año 1993 y entre 1998 y 1999. Para este caso no pudo dejar de mencionar que ambas son del mismo partido, el Partido Nashonal di Pueblo, donde se destaca el fuerte liderazgo femenino, ya que la mayoría de los representantes son mujeres y desde hace 30 años el PNP es dirigido por mujeres hasta hoy día, lo cual no excluye a los varones en los cargos.

En Haití, Ertha Pascal Trouillot, se convirtió en la primera mujer en llegar a la presidencia de ese país en 1990, al asumir el mandato provisional de manos del comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, Herard Abraham.

Además, no podemos dejar de mencionar a Jennifer Smith, quien fuera Primera Ministra de Bermuda, en 1998.

En total los países del Caribe han tenido 285 mujeres ministras y tuvieron un número mayor de mujeres en altas posiciones que los países latinoamericanos hasta 1975, pero a partir de esa fecha, Latinoamérica la ha superado. Eso sí, en los países del Caribe angloparlante, gran parte de las mujeres designadas ministras permanecen en esos cargos por un mayor numero de años que sus colegas latinoamericanas y es frecuente ver también como desempeñan mas de una cartera, haciendo de la función ministerial no un hecho aislado o circunstancial, sino una verdadera carrera pública.

Este importante, aunque aún insatisfactorio crecimiento de la participación de las mujeres en las más altas posiciones de gobierno, se da también a niveles de Presidentes y Vicepresidentes. Cerca de 25 mujeres han aspirado a la Presidencia de la República en 13 países de la región y 4 de ellas han alcanzado la Presidencia por el voto popular y otras 3 han sido Presidentes por circunstancias políticas en sus respectivos países.

La participación de la mujer en cargos políticos y de representación también esta reflejando importantes aumentos en el Congreso, Concejos municipales y Gobernaciones.

Es en esta nueva ola democratizadora, donde se destaca el desplazamiento del espacio público y la esfera privada, la cual crea un espacio simbólico excepcional para los liderazgos femeninos de tipo sociocultural, donde el rol de madre esta consciente en las tomas de decisiones del poder.

Este es un espacio de más y mejor democracia, donde lo que se busca no es sólo la inclusión de los grupos excluidos, sino que además es la construcción de un nuevo tipo de democracia, de un nuevo contrato social de relaciones interpersonales, donde la mujer se desenvuelve mucho mejor que los políticos varones.

Aunque no podemos desconocer que a partir de los años 90, las leyes de cuotas les han dado a las mujeres latinoamericanas la oportunidad de tener más poder político que nunca.

Hoy diez países latinoamericanos ya las han implementado. Hoy se discute en dos países sobre la posibilidad de introducir una ley de cuotas, es el caso de Chile y Uruguay.

La legislación del sistema de cuotas es una opción viable para los gobiernos de países en donde hay una baja representación política de las mujeres. Las mujeres en los países con cuotas representan antes de la sanción de la ley un promedio de 9% de los integrantes de las legislaturas. Luego de la aprobación de la ley de cuotas, el porcentaje se elevó al 14%.

Sin duda las cuotas en América Latina han demostrado ser un mecanismo efectivo para aumentar en forma rápida la presencia de las mujeres en los parlamentos. La tendencia general muestra que en los países de la región que han implementado estos mecanismos las mujeres constituyen, en promedio, el 20,3% de los congresistas, mientras la proporción es sólo el 13,7% en los países restantes.

Ante estos resultados no hay dudas que la medida sirve para el ingreso de la mujer en los cargos políticos, pero nuevamente debemos preguntarnos si realmente es la discriminación positiva la forma de mejorar la democracia, o por el contrario es un elemento que se convierte en un corrector del sistema; pero que a la vez es un inductor de desigualdad en la forma de representación y que finalmente podría terminar en una deslegitimación de los liderazgos femeninos.

Así, a pesar de las formas de discriminación positiva, la democracia continuará siendo deficitaria, pues el derecho de todas y todos los ciudadanos a elegir a sus representantes no sería el mismo y tampoco, el de poder ser elegido.

Es por esto que ahora podemos ver el comienzo de una cuarta ola democrática la que se construye desde diferentes variables, desde la construcción de una nueva cultura política, que se ve apoyada por las medidas de discriminación positiva.

Después de 1990, estos nuevos liderazgos se han visto en procesos como los de Sila María Calderón que se convirtió en la primera mujer gobernadora electa de Puerto Rico en el año 2001.

En el Caribe nuevamente se destacan los liderazgos femeninos como él de Portia Simpson-Miller, Primera Ministra de Jamaica y de Maria Das Neves, quien es Primera Ministra de Santo Tomé y Príncipe desde el, 2002.

En Estados Unidos, desde 1960 las mujeres consistentemente lograron avances en el campo de la política. Sin embargo, el año más notable para las mujeres fue 1992, cuando unos sesenta millones de mujeres votaron y se sintió su impacto. Después que se contaron los votos, 24 mujeres adicionales habían sido elegidas a la Cámara de Representantes junto con cinco senadoras más, el mayor aumento de líderes políticos femeninos en la historia de los Estados Unidos.

