Discursos

CÉSAR GAVIRIA TRUJILLO, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
SESION INAUGURAL DEL VIGESIMO QUINTO PERIODO ORDINARIO DE SESIONES DE LA ASAMBLEA GENERAL

5 de junio de 1995 - Montrouis, Haiti


"No tengo duda de que en Haití se levantarán los cimientos de lo que será una profunda reforma de la OEA, cuyas principales directrices me permití presentar a consideración del Consejo Permanente en el documento de trabajo Una Nueva Visión de la OEA."

Hace apenas un año en Belén de Pará, cuando la Asamblea decidió que su próxima reunión se llevaría a cabo en Haití, no pocos imaginaron que se trataba de una quimera, de una mera declaración de buena voluntad, de un sueño imposible. El poder constatar que ese sueño es una realidad y que su pueblo, Señor Presidente Aristide, liderado por usted y por su coraje visionario, avanza ahora por el camino de la democracia y la reconciliación hacia horizontes de mayor justicia social y de bienestar, sólo nos puede enseñar una lección que, no por ser muy antigua, deja de ser definitiva para todo aquel que espera ser parte en la construcción de un mundo mejor. Hablo de la necesidad de la quimera. Hablo, por supuesto, de la urgencia de fijarse horizontes que parecen inalcanzables. Sólo ello hace posible el trabajo hacia un mejor destino para todos.

Apreciado Señor Presidente:

En nombre de todos los que nos acompañan hoy, le expreso nuestra gratitud por este cálido recibimiento por parte suya y del pueblo haitiano. Y le reitero una vez más el compromiso que asiste a la comunidad de naciones americanas y a la OEA en la construcción de un Haití próspero y pacífico. Hago votos porque no pase un sólo día en el que el trabajo colectivo del hemisferio no tenga entre sus metas el bienestar del pueblo haitiano.

Señores Ministros de Relaciones Exteriores, señores Embajadores, apreciados amigos:

Es esta la primera vez que me dirijo a la Asamblea General de la OEA desde que me posesionara como Secretario General en Septiembre pasado. Debo confesar que jamás imaginé que mi gratitud y mi sentido de la responsabilidad se verían otra vez comprometidos de tal modo como el día en que fui honrado por mis compatriotas para dirigir los destinos de mi país. Tal como lo hice entonces, he asumido el mandato que hoy me trae hasta Haití, y en esta cruzada por la integración y para la paz y el bienestar de nuestros pueblos verán ustedes comprometida toda mi energía, toda mi dedicación, todo mi trabajo, toda mi esperanza.

Hace ya varias décadas otro compatriota mío, Alberto Lleras Camargo, afirmaba que la OEA era el mejor ejemplo que había tenido la humanidad para convencerse de que también podía existir una democracia internacional, y decía que si bien el sujeto de la Carta son los Estados, el sujeto último de la unión deberían ser los hombres y las mujeres del hemisferio americano. Es decir, que el fin de la asociación internacional no debía ser sólo la solidaridad entre los Estados democráticos en sí misma, sino ésta como un instrumento para alcanzar la felicidad de los pueblos, como una herramienta para construir una democracia basada en la convivencia pacífica, en la tolerancia, en el respeto por las ideas ajenas, en el desarrollo, la igualdad y la justicia social.

Sin duda lo asistía toda la razón.

Esta Asamblea General es un buen momento para preguntarnos en un sentido más amplio, más general y conceptual, sobre el futuro de la OEA. Aquí en Haití, cuando estamos rodeados de manifestaciones concretas de cómo la voluntad común de los Estados es capaz de transformar la realidad, tenemos una oportunidad para indagar sobre el lugar que deberá ocupar el multilateralismo hemisférico en la transición hacia un nuevo orden internacional.

Sin duda esa reflexión puede sonar remota o académica, y no sería necesaria si ya existiera un consenso, pero la verdad es que muchos se acercan con sentimientos encontrados a este asunto definitivo. El evidente entusiasmo que existe sobre las inmensas posibilidades que ofrece la acción conjunta para contribuir al bienestar y a la paz, convive con un temor, una ansiedad quizás, sobre los riesgos que eventualmente podría acarrear el multilateralismo para la búsqueda soberana de los intereses nacionales. Para algunos parecería existir una dicotomía irreconciliable entre acción colectiva y soberanía. Quiero argumentar que esa es una falsa disyuntiva.

