Discursos

CÉSAR GAVIRIA TRUJILLO, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
CON MOTIVO DE LA VISITA DE SUS EXCELENCIAS LOS SEÑORES JAMIL MAHUAD, PRESIDENTE DEL ECUADOR, Y ALBERTO FUJIMORI, PRESIDENTE DEL PERU

5 de febrero de 1999 - Washington, DC


"Hoy asistimos al momento en que nacemos y no morimos, curamos y no herimos, construimos y no destruimos, reímos y no lloramos, sentimos amor y no rencor, porque estamos construyendo la paz en lugar de declararnos la guerra", decía hace cien días en Brasilia el Presidente Mahuad, citando El Eclesiastés. Esas palabras todavía truenan en nuestros oídos como símbolo de lo que nos esperaba al fin de la jornada colectiva, después de las heridas, después de despedir a los jóvenes soldados que ofrendaron su vida, después de explorar caminos que parecían inexplorables, ceder en lo que parecían posiciones innegociables, después de tomar decisiones difíciles, riesgosas, controvertidas, después del proceso lento y dispendioso de zurcir escenarios de potencial acuerdo. Pero como tan bien lo describe el Presidente, al final de la larga jornada nos espera por ventura restañar las heridas; nos aguardan unos pueblos mas hermanados, más solidarios y también, por contera, una América mas unida, una América más esperanzada.

Qué honor tan grande para todos los presentes en este Salón de las Américas, recibir hoy la visita de los Presidentes Mahuad y Fujimori. Con su determinación ellos encarnan, hoy, los ideales de todos nuestros pueblos de vivir en paz y en armonía; de usar nuestros recursos para buscar la prosperidad la igualdad, la justicia social; y de usarlos para fortalecer nuestras democracias y defenderlas de los peligros que la acechan. Desde que en este recinto se depositó el Tratado Torrijos Carter no había ocurrido un acto de la dimensión del que hoy celebramos.

La firma del Tratado de Paz entre Ecuador y Perú representa, entonces, mejor que cualquier otro acto después del fin de la guerra fría, el nuevo espíritu que reina en América de integración, de búsqueda colectiva de valores que nos son comunes, de defensa de los derechos humanos, del desarrollo sostenible. Con él vamos dejando atrás décadas de confrontación, de desconfianza, de ese pesimismo atávico con el que hemos enfrentado la vida colectiva de América, que nos llevó en varias oportunidades a aceptar la inevitabilidad de la guerra.

Con su coraje y valentía ustedes, Señores Presidentes, le han dado sentido a los principios consagrados en nuestra Carta y que representaron, en nuestro medio, conquistas jurídico políticas de la mayor trascendencia, fruto de décadas de enconadas luchas para crear un derecho interamericano basado en principios jurídicos, no en hechos bélicos; para que en América las divergencias se resolvieran no a la fuerza sino apelando al derecho internacional, al arreglo directo, al arbitraje, a la mediación, a los buenos oficios. Ustedes han demostrado la vigencia de un principio esencial de nuestra Carta Constitutiva: la solución pacífica de las controversias. Ecuador y Perú nos han devuelto la fe en las reglas que rigen nuestras relaciones comunes, y que ante todo rechazan el uso de la fuerza como fuente de derechos en favor de los Estados.

Para fortuna de todos, en la década de los noventas habíamos dejado atrás la permanente justificación de la guerra centrada en el conflicto ideológico. Aun recordamos las imágenes vivas de como nuestra región padeció sus consecuencias: miles de nuestros hermanas y hermanos del hemisferio cayeron ante los estragos crueles de un conflicto que tenía una gran dosis de artificio, de maniqueísmo.

Con el fin de la Guerra Fría esos conflictos han tendido a disolverse pues ya no obtenían la savia que los nutría. Ha desaparecido también la sensación de orden geopolítico que caracterizó esa época. Pero tal desarrollo histórico no garantizaba la paz y, más bien, en muchas regiones del globo los conflictos regionales retomaron toda su intensidad y la falta del enemigo común pareció justificarlos, exculparlos como un mal menor. Ellos mostraron pronto, por el contrario, su enorme poder desestabilizador, su poder destructor, su dimensión sangrienta, los inmensos riesgos que ofrecían para la paz y el bienestar de todos los habitantes del hemisferio y de toda la humanidad.

Al enterrar una disputa fronteriza que tenía sus raíces en la época de la independencia, Ecuador y Perú han echado cimientos para que en el futuro en América todas las divergencias o conflictos sólo se resuelvan de la manera como hemos convenido y aceptado, haciendo fe a nuestras palabras, a nuestras convicciones, a nuestros compromisos elevados a tratados, a nuestra Carta de Bogotá.

