Discursos

CÉSAR GAVIRIA TRUJILLO, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
INSTALACIÓN DE LA COMISIÓN COLOMBIANA PARA LA CELEBRACIÓN DEL CINCUENTENARIO DE LA OEA

5 de febrero de 1997 - Bogotá, Colombia


Cuentan, quienes estaban allí presentes, que la escena que tuvo lugar durante aquella fría noche de abril en la Quinta del Libertador Simón Bolívar, era nada menos que impactante. Bajo la tenue luz de grandes velones que iluminaron el acontecimiento, los jefes de las delegaciones destacadas a la Novena Conferencia Panamericana que había reunido pocos días antes en la capital de Colombia a lo más granado de la diplomacia continental, firmaban la carta de una Organización que nacía en circunstancias particularmente tumultuosas.
Y cómo olvidarlo. Mientras la banda presidencial tocaba los himnos de las naciones del hemisferio, desde las faldas del cerro Monserrate era posible ver los restos calcinados de la vieja Santa Fe que, sin saberlo, había dejado de ser la de siempre, al cabo de varias jornadas de dolor, violencia y muerte. Esos días quedaron para siempre grabados en la memoria de una generación y de un país que quizás por siempre identificará ese abril de 1948 más con la pérdida imborrable de Jorge Eliécer Gaitán, que con el comienzo de una oportunidad de cooperación para los pueblos de América.
Semejante contraste fue resaltado en su momento por la prensa de la época y lo traigo a colación porque en él está implícito el recorrido de luz y sombra que han experimentado los nobles ideales que animan al sistema interamericano. Ese largo trayecto, que comenzó incluso desde la celebración del Congreso Anfictiónico de Panamá en 1826 inspirado en el sueño de Bolívar, sigue hoy todavía, parafraseando al poeta, haciendo camino al andar. Los propósitos nobles de siempre están ahí: las aspiraciones de convivencia, la defensa del respeto mutuo, la exaltación de los derechos, el acatamiento de la ley, y tantos más. Sin embargo, el tamiz de la historia se ha encargado de demostrar cómo es de difícil convertir en realidad los más altos ideales. Nuestro continente americano sigue siendo hoy la tierra donde todo es posible, pero en la cual tanto queda todavía por hacer.
Tal vez por ello, la celebración del Cincuentenario de la OEA que tendrá lugar en algo más de un año, reviste un gran significado para el Hemisferio. Esto es así no solo por la necesidad obvia de que se analice y se evalúe el aporte que ha hecho la Organización en sus diversos propósitos y programas, sino porque el aniversario que se acerca es también una excelente oportunidad para mirar hacia el futuro y pensar en el continente.
Todo esto hace que para mi sea un motivo de inmensa satisfacción el hecho de que los actos ceremoniales para conmemorar el aniversario de la Organización a la cual presto mis servicios con orgullo de colombiano, tengan lugar en Colombia. Nuestro país, desde sus comienzos, ha jugado un papel activo en el desarrollo del sistema interamericano. Es más, como bien lo recordara hace pocos días el ex-presidente Alfonso López, la iniciativa de sustituir a la antigua Unión Panamericana fue propuesta por Colombia e impulsada en particular por la administración López Pumarejo. Para citar un ejemplo, la larga labor de preparación que culminó en la Conferencia Panamericana de Bogotá contó con la participación de algunos de nuestros ciudadanos más distinguidos a lo largo de varios años. En este selecto grupo, es imposible pasar por alto a Alberto Lleras Camargo, cuyas dotes de estadista, personalidad aguda e invencible pluma, iluminaron también a la OEA, entidad de la cual fue su primer Secretario General durante casi un lustro, cimentando una visión de América que le dió aire a la Organización por muchos años.
Ahora, cuando Bogotá se apresta de nuevo para que las naciones de las Américas ratifiquen principios que mantienen su plena vigencia, parece aconsejable también que sea nuestro país el que del primer paso para resaltar ese legado y hacer propuestas ambiciosas para el futuro. Por esa razón no puedo menos que celebrar, como Secretario General de la OEA y como colombiano, la feliz iniciativa del Presidente Ernesto Samper y la Canciller María Emma Mejía, de convocar a un grupo tan selecto de personalidades que asegura la participación sustantiva del país en los actos del cincuentenario.
Quiero entonces con su venia, señor Presidente, señora Canciller y señores comisionados, tomarme la libertad de transmitirles mis impresiones sobre el momento hemisférico en que ustedes comienzan su labor y el papel que juega la Organización en ese proceso.
En los últimos años, a quien le cabe duda, nuestro continente ha experimentado cambios profundos y trascendentales. América Latina y el Caribe han dado pasos importantes en el fortalecimiento de sus sistemas democráticos, en la intensificación de su integración económica y en su compromiso en la lucha contra la pobreza.
Sin duda alguna, el tema más significativo entre los que he mencionado es el del fortalecimiento de la democracia. La región, que hace escasos años parecía ser presa del autoritarismo, ve su futuro ahora a través del prisma de la voluntad popular. Los procesos electorales en el continente se han vuelto ya un tema rutinario que no solo cubre a la escogencia de las más altas autoridades, sino que también han sido usados en decenas de otras ocasiones para determinar las autoridades del poder legislativo y local. El voto, esa liturgia central de la democracia, se ha consagrado en la región como el instrumento político preferido para dirimir contiendas entre proyectos y concepciones alternativos de sociedad.