En el mundo contemporáneo muchos de los factores que determinan el bienestar de nuestros pueblos residen más allá de las fronteras nacionales. El intercambio comercial y los flujos financieros internacionales, la defensa del medio ambiente y el desarrollo sustentable, los valores democráticos y el respecto por la dignidad humana, las telecomunicaciones y los desplazamientos migratorios, la seguridad y la paz hemisféricas, por ejemplo, son todos objetivos y fenómenos que escapan a la esfera exclusiva de los asuntos internos. Incluso el "mal" se ha internacionalizado, como lo demuestra la transnacionalización del crimen organizado y del terrorismo.

Para construir el futuro ya no son suficientes los esfuerzos individuales. La acción colectiva se ha vuelto inevitable. La discusión no es si se va a requerir acción colectiva, sino más bien qué tipo de instrumentos y qué modalidades de multilateralismo vamos a utilizar. Pero no solo es por necesidad que el multilateralismo ha adquirído renovada vigencia. También es por oportunidad.

La convergencia de valores y de principios compartidos, al igual que la desaparición del enemigo estratégico que sirvió por décadas para justificar la confrontación, están reconstruyendo la confianza mutua. Y es a partir de allí que se crea la oportunidad de enriquecer la acción colectiva, de hacerla un instrumento equilibrado y eficaz para alcanzar propósitos comunes.

Como toda organización multilateral, la OEA no fue inmune a las consecuencias de un mundo dividido en bloques irreconciliables. La confrontación global, con sus repercusiones de dictadura, guerras civiles e intervencionismo en el hemisferio, paralizó la acción colectiva, minimizó las posibilidades de cooperación constructiva y debilitó la solidaridad.

Así, nuestra Organización fue paulatinamente cediendo terreno en la discusión y solución de los grandes problemas políticos a otros escenarios y a otras fuerzas, refugiándose en la rutina y en tratar de preservar su vigencia labrándose un nicho entre las entidades dedicadas a la cooperación técnica. Ahora, con los cambios que han transformado al mundo, la OEA tiene una nueva oportunidad.

La ampliación y diversificación de la agenda internacional sin duda ofrece un espectro nuevo de asuntos suceptibles de ser abordados mediante la acción conjunta, pero esos mismos temas tienen también la posibilidad de generar discrepancia y conflicto. El que el interés nacional de los Estados tenga una proyección externa aun más ineludible que en el pasado, nos obliga a encontrar mecanismos, instrumentos, entidades y parámetros jurídicos para tramitar las diferencias de manera ordenada, legítima y balanceada.

Sin un Sistema Interamericano capaz de cumplir con esa función, y que sea, a la vez, defensor de los principios de la no intervención, de la autodeterminación de los pueblos, del respeto a la soberanía y a la igualdad jurídica de los Estados, estaríamos abocados a la ley de la selva para administrar la creciente complejidad de los asuntos hemisféricos.

La gran paradoja de los tiempos que corren es que quienes por muchos años pensaron en el multilateralismo como un instrumento que era útil solo para legitimar las decisiones de los poderosos, se encuentran hoy enfrentados a la realidad de que esas mismas organizaciones pueden ejercer ahora un papel que garantice el equilibrio en las relaciones internacionales. Pero ello solo será posible depositando de nuevo la confianza en nuestras instituciones hemisféricas, y ante todo, entregándoles un mandato contundente para que se adapten a las nuevas exigencias de la época.

Por fortuna, y en desarrollo de este mismo espíritu, han sucedido acontecimientos trascendentes que moldean el futuro de la Organización. La reunión de Presidentes y Jefes de Gobierno en Miami el pasado mes de diciembre, convocada de manera oportuna por el Presidente Clinton, donde la OEA prestó no sólo su apoyo sino que tuvo un activo papel durante las reuniones que le antecedieron, consolidó el llamado por un sistema interamericano fortalecido y por una nueva agenda.

En su declaración final, los Mandatarios de las Américas subrayaron lo que constituye la esencia de la realidad de nuestro tiempo en el hemisferio. Hoy somos una región cuya unión reside en sus valores compartidos. Atrás ha quedado el lenguaje confrontacional que solía condenar al fracaso nuestras mejores intenciones. En su Declaración de Principios y el Plan de Acción reconocieron el trabajo de las pasadas Asambleas -de manera especial las de México, Santiago, Managua y Belén De Pará- sobre el papel que debe jugar la Organización en el futuro de nuestro hemisferio.

