Discursos

CÉSAR GAVIRIA TRUJILLO, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
EN LA INSTALACION DE LA "CONFERENCIA DE LAS AMERICAS"

5 de marzo de 1998 - Washington, DC


Bienvenidos todos. Es un honor para mi saludar hoy a los ilustres ciudadanos de las Américas que han venido de todos los rincones del continente y del Caribe a compartir con nosotros sus preocupaciones, su visión de los problemas y desafíos que enfrenta hoy el hemisferio.

Y sobre todo, gracias por aceptar el reto de venir a pensar en voz alta sobre el mañana, sobre cómo vamos a hacerle frente a nuestro porvenir. Ustedes han venido a contarnos sus ideales, sus sueños y esperanzas. Su presencia engalana este salón en donde se han dado alguno de los hechos más importantes que han marcado la historia de este continente.

Quienes a lo largo de este siglo han tenido la responsabilidad de la cosa pública en América, han remodelado esta benemérita institución, le han dado nuevos perfiles y en cada coyuntura la han transformado, dejando sólo las huellas de lo que fue. Cuando se ha acelerado el reloj de historia y por doquier las instituciones centenarias súbitamente se tornan desuetas, ineptas para recoger una realidad que las desborda, la OEA ha resurgido bajo otras formas, con otras denominaciones y otros propósitos.

Pasamos de la Oficina Comercial Continental a la Unión Panamericana, y de esta al TIAR y a la OEA. Y en este tránsito, pasamos de la búsqueda de intensificar el comercio y la doctrina Monroe, a la contención del comunismo y la defensa del hemisferio de la agresión externa; y luego, a la búsqueda de un mayor equilibrio político entre las naciones, y a la consagración en nuestra Carta de los principios surgidos de proceso centenario de relaciones accidentadas: el derecho internacional como norma de conducta de los Estados, la igualdad jurídica de todos las naciones, la no intervención en los asuntos internos, la solución de las controversias por medios pacíficos y la firma de la primera declaración americana sobre derechos y deberes del hombre.

Este fue en realidad el primer gran intento de hacer la unión hemisférica, basada en principios y no en intereses económicos o estratégicos. Infortunadamente este se diluyó en medio de las prelaciones de la Guerra Fría, en donde se sacrificó la democracia a que tenían derecho nuestros pueblos en aras de hacer un frente común contra la otra ideología.

Una historia llena de altibajos, de pequeños o grandes logros, según el ángulo de donde se mire. Una historia de rivalidades y desconfianzas, de algunas empresas comunes y no pocos desencuentros, de grandes utopías, pero también, de frustraciones y desencantos. Una historia en la cual el verdadero denominador común para la unión, era el temor.

Y esos fueron años difíciles para nuestra Organización continental. Sin embargo, para fortuna de todos, su relevancia no proviene ni de su antigüedad ni de su continuidad, como tampoco depende de su accidentado tránsito ni de la dificultad para alcanzar sus objetivos primordiales. Depende de su capacidad de adaptación a un hemisferio y a un mundo en permanente transformación y a su vocación de respuesta a los desafíos del momento.

Y hoy, finalizada la Guerra Fría y en plena etapa de la globalización, a la OEA y al sistema interamericano de instituciones las tenemos que rehacer para que respondan a los objetivos que nuestros pueblos nos han dibujado: un horizonte de integración, paz y democracia. Pero también de igualdad, justicia y libertad. Uno de solidaridad, de preservación de la naturaleza, de crecimiento y prosperidad. Y al mismo tiempo uno que pueda hacerle frente a los problemas que le restan legitimidad a nuestras democracias como son el narcotráfico, el terrorismo, la corrupción, la impunidad y la pobreza extrema.

Las transformaciones que hemos hecho hasta hoy han estado signadas por el afán de adecuar nuestra agenda a los nuevos problemas, a las nuevas realidades hemisféricas; a los propósitos que nos han trazado nuestros jefes de Estado y de Gobierno.

Su presencia hoy en esta Casa de las Américas, amigos todos, nos debe llevar mas allá de esas realidades, mas allá de los problemas del presente y nos deben ubicar en el mañana, en el deber ser. En un horizonte en el que podamos pensar más en nuestros ideales, en nuestros valores, en la convicción de que tenemos un destino común. Porque a veces quienes cargamos con las responsabilidades de operar este sistema, de llevar el día a día, corremos el riego de confundir nuestro derrotero en medio de los tropiezos, de las dificultades o los abrojos que encontramos en nuestro camino.