En ese campo nuestra Organización tiene un mandato claro y amplio que le ha permitido acompañar a los países del Hemisferio en la consolidación de sus respectivos sistemas. En aquellos casos donde la institucionalidad democrática se ha visto amenazada, la decidida acción de los pueblos ha encontrado el apoyo inmediato y activo de los Estados miembros de la OEA. Nuestros instrumentos políticos han resultado ser eficaces en la consecución de los fines para los cuales estos fueron creados. Hoy la Organización tiene herramientas claras para respaldar concretamente el compromiso democrático asumido por los Estados miembros.
En el área de la integración, los avances son igualmente impresionantes. Las iniciativas de origen comercial han ido conquistando importantes espacios. Hoy los acuerdos bilaterales y subregionales rigen un volumen creciente de intercambio de bienes y servicios en el Hemisferio. La ampliación de estos esfuerzos es un proceso que avanza decididamente y que tiene como meta la zona de Libre Comercio de las Américas para el año 2005.
La dinámica de la integración se ha desatado y ha ido poco a poco superando los marcos puramente comerciales. La frecuencia con que hoy se realizan reuniones regionales con la participación de las más altas autoridades de gobiernos, comenzando por las reuniones cumbres de Jefes de Estado y de Gobierno, son testimonio innegable que los líderes de las Américas tienen la voluntad política de establecer y profundizar los espacios de encuentro, diálogo y acuerdo. Dejadas atrás las diferencias ideológicas que rigieron buena parte de la historia reciente de nuestra región, hoy podemos mirar al siglo XXI en forma común, sin temores ni desconfianzas.
Otra área en la cual hemos visto en estos años avances importantes, aunque aún insuficientes, es en el tema de la lucha contra la pobreza. Creo que es justo afirmar que hoy los países han tomado clara conciencia de las implicaciones económicas, sociales y políticas que producen las situaciones de pobreza que se viven en la región. No obstante, los resultados que se han obtenido hasta ahora han resultado muy inferiores a las acuciantes necesidades de millones de habitantes de este continente que viven entre la miseria y la desesperanza.
La breve mención que he hecho de los temas de democracia, integración y pobreza, me sirve para resaltar como nuestro continente continúa registrando avances disonantes en sus diversas realidades. Frente a nuevos retos y posibilidades de progreso, subsisten viejos desafíos que no ha sido posible sortear con éxito.
Esa es la realidad en la cual la OEA debe actuar: donde coexisten sueños con frustraciones y pesadillas con esperanza, y que debemos enfrentar colectivamente. Con este fin es que hace algo más de dos años le propuse a los países miembros de la Organización un proceso de cambio profundo para adecuarla a las nuevas realidades del Hemisferio. De esta manera, en los últimos 29 meses la entidad ha vivido un profundo proceso de transformación que la ha colocado más en sintonía con los problemas reales y los desafíos que enfrentan sus Estados miembros.
Ese proceso de renovación de la agenda sustantiva de la OEA ha ido acompañado de un proceso no menos radical de renovación de la estructura de nuestra Organización, de sus principales tareas y de la forma en que proveeremos nuestra cooperación. La creación del Consejo Interamericano de Desarrollo Integral y la creación de diversas Unidades Especializadas han comenzado a transformar la manera en que la Organización responde a los mandatos de los Estados miembros. Este proceso de cambios no ha sido fácil ni rápido y faltan algunos ajustes. La magnitud del cambio necesariamente hacía de este ejercicio un proceso complejo y a ratos confuso y doloroso, pero hoy la OEA se encuentra mejor preparada para tomar un espacio protagónico en el diálogo interamericano. Lenta pero decididamente la Nueva Visión de la OEA ha dejado de ser una imagen incorpórea, una aspiración ideal y ha ido tomando forma en una Organización más dinámica y relevante.
Señor Presidente, señora Canciller, distinguidos asistentes:
Las circunstancias que he descrito intentan darles un rápido brochazo sobre el escenario dentro del cual la Organización se apresta a celebrar sus primeros 50 años de vida. Más que una oportunidad para felicitarnos por lo que se ha logrado, los países que componen la OEA han querido que la que se aproxima sea una ocasión para pensar en las Américas. Así lo ha expresado el Grupo de Trabajo que conformó el Consejo Permanente de la Organización y que ha contado con el invaluable liderazgo y dedicación del Embajador Carlos Holmes Trujillo García. En concreto, se está proponiendo un foro de pensadores que represente a los pueblos del norte y del sur, del Caribe y de los Andes, de las llanuras y las cordilleras. La reunión de las inteligencias más granadas del Hemisferio, será una excelente oportunidad para mirar el porvenir de todos quienes habitamos este nuevo mundo, más allá de las urgencias del día a día. Si esos propósitos se logran concretar, Colombia será el escenario de una celebración austera en forma, pero rica en contenido donde deberá haber toda una fiesta de ideas.
Sólo me resta terminar reiterando mi convicción en los principios que dieron origen al sistema interamericano. En la medida en que este continente prosigue su marcha democrática hacia la cooperación entre las diferentes naciones que lo conforman y se fortalece la solución negociada de las diferencias, el papel de organizaciones como la OEA cobra más y mayor vigencia. Pero para que esto sea así, se requiere del concurso y la cooperación de todos. Se requiere de mentes ilustradas y brillantes como las aquí congregadas, quienes con su trabajo y sus aportes le auguran a esta entidad un motivo permanente de celebración alrededor de la causa americana.