Discursos

CÉSAR GAVIRIA TRUJILLO, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
AL ASUMIR LA SECRETARIA GENERAL DE LA ORGANIZACION DE ESTADOS AMERICANOS

15 de septiembre de 1994 - Washington, DC


“Mucho se ha avanzado en las Américas para acercar el hemisferio a los ideales que recoge la Carta de la Organización. La democracia, que era la excepción, se ha convertido en la regla; el estatismo y las murallas comerciales se han derrumbado para darle paso a la iniciativa privada, a la reforma económica y del Estado, a la integración y a la apertura; quienes antes atizaban los conflictos ahora quieren enmendar los errores y poner la dignidad humana por encima de cualquier consideración política o ideológica; se han clausurado décadas de beligerancia y rivalidades entre países hermanos;
la paz interna se ha hecho posible en muchas naciones mediante el diálogo y la negociación, y renace la convicción de que ahora sí ha llegado la hora de las Américas.”


Quiero agradecer las palabras del Presidente del Consejo Permanente, el Embajador César Alvarez Guadamuz. Su generosidad se suma a las cualidades que ha demostrado al frente del Consejo Permanente, en representación de Guatemala, su país. Deseo, apreciado amigo, relievar el contenido simbólico que representa el que el nuevo Secretario General de la OEA asuma sus responsabilidades el mismo día en que se conmemora la independencia centroamericana. Por su conducto, quiero extender mi cálido mensaje de felicitación a todos los centroamericanos.

Obliga también mi gratitud, el discurso del Secretario General Adjunto, el Embajador Christopher Thomas, sin duda uno de los más importantes representantes del Caribe. A usted, apreciado Embajador Thomas, le expreso mi gratitud por haber dirigido a la Organización de Estados Americanos durante esta transición con lealtad, inteligencia y visión.


Debo decir que me llena de satisfacción asumir la Secretaría General de la OEA en presencia de tantos amigos y personalidades, entre las que quiero mencionar la del Primer Ministro James Mitchell, de San Vicente y las Granadinas , así como una que por razones obvias tiene para mí especial significado: la del Señor Presidente de Colombia, el Doctor Ernesto Samper Pizano.

Durante mis años como Presidente de mi país, fui testigo de la capacidad que tienen los pueblos para hacerle frente a las adversidades y de su espíritu de cambio y transformación dentro de las vías de la democracia. Ahora ustedes, mis compatriotas del hemisferio americano, me han honrado con una de las más altas responsabilidades de las Américas. No fui entonces elegido para administrar la rutina. Sé bien que no he sido llamado ahora, tampoco, para administrar rutina alguna.

Los países miembros y Ustedes como sus representantes, Señores Embajadores, tendrán en el Secretario General, el más firme aliado de las aspiraciones colectivas; el más devoto luchador por la libertad, la democracia, la paz, la prosperidad, la integración y el bienestar de todos los compatriotas de América. La empresa de construir una renovada arquitectura interamericana, sueño al que dedicara muchos años Alberto Lleras Camargo, es un empeño colectivo de la Organización y los países miembros. Por fortuna estamos haciendo posible lo que percibo como un verdadero encuentro entre los que han sido los principios tutelares de la OEA desde su propio origen, me refiero, entre otros, a la igualdad jurídica de los Estados, la solución pacífica de los conflictos, y la no intervención en los asuntos internos , con las realidades que emanan de ese nuevo Orden Mundial que, no sin tropiezos, comenzamos a bosquejar. Hablo, por ejemplo, de la interdependencia como una realidad incuestionable; de la construcción y consolidación de la democracia y sus libertades individuales y colectivas, incluída, desde luego, la defensa y promoción de los derechos humanos; de la necesidad de la cooperación solidaria entre las naciones; y de la búsqueda del igualitarismo a través de instrumentos como el libre comercio.

Y ese encuentro al que me refiero es, por lo demás, oportuno. Las Américas, sustentadas en sus tradiciones, en las ventajas que se derivan de la unidad dentro de la diversidad proveniente de su riqueza pluriétnica y pluricultural, constituyen una región que es vista como la segunda más dinámica del mundo en materia de crecimiento, después de la del Asia Pacífico.