Si en esta reunión podemos, de manera simultánea, pasar revista al estado de nuestro hemisferio y, al mismo tiempo, pensar en cómo deben ser nuestras sociedades y nuestras instituciones, habremos recorrido un buen trecho del camino que nos hemos propuesto transitar para rememorar nuestro medio siglo de existencia. Y con seguridad, también estaremos bien encaminados en las propuestas que haremos a nuestros gobernantes en Santiago y les podremos dar una perspectiva fresca, renovada, y porque no, iluminante. La misma que le podremos transmitir también a nuestros cancilleres en Bogotá y Caracas.

Pero lo que sí estoy en condición de afirmar sin vacilación y con toda certeza, es que para quienes trabajamos bajo este alero, este momento de reflexión nos encuentra imbuidos de un gran optimismo sobre esta nueva etapa de las relaciones hemisféricas, la cual está marcada por una comunidad de valores y de ideales.

Hemos clausurado décadas de aislacionismo, de confrontación y de desconfianza. Hemos logrado converger no solamente alrededor de los elementos básicos de la democracia, de cómo defenderla de los peligros que la acechan, sino también alrededor de lo que significa la defensa de los derechos individuales y las libertades públicas. Pero al mismo tiempo, y por vez primera desde nuestra independencia, hemos encontrado una doble convergencia: por un lado, la de los valores económicos retomando el papel de la iniciativa privada y el mercado en la asignación de los recursos productivos y, por otro, la del Estado con sus responsabilidades sociales y su papel como ente de regulación, supervisión y control.

Poco a poco, en temas centrales como la lucha contra la corrupción, el narcotráfico, el terrorismo o el control de armas, las naciones de América han suscrito convenciones o estrategias regionales, que las vinculan jurídica y políticamente en la búsqueda de objetivos y resultados comunes.

Ya estamos viviendo una transición del viejo orden a uno distinto que apenas estamos delineando. Muchas de las ataduras que en el pasado inmovilizaron a la OEA han desaparecido. Hay más espacio para un fecundo intercambio de experiencias, para la cooperación solidaria, para la acción colectiva en una agenda temática que se expande de manera inusitada. No hay duda de que hoy tenemos una Organización más equilibrada y más universal en sus objetivos políticos.

Sabemos que los desafíos son enormes, pero igualmente lo son las oportunidades. Nos falta un largo camino por recorrer en hacer de nuestra Organización un instrumento útil y eficaz, nos falta reorientarla para que sea una institución que sirva de escenario para el acuerdo de políticas regionales con las cuales hacerle frente a los problemas comunes. También nos falta que nuestros programas de cooperación sean más solidarios y se orienten más hacia los países y ciudadanos que más los necesiten. Y desde luego nos falta recoger los mandatos y las responsabilidades que nos darán nuestros mandatarios en Santiago. Y sin duda nos faltan sus luces y reflexiones.

Sin embargo, creo que ni el nuevo orden ni la transformación de las instituciones interamericanas para amoldarlas a los desafíos de hoy y del mañana van a surgir de manera espontánea. Y si ello ocurre, si dejamos que las cosas sucedan improvisadamente, sin duda ese nuevo orden surgirá pero lo hará sin los consensos y balances necesarios, sin los parámetros que le den confianza a todos. Y tendremos instituciones rezagadas, moldeadas para nuestro pasado y no para nuestro futuro.

De ahí la importancia de esta reunión en la que hablaremos de la democracia, el comercio, la educación, la protección de los derechos humanos, el desarrollo sostenible y la lucha contra la pobreza en las Américas. Los mismos temas que serán abordados por los Presidentes y Primeros Ministros en Santiago de Chile.

Señores participantes en la Conferencia de las Américas:

Por supuesto este auditorio comprenderá y sabrá perdonarme el hecho de no mencionar a cada uno de los participantes en los distintos páneles porque, en primer lugar, nuestros distinguidos visitantes no necesitan presentación y, además, porque si quisiera hacerlo necesitaríamos un discurso para cada uno de ellos que representan algo de lo mejor del hombre y la mujer de América. Lo que si quisiera decirles es que acá no hemos venido a escuchar a los de casa sino a quienes pueden darnos una visión crítica, diferente, heterodoxa, tal vez, irreverente. No es esta una ocasión para la complacencia sino para la reflexión, para preguntarnos cuánto no hemos hecho bien, cuánto nos falta, qué tan largo es el camino por recorrer.

