Discursos

CÉSAR GAVIRIA TRUJILLO, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
EN EL VII PREGÓN DE LAS AMÉRICAS

12 de octubre de 1998 - Sevilla, España


Constituye para mi un alto honor la invitación que me han hecho el Ayuntamiento de Sevilla y la Fundación Cristóbal Colón y Don Manuel de Prado y Colon de Carvajal, para que, como Secretario General de la Organización de los Estados Americanos, pronuncie en el día de hoy el VII Pregón de las Américas en este magnífico Palacio Real de los Alcázares de Sevilla.

Difícil imaginar un mejor escenario para este encuentro que Sevilla, la más americana de las ciudades europeas, en palabras de don Octavio Paz. A lo largo de los siglos XVI y XVII, cuando vivió su época cumbre, fue algo así como la capital del descubrimiento, la sede de la Conquista, la fuente de la colonización europea. Desde 1503 cuando se estableció en este puerto fluvial la Casa de la Contratación de las Indias, hasta doscientos años después cuando dicho monopolio del tránsito de pasajeros y mercaderías fue trasladado a Cádiz, la ciudad creció tanto que pasó a ser la más populosa de la Península, sólo superada en Europa por Nápoles y París. De su puerto partieron las expediciones de Américo Vespucio y Magallanes que cambiaron para siempre la geografía del mundo.

Y sin duda la Sevilla de hoy tiene aun la impronta americana. De la cual es estandarte mayor, desde finales del siglo XVIII, El Archivo General de Indias, el mayor archivo continental que existe en el mundo de hoy. Cartas, expedientes y documentos guardados y clasificados desde hace dos siglos, que hacen que quien quiera penetrar en los avatares de la empresa colonizadora, quien quiera hilar los acontecimientos atinentes a los nuevos reinos, quien quiera escribir la historia de las Américas, pasara obligadamente por Sevilla.

Y su condición de Capital Europea de las Américas no se dio por circunstancias fortuitas o casuales. Para la época del descubrimiento, del encuentro de dos mundos, como muchos prefieren decir, Sevilla era ya una ciudad cosmopolita, plural, rica e influyente, y epicentro del más intenso mestizaje de tres grandes culturas la Cristiana, la Islámica y la Judía, con su historia y arquitectura enraizadas en sus distintos períodos bajo la influencia romana, visigoda y morisca. Largos siglos de dominio árabe marcaron la ciudad tanto como el descubrimiento de América. Todavía se pueden percibir en Santa Cruz los rasgos de la judería en el final del medioevo o podemos ver restaurantes entronizados en viejas termas romanas. Y desde luego podemos apreciar los trazos de la mezquita sobre la que se construyó el que sería el más grande templo de la Cristiandad. Nada en Sevilla es una expresión cultural pura o singular. Todo en ella es crisol de razas, culturas y pueblos.

Fueron, seguramente, estas condiciones las que se reconocieron en Sevilla, ciudad síntesis de nuestras historias, de nuestras culturas, símbolo de la tolerancia, del mestizaje y también signo de la modernidad y de la nueva industrialización para designarla como sede de la Exposición Universal de 1992, evento que se realizó con tanto éxito para orgullo del pueblo español.

Señoras y Señores, amigos todos:

Bajo un cielo como el de hoy, un 12 de octubre de hace quinientos seis años, la tenacidad y la audacia de un hombre se impusieron sobre la incredulidad de una época. Cristóbal Colón había desafiado a todos sus contemporáneos con un sueño, con la intuición certera de que había un mundo nuevo allende los mares o que había una ruta mas corta a los viejos mundos recién descubiertos. Ya había exorcizado de sí mismo los monstruos que poblaban las mentes y el conocimiento de la época. Pero si a Colón le debemos el descubrimiento de un nuevo continente, a los Reyes Católicos, Fernando e Isabel, les estamos en deuda por haber creído en el Nuevo Mundo. Fuero ellos los que comprendieron la magnitud de la proeza y antes de que el navegante genovés cruzara el océano, ellos ya habían cruzado el abismo de la incredulidad, se había alzado en rebeldía contra lo imposible y le había apostado al futuro que no era otra cosa que el sueño de una España grande en la historia. Su hazaña consistió en tener fe, en creer. Después habrían de disponer de la magna empresa colonizadora no en nombre de una voluntad imperial de dominación sino en nombre de otra fe, la religiosa, la de Cristo redentor, la que profesamos la mayoría de los hispanoamericanos.