Es por ello que hoy quiero iniciar este diálogo compartiendo con Ustedes algunas ideas sobre aquellos temas que podrían conformar una nueva agenda para la OEA. Estas ideas no pretenden ser más que una contribución para animar la reflexión y para que Ustedes conozcan de manera transparente y franca lo que piensa quien habrá de ser su aliado más firme en la realización de los propósitos colectivos.

Mucho se ha avanzado en las Américas para acercar el hemisferio a los ideales que recoge la Carta de la Organización. La democracia, que era la excepción, se ha convertido en la regla; el estatismo y las murallas comerciales se han derrumbado para darle paso a la iniciativa privada, a la reforma económica y del Estado, a la integración y a la apertura; quienes antes atizaban los conflictos ahora quieren enmendar los errores y poner la dignidad humana por encima de cualquier consideración política o ideológica; se han clausurado décadas de beligerancia y rivalidades entre países hermanos; la paz interna se ha hecho posible en muchas naciones mediante el diálogo y la negociación, y renace la convicción de que ahora sí ha llegado la hora de las Américas.

La responsabilidad primordial de la OEA es sin duda su acción política en favor de la defensa, la promoción y el desarrollo de la democracia. Ella emana de la Carta y nos convierte en el único organismo multilateral que tiene en la defensa de la democracia su imperativo categórico. Hasta tiempos muy recientes, el compromiso con la democracia era más un asunto de doctrina y de simples palabras que de hechos. La defensa de los intereses nacionales y una vieja concepción de la seguridad hemisférica se interpusieron al eficaz cumplimiento de este mandato de la Organización. Con el fin de la Guerra Fría, el restablecimiento de regímenes elegidos popularmente en prácticamente todo el continente y la adopción de nuevos instrumentos como el Compromiso de Santiago, el Protocolo de Washington y la Declaración de Managua, han colocado a las Américas a la vanguardia en este frente.

Ya se tiene un legado valioso sobre el cual construir nuevas aproximaciones. El papel que desempeñara la Organización, bajo la acertada conducción del Secretario General Joao Baena Soares, en Guatemala, en Nicaragua, en Perú, en Surinam, solo para citar algunos ejemplos, demuestra el inmenso potencial y las posibilidades de iniciativa que existen para actuar colectivamente en defensa de las libertades fundamentales y en la resolución de aquellas crisis que amenacen la prevalencia de la voluntad popular. Pero la acción de la OEA en este frente puede ser más vigorosa, de más largo aliento y más profunda.


No debe haber duda en el sentido de que el gran tema de la agenda interamericana de fin de siglo es el fortalecimiento del Estado democrático en el hemisferio. Por ello, la Organización debe jugar un papel cada vez más amplio y ambicioso, en tres dimensiones, relacionadas con su responsabilidad de defender la democracia:

Primero, la OEA debe desempeñar un papel directo en el manejo de las crisis que atenten contra la democracia en el Hemisferio.

Aquellas crisis que arrasan con las instituciones y los principios democráticos son quizás el reto más complejo para la Organización. En un contexto de crisis encontrar un balance apropiado entre la defensa del principio de la no intervención y la obligación constitutiva y moral de proteger la democracia, nunca ha sido fácil. Es paradójico que a veces el celo excesivo por garantizar el principio de la no intervención agote la agilidad y la firmeza que requieren las acciones políticas y diplomáticas para ser efectivas. Sin proponérnoslo, en ocasiones, permitimos que la inacción consolide las fuerzas no democráticas invitando así a que otros, y en otros escenarios, asuman la solución inconsulta de problemas que son esencialmente americanos.

Estos temores de muchos países tienen su origen en el afán de no legitimar intervenciones unilaterales, que atiendan a los intereses de una sola nación, o en no crear precedentes que den lugar a intervenciones que vayan más allá de la estricta defensa de la democracia en otras áreas de creciente preocupación internacional. La OEA se ha usado más en el pasado para contener el unilateralismo, que para generar acción colectiva; más para contrabalancear los grandes poderes, que para resolver los problemas del hemisferio. Pero ha llegado la hora de generar la confianza y la cooperación que nos permitan buscar verdaderos consensos para la acción.


