Discursos

CÉSAR GAVIRIA TRUJILLO, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
EN EL FORO INTERNACIONAL "GOBERNABILIDAD DEMOCRATICA Y EL PENSAMIENTO DE GALAN"

17 de agosto de 1999 - Santa Fé de Bogotá, Colombia


Es para mí un honor y motivo de profunda emoción estar hoy con ustedes en este foro internacional que conmemora la vida, pensamiento y obra de un magnífico colombiano y gran americano: Luis Carlos Galán Sarmiento. Fue él un convencido defensor de la democracia, los derechos humanos, la justicia social, la lucha contra la pobreza y la discriminación, la aplicación de los principios del desarrollo sostenible, la integración de nuestros mercados y la solución pacífica de las controversias, causas que hoy convocan a todos los americanos.

Tuve el privilegio de conocer a Luis Carlos Galán de cerca, de compartir con él y con millones de colombianos, sus anhelos y esperanzas de transformar a Colombia y de traerla desde la permanente guerra fratricida, a encarar los retos de fin de siglo. La vida me otorgó la oportunidad de coincidir con él en las tareas de reforma institucional, de cambio pacífico y democrático. Por eso puedo hoy resaltar el alcance y la relevancia de sus ideas no solo sobre Colombia sino sobre América entera. Puedo señalar con claridad cómo su pensamiento converge con la vigorosa y creciente agenda que los pueblos de América se han ido dando en los procesos de Cumbres Hemisféricas de Miami, Santa Cruz de la Sierra y Santiago de Chile. Una agenda que no solo busca consolidar y fortalecer los valores democráticos y la preservación de los Derechos Humanos o construir una gran Zona de Libre Comercio de Alaska a Tierra del Fuego; sino que también le hace frente a los peligros que acechan a nuestras democracias como el narcotráfico, el terrorismo, la corrupción, la pobreza extrema y el incremento del crimen por la presencia de poderosas organizaciones criminales.

Nada tan pertinente entonces como mirar la agenda americana y cotejarla con el conjunto de sus preocupaciones y propuestas en la década de los ochenta. Y lo digo porque Luis Carlos, desde su más temprana juventud y a lo largo de su carrera pública, realizó una tarea ambiciosa y sistemática de examinar la realidad nacional desde todos los ángulos para tratar de corregir esa inveterada tradición nuestra de caudillismo, y cambiar el enfoque de evaluarla desde el estrecho punto de vista de las querellas personalistas y partidistas que caracterizaban la Colombia de entonces. Galán examinó nuestros problemas, retos y desafíos desde un espectro mucho más amplio y desde una perspectiva latinoamericana en el contexto de los problemas mundiales. Así fue precursor en la enunciación de problemas que hemos debido encarar en esta década, y realizó una tarea visionaria al anticiparse a muchos de los debates que recién estamos realizando como consecuencia del fin de la guerra fría y del proceso de globalización en plena marcha.

En estos años he sido testigo de la manera como la figura de Galán ha llegado a todos los rincones de América, no tanto por sus propuestas que pocos alcanzaron a conocer, sino por haberse convertido en un símbolo en virtud del carácter contestatario de su presencia en la vida pública; por el coraje con el que enfrentó los carteles de la droga; por el mensaje renovador de las costumbres políticas; por su sentido de modernidad para practicar la política a través de los medios de comunicación; por la caracterización de lemas que recogían todo su mensaje; por su indeclinable lucha contra la corrupción; por esa imagen de rebelde y de inconforme que tan bien interpretaron sus afiches, y que muchos Americanos recuerdan.

Pero más allá de su estilo y de su vigorosa personalidad, tenemos que examinar las ideas de Galán con diferentes prismas para acercarnos a sus contenidos, a su modo de concebir el estado y sus responsabilidades; a su manera de ver el mercado y su papel en la asignación de los recursos productivos; a su forma de entender el rol de la política como un instrumento para transformar la realidad; a su persistente actitud para poner en entredicho dogmas y falsas verdades, así como a su carácter para enfrentar los problemas sin ocultar su gravedad, sin eludir sus responsabilidades, sin autocomplacerse de sus acciones.

Tal vez lo más significativo es el singular vigor que adquirieron sus propuestas que muy pronto se convirtieron para muchos en la alternativa a las propuestas marxistas de estatización de toda la actividad productiva, de sacrificio de nuestras libertades públicas y en general de cambios por los medios violentos, cuando esta era la disyuntiva en la que se movían amplios sectores de nuestra sociedad, en particular los mas jóvenes.

Fue él quien inspiró ese sentido integral y estructural que adquirieron los cambios que ha tenido Colombia en la década de los noventa, tanto en aspectos políticos como económicos. En la Revista Semana de hace algunos meses, cuando se buscaba identificar los líderes colombianos de este siglo, dije que fue a Galán a quien por primera vez escuché hablar del fenómeno de la globalización, cuando en Colombia ese término era totalmente desconocido. Ese sentido pionero para ver las nuevas realidades a las que nos debíamos enfrentar fue el fruto de su intensa agenda internacional, tanto en materia de conocimiento de temas y problemas, de intercambios con dirigentes a todo lo ancho del globo, como de sus momentos de reflexión y tarea académica con los cuales alternaría su vida.

Fue en mi condición de Ministro de Gobierno y durante el proceso de Unión Liberal y de búsqueda para realizar una tarea de cambio constitucional durante el gobierno del Presidente Barco, cuando identificamos con Galán muchas de las propuestas que se plasmaron en la Constitución de 1991. Siempre expresó su simpatía por el camino que empezamos a recorrer de lograr los cambios constitucionales apelando al Constituyente Primario, buscando un mecanismo de carácter extraconstitucional para cambiar nuestra Carta. Uno que nos permitiera dar un gran salto, producir un cambio profundo, realizar lo que llamamos en la campaña que pusimos en marcha con el portaestandarte de sus propuestas, después de que fuera vilmente asesinado: "el revolcón histórico a las instituciones".

Por eso es tan pertinente recordar que fue a propósito de la muerte de Galán que un grupo de jóvenes, que posteriormente fueron