De ahí nació el encuentro entre los dos mundos. Y desde entonces a lo largo de medio milenio surgieron en las Américas nuestros idiomas, nuestras instituciones, nuestras culturas, nuestras naciones. Una historia forjada en la rica amalgama de lo español, lo aborigen y lo africano. Al lado de conquistadores, nobles, piratas, aventureros o religiosos, estaban los incas, mayas, toltecas, mixtecas, chibchas y caribes, y también los que llegaron de tierras africanas. Estaban también las tradiciones del derecho romano, de las prerrogativas de las Cortes medievales y de los gremios, y del enorme poder unificador y centralizante de la Corona de Castilla y Aragón. Todos se fundieron en una sola cultura y ello es el legado por excelencia del encuentro entre el Nuevo y el Viejo Mundo.

Después de quinientos años de guerras y revoluciones, de imperios caídos, de utopías compartidas y no pocas frustraciones, de un rumbo tantas veces envolatado en los trajines de la historia, o por las pasiones de los hombres, lo que nos ha quedado de común a los hispanoamericanos es esa tradición: la que pasó a través de Moctezuma y Atahualpa; del Padre Montesinos y Fray Bartolomé de las Casas; la que inspiró a Bolívar y a San Martín; la misma que va del Quijote a Cien Años de Soledad o la que adora por igual a Santa Barbara y a Changó. Una cultura nacida de la gloria de pocos, de la ambición de muchos y del sufrimiento de tantos, pero forjada en los mitos, los sueños y las esperanzas de todos.

Pasadas ya las celebraciones del Quinto Centenario y decantados los explicables sentimientos encontrados que suscitó esta efeméride, dos cuestiones fundamentales han surgido en nuestro entender: nuestra convicción de que tenemos un destino común que nace de esa magnifica herencia cultural mancomunada y que hoy, en las puertas del nuevo milenio, estamos viviendo una nueva era de relaciones iberoamericanas e interamericanas donde ese sueño de unión tantas veces aplazado en América, tiene como diría Gabriel García Márquez: " una segunda oportunidad sobre la tierra".

Pero también sabemos que ese anhelo supremo, el mismo que pregonara Simón Bolívar cuando convoco en Panamá el Congreso Anfictiónico de 1826, el mismo que sirviera para darle vida a la Unión Panamericana hace mas de una centuria, y a la Organización de los Estados Americanos, recién concluida la ultima Guerra Mundial, es un largo camino de creación, de cambio, de trabajo y de acción colectiva.

Los caminos de España y América se han vuelto a encontrar en el fin de este milenio. España finalmente se alzó contra el autoritarismo con el estandarte de la democracia. Y con su integración a la Unión Europea se alzó también contra esos sentimientos atávicos de determinismo histórico, de pesimismo ancestral que hacía residir en el ser español y en sus creencias religiosas la razón del atraso, no solo suyo sino de todo su amplio legado de naciones y de hombres al otro lado del Atlántico, en las Américas, para convertirse en una de las naciones mejor integradas y más prosperas de Europa.

Y las Cumbres Iberoamericanas, con la presencia anual de sus Majestades los reyes de España y la del Presidente del Gobierno Español, se han convertido en el más rico escenario de reflexión de nuestra historia común, del examen riguroso de los problemas hemisféricos y de la evolución de sus Instituciones Políticas, Económicas y Sociales. Lo ha sido también para intercambiar experiencias sobre nuestras economías y los procesos de Integración, sobre la gobernabilidad y los problemas que nos ha traído la globalización. Han surgido también de allí y como prueba palpable de solidaridad Hispanoamericana una multitud de acciones puntuales en materia de educación, ciencia y cultura. Es una nueva forma de percibir a la España asertiva, segura de sí misma, orgullosa de sus tradiciones, de su lengua y su cultura preparada para tener una relación mas madura, menos paternalista con estados que han superado también ese pesimismo, esos determinismos.

Y nosotros en América, hemos comprobado que al abrirnos al mundo nos abrimos a nosotros mismos, nos encontramos como región. Así como Colón para hallar su destino tuvo que derrotar los monstruos que dominaban su época, nosotros en América tuvimos que derrumbar las murallas que nos separaban, las de la dictadura, el proteccionismo, el aislacionismo y la desconfianza, para encarar nuestro destino y volver a acariciar el sueño de la unión.

