Discursos

CÉSAR GAVIRIA TRUJILLO, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
EN EL VIII CONGRESO VENEZOLANO DE EJECUTIVOS

24 de noviembre de 1995 - Caracas


"Una vez lograda la estabilidad macroeconómica, el núcleo de los procesos de reforma deberá ser la transformación de las instituciones y del aparato estatal. La construcción de un Estado eficiente y de una democracia legítima se convierten en los asuntos más críticos. Sin cambios profundos en este frente no será posible combinar la economía de mercado con el mejoramiento de las condiciones de vida y la aceleración del crecimiento."

Quiero felicitar a la Asociación Venezolana de Ejecutivos y a sus directivos por la iniciativa de dedicar su octavo congreso a explorar los asuntos más apremiantes de la coyuntura actual. Agradezco igualmente esta invitación porque no solo me permite compartir ideas con un distinguido grupo de empresarios y de ejecutivos latinoamericanos sino que además me da la oportunidad de visitar a Venezuela, país al que siempre le he profesado especial afecto y admiración.

¿Cómo preparar a América Latina para tener éxito en la economía global? ¿Qué se requiere para mantener el consenso político en torno a una estrategia de modernización económica? ¿Existe alguna manera de cambiar la suerte de los millones de compatriotas que viven en la pobreza? ¿Cuáles son las transformaciones políticas que nos permitirán progresar en democracia?

Todas estas preguntas han sido abordadas de una manera u otra por los ilustres panelistas que me precedieron. Por supuesto yo tampoco puedo ofrecer respuestas definitivas por lo cual quisiera limitarme a hacer algunas sugerencias generales que solo pretenden animar el debate y contribuir de algun modo a este valioso ejercicio de reflexión colectiva.

En primer lugar creo que debemos reconocer los profundos cambios que ha sufrido el debate intelectual y político sobre el tema del desarrollo en América Latina. En el pasado la discusión estaba completamente polarizada entre el liberalismo económico y el intervencionismo proteccionista. Mucho papel y mucha pluma se gasto en este debate hasta que finalmente los cambios mundiales y las frías realidades de la crisis de la deuda forzaron a nuestra región a aprender, por la vía más dura, que la libertad y la iniciativa privada son pilares insustituibles en el desarrollo.

Después de darle muchas vueltas hemos llegado a la sencilla conclusión de que los mercados cometen bastantes menos errores que los burócratas. Probablemente el legado más importante de los años ochenta ha sido la recuperación de la confianza en los mercados y en los mecanismos de precios. En América Latina habrá futuro si realmente quedan atrás los tiempos en que era un sacrilegio defender la libre competencia como un principio socialmente conveniente para organizar el funcionamiento de la economía.

Este re-encuentro con la libertad económica llegó acompañado de otra lección ineludible. La región aprendió, sin duda con y dolor y sacrificios, que enfrentar los desequilibrios fiscales, despolitizar el manejo monetario y crear un entorno de estabilidad macroeconómica, conforman el núcleo de una estrategia exitosa de desarrollo económico.

En esta era de globalización el margen de maniobra que posee los países para alejarse de las disciplinas internacionales es bastante modesto. La integración a los mercados mundiales sin duda hace a las economías más eficientes y dinámicas, pero también menos predecibles y manejables.

Y no debe sorprendernos que quienes se someten a una economía globalizada se vean obligados a tomar decisiones difíciles y a reaccionar para acomodarse a la dinámica de los mercados mundiales. Esto quiere decir que debemos introducir en nuestras expectativas el reconocimiento de que cuando una economía se internacionaliza está aceptando ajustarse a unos estandares más rigurosos y a la fiscalización implacable de las fuerzas del mercado. No se puede ser miembro de un club si no se respetan las reglas del juego.

Aquellos países que mantengan su voluntad política de ingresar a esas grandes ligas", a pesar de que ello implique inicial o periódicamente ciertos sacrificios, serán recompensados con mayores tasas de crecimiento, más altos niveles de ingreso y menor desempleo.

La preservación de ese consenso político y técnico en torno a la importancia fundamental de la libertad de mercado y de la estabilidad macroeconómica es un componente esencial de una estrategia exitosa de desarrollo. La pregunta sería entonces cómo se construye y se defiende la voluntad política para respaldar a las reformas estructurales.

Desafortunadamente, la experiencia demuestra que al ajuste estructural y a la reforma macroeconómica se llegó inicialmente por necesidad más que por convicción. Pero sin duda la experiencia también ha demostrado que cuando se persevera y se mantiene la confianza, el comportamiento de la economía mejora y la sociedad entiende que hay un costo pero que es menor al lado del deterioro crónico del valor de los salarios, del estancamiento y de la incertidumbre generalizada.