Pero sin duda hay coyunturas que por su magnitud y sus consecuencias, por las limitaciones de la propia Carta de la Organización, o por la dificultad de encontrar consensos que conduzcan a la acción, desbordan las capacidades de solución regional y es necesario trasladarse al terreno de lo universal. Mi sentir es que incluso en esas situaciones excepcionales, la OEA tiene una indeclinable misión tutelar que cumplir. Por ello, cabría combinar la capacidad de mediación y de desplegar los esfuerzos políticos y diplomáticos que le concede la Carta, con la conveniencia de crear mecanismos de coordinación más efectivos con las Naciones Unidas.

Segundo, de la OEA se espera que cuente con los instrumentos permanentes necesarios para anticipar y desmantelar las tensiones que puedan desencadenar procesos que culminen en una ruptura democrática, mediante la asesoría, la mediación, la conciliación o los buenos oficios.

Sabemos que las amenazas contra la democracia no se gestan en el anonimato o de la noche a la mañana. El análisis de las situaciones que han afectado la estabilidad de algunas de las democracias en el hemisferio sugiere que las tensiones y conflictos que afectaron a las instituciones se fueron larvando durante meses o incluso años. Mucho sufrimiento se pudo haber evitado anticipando esas fuerzas destructivas y actuando política y diplomáticamente.

Nuestra Organización podría, de manera más permanente, poner a disposición su capacidad política para ejercer o promover una función mediadora, reconciliadora, verificadora y de seguimiento, de manera que, por solicitud de los países, los conflictos que no puedan ser superados en el marco de las estructuras nacionales, encuentren una salida legítima que evite la ruptura institucional.

Y, finalmente, a la OEA se le ha asignado la misión de fortalecer la democracia mediante el apoyo al desarrollo institucional y el buen gobierno, a la transparencia electoral y al afianzamiento de una cultura democrática.

Las democracias vigorosas son aquellas que no solo cuentan con mecanismos electorales transparentes sino que además tienen, entre otros, sistemas judiciales fuertes, instrumentos de participación ciudadana eficientes, un grado razonable de descentralización, una rama legislativa moderna y dinámica, una gestión pública transparente, y una preocupación permanente por darle a la gente lo que la gente, sin distingos de raza, credo o posición demanda.

Quisiera, para efectos de reflexión, sugerir algunas ideas sobre temas que podrían llegar a ser parte de nuestra agenda hemisférica para el desarrollo de la democracia en el mediano y largo plazo.


En primer lugar, creo que el BID y la OEA, como organismos centrales del sistema interamericano , deberíamos trabajar de la mano para combinar nuestras respectivas ventajas comparativas y ofrecer una acertada mezcla de conocimientos técnicos y recursos económicos y políticos, para apoyar los procesos de transformación, modernización y reforma del Estado en los países que así lo deseen.

Es fundamental que el sistema interamericano dedique importantes esfuerzos para apoyar la modernización del derecho y de la cultura jurídica, al igual que a la reforma estructural del sistema judicial, tal como lo ha venido haciendo, de un tiempo para acá, el BID. Es también importante avanzar en la adecuación del sistema jurídico a las necesidades del desarrollo económico, para que no sea fuente de ineficiencias y trabas, pero debemos ir más allá, de manera que los ciudadanos tengan confianza en la justicia, para que pueda de verdad dirimir los conflictos de la vida cotidiana, para que pueda neutralizar a la delincuencia y ofrecer mayor seguridad ciudadana.

Pero además, la democracia requiere de la participación ciudadana activa. El desarrollo de formas alternativas de expresión ciudadana y la apertura de canales de democracia participativa sin duda contribuirían a hacer más amplios y más sensibles a los sistemas políticos del hemisferio. La clave de la estabilidad democrática en el largo plazo no solo se encuentra en la vinculación de los millones de marginados a la economía formal y a los beneficios del progreso, sino también en su incorporación a la cultura de la democracia y a los procesos de decisión política.

Paralelamente, debemos impulsar una gestión pública transparente. La corrupción y las faltas a la ética en la administración pública constituyen un fenómeno que desvirtúa la democracia, alimenta el escepticismo y promueve el desencanto de la gente con el sistema político. Este es un serio problema que está detrás de muchos de los procesos de deterioro de las instituciones democráticas a nivel nacional y local.