En la elección del 2006 se mantuvo la tendencia entrando 71 mujeres de 435 representantes y 16 senadoras de 100. Estamos hablando de un 16,4 % en la Cámara y de 16% en el Senado.

Ahora bien, la representación de las mujeres en política no sólo se da en los parlamentos, pues también ha crecido su representación como ministras o secretarias de Estado. En el caso del poder ejecutivo, Ecuador fue el primer país latinoamericano que tuvo una mujer en su gabinete ministerial, fue Nelda Martínez quien ocupó brevemente el cargo de Ministro del Interior en 1944. Desde entonces mujeres han ocupado secretarias de Estado en diferentes países, pero siempre siendo marginales.

Es en la década de los noventa que las mujeres empezaron a hacerse notar masivamente en cargos ministeriales, lo cual iba aparejada como hemos visto en el aumento de parlamentarias, de alcaldesas o escalando posiciones en el Poder Judicial, dejando de ser excepciones en el poder.

En Colombia, por ejemplo, es obligatorio que al menos el 30 por ciento de los cargos públicos en el Poder Ejecutivo sean asignados a mujeres.

A nivel mundial, la región ocupa el tercer lugar en número de mujeres ministras, superada por Europa y África. Representa el 19,5% de las mujeres ministras identificadas en la base de datos disponible para 214 países .

En el estudio del BID, escrito y recientemente actualizado por Eglé Iturbe de Blanco, existen 429 ministras en América Latina hasta noviembre de 2005. El 56 por ciento de ese total fueron designadas en los últimos diez años.

Colombia y Venezuela son los países que más mujeres ministras han tenido, ya que ambos países sumados dan cuenta del 23 por ciento del total. Argentina, México, Paraguay y Uruguay son los países con menos ministras, señala el estudio, ya que en cada uno de esos países ha habido en total 12 ministras o menos. Lo significativo es que en Argentina, por ejemplo, las 12 ministras fueron nombradas a contar de 1995.

Tal como nos dice la investigadora, es interesante notar que los países que han designado más de 20 mujeres ministras no son los países más grandes o más avanzados de la región, sino países de desarrollo intermedio: Venezuela, Colombia, Ecuador y Costa Rica. Países como Argentina y Uruguay han designado menos de 10 mujeres para posiciones ministeriales. Brasil y México solo han designado 13 y 10 mujeres ministras respectivamente.

También se observa que los países mayores de la región además de haber designado menos ministras, lo han hecho tardíamente frente a la mayoría de los países andinos y algunos centroamericanos. Argentina, Brasil y México designaron su primera mujer ministra en la década de los 80, mientras que Panamá, Cuba, Chile, Colombia y Venezuela lo hicieron en la primera mitad de la década de los cincuenta, es decir casi 30 años antes.

Hoy hemos llegado a que en el caso de Chile se haya establecido una democracia paritaria en la designación de los cargos de Ministras, Vice-Ministras e intendentas, con un 50% de hombres y mujeres. Quiero comentarles a título de anécdota que en un cambio de intendentas efectuado hace pocos días el porcentaje de mujeres sobrepasa a los hombres. En todo caso quiero destacar que esta medida es tomada por una Presidenta mujer, Michelle Bachelet. Claramente hay ahí una evolución en la participación de la mujer no sólo en el ámbito parlamentario sino también en los órganos internos de los partidos políticos. Pero hay un cuello de botella muy importante para las mujeres, la participación de los partidos políticos. Si uno mira la base es amplia pero encontrar dirigentas mujeres es más difícil. En el caso de Chile me honro en ser la única mujer Presidenta de un partido político. Y no crean que fue una tarea fácil, fue muy compleja.

En Costa Rica se ha dado el caso de que los dos partidos más grandes el Partido Unidad Social Cristiana y el Partido Liberación Nacional estén presididos por mujeres en el mismo tiempo.

El caso de Perú es también emblemático, donde Lourdes Flores se impone como presidenta del Partido Popular Cristiano por el avance de popularidad en la ciudadanía, que luego la lleva a ser candidata presidencial en dos ocasiones.

En Argentina Elisa Carrió funda su propio partido denominado Afirmación para la República Igualitaria ARI. Junto con Carrió no podemos olvidar quien lidera el Frente para la Victoria, conglomerado oficialista del Presidente Kirchner quien tiene como líder en el Congreso a la senadora Cristina Fernández quien podría ser la próxima candidata a la Presidencia de la República.

La verdad es que el aumento en estos años ha sido notable especialmente en los parlamentos nacionales, siendo Argentina y Costa Rica quienes más han crecido, que junto con Guyana, superan el 30% de miembros del congreso. Mientras que Brasil, Paraguay, Guatemala y El Salvador los que menos han crecido y siguen estancados en menos del 10%.