La hiperinflación, con sus efectos sobre la acentuación de la pobreza y el desbarajuste de las economías, llevó a que muchas de nuestras sociedades se expresaran masivamente en favor de la estabilidad de precios y respaldaran políticamente un manejo riguroso de la economía. Ese mandato popular fue reforzado en varios países con un consenso nacional en el que las fuerzas políticas sacrificaron ventajas de corto plazo a cambio de los dividendos de haber sido copartícipes del retorno a la estabilidad y el crecimiento.

Las elecciones en el último año y medio, en varios países de América Latina, se pueden interpretar como un referendum en el que la sociedad se enfrentó a la disyuntiva de respaldar las reformas o regresar al pasado. Si esa interpretación es correcta, los electores votaron en favor de la modernización y la estabilidad en México, en Argentina, en Perú, en Brazil y en Panamá.

Este amplio y generalizado mandato político le ha ofrecido a la región la oportunidad de revitalizar el alcance y la profundidad del cambio hacia el desarrollo sostenido. La naturaleza y el enfoque del proceso de reforma económica debe adaptarse para superar las frustraciones del pasado y exaltar los aciertos de la última década.

Los ajustes de los ochenta fueron diseñados como respuesta a agudos desequilibrios en el sector externo y las finanzas públicas. El propósito era corregir distorsiones protuberantes e insostenibles. Las políticas estaban orientadas a evitar el colapso de la economía y poner en su sitio los pilares fundamentales que deberían conducir a un permanente cambio estructural. Auncuando algunas economías todavía muestran resagos en ese frente, para la mayoría de los países ha llegado la hora de ingresar a una nueva fase en el proceso de cambio y transformación.

En esta segunda generación" de reformas es indispensable ampliar los horizontes sin dejar de lado los compromisos con la estabilidad macroeconómica. Estoy convencido que lograr un crecimiento dinámico y sostenido, reducir la pobreza y mejorar el desempeño de las instituciones y de la democracia, deben ser ahora los objetivos centrales. Permítanme comentar sobre estos nuevos temas de la agenda de la modernización y el desarrollo.

Una vez lograda la estabilidad macroeconómica, el núcleo de los procesos de reforma deberá ser la transformación de las instituciones y del aparato estatal. La construcción de un Estado eficiente y de una democracia legítima se convierten en los asuntos más críticos. Sin cambios profundos en este frente no será posible combinar la economía de mercado con el mejoramiento de las condiciones de vida y la aceleración del crecimiento. Si no terminamos de apuntalar la democracia a lo largo y ancho de la región, todo lo demás que estamos tratando de construir será frágil y fugaz.

Existe el riesgo de que el entusiasmo por las fuerzas del mercado nos haga olvidar que en los países en desarrollo el Estado todavía está muy lejos de cumplir adecuadamente las funciones que le son esenciales y en las que no puede ser reemplazado por el sector pirvado.

Necesitamos un Estado fuerte pero no por su tamaño o por su presencia omnipotente sino por su efectividad y eficiencia. La educación pública, la salud básica, la justicia, la seguridad ciudadana, la administración local, la regulación y la supervisión, entre otras, son funciones estatales que en la mayoría de nuestros países están todavía muy lejos de cumplir a cabalidad con sus obligaciones para con la sociedad.

En América Latina estamos acostumbrados a echarle la culpa al gobierno, en la mayoría de los casos con buenas razones, por muchas de las dificultades que hemos encontrado para poder progresar. Pero me parece que en nuestro empeño por promover la iniciativa privada hemos dejado de lado los problemas y las distorsiones que afectan el desarrollo de un vigoroso espíritu empresarial en las Américas.

En nuestra región la presencia de un alto grado de monopolización y concentración de los activos productivos está creando barreras de entrada a nuevas firmas y desalentando el entusiasmo de muchos potenciales empresarios e inversionistas. Esa realidad puede llevarnos a que la euforia creada por la recuperación de las libertades económicas pueda degenerar en una gran frustración.

El acceso a los mercados y a la competencia puede ser restringido no solo por las regulaciones o por los gobiernos. Los actores privados pueden convertirse en obstáculos serios en el empeño de construir un sector empresarial más amplio y dinámico. Es por ello que creo que debemos empezar a incluir la reforma del sector privado dentro de la agenda del desarrollo.