Y en materia electoral, si bien es preciso reconocer que la observación de la OEA en algunos procesos ha constituído una buena experiencia que le ha dado prestigio a la Institución, creo que ha llegado la hora de refinar y aún de profundizar el sistema con que operamos. Habría que ser más selectivos y, por sobre todo, más precisos en lo que hace a la definición de las circunstancias que rodean cada elección, así como en relación con la naturaleza del mandato y las responsabilidades de los observadores. Además, la OEA podría impulsar el fortalecimiento y la independencia de las organizaciones y sistemas electorales de las naciones del continente, y propiciar el intercambio de tecnología en este frente, que constituye un elemento vital en una democracia.

Cada uno de nuestros países tiene experiencias valiosas que aportar, así como cosas para aprender de los demás. La OEA podría no solo poner a disposición de sus miembros, como lo hace la ONU , una nómina amplia e interdisciplinaria de consultores de primera línea en aspectos tales como la Reforma del Estado o el Cambio Constitucional e Institucional, sino incluso avanzar hacia la creación, en asocio con otras instituciones del sistema interamericano, así como con las universidades y las organizaciones no gubernamentales, de un Centro de Estudios para la Democracia, que se dedicaría a hacer pedagogía, investigación y preparación técnica, multiplicando así el alcance de los recursos destinados a esta área.
La Unidad para la Promoción de la Democracia deberá entonces contar con todo nuestro apoyo, dada la gran complejidad de las tareas que deben desprenderse de la Nueva Agenda.

Otro tema fundamental y que está estrechamente relacionado con la defensa de la democracia es el de la protección y promoción de los derechos humanos. No hay instancias más prestigiosas y que le hayan dado más brillo a la labor de la OEA que sus instituciones de defensa de los Derechos Humanos. Tanto la Comisión como la Corte Interamericana deben tener, para el cabal desempeño de su delicada labor, nuestro apoyo irrestricto.

Para avanzar sobre lo alcanzado debemos trabajar para que la Comisión y la Corte tengan cada día mayor autonomía en el cumplimiento de sus funciones. La evaluación de la situación de derechos humanos en cada país, al igual que la consideración de los casos específicos, para que sea útil y constructiva, debe hacerse en un ambiente desprovisto de presiones o influencias políticas.


Sin duda, los recursos hoy disponibles para la Comisión y para la Corte son insuficientes. Debemos hacer un esfuerzo para proveer a estos organismos de los elementos que les permitan adentrarse, con criterios y personal propios, en la investigación de un mayor número de casos, recopilando todos los elementos probatorios existentes con vistas a una completa e independiente instrucción y solución de los mismos.

Pero la obligación de los organismos de derechos humanos del sistema va más allá de la crítica función de garantizar la justicia. El efecto demostrativo y aleccionador de sancionar los casos de violaciones de derechos humanos, tiene que complementarse con una vigorosa acción preventiva y de promoción, particularmente por parte de la Comisión Interamericana, orientada a crear una cultura social de respeto a los derechos fundamentales, a fortalecer las entidades nacionales encargadas de vigilar su protección, y a sugerir políticas o caminos de acción para los países que deseen mejorar el desempeño de sus instituciones en este campo.

Adicionalmente, constituiría una buena demostración de nuestra vocación colectiva por el respeto de los derechos humanos, el que todos los países miembros se hicieran parte de la Convención respectiva, y se aceptara de manera más generalizada la jurisdicción de la Corte Interamericana. Ello en lo que tiene que ver con el fortalecimiento de la democracia y la cultura del respeto a los derechos humanos.

Permítanme referirme ahora a dos temas adicionales, que deberían ocupar lugar preponderante en nuestra Agenda: el de la preservación del medio ambiente y el de la integración hemisférica.

En cuanto al medio ambiente, este constituye, sin duda, un asunto que también exigirá la acción colectiva, pues las preocupaciones ambientales desbordan el interés específico de cualquier nación. La OEA debe continuar reflexionando sobre temas prioritarios tales como los relacionados con la expansión del comercio mundial y la protección del ambiente; la incorporación a los temas económicos de un espacio amplio para los temas asociados a la preservación ambiental; la cooperación técnica para el desarrollo sustentable; y la educación para elevar la conciencia y el interés de nuestros pueblos y gobiernos sobre estos asuntos.