No tengo duda de que aquí en Haití se levantarán los cimientos de lo que será una profunda reforma de la OEA para avanzar hacia el fortalecimiento de nuestra acción en favor de la consolidación de la democracia, de la defensa del desarrollo sostenible, de la búsqueda de la paz y la confianza mutua, de la protección de los derechos humanos, y de un verdadero compromiso con la construcción de un hemisferio en el que la libre circulación de bienes, la lucha contra la pobreza extrema, servicios, información y conocimiento, garanticen la prosperidad y la justicia social de nuestros pueblos.

Permítanme señalar algunos de los derroteros que son motivo de la reflexión conjunta que da sentido a nuestro trabajo en la Organización de los Estados Americanos. Muchos de estos temas forman parte del documento de trabajo "Una Nueva Visión de la OEA" que me permití someter hace unas semanas a la consideración del Consejo Permanente y que, desde entonces, ha sido debatido en profundidad y evidentemente enriquecido gracias al trabajo de las cancillerías y las misiones de los países miembros.

Comienzo por lo que pensamos, podría ser la acción colectiva, en el seno de la OEA, para el fortalecimiento de nuestros sistemas democráticos. El final de la guerra fría y los profundos cambios que ha sufrido el hemisferio en los últimos tiempos han logrado que las expresiones de la Carta sobre la necesidad de una democracia hayan dejado de ser buenos propósitos para convertirse en realidades concretas. El Compromiso de Santiago de Chile dotó a la OEA de mecanismos para la defensa de la democracia, y estos demostraron su fuerza en distintos momentos de quebrantamiento del sistema constitucional. Y nos han servido para advertir que no estamos dispuestos a tolerar la dictadura en ningún país del hemisferio.

Ha llegado el momento de fortalecer nuestra acción pasando de la defensa a la promoción de la democracia. Y aunque ésta tiene diversas manifestaciones concretas en los distintos países de la región, se ha ido construyendo paulatinamente un consenso en torno a los objetivos para robustecer sus instituciones básicas y ampliar su ámbito.

Esto no implica que cada país no pueda seguir su propio itinerario. Se trata de una prioridad común hacia la cual cada Estado avanza al ritmo que corresponde a sus circunstancias, metas y posibilidades políticas. Sin embargo, no hay duda de que los Estados se encuentran trazando un rumbo compartido.

Para prestar los servicios que este compromiso genera y para apoyar a los Estados en lo que hace al fortalecimiento de la democracia, la OEA debe modernizar sus instrumentos de cooperación en esta materia.

La Organización debe apoyar a los países en la cimentación de una democracia integral, en donde exista un Estado orientado a servir a la ciudadanía, abierto a escucharla y con instrumentos adecuados para realizar efectivamente las funciones que le correspondan y rendir cuentas de su gestión; un órgano legislativo deliberativo; una justicia constitucional garante del consenso democrático; un ejecutivo gobernante, fundado en la legitimidad derivada de los procesos electorales limpios y transparente y en el diálogo pluralista; un sistema de partidos revitalizado; unos procesos electorales que sean ejercicio efectivo de la soberanía popular; una democracia local eficaz y participativa; unos derechos que sean poderes, es decir, que trasladen efectivamente a los ciudadanos una serie de herramientas para hacer respetar en la práctica la dignidad, la libertad y la igualdad; unos órganos de control con mecanismos para hacer efectivos sus reclamos; una sociedad civil fuerte y un respeto generalizado por la participación política de las mujeres, los indígenas, y los grupos minoritarios; y, por último, una democracia que contenga el establecimiento de canales de diálogo y de resolución pacífica de las discrepancias, así como de mecanismos de búsqueda de consenso.

Para todo lo anterior se requerirá de nuevos instrumentos de cooperación en la OEA, del estímulo al intercambio de experiencias entre los países y de la creación de un "Centro de Estudios para la Democracia", cuyo punto de partida sería la articulación de redes académicas en el hemisferio.