Ecuador y Perú han establecido relaciones que no sólo estarán libres de temor, discordias, suspicacias, sino que estarán enmarcadas en un escenario de integración y cooperación. Como decía el Presidente Fujimori en la ceremonia de firma del Acuerdo, sus pueblos han atravesado "el umbral que separa un pasado de incertidumbre de un futuro previsible". Y, decía también, "nos hemos vuelto arquitectos de nuestro propio futuro, arquitectos de nuestro propio destino". Después de 56 años de tensiones, de escuchar arengas de guerra, Ecuador y Perú se pueden dar vuelta, mirar de frente, y ver en el otro los mismos rostros, los mismos sueños, los mismos desafíos, los mismos ideales.

Peruanos y ecuatorianos han comenzado a esculpir un destino común, un futuro de prosperidad y desarrollo para ambas naciones. Hoy, presidentes Fujimori y Mahuad, ustedes y sus pueblos pueden finalmente comenzar a destinar todas sus energías al combate contra la ignorancia, el hambre, la pobreza, la enfermedad, y la intolerancia. Y también trabajar por la modernización, para preparar sus países para el complejo proceso de globalización, para lo cual ustedes han demostrado valentía y determinación. Ustedes se han unido para derrotar a los verdaderos enemigos de la paz, para obtener los beneficios que la paz trae a nuestros pueblos.

El Acuerdo de Paz firmado en Brasilia, en el marco del Protocolo de Río, es un paradigma para todas las naciones. Junto con poner fin a las hostilidades y fijar parámetros claros para la demarcación de la frontera, los acuerdos complementarios de la paz fomentarán el desarrollo económico y permitirán el nacimiento de un nuevo espíritu de amistad, unión y solidaridad entre los habitantes de la región. Se promoverán la interconexiones vial y energética, se regulará el uso de las aguas, el transporte y la navegación, se dará un rol destacado a la educación, y se estimularán las industrias pesquera y turística.

La creación de los "Centros de Comercio y Negociación" facilitará las relaciones comerciales entre Ecuador y Perú, y debieran sentar bases sólidas para un acercamiento de ambos sectores productivos, una mayor integración entre ambas economías, fortaleciendo no solo la relación bilateral sino la propia Comunidad Andina de naciones, y todo el proceso de integración de las Américas.

Simultáneamente, hay que destacar la rapidez con la cual el Perú ha iniciado un agresivo proceso de desminado, con el cual Ecuador también esta comprometido. La OEA les ofrece a ambos su concurso y experiencia.

No puedo finalizar estas breves palabras, señores Presidentes, sin hacer extensivo nuestro reconocimiento al trabajo realizado por los llamados países garantes. El decidido compromiso de Argentina, Brasil, Chile y los Estados Unidos permitió abrir caminos cuando parecía que se habían encontrado obstáculos insalvables. Los presidentes Menem, Cardoso, Frei y Clinton estuvieron personalmente comprometidos en superar la multitud de obstáculos que se interpusieron en el camino de la paz, dándole razón y sentido a la diplomacia presidencial. Gracias a las Cancillerías de los cuatro países, a Itamaraty que prestó su hospitalidad, su valiosa experiencia y su permanente apoyo. Como lo sostenía el presidente Fujimori, lo logrado es "un triunfo de ambos pueblos y también de la razón, de la fraternidad y la integración latinoamericana".

Apreciados amigos:

Estamos hoy frente a dos mandatarios que supieron desafiar los mas empinados caminos, los más insalvables obstáculos, y que estuvieron dispuestos a arriesgarse, en lo personal y en lo político, a jugarse enteros. Esa es la sustancia de los grandes líderes, aquellos que son capaces de actuar con coraje y determinación , aquellos que abren a sus pueblos nuevos senderos.

Señores Presidentes:

A ustedes y a los pueblos del Ecuador y del Perú, nuestro profundo reconocimiento y admiración. Nos han entregado un testimonio claro de vocación por la paz. Por cuenta de su coraje, las naciones de las Américas se han visto enriquecidas. Debido a su audacia estamos más cerca de nuestros objetivos de prosperidad, equidad e integración, de igualdad, justicia y libertad para todos los ciudadanos del Hemisferio.

Por todo ello les damos las gracias. Gracias por la esperanza, gracias por la templanza, gracias por la grandeza y gracias por la paz.

Que Dios los bendiga y que bendiga a Perú y a Ecuador.