Parece ser éste un buen momento para avanzar hacia la consolidación en nuestro hemisferio de estándares internacionales en materia ambiental. El aprovechamiento, y la protección y preservación, entre otras riquezas, del mar Caribe, la selva húmeda, o la Antártica, así como de nuestra biodiversidad, deben ser realizados con criterios que verdaderamente garanticen el desarrollo sostenible. Es por ello que en las Américas, con la participación de las comunidades y de las ONG's , no solo deberíamos perseguir la adopción de políticas comunes y de marcos regulatorios modernos en materia ambiental, sino quisiéramos ver a los países industrializados cumplir con los compromisos que adquirieron en la Cumbre de la Tierra celebrada en Río de Janeiro.

De otro lado, durante los últimos años ha existido un avance sustancial en materia de comercio e inversión en la región, y especialmente en materia de integración, en un mundo que se empieza a organizar en bloques. Además de un conjunto sumamente amplio de acuerdos bilaterales, se han suscrito el TLC de América del Norte y el convenio del G3, y continuaron su consolidación el Mercosur, el Pacto Andino, el Caricom y el Mercado Común Centroamericano.

Los resultados han sido sorprendentes: las ventas externas de los países del Mercosur y del Grupo Andino se triplicaron durante los últimos cuatro años, y el comercio intra regional en Centroamérica presenta hoy nuevamente la misma dinámica que tuvo durante la segunda parte de la década de los setentas. El Pacto Andino y el Mercosur se han convertido en los principales mercados externos para los países que conforman dichos bloques.

Es preciso reconocer, no obstante, que el objetivo último debe ser la creación de una zona de libre comercio para los países de la región, y para ello existen estrategias complementarias, las cuales, dicho sea de paso, aparecen esbozadas en un reciente estudio conjunto de la CEPAL, el BID y la OEA.

Se ha planteado, por una parte, la profundización de los acuerdos bilaterales existentes, tendiente a que éstos sean enteramente compatibles con las prácticas aceptadas a nivel internacional, a que incluyan una proporción sustancial del comercio recíproco, y a que contengan cláusulas de adhesión abiertas y sencillas.

No obstante, la estrategia bilateral tiene limitaciones importantes: promueve la discriminación hacia terceros y la desviación de comercio, y desincentiva la inversión en la medida en que crea incertidumbre. Por su parte, la proliferación de acuerdos bilaterales puede provocar conflictos en la región, y conducir a la exclusión de países pequeños.


La estrategia multilateral es más compleja y lenta que la bilateral en sus primeras etapas, pero constituye un requisito indispensable en el camino hacia la creación de la zona de libre comercio en el hemisferio. Es por ello necesario trabajar simultánea y prioritariamente en una estrategia multilateral que contemple tanto la convergencia de los 23 acuerdos de integración que hoy existen en el hemisferio, como la incorporación de otros países en los acuerdos existentes, y la creación de un conjunto de normas tendientes a una mayor homogeneidad en la liberalización colectiva requerida en el futuro. Esta sería la primera vez en que la OEA cobra reconocida relevancia en asuntos económicos, después de la que tuvo durante la Alianza para el Progreso.

La OEA, a través de su Comisión Especial de Comercio CEC y en unión con otros organismos del sistema interamericano, podría trabajar en los frentes estadístico, de asistencia técnica y de asesoría legal en materia de solución a los diferentes conflictos que se puedan presentar en las negociaciones, o en temas varios de comercio y de inversión.

La OEA también deberá complementar la acción de las entidades multilaterales en la promoción de esquemas regulatorios transparentes y de un marco común de inversión que estimule la vinculación del sector privado en el desarrollo de las comunicaciones, el transporte y la energía en la región. Solo así lograremos la participación eficaz de capitales locales y extranjeros en el desarrollo de la infraestructura, liberando los recursos estatales necesarios para satisfacer las apremiantes necesidades de nuestras poblaciones en las áreas de justicia, salud y educación. De esta manera superaremos uno de los mayores escollos en el camino del establecimiento de sociedades verdaderamente democráticas.

Otro tema de importancia y del cual la Organización se ha ocupado en sucesivas ocasiones, tiene que ver con una nueva visión de la Seguridad en el hemisferio y con la No Proliferación. La Resolución de Santiago, la Declaración de Nassau, contentiva de algunas contribuciones regionales a la seguridad global , y más recientemente, las conclusiones emanadas de la Asamblea de Managua, constituyen aproximaciones válidas sobre las cuales la OEA tendrá que seguir reflexionando en los tiempos por venir.