En lo que hace referencia al tema de los derechos humanos, campo en el que la OEA ha ganado mucho prestigio por el importante papel que jugaron tanto la Comisión como la Corte en la caída de los regímenes autoritarios y en el apoyo a las transiciones democráticas, y con el retorno a la vigencia de la democracia en la región, hay que hacerle frente a nuevos retos, nuevas demandas y nuevas tareas.

Por ello lo primero que requiere el sistema interamericano de Derechos Humanos es la necesidad de fortalecer los sistemas nacionales de promoción y protección de los derechos. Lo segundo que requiere es continuar con el esfuerzo de dotar a sus instituciones de mayores recursos para fortalecer su capacidad administrativa y financiera, lo que le permitirá garantizar su imparcialidad y objetividad y consolidar su independencia. Lo tercero que requiere es trabajar hacia la ratificación de aquellos tratados y convenciones que integran el sistema. Igualmente es necesario realizar una tarea de reforma del mismo para mejorar y perfeccionar sus instituciones, en la dirección que le señalen los estados miembros.

Por último, la defensa y promoción de los derechos humanos está estrechamente ligada con la protección de las minorías indígenas, particularmente en el respeto a su cultura y tradiciones, y con la relevancia que le deben dar nuestros países a la participación política de la mujer y al fortalecimiento de su papel en la sociedad.

No es posible hacer referencia a los temas de la democracia y de la protección de los derechos humanos sin incluir en nuestras reflexiones a Cuba. Es sin duda larga la lista de recriminaciones entre países del Hemisferio y Cuba, e igualmente larga, la cadena de agravios que se larvaron al fragor de la "Guerra Fría".

Pero la historia, que es implacable en su poder para hacer temblar las verdades más absolutas, ha convertido en reliquias de museo las motivaciones que por décadas alimentaron los antagonismos. De aquellos tiempos solo hemos heredado la tragedia humana que representa un pueblo cubano atrapado en la terquedad de los rencores mutuos.

Estoy convencido de que un hemisferio que se precia, con razón y con orgullo, de su vocación democrática y de su compromiso humanitario no puede ser un testigo mudo de una situación inaceptable. Es por ello que quisiera presentar algunas reflexiones sobre el tema con la única autoridad que me da el haberlas compartido con franqueza con todos los actores y con la convicción de quien cree que, de darse de veras el cambio, Cuba merece una oportunidad por parte de la comunidad interamericana. Estas ideas no buscan reemplazar, en modo alguno, una decisión que corresponde a los estados miembros de la Organización, así como a la Asamblea y al Consejo Permanente.

En nuestro Hemisferio la solución de este problema sin duda tiene la mayor trascendencia política. Si bien es necesario reconocer que muchos de los elementos que podrían conformar una solución tienen una dimensión bilateral, llegado el momento va a ser ineludible que la comunidad interamericana asuma responsabilidades que solo pueden tener una expresión multilateral, no solo por cuanto la OEA tiene un rol propio que jugar en relación con los temas que conforman su agenda, sino porque en algún momento es preciso trascender las limitaciones de la desconfianza inevitable entre quienes han sostenido, por tanto tiempo, posiciones antagónicas.

El debate sobre el presente y el futuro de Cuba lo han monopolizado las posiciones más extremas y ésto, que durante muchos años era por lo menos explicable, ha perdido su racionalidad y su lógica. La política del "todo o nada" no nos ha conducido a parte alguna en estos años. Ante el colapso del comunismo nadie duda de la necesidad de que Cuba avance sin pausa en la reforma de su sistema económico y de su sistema político. Debemos insistir todos los días en ello. En Cuba debe llevarse a cabo un proceso que implique mayores libertades económicas y un avance hacia un sistema pluralista y de libertades políticas y de respeto por los derechos humanos.

Algunos de estos cambios graduales se encuentran ya en marcha. Sin duda su ritmo no es el deseado por todos. No obstante, es claro que Cuba avanza, por ejemplo, hacia una economía más abierta. Estoy seguro de que la consolidación de esa apertura le ganaría a Cuba mayores espacios y que al añadir una necesaria apertura política para la reconciliación de la nación cubana sería posible una nueva etapa en las relaciones del hemisferio con la isla.