Necesitamos una transformación del empresariado que desencadene el potencial latente que encierra la iniciativa privada. Lenin decía que para el triunfo de las revoluciones se necesitan tantos rebeldes como estrellas en el cielo. Lo mismo se puede decir sobre los empresarios en la revolución de la libertad de mercado.

En términos de políticas públicas esto quiere decir que necesitamos un esfuerzo regulatorio y de legislación orientado a desestimular las prácticas privadas que lesionan la competencia o distorsionan sensiblemente las fuerzas del mercado. No en vano los Estados Unidos tiene una de las legislaciones anti-trust" más severas del mundo y la Unión Europea está avanzando rápidamente en la misma dirección.

También debemos pensar en que la privatización y la apertura deben tener como objetivo deliberado la ampliación del acceso social a la propiedad de los activos productivos. Estos temas son nuevos en la agenda del desarrollo pero me temo que allí radica uno de los obstáculos críticos que pueden llegar a impedir que el ajuste estructural se traduzca en crecimiento a largo plazo.

Hoy existe un consenso prácticamente generalizado en el sentido de que el nivel de ahorro público y privado está muy lejos de ser suficiente para apoyar un crecimiento económico acorde con las necesidades y las expectativas de las gentes de América Latina.

La acelerada expansión seguida de profunda contracción, que caracteriza los ciclos económicos en nuestra región, tiene mucho que ver con el bajo e inadecuado nivel de ahorro. América Latina en general ha demostrado una inhabilidad estructural para financiar la formación de capital con recursos internos, generando una dependencia excesiva en la financiación externa. Y esos flujos de capital o crédito externos no son usualmente sostenibles en el largo plazo por cuanto tenemos una tendencia al sobre-endeudamiento y porque además son recursos muy volátiles dada su alta sensibilidad a los caprichos incontrolables del mercado financiero internacional.

No me interpreten mal. Yo soy un convencido de las ventajas que conlleva la apertura de la economía a la inversión extranjera y a los flujos internacionales de capital, pero estoy igualmente convencido que esos recursos no pueden sustituir el efecto positivo de un ahorro interno fuerte, dinámico y sostenido. En síntesis, si queremos ver a una América Latina creciendo necesitamos adoptar una estrategia destinada a crear las condiciones que permitan un incremento significativo y acelerado en los niveles de ahorro.

Finalmente, la otra revolución que nos hace falta es la de la política social. Los problemas en estas áreas están adquiriendo proporciones de crisis. La pobreza y la desigualdad se han agudizado y la situación tiende a empeorar.

En el frente del desarrollo social tendremos que abordar simultáneamente los temas de una reforma estructural e institucional con los asuntos que tienen que ver con la mala calidad del proceso de formulación de políticas. A pesar de que se han hecho sacrificios inmensos para dedicar cada vez más recursos al gasto social, los más pobres no han visto que mejoren sus condiciones de vida.

Lo que quiero decir con esto es que sin duda los recursos son insuficientes, pero existe un severo problema de ineficiencia y de asignación del gasto. Por décadas dejamos la política social en manos de instituciones débiles, burócratas desmotivados y profesionales poco preparados. Eso tiene que cambiar. Debemos ser capaces de dedicar los mejores y los más capaces a diseñar las soluciones para los problemas más básicos que afectan la vida cotidiana de millones de nuestros compatriotas sumidos aun en la pobreza.

Si tuvieramos que definir el tema que tiene las implicaciones más profundas sobre el desarrollo, el crecimiento económico, la lucha contra la pobreza y la democracia, sin duda este sería el futuro de la educación. A pesar de la incuestionable relevancia de este asunto, América Latina no solo muestra indicadores inferiores a los de otras regiones del mundo en materia de educación sino que además en la última década se ha producido un sensible deterioro cuantitativo y cualitativo.

Nuestra región ha permitido que segmentos muy significativos de la población permanezcan sin la capacitación mínima necesaria para mejorar sus condiciones de vida y contribuir al crecimiento económico. Si América Latina desea unirse a otras regiones del mundo que han mostrado tasas de crecimiento económico aceleradas y sostenidas, se requerirá una dramática transformación del sector educativo.

Apreciados amigos :

Quisiera concluir diciendo algo que sin duda ha sido mencionado a lo largo de este Congreso. Para consolidar las reformas económicas en América Latina, para sostener el proceso de cambio estructural y para garantizar el desarrollo tenemos que transformar igualmente la vida política de la región. Al final del día, el crecimiento económico -no importa cuan rápido o lento- no tendrá significado alguno para la gente si no viene acompañado al mismo tiempo de más libertad, más democracia y mejores condiciones de vida.