La importancia que han cobrado temas como el desarme, el control de armamentos, y la transparencia en sus adquisiciones; la prevención de conflictos bélicos, la adopción de medidas que permitan ambientar la confianza entre los pueblos a través del intercambio de información técnica y militar, y la utilización de mecanismos para la solución pacífica de disputas; el permanente mejoramiento de las relaciones entre civiles y militares en los países miembros, son algunas expresiones del creciente interés de la OEA por desarrollar una agenda orgánica en materia de seguridad, que se suman a los tradicionales debates sobre el futuro de la Junta Interamericana de Defensa y sobre el alcance del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, TIAR.

De otro lado, las Américas no pueden menospreciar la amenaza que suponen el tráfico de narcóticos y las actividades narcoterroristas de las organizaciones criminales que se lucran de dicha industria. No bastan los esfuerzos heróicos de algunas sociedades por controlar la oferta, ni los programas de otras por disminuir el consumo. La comunidad internacional debe organizar una red de cooperación que permita atacar el ilícito negocio desde la siembra ilegal de la coca, la marihuana o la amapola, hasta su destino final en las manos de los adictos. Pero el control del lavado de dineros, del tráfico de precursores químicos, incluso del de armas, son también frentes en los que todos podemos y debemos hacer mucho más.

La OEA a través de la CICAD y en un logrado esfuerzo por agenciar recursos provenientes no solo de países miembros sino de terceros, ha enfocado su acción en áreas de particular importancia de esta lucha tales como aquellas no represivas, relacionadas con el fortalecimiento de la legislación antinarcóticos en los niveles local e internacional, la prevención del consumo, y el desarrollo de una conciencia colectiva sobre los peligros que entraña esta actividad. Pero desde luego esto no basta. Las naciones pueden y deben hacer mucho más para alcanzar el ideal de una juventud libre de drogas.

En toda esta búsqueda del fortalecimiento de la democracia, de un mundo libre de violencia y de pobreza, de drogas, donde se respeten los derechos humanos y en el que sea posible el desarrollo y la conservación de nuestros recursos naturales; al hacer de la integración nuestro norte, el hemisferio cuenta con una clave que sin duda hermana a nuestros pueblos. La presencia del Nobel Gabriel García Márquez y del gran escritor mexicano Carlos Fuentes en el día de hoy simboliza la fuerza de la cultura en la que sin duda debemos apoyarnos para hacerle frente a los retos de nuestro tiempo.


No quiero dejar pasar esta ocasión para mencionar algunos temas internos de la Organización, específicamente relacionados a su estructura, así como a la cooperación técnica, a los programas de ayuda educativa y a la selección del personal.

Si bien es cierto que la OEA ha cambiado y ha empezado a adecuarse a las necesidades de la época dejando atrás algunos de los vicios que la condenaban a la inmovilidad o a la inacción, no creo que deba pasar por alto la preocupación sobre la manera como lleva a cabo su cooperación técnica, y cómo, a veces, esta no tiene la relevancia o el impacto que podría tener. O cómo su programa de becas adolece de dispersión, de insuficiencia de recursos, de falta de claridad en los criterios que se utilizan para su otorgamiento. O, también, y por qué no decirlo, sobre la manera como selecciona el personal que debe llevar sobre sus hombros las responsabilidades de las distintas áreas.

En el momento histórico que vive la OEA, en la manera como ha asumido en los últimos años su destino, hay una oportunidad que no podemos desaprovechar. Para empezar, deberíamos llevar a cabo una evaluación externa sobre la cooperación técnica, el programa de becas y los sistemas de selección y evaluación de personal.

La cooperación técnica es de enorme importancia para algunos países miembros, y sin duda para los más pequeños resulta a veces indispensable. No obstante, es común escuchar la crítica, acertada a mi juicio, que subraya la imposibilidad de llegar con recursos tan escasos a todos los países en todas las materias. Lo cual nos debe llevar a diseñar programas de cooperación que se concentren en las áreas prioritarias de acción y a redirigirlos hacia aquellos países que más la necesitan. Los países más grandes, aquellos donde la cooperación técnica es prácticamente exigua, recibirían de la OEA los beneficios derivados de su acción política.

Y también es preciso que, al tiempo, la Organización estimule la cooperación horizontal entre sus miembros. Este tipo de cooperación constituye no solo una expresión de solidaridad, sino quizás el mejor reconocimiento de la interdependencia entre nuestros pueblos.


