Discursos

EMBAJADOR ROBERTO ÁLVAREZ GIL,
DISCURSO DEL REPRESENTANTE PERMANENTE DE LA REPÚBLICA DOMINICANA Y PRESIDENTE DEL CONSEJO PERMANENTE EN LA SESIÓN PROTOCOLAR PARA CONMEMORAR EL NATALICIO DEL LIBERTADOR SIMÓN BOLÍVAR

22 de julio de 2005 - Washington, DC


Señor Secretario General, doctor José Miguel Insulza, señor Secretario General Adjunto, Embajador Albert Ramdin, excelentísimos señoras y señores Embajadores Representantes Permanentes y Observadores Permanentes, señoras y señores:

Deseo, en nombre de todos los miembros del Consejo Permanente, rendir nuestro sentido homenaje al Libertador de seis naciones y paladín de la libertad en el Continente.

Los pensamientos e ideas constructivas del Luchador Simón Bolívar, se mantienen vigentes entre nosotros. La grandeza de su figura, sus hazañas militares, la dimensión de gran estadista y su visión emancipadora, siempre unificadoras, siguen vivas, y por ello, este legado de libertad y nobleza continúa forjando el futuro de esta nuestra América.

Los sueños políticos del Libertador Simón Bolívar de lograr un Continente con estabilidad democrática en un ámbito de igualdad y de libertad, integración latinoamericana y de solidaridad continental no fue posible en su época. Sin embargo, el proyecto de unidad continental americana sigue hoy tan vigente como ayer, porque las grandes ideas prevalecen a través del tiempo. En nuestra Organización, nuestra agenda de trabajo está inspirada en el pensamiento de Bolívar.

El comprender en profundidad que en la unidad continental está nuestra fuerza, es un reto que nuestra generación enfrenta. Tenemos que reconocer que nos hemos quedado rezagados y empantanados por minúsculos y miopes intereses. Somos una región rica en una multiplicidad de recursos, pero continuamos ignorando el más valioso de ellos: nuestros ciudadanos.

Democracia e integración conforman hoy nuestra vida social, política, económica, y cultural, pero millones de seres humanos que habitan en nuestro Continente reclaman a gritos un mejor porvenir, por el que luchó Bolívar y tantos otros ilustres próceres de nuestro Continente.

Durante los últimos cinco años, en América Latina se han realizado avances en el combate a la pobreza, en mejorar la equidad de género, en la educación, en incrementar el acceso al agua potable y en reducir la mortalidad infantil. Pero la región aún continúa rezagada en el cumplimiento de varias de las metas del Milenio, como la reducción de la pobreza extrema, la universalización de la educación primaria y la reversión del deterioro del medio ambiente. De acuerdo al documento de Naciones Unidas titulado “Objetivos de Desarrollo del Milenio: Una mirada desde América Latina y el Caribe”, publicado el pasado 10 de junio, la pobreza extrema sigue siendo inaceptablemente elevada: 222 millones de latinoamericanos y caribeños son pobres. De ellos 96 millones viven en la indigencia, lo que representa el 18,6% de la población total de la región.

Estas cifras se ven agravadas por la persistente desigualdad prevaleciente en la región, la más desigual del mundo, así como por nuestra incapacidad de mantener un crecimiento económico sostenido. Pese a la extraordinaria expansión económica mostrada en 2004, el crecimiento de la región se ha mantenido a la zaga de otras partes del mundo.

Si otras regiones han sido capaces de superar resentimientos históricos debidos a siglos de guerras intestinas, avanzando a través de dificultades dictadas por los intereses nacionales, por las diferencias culturales, étnicas, religiosas, y lingüísticas, nosotros en Latinoamérica y el Caribe deberíamos aspirar –por lo menos- al mismo potencial, ya que no tenemos esas difíciles diversidades que salvar.

Tal vez nuestra principal diferencia continental hoy día es la carencia de un dialogo genuino y profundo que nos permita enfrentar y resolver directamente las contrastes que marcan la realidad Americana. El destino quiso ubicar a las naciones latinoamericanas y caribeñas en el mismo continente con Estados Unidos. Colocó a Bolívar y a Jefferson en tierras americanas. Esta realidad nos ha presentado difíciles desafíos históricos, pero también nos ha ofrecido múltiples oportunidades. En Latinoamérica y el Caribe tenemos que aceptar los genuinos retos de seguridad universal y regional que enfrenta Estados Unidos, así como a la vez asumir nuestro deber de colaborar estrechamente por la seguridad de nuestro Continente. Pero Estados Unidos también debe atender los justos reclamos de justicia y respeto que provienen de nuestros países.

Otro excelso soñador de nuestras tierras, Pablo Neruda, nos habla de “una enseñanza que el poeta debe aprender de los demás hombres”. Sostiene Neruda que “no hay soledad inexpugnable. Todos los caminos llevan al mismo punto: a la comunicación de lo que somos. Y es preciso atravesar la soledad y la aspereza, la incomunicación y el silencio para llegar al recinto mágico en que podemos danzar torpemente o cantar con melancolía; mas en esa danza o en esa canción están consumados los más antiguos ritos de la conciencia: de la conciencia de ser hombres y de creer en un destino común”.

¿Estaremos nosotros a la altura, me pregunto yo, tendremos nosotros la ardiente paciencia, me pregunto yo, para hacer las transformaciones necesarias en nuestras sociedades y entrar todos hermanados en ese posible espléndido amanecer?

Bolívar llevó ese estandarte en alto toda su vida. El camino esta señalado, desbrozarlo es nuestro reto.

Muchas gracias.