Si ayer la unión de las Américas era una retórica vacía, hoy es una realidad palpable, un proceso de vastas proporciones que va de Alaska a La Patagonia y que incorpora todos los temas que una u otra forma preocupan a las naciones y los habitantes de este hemisferio. Quién revise hoy la agenda de integración hemisférica comprobará que se ha ampliado de forma inusitada desde la realización de las Cumbres presidenciales de Miami en 1994 y Santiago de Chile hace pocos meses. Ya no hay terrenos vedados para nuestra acción multilateral. Hemos abierto a la acción colectiva hemisférica todos los temas que puedan incidir en nuestro discurrir por las agitadas aguas del fin de este Milenio.

Y hemos comprobado, también, como en España, que la integración es hoy más viable que en el pasado, gracias al proceso de democratización regional. Hoy sabemos que no puede haber unidad sin esa identidad fundamental en los principios democráticos que hoy son la regla en nuestro hemisferio. Los valores de la libertad, el pluralismo, la tolerancia, la defensa de los derechos humanos y el respeto por la voluntad popular, son a la vez el sustento y el motor de nuestra integración.

La cuestión ahora es: ¿Con cuales instituciones vamos a responder al reto de llevar a la práctica estos propósitos? Por que a pesar de que hemos procurado renovar nuestra agenda y hemos afilado los instrumentos que poseemos para impulsarla nos hemos colocado en una situación paradójica. Antes del fin de la Guerra fría en la OEA apenas si lográbamos mantener viva la pequeña llama del multilateralismo. Y lo hacíamos a pesar de que el enfrentamiento bipolar dictaba su ley, que justificaba el uso de todos los medios, que nos imponía toda clase de miedos y de silencios, que tantas veces sacrifico los principios democráticos y los de fiel respeto a los derechos fundamentales de nuestros ciudadanos.

Y en realidad hemos logrado superar décadas de aislacionismo, temores y desconfianza. Hemos dejado atrás la retórica de la confrontación y hemos avanzado hacia la búsqueda de valores comunes en lo político y en lo económico. Cuando hoy hablamos de democracia no estamos significando una expresión para justificar tropelías autoritarias sino para comenzar con la celebración de elecciones libres, limpias y transparentes, con el respeto al ordenamiento constitucional, con el efectivo balance entre los poderes públicos. Cuando hablamos de respeto y protección de los derechos humanos estamos hablando del celoso y militante respeto por las libertades publicas y protección de derechos fundamentales estipulados en la Convención Americana que con tanto acierto y valor han defendido las instituciones de nuestro Sistema Hemisférico: La Corte y la Comisión Interamericanas de Derechos Humanos.

Con el mandato que los gobiernos nos han otorgado, hemos creado también, en la OEA, una doctrina americana de solidaridad con la democracia que actúa contra cualquier intento de los poderes públicos para anular a los demás, o contra cualquier amenaza militarista que pretenda interrumpir el proceso democrático de un país. Esta doctrina se pone en marcha desencadenando una serie de acciones diplomáticas y coercitivas, respaldadas todas en acuerdos e instrumentos de carácter internacional, plenamente aceptados por los países. Estos instrumentos han sido particularmente exitosos para resolver crisis como el golpe de estado ocurrido en Haití en 1991 o el intento de golpe en Paraguay en 1996; o como el quebrantamiento dl Sistema Constitucional en Perú o en Guatemala a comienzos de la década.

Y también, la OEA ha desarrollado en estos años una capacidad propia en asegurar mediante la observación elecciones justas, limpias y transparentes; en acciones post conflicto en países que han sufrido confrontaciones internas como es el caso de las naciones centroamericanas, Haití y Suriname; hemos realizado una tarea pionera en desminado de Centroamérica anterior a la vigorosa acción de la sociedad civil para pactar un Acuerdo global; y hemos avanzado bastante en la adopción de medidas de fomento de la confianza y la seguridad entre estados, similares a las que se pactaron en Europa en el Acuerdo de Helsinki y que tanto sirvieron a la distensión y a contener los efectos de la guerra fría.

Y esta comunidad de valores no significa que hayamos tenido en estos tiempos tropiezos y dificultades nacidos de las expresiones de unilateralismo, de prevalencia de los intereses de una sola nación, que a veces se interponen en nuestro camino de unión y de búsqueda de un destino común. A esas oleadas y tendencias unipolares le hemos hecho frente con la multitud de nuevos propósitos colectivos, apegados a la prevalencia del derecho internacional, haciendo respetar los principios consagrados en la Carta de Bogotá de 1948: respeto por la soberanía e integridad territorial, igualdad jurídica de los estados, de no-injerencia en los asuntos internos de autodeterminación de los pueblos. En realidad mas allá de esos brotes nuestras preocupaciones residen mas en que hemos llegado a una situación totalmente opuesta. Hoy tenemos mas propósitos comunes, mas principios compartidos, mas acciones colectivas que instituciones que expresen jurídica y políticamente esas nuevas realidades.