El reto que todos nosotros tenemos por delante es enorme. Y habrá que empezar por crearle a la Organización conciencia de que hace parte de un sistema de entidades con las cuales puede estrechar sus vínculos y trabajar unida, evitando las duplicidades, la dispersión, y aprovechando así las complementariedades que emanan de la acción conjunta. También, la OEA deberá desarrollar una capacidad mayor para agenciar recursos adicionales provenientes no solo de sus miembros sino de otras naciones u organizaciones. Desde luego, para ello es preciso despertar confianza y respeto en la comunidad internacional.

Y en el futuro cercano deberíamos evaluar el trabajo de las oficinas nacionales. Las nuevas preocupaciones del hemisferio, la concentración de nuestros recursos de cooperación con especial empeño hacia los países más pobres, y la necesidad de arbitrar recursos internos para nuevos programas, son aspectos que hay que tener en cuenta al analizar el sostenimiento de sedes, algunas de las cuales, acáso, podrían desaparecer.

Debemos avanzar hacia convertirnos en un modelo de profesionalismo y de gestión eficiente, modelo que cualquier estado miembro debería querer adoptar. Debemos buscar a los más brillantes y a los mejores de la región para que aumenten la experiencia y capacidad del personal de esta organización. La OEA debe ser un escenario para que las nuevas generaciones de profesionales del hemisferio pongan a disposición su voluntad de servicio, su visión esperanzada del futuro. Son ellos los que lograrán la diferencia.

Señor Presidente del Consejo Permanente, señoras y señores:

La iniciativa del Presidente de los Estados Unidos de convocar a los mandatarios de América para diseñar conjuntamente el futuro del hemisferio y definir los propósitos comunes, es una oportunidad histórica que no podemos dejar pasar. Aún cuando existen naturales diferencias sobre los asuntos hemisféricos y complejos temas de coyuntura que son inescapables, sería conveniente hacer un esfuerzo para centrar la agenda temática y las discusiones de la Cumbre de las Américas en el sustantivo abanico de temas que nos unen y no en aquellas circunstancias que nos separan.


A la herencia de desconfianza que dejaron los errores del pasado, donde las acciones unilaterales y de fuerza sembraron el recelo y la prevención, puede ponérsele fin si hacemos de la Cumbre de las Américas el escenario para desarrollar una verdadera agenda común, que personalmente anticipo muy parecida a la que les he esbozado hoy, pues percibo que estos son los temas esenciales del hemisferio.

La confianza y la esperanza de los pueblos de América no resistirían la afrenta de un episodio más de retórica vacía y de compromisos incumplidos. Por ello, la OEA está dispuesta a asumir las responsabilidades que se le asignen en dicha Cumbre, pues para hacer realidad las promesas no basta con definir mecanismos etéreos de seguimiento o de evaluación. Las iniciativas deben tener instituciones responsables que asuman la tarea de hacerlas realidad.

No quiero terminar estas palabras sin referirme a dos temas que preocupan a todos los que queremos vivir en un hemisferio democrático, libre de tensiones y en paz. Me refiero a la situación en Cuba y en Haití. Ambos países pertenecen a las Américas y a esta Organización, y por lo tanto no podemos ser ajenos a su suerte. Tampoco, podemos entregarle el monopolio exclusivo de la opinión sobre estos temas a quienes aducen consideraciones de política interna. Debemos preservar una voluntad interamericana para analizar esas realidades y contribuir con soluciones.

Me atrevo a decir, con la autoridad de quien ha trajinado estos temas desde una perspectiva nacional, que en el fondo existe un consenso bastante generalizado de hacia donde es posible marchar para garantizar la plena reincorporación de Cuba a la comunidad interamericana de naciones.

A nadie le cabe duda de que Cuba debe introducir reformas profundas en lo económico y en lo político, en consonancia con la voluntad popular , hacia la instauración de un régimen pluralista y de libertades públicas. Avanzar estimulando el cambio, así sea de manera gradual, aclimatando los consensos, reconociendo los aciertos, adoptando medidas de confianza, estimulando los intercambios, desarmando los espíritus, serían contribuciones que sin duda facilitarán el que se llegue a dichas transformaciones y, en consecuencia, a la reinserción de Cuba más pronto que tarde.
Y para alentar esas tendencias constructivas no se puede aislar a Cuba. Hay que abrir las puertas para que se ventilen las ideas, para que fluya la información, para que se debata el futuro en un ambiente desapasionado.