Lo que sí debo hacer por justicia es agradecer a Tom Bruce y su equipo por su dedicación y profesionalismo y sobre todo por la mucha paciencia y pocos recursos que significa organizar en la OEA un acto como este.

Iniciamos con el tema de globalización y comercio, un área que encuentra su ambiente natural en este antiguo edificio de la Unión Panamericana. Y este es un tema en el que nos tenemos que mover para encontrar respuestas a un sin número de preguntas: ¿Cómo mantener la dinámica del comercio en medio de las negociaciones? ¿Cómo hacer de este proceso un proyecto político y no solo económico? ¿Cómo preservar la voluntad política de los gobiernos, los Congresos y la opinión pública a todo lo ancho del hemisferio? ¿Cómo vincular a los beneficios de una gran zona de libre comercio a las economías más pequeñas y de más bajo ingreso por habitante? ¿Cómo hacer los posibles acuerdos compatibles con aquellos globales del GATT? ¿Cómo hacer de la presencia de los acuerdos regionales no solo un prerequisito para avanzar en las negociaciones, sino un gran activo dentro de ALCA? ¿Cómo hacerle frente a las consecuencias de las crisis del Asia sin afectar nuestros lazos comerciales?

Y estos no son sino los temas más inmediatos. Habrá seguramente espacio para examinar las inmensas demandas que la globalización y la revolución informática imponen sobre nuestras economías y nuestras sociedades. La mayor volatilidad de los capitales, las enormes exigencias sobre el sistema educativo, la inmensa presión sobre los sistemas de seguridad social, los riesgos que se ciernen sobre nuestras culturas.

Pasaremos luego al tema de la educación que se constituye hoy en la espina dorsal de nuestros esfuerzos por formar ciudadanos autónomos, informados, responsables, tolerantes; que sean capaces de asumir una actitud crítica frente a la información, que valoren la práctica democrática, la solución pacífica de conflictos; que adquieran la capacidad de razonar y aprender por su propia cuenta; que tengan los conocimientos, los valores, las habilidades para crecer personal y profesionalmente, para ingresar al mundo del trabajo, para competir internacionalmente, para avanzar hacia una mayor igualdad.

En la era de la globalización el recurso más importante con que cuentan los países es la gente y no las riquezas naturales o el territorio. Pero para que nuestros ciudadanos tengan acceso a mejores sistemas educativos tenemos que resolver problemas de recursos, de instituciones, de procesos educativos, de calidad de la enseñanza, especialmente para los habitantes de las zonas marginales urbanas y rurales, para los de las minorías étnicas y para los que requieren de una educación especial.

Iniciaremos la tarde con el tema de los derechos humanos. Y al respecto, como Secretario General de la OEA, debo decir antes que nada, que no hay instancias más prestigiosas y que le hayan dado más brillo a la labor de la Organización, que sus instituciones de defensa de los Derechos Humanos. Tanto la Comisión como la Corte Interamericana desarrollan hoy sus actividades con plena independencia y autonomía, como corresponde en estos casos. Pero estamos todos comprometidos en un proceso de reflexión que nos debe conducir a su fortalecimiento administrativo, presupuestal e institucional, para profundizar su autonomía operacional, para cubrir más casos, para hacer más promoción, para fortalecer los mecanismos de investigación, para apoyar más y apoyarse más en los sistemas nacionales, para ampliar el ámbito de la protección de los derechos, para hacer universal la ratificación de la convención americana y la aceptación de la jurisdicción de la Corte.

Finalizaremos el día con el encuentro de los Premios Nobel de las Américas. Nuestra intención de hacer un diálogo entre ellos, sin discursos ni formalismos, sobre su visión del futuro de las Américas, es que este resulte estimulante, creativo, provocador. Sin duda tener juntas, a las figuras cimeras de la inteligencia, de la ciencias, de las acciones humanitarias y de paz de las Américas constituye una oportunidad única que de seguro habrá de conmover muchos cimientos que creíamos intocables. Ojalá que así sea.