No se habrá llegado la hora para que la comunidad interamericana juegue un papel mucho más activo en este tema? No será necesario que iniciemos pronto una reflexión interna sobre la manera de jugar un papel constructivo en el trabajo por lograr mayores libertades políticas y económicas en Cuba y por iniciar su reinserción en el sistema interamericano? No deberíamos ver a Cuba como una oportunidad para cerrar por siempre el capítulo de las rivalidades entre pueblos hermanos y para que ésto sea el final del último rescoldo de la "Guerra Fría" y la primera victoria de un continente totalmente integrado en democracia?

Dejo estos interrogantes sobre un tema en el que, estoy seguro, todos los países de América tienen idénticos objetivos y sólo diferencias en cuanto a los medios para alcanzarlos.

Quienes han seguido de cerca las recientes deliberaciones en el seno de la OEA saben que hemos retomado el tema de la seguridad hemisférica. Hemos examinado las posibilidades de intercambio de experiencias en asuntos militares y de policía, así como en temas que hacen referencia a la seguridad interior y exterior. La valiosa experiencia que ha ganado la OEA en los procesos de reconciliación y el desminado en Centroamérica servirá sin duda para avanzar hacia nuevos horizontes en esta materia. Hemos iniciado nuevos debates sobre la búsqueda de medidas generadoras de confianza que nos ayuden a evitar que las controversias aún existentes entre algunos de los estados miembros de la OEA se conviertan en enfrentamientos bélicos.

Desafortunadamente, la tendencia que se ha vivido en los últimos años de generación de confianza y solución pacífica de conflictos se ha visto afectada por los recientes enfrentamientos armados entre Ecuador y Perú. Para contribuir a una solución definitiva, acorde con el derecho internacional, la OEA continuará poniendo a disposición de las partes y de los Países Garantes del Tratado de Río toda su energía y los recursos que nos ofrece la Carta.

Tres asuntos que constituyeron mandato en la pasada Cumbre Presidencial, merecen un comentario aparte. Me refiero a algunos de los males que nos amenazan a todos por igual: el terrorismo, las drogas ilícitas y la corrupción.

En lo que atañe al terrorismo, es necesario estimular la cooperación en inteligencia y entre autoridades judiciales y aprovechar las posibilidades que ofrece para esto el marco de la OEA, al tiempo que se hace indispensable dejar en claro que el terrorismo no puede tener justificaciones políticas de ninguna clase.

Lo que ha sucedido recientemente en el tema del narcotráfico parece implicar un regreso a los tiempos en que el análisis simplista de este asunto dividía a las naciones y cargaba, de modo injusto y desbalanceado a algunos con responsabilidades que deberían ser compartidas entre todos.

Hoy se ha perdido algo del entorno de cooperación que ha existido en el pasado. Es menester recuperar el diálogo multilateral a alto nivel que requiere la lucha contra las drogas, así como su lugar prioritario en la agenda de los países. Los temas de cooperación judicial y de trabajo conjunto en aspectos de inteligencia, lucha contra el lavado de dinero y contra el contrabando de precursores químicos y de armas, así como las políticas de sustitución de cultivos, deben constituir la recuperación de una balanceada política de lucha contra el narcotráfico. La CICAD debe representar una posibilidad de apoyo a los países que sufren este flagelo, de tal modo que podamos derrotar a este enemigo común.

En el tema de la lucha contra la corrupción la acción colectiva puede y debe jugar un papel primordial. Las acciones de la OEA en esta materia incluirían su apoyo para el mejoramiento de la eficacia, eficiencia y transparencia de las instituciones, el estímulo a la cooperación judicial y el llamado para que las grandes empresas, en la lucha por nuevos mercados y posibilidades, no contribuyan en modo alguno al deterioro de las condiciones de equidad y probidad por parte del sector público de nuestros países. Las propuestas de algunos países para reforzar los instrumentos jurídicos interamericanos en esas materias merecen la más seria atención de todos los Estados miembros.

No hay duda de que la más importante de las nuevas tareas que le asignaron nuestros mandatarios a la OEA fue el seguimiento de la creación del Area de Libre Comercio de las Américas, cuyas negociaciones deberán concluir a más tardar en diez años.

La liberalización del comercio recíproco influirá positivamente en la prosperidad y el desarrollo futuro del hemisferio. La eliminación de las barreras al comercio entre nuestros países contribuirá a la expansión y diversificación de los intercambios, algo que ya está ocurriendo en el marco de los acuerdos regionales y subregionales de integración.