Alimenta un optimismo moderado observar que los Estados Unidos y Cuba hayan logrado resolver el espinoso asunto de las migraciones de manera racional, a través de la negociación bilateral. Es un precedente que demuestra el inmenso potencial que encierra el diálogo como instrumento para superar las serias diferencias que aun persisten.

Amigos todos:

El Presidente Aristide volverá a Haití.

Ese es el deseo del pueblo que lo eligió y esa la voluntad inequívoca de la comunidad internacional, reflejada fielmente en las decisiones de la OEA y las resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, de cuyo contenido algunos países del continente tienen objeciones, pero que están en plena ejecución.

Antes, durante y después de su regreso, la OEA asumirá su responsabilidad frente al pueblo haitiano. El trabajo de la Misión Civil conjunta ONU OEA, así como los esfuerzos del Embajador Dante Caputo, merecen nuestro pleno respaldo. Pero en el proceso de reconstrucción de la democracia haitiana que se avecina, el papel de la OEA como el organismo político por excelencia del sistema interamericano, será crucial.
Debemos promover un proceso de plena reconciliación en Haití, amparado bajo los principios del Acuerdo de Isla de Gobernadores. En éste, todos los sectores de la sociedad haitiana se sabrán dueños de la institucionalidad democrática que es necesario reconstruir y fortalecer día a día. La OEA permanecerá en todo momento disponible para liderar y contribuir a su puesta en marcha, pues si existe algún lugar donde es cierto que la democracia no es posible sin transformaciones sociales y económicas, es en Haití.

El rescate de la voluntad popular y la recuperación de las libertades públicas no tendría sentido si llega acompañada por la miseria de siempre. Tenemos la esperanza en que quienes hoy se rasgan las vestiduras clamando por la restauración de la democracia haitiana, no le den la espalda al pueblo más pobre de América cuando su tragedia desparezca de las pantallas de la televisión y de los titulares de primera página.

La OEA debe proponerse hacer justicia, esta vez sí, para con quienes la historia ha castigado con tan inmerecida indiferencia.


Señor Presidentre, Señores Embajadores, amigos todos:

Pocos años después de que el primer europeo pisara estas tierras americanas, otros, los que escucharon que había oro suficiente en este continente para borrar sus pasados de ignominia, iniciaron una de las expediciones más terribles que ha realizado el hombre hacia el mundo de los sueños. Unos buscaron El Dorado. Jamás encontraron algo semejante. Sólo cordillera, ríos, calor y frío, comunidades dispersas que tenían ya su astronomía, su medicina, su agricultura, su sistema de Gobierno, su destino. Otros buscaron las Siete Ciudades de Oro. El último de ellos no contó con la suerte de Colón y encontró la muerte a manos de sus compañeros. Hubo también quienes, temiendo más a la muerte que a la miseria, se dejaron llevar por la ilusión de una Fuente cuyas aguas transparentes garantizarían inmortalidad a quien las bebiese.

Ni uno sólo de ellos supo jamás que la inmortalidad y la fortuna estaban al alcance de la mano, que nacían en el encuentro del cual ellos fueron también protagonistas. No vieron que el oro y el tiempo, la riqueza y la inmortalidad eran un espejismo, un símbolo de algo que sólo es ajeno para quien no entiende suficiente. Me refiero a la vida en una tierra que permite la libertad, el trabajo digno, el crecimiento espiritual, el progreso, la crianza de los hijos, el descanso hacia el final del camino. Era allí donde estaba lo que señalaban los antiguos habitantes de estas tierras. Hablaban por metáforas de un hemisferio unido al que se atraviesa de un lado a otro sin sentirse extraño en ninguna parte y donde las distintas culturas se enriquecen mutuamente para la prosperidad y el bienestar de todos.

Es ese sueño, el sueño de hombres como Bolívar, San Martín, Morazán, Hidalgo, Juárez, Martí, Garvey y Washington, el que nos une hoy en esta fecha. Es ese sueño, por fin comprendido después de tanto tiempo de aislamiento, el que guiará siempre nuestros pasos.