Y el gran desafío que hoy tenemos en la Organización de los Estados Americanos y en el Sistema Interamericano de Instituciones es la de adecuar esa estructura, es construir ese marco institucional para que recoja esa necesidad de cotejar experiencias, de construir sistemas de información hemisféricos, esa decisión de avanzar y enriquecer el derecho interamericano en muchas nuevas materias, esa voluntad de integración continental, ese espíritu de solidaridad hemisférica que a veces pareciera desbordarnos.

Por lo pronto hemos impulsado una basta empresa de integración para unir los mercados americanos empresa que debemos sellar hacia el ano 2005. Una empresa que a veces pareciera a nuestro alcance como un simple desarrollo de las fuerzas incontenibles de la globalización, pero que en otras, como las mas recientes, parece un poco quimérica e inalcanzable por los desarrollos recientes de especulación y volatilidad de los capitales, de sobrereacción de los mercados, de deficiencias de los mecanismos de regulación. Pero en las Américas hemos salido fortalecidos de cada crisis por la firmeza de nuestros mecanismos democráticos, por la mayor transparencia de nuestros mecanismos de mercado, por la efectiva vigencia de mecanismos de control. También porque nuestros gobiernos han tomado con coraje y prontitud todos los correctivos necesarios y porque nuestros ciudadanos al ejercer la función de elegir han premiado la seriedad, la consistencia, la estabilidad y han decidido una expresa aceptación de los sacrificios que sean menester para asegurar los programas de Reforma económica. Pero más allá de esas circunstancias la integración es, de manera creciente, un sentimiento vivo en el alma de cada americano, esta sintonizada con un espectacular crecimiento de las corrientes de comercio a iniciativa de nuestros empresarios..

Y hemos avanzado, también, en la protección de nuestro entorno natural a partir de 1996 con la celebración de la Cumbre sobre Desarrollo Sostenible en Bolivia, evento que colocó al hemisferio occidental como la primera región en tener un plan para desarrollar los acuerdos de la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro. Y en temas como la lucha contra la corrupción, el narcotráfico, el terrorismo o el control de armas, en este período las naciones del continente han suscrito convenciones o estrategias regionales que las vinculan jurídica y políticamente en la búsqueda de objetivos y resultados comunes.

Creo no exagerar al señalar que hemos roto las ataduras que inmovilizaban a la OEA y hoy tenemos una Organización más universal y más equilibrada en objetivos políticos. Pero la reciente Cumbre de Santiago nos ha planteado una nueva y contundente realidad política. Y sabemos que nos falta un largo camino para hacer de nuestra Organización un instrumento útil y eficaz para cumplir las nuevas tareas. Por eso estamos viviendo un proceso de creación de una nueva arquitectura interamericana y por eso estamos reformando nuestra Organización en su estructura, sus mecanismos de acción y sus objetivos.

Así es, finalizada la Guerra Fría y en plena etapa de la globalización, a la OEA y al sistema interamericano de instituciones las estamos rehaciendo para que respondan a los objetivos de nuestros pueblos nos han dibujado: un horizonte de integración, paz y democracia. Pero también de igualdad, justicia y libertad. Uno de solidaridad, preservación de la naturaleza, de crecimiento y prosperidad. Y al mismo tiempo, uno que pueda hacerle frente a los problemas que le restan legitimidad a la democracia como la pobreza, la corrupción, el narcotráfico y el terrorismo.

Ni por un solo instante hemos olvidado que todo este esfuerzo de acción colectiva que estamos desarrollando tiene como objetivo el hombre americano. Es bueno preguntarnos como vamos a lograr que la región latinoamericana deje de ser la región mas inequitativa del mundo Es aun para los nuestros incomprensible que una región tan rica en recursos y en posibilidades halla evolucionado dejando a tantos de los ciudadanos en condiciones de miseria, y halla permitido prevalecer una tal situación de desigualdad en los ingresos. La respuesta que mancomunadamente hemos encontrado es hacer de la educación el eje central de la formación ciudadanos autónomos, informados, capaces de pensar en forma critica, de integrarse al mercado del trabajo, de competir internacionalmente. Muchos han querido atribuirles a nuestros modelos económicos la causa de nuestra pobreza, de la mala distribución de nuestra riqueza. Y cuando nos cotejamos con otras regiones usualmente encontramos que no se trata tanto de tales modelos y ni siquiera se trata de que destinemos una baja porción de nuestros recursos a nuestros sistemas educativos sino a que tenemos sistemas incapaces de enfrentar las características desiguales de nuestras sociedades, el origen multiracial y multiétnico, las diferencias de nutrición y educación familiar, las deficiencias de la educación rural, y de las zonas marginales urbanas.