Esa positiva experiencia debe repetirse a nivel hemisférico y en ello la OEA puede y debe jugar un papel trascendental.

La Comisión Especial de Comercio ofrece un marco multilateral en el que los Estados Miembros pueden concertar sus estrategias de negociación comercial y hacer el seguimiento de los grupos de trabajo y de negociación que seguramente serán establecidos por los Ministros de Comercio del hemisferio en su próxima reunión en Denver, Colorado. Tenemos que utilizar la Comisión Especial para asegurar que el proceso de construcción del Area de Libre Comercio de las Américas, sea transparente, participativo y multilateral.

La Unidad de Comercio, por su parte, se está preparando para prestar apoyo técnico a las negociaciones hemisféricas. El compendio de los distintos acuerdos de comercio e integración existentes en la región, la modernización de los sistemas de información comercial, el análisis comparativo de las leyes y reglamentaciones sobre asuntos de comercio de los distintos países, la coordinación con otras instituciones regionales y subregionales de cooperación e integración, y de manera especial el trabajo con la CEPAL y el BID, son algunas de las materias en las que la Unidad de la OEA puede desempeñar un importante papel. En realidad, es difícil pensar que un objetivo de tal envergadura y trascendencia pueda alcanzarse sin un apoyo técnico sistemático a lo largo del proceso negociador.

El establecimiento de un área de libre comercio entre nuestros países será una tarea compleja e implicará seguramente un avance por etapas. Entre las consideraciones que hay que tomar en cuenta para avanzar con decisión hacia su establecimiento, quisiera mencionar tres que me parece revisten una importancia particular.

La primera es la necesidad de asegurar que los esfuerzos de liberalización del comercio hemisférico sean plenamente compatibles con los compromisos asumidos por los Estados Miembros en las negociaciones de la Ronda Uruguay.

En segundo lugar, debemos garantizar que la integración sea de un nuevo tipo: abierta, sin fronteras y sin exclusiones. Para ello debemos traducir los avances de alcance subregional en un gran avance de vocación continental.

Y por último, debemos diseñar medidas que fortalezcan la capacidad competitiva de los países menos desarrollados, que examinen las posibilidades de asimetría y reciprocidad de los acuerdos y que amplíen las oportunidades para la inversión.

Por otra parte, la OEA debe jugar un papel más activo en materias ambientales.

La evolución del marco institucional y jurídico para los temas ambientales, en su dimensión interamericana, no ha tenido un desarrollo equiparable al que se observa en otras áreas de la acción colectiva en el Hemisferio. Aunque existen ejemplos bien relevantes de instrumentos bilaterales y subregionales sobre asuntos ambientales, no ocurre lo mismo en la dimensión continental.

Por la vía de las condicionalidades unilaterales comerciales, la legislación interna con consecuencias externas o los requisitos de calificación crediticia de las agencias de ayuda o de las entidades multilaterales se establecen orientaciones que, si bien pueden tener un inmenso valor en su efecto sobre la preservación del medio ambiente, tienen la dificultad de no ser el resultado de un consenso constructivo entre las naciones involucradas. La ausencia de un marco normativo interamericano, equilibrado y transparente, construído conjuntamente, propicia en muchos casos una menor voluntad de cooperación al igual que promueve relaciones conflictivas en temas específicos que bajo parámetros acordados colectivamente serían de interés comun.

Para construir relaciones armónicas en ese campo sin duda sería de suma importancia el que se avanzara en el desarrollo de marcos normativos y de bases jurídicas para el manejo de los temas ambientales, dentro del mayor respeto a la soberanía de los Estados, la autonomía de los gobiernos para definir sus estrategias de desarrollo y su plena autoridad en el manejo de los recursos naturales.

La OEA deberá trabajar también en el apoyo a Bolivia para la realización de la Cumbre sobre Desarrollo Sostenible en 1996 la cual deberá además avanzar sobre los lineamientos de la Agenda 21 para convertirlos en la Carta de Navegación hemisférica en este tema.

Hay algo sobre lo que quiero hacer especial hincapié. Tenemos el deber de repensar el rol de la OEA en materia de cooperación para el desarrollo, con el fin no solo de honrar el Protocolo de Managua mediante el cual se creó el CIDI, sino incluso de ir más allá del marco de política general adoptado en la Asamblea Extraordinaria de México.