En un análisis de los datos de participación política de la CEPAL entregados el año 2004, nos dice que el promedio es de 14% en los parlamentos de AL y el Caribe y sólo sube en el 2006 con Estados Unidos y Canadá a un 21%, algo que está por debajo de lo visto como óptimo por Naciones Unidas, a pesar que siguen siendo el 50% de la población total del continente.

Por otra parte, un tema que muestran los estudios y que se debe tomar en cuenta es el nivel de abstencionismo de las mujeres en algunos países. El mayor abstencionismo es sin duda una barrera para el reconocimiento de las mujeres, sin embargo, en otros países donde la participación de la mujer en los procesos electorales es mayor sin duda existe mayor posibilidad de reconocimiento. Quiero decir y perdónenme que cite el caso de mi país. En todas las elecciones desde que recuperamos la democracia el nivel de participación es mayor y existe menos abstencionismo en mujeres que en varones.
Finalmente creo importante destacar cuales son los temas prioritarios que las mujeres en el parlamento asumen con mayor relevancia.
Para las mujeres parlamentarias los temas relativos a familia, infancia y tercera edad pasan a ser en un 85% de ellas los más prioritarios de la agenda pública.

Otro caso que ejemplifica muy bien esto es el de Chile cuando se legisló sobre el acceso gratuito a jardines infantiles antes de la dictadura: Fue necesario tener un importante número de mujeres en cargos de poder para que se aprobara dicha legislación. Hoy este tipo de proyectos son aprobados por unanimidad, pero el debate sólo fue posible gracias a la participación de la mujer. Para la mujer los jardines infantiles y salas cunas son vitales para incorporarse al mundo del trabajo, desarrollarse o participar en política. No es que existiese mala disposición sino que el tema nunca fue prioritario para los hombres.

Esto da cuenta de la importancia de la participación de la mujer en política

Nuestra Presidenta en Chile, Michelle Bachelet, tomó como primera medida de su gobierno la creación de nuevas salas cunas y jardines infantiles para que todos los niños tengan la posibilidad de acceder a la educación preescolar. No sólo para la incorporación de la mujer en el mercado del trabajo sino porque también desde el punto de vista de la igualdad de oportunidades todos los estudios reflejan que los niños desarrollan sus habilidades de destreza del lenguaje y desarrollo matemático entre los 0 y 4 años. Por lo tanto no es indiferente que un niño o niña entre a primero básico a los seis años habiendo pasado por el jardín. Esta es una medida que no sólo se asume por el trabajo sino por los efectos.

Para concluir, quiero decirles:

Es el momento de construir una democracia más perfecta, donde los valores universales que la sustentan sean reales, donde la amistad cívica y el diálogo sea el eje del debate político, donde las élites políticas y económicas del continente entiendan que necesitamos una participación responsable en el debate y en las acciones.

Cuando repasaba estas reflexiones que quería compartir con ustedes no pude sino pensar en el momento personal que vivo y como de alguna manera algo que nos marca a las mujeres es la maternidad. Como saben, soy senadora, presidenta de partido. Antes de viajar hubo elecciones territoriales a lo largo del país en mi colectividad. Pero el nacimiento de mi nieto cambio mis prioridades, y me obligó a trasladarme a Washington a fin de estar con mi hija en ese momento tan importante. Como sabía que esto pasaría, nos coordinamos perfectamente con los otros integrantes de la mesa directiva de la Democracia Cristiana para poder ausentarme. Así como también organizamos el trabajo con la misma posibilidad para los papás. Durante mi período dos integrantes de la directiva han sido padres. A ellos se les ha permitido estar con sus familias para al igual que yo compartir la paternidad con las responsabilidades políticas. En los distintos cargos que me he desempeñado siempre les he preguntado a mis colegas si han ido a buscar a sus hijos al colegio, si no lo han hecho los he estimulado a que lo hagan. Luego todos me han relatado que la experiencia fue maravillosa para ambos. Por ende, termino diciendo que de verdad, de verdad, vamos a conseguir un aumento de la participación de mujeres en el ámbito público cuando seamos capaces de compartir lo público y lo privado. No dejo pasar una declaración de la Iglesia Católica realizada en Puebla en los 60. En ella señalaron que la correcta comprensión de los problemas exige la mirada de hombres y mujeres. Yo creo que tendremos mejores democracias en nuestros países si somos capaces de compatibilizar aquello que no es más preciado, lo propio, la familia, con las responsabilidades públicas y políticas. Si así lo hacemos nos acercaremos mucho más a una democracia para los ciudadanos.


MUCHAS GRACIAS

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(i) Woman Leaders Guide.

(1) THOMPSON, John. “Political Scandal: Power and Visibility in the Media Age”. Polity Press. Cambridge. 2000. En español “El Escándolo Político” 2000.

(2) John Naisbitt y Patricia Aburdene. “Megatendencias 2000, Editorial Norma, Madrid – España 2000