Autoridades de Sevilla, Representantes de la Fundación Cristóbal Colón:

Antes del descubrimiento de América el mundo se encontraba fragmentado, al igual que lo estuvo hasta hace pocos años y a todo lo largo del período de la primera y segunda post guerras mundiales. A pesar diferencias de tiempo el resultado fue similar: el mundo estuvo dividido por un inmenso océano de odio, miedo y desconfianza. Como si nunca hubiesen muerto, bajo otras formas y con otros nombres, revivieron los monstruos que Colón ya había enfrentado.

Y fueron los ciudadanos y la fuerza incontenible de la democracia, y también el ejemplo valeroso de naciones como España con su monarca y sus partidos políticos a la cabeza, los que se alzaron en rebeldía contra las tormentas del autoritarismo y nos mostraron el camino hacia un nuevo mundo.

Es cierto: hoy somos protagonistas de la construcción de un mundo nuevo pero ello requiere de la unidad, porque América Latina se hace fuerte cuando se asocia con España, y España se hace grande ante los ojos del mundo cuando se proyecta como una comunidad que se extiende al otro lado del Atlántico. Y este es el pregón que hoy quiero repetir aquí en esta Sevilla cargada de historia, de creencias, de civilizaciones, del mestizaje de las razas. En esta Sevilla que sentimos tan nuestra, tan americana, en donde flotan los cantos de amor y de vida de Manuel Machado y de García Lorca.

Mi pregón es que la integración no debe ser retórica sino acción. Que debe ser la unión de los países para vencer la miseria, para atacar el atraso; para luchar contra los enemigos que acechan a nuestras democracias; narcotráfico, terrorismo, corrupción. Que la integración debe significar reencuentro de las culturas. Que es esfuerzo aunado de amistad, de hermandad respetuosa, de tolerancia de los derechos ajenos, de reconocimiento del origen multiracial y multiétnico de nuestras naciones.

Y mi pregón es también para que España y América continúen luchando juntos contra los monstruos de la nueva época: los engendros autoritarios que se esconden detrás de los fanatismos de cualquier especie; contra el terrorismo; la xenofobia, y todas las formas de discriminación, contra todas las formas de autoritarismos, por la afirmación de los valores que protegen la dignidad humana. En suma por la igualdad, la justicia y a la prosperidad de nuestros pueblos.

Señoras y señores, amigos todos:

A la llegada de los primeros españoles al nuevo continente, sus antiguos pobladores hablaban por metáforas de un hemisferio unido al que se atravesaba de un lado a otro sin sentirse extraño en ninguna parte, y en donde las distintas culturas vivían en paz y se enriquecían mutuamente. Y quizás lo que no entendieron esos hombres era que la fortuna y la eterna juventud no estaban en ciudades construidas de oro o en fuentes misteriosas de aguas cristalinas, sino que nacía allí mismo, de ese encuentro del que ellos eran protagonistas. Las leyendas de El Dorado, de las Siete Ciudades de Oro o de la Fuente de la Inmortalidad, no eran otra cosa que símbolos imaginarios de ese mundo que siempre estuvo ahí.

Hoy españoles y latinoamericanos hemos logrado desentrañar el significado del encuentro de los dos mundos y hemos hecho de esa herencia común una de nuestras mayores fortalezas.

Permítanme recordar las palabras que pronunció el 12 de octubre de 1992, el Rey Juan Carlos de Borbón: "Iberoamérica, Latinoamérica, no es un concepto artificial sino una realidad pujante, que en este medio milenio ha adquirido consistencia y forma. Ahora estamos en el camino de edificar de verdad una Comunidad Iberoamericana que, mediante una paulatina integración de nuestros intereses comunes, dé solidez y potencia a nuestra área geopolítica. La Conmemoración del Quinto Centenario, cargada de saludable polémica, nos ha servido a todos para reflexionar sobre nuestra realidad, para recapitular aquello que nos une, y que sin duda es mucho más de lo que nos separa".

Así es: unidos, con un pie en América y otro en Europa, con un pie en Sevilla y el otro en Cartagena de Indias tenemos la fuerza necesaria para derrotar la soledad y para no permitir jamás que nada ni nadie vuelvan a dividir nuestro mundo.

Muchas gracias.