La OEA, que años atrás constituyó el más importante escenario de cooperación en el hemisferio, ha perdido la importancia relativa y la solidez técnica que tuvo en este campo.

Las causas de la situación actual son múltiples y de diversa naturaleza. Además de las que se derivan de la reducción significativa de los recursos en términos reales, no existen verdaderas prioridades, no hay énfasis hacia los países más necesitados y se mantiene una cooperación de carácter autosuficiente y solamente asistencialista.

Por ello es preciso hacer un alto en el camino, y aprovechar nuestras ventajas comparativas para cambiar el énfasis de nuestro rol. De ser una entidad primordialmente prestadora de cooperación, la OEA debería avanzar hacia su progresiva conversión en una entidad promotora de programas y proyectos.

Debemos trabajar por una nueva forma de cooperación moderna, flexible, solidaria, eficaz, puesta al servicio para cumplir con las prioridades de los países miembros expresadas en nuestra agenda, y para ello debemos estimular modalidades como la cooperación horizontal, la participación de consultores y expertos de los países beneficiarios, el intercambio de experiencias, y la actuación conjunta con otros organismos e instituciones, tema éste a propósito del cual vale la pena subrayar el importante acuerdo de colaboración firmado entre la OEA y el BID el pasado jueves. Todos estos criterios deben permear, también, nuestras reformas al sistema de becas y nuestro análisis sobre la necesidad y relevancia de nuestras oficinas nacionales.

El CIDI deberá, en su calidad de epicentro de la definición de políticas en materia de cooperación seguir las orientaciones del Consejo Permanente y nutrirse del trabajo técnico de las unidades especiales (UPD, Comercio y Turismo, Medio Ambiente y Desarrollo Social), así como asegurar, a través de su Secretaría Ejecutiva organizada por áreas geográficas, la ejecución de los programas de cooperación de la Organización.

Como en la conocida parábola bíblica, debemos emplearnos a fondo para multiplicar los panes y los peces. Por ello quiero insistir en la importancia de aumentar el número de países donantes netos de cooperación. Sé que exagero un poco, -pero solo un poco-, si digo que la OEA no puede seguir siendo una entidad con dos países donantes y treinta y dos recipientes. Varios Estados miembros podrían hacer tránsito voluntario a la condición de donantes, como de hecho ya ha empezado a ocurrir en algunos casos, o aceptar una modalidad que implique dicho tránsito, manteniendo, desde luego, la posibilidad de beneficiarse del intercambio de experiencias, de los proyectos de carácter multinacional y de todos aquellos servicios que la Organización presta a sus miembros por vía general. Pero no me cabe la menor duda del inmenso bien que esta expresión de genuina solidaridad representaría, además, en el equilibrio político de la OEA y en una interpretación genuina de lo que significa la cooperación solidaria para el desarrollo.

No puedo terminar sin subrayar la importancia que concedo al hecho de inminente reelección del Embajador Christopher Thomas como Secretario General Adjunto de la Organización. El ha sido durante este tiempo un trabajador eficiente y leal, ha contribuido a que la integración entre la América Continental y la América Caribe sea una realidad y se ha comprometido con la óptica de cambio y reforma que impulsa a la nueva OEA.

Señor Presidente Aristide, Señores Ministros de Relaciones Exteriores, Señores Embajadores, amigo Joao Baena Soares, amigos todos:

Cuando uno lee con cuidado la literatura haitiana encuentra entre esas letras una enorme fuerza en contención. He buscado unas líneas haitianas que nos sirvieran para cerrar estas palabras con el homenaje que se merece este pueblo que hoy nos recibe generosamente. Pienso que estas cuatro líneas, escritas por Louis Henry Durand, podrían resumir hoy nuestro sentimiento:

"Finalmente! Aquí está la luz brillando entre la luz! En el hoyo sin fondo hay al fin sólo fulgor! Luego de la duda, la angustia y el dolor, aquí está la esperanza mostrando su camino!

Señor Presidente Aristide:

Aquí en Haití, a pesar de la angustia y el dolor de tantos hermanos haitianos y quizá por la fortaleza que éstos generan en los corazones de los hombres buenos, aquí estamos en presencia de la esperanza mostrando su camino!