Vendrá luego el tema de desarrollo sostenible en el cual esperamos que nos ayuden con algunos elementos de cómo poner en marcha las iniciativas de Santa Cruz de la Sierra que colocaron al hemisferio occidental como la primera región en tener un plan sobre desarrollo sostenible dentro de los acuerdos de la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro. Estas iniciativas han sido diseñadas de una manera que reflejan las condiciones específicas de las Américas y nos ha establecido unas prioridades dentro del amplio rango de materias contenidas en la Agenda 21. Esperamos que el debate de la Conferencia nos ayude a avanzar en lo que debe ser el foro, en la OEA, para ayudar al desarrollo de las iniciativas, para definir objetivos, medios, agencias responsables de la ejecución, que sirva para el intercambio de experiencias y a la negociación de posiciones regionales. Debemos estar seguros de que haremos lo que esté a nuestro alcance para introducir en nuestras acciones criterios eficaces de desarrollo sostenible.

La segunda sesión del día de mañana trata otro tema fundamental para los 800 millones de personas que vivimos bajo el cielo de las Américas. Se trata de una discusión de alto nivel en torno a desarrollo social y la superación de la pobreza. ¿Cómo va América a dejar de ser la región más inequitativa del mundo? ¿Qué papel juega en ello la política económica? ¿Qué papel desempeña el Estado y sus instituciones? La urgencia de este debate es permanente. A pesar de los avances de los últimos años buena parte del continente, y en particular América Latina, continúa teniendo los peores índices del planeta en materia de equidad y distribución del ingreso. Resulta una inaceptable paradoja que este hemisferio rico en recursos y posibilidades, haya dejado a millones de sus hijos desamparados, atrapados en las garras de la miseria.

Finalizaremos nuestro encuentro con el tema del futuro de la democracia en el hemisferio. Es importante recordar que la OEA es el único organismo internacional que se refiere a la democracia en su instrumento constitutivo y que, además, tiene dentro de sus principios los de promoverla y defenderla. Hemos desarrollado una experiencia y una capacidad propia en protección de derechos humanos, en observación electoral, en atención a países que han sufrido confrontaciones internas, y esa capacidad la hemos puesto la servicio de la reconstrucción de las instituciones democráticas.

Hoy todo el andamiaje de nuestra diplomacia para defender la democracia y el régimen constitucional de los Estados, el uso de procedimientos pacíficos para solucionar las controversias y para el manejo de crisis y las acciones post-conflicto, se conjugan de una manera sin par en el entorno internacional para hacer de esta la esencia de nuestra razón de ser. Ese es nuestro paradigma de la solidaridad democrática.

Y más allá de estas acciones debemos ser capaces de desarrollar mecanismos que nos ayuden en el empeño de hacer más para promover y fortalecer la democracia en investigación, en capacitación, en intercambio de experiencias, en promoción de los valores democráticos y sobre todo en hacerle frente a los problemas que la acechan.

Tendremos también, en desarrollo de nuestra Conferencia, visiones totalizadoras expuestas o por quienes son considerados figuras cimeras de nuestra intelectualidad que de seguro nos remontarán al puro origen histórico de nuestras instituciones para ayudarnos a entender nuestro original pasado o por quienes tienen para aportar una enriquecedora visión regional.

Señores Invitados y Asistentes a la Conferencia de las Américas:

Y tal vez la pregunta final que hemos de hacernos es: ¿Queremos de veras la unión de nuestros pueblos en un destino común?

Mas allá de los intereses económicos es nuestro objetivo supremo la dignidad de cada americano, sus libertades públicas, su prosperidad, su derecho a la igualdad o a la paz.

Por lo pronto diría a manera de conclusión que no podemos olvidar ni por un minuto que el objetivo final de la acción del sistema multilateral de instituciones no son los Estados, sino los individuos a los que hay que educar, ofrecerles seguridad, oportunidades de empleo, un medio ambiente sano y, por supuesto, libertad y protección de sus derechos.

Son ellos los que deben beneficiarse de todo este esfuerzo de concertación colectiva que estamos llevando a cabo en nuestro hemisferio. Son ellos los que inspiran nuestro trabajo: los millones de americanos que comparten esta tierra fecunda y que, como nosotros, siguen soñando con el ideal de la unión, el mismo que pregonaron Bolívar, San Martín, Morazán, Hidalgo, Juárez, Martí, Garvey y Washington,

Tenemos que aprovechar al máximo las fortalezas que hemos adquirido en cincuenta años, pero también debemos cortar de raíz lo que nos pesa, para hacer bajo este cielo de las Américas una promesa por el bienestar, la paz, la prosperidad y la unión de nuestros pueblos.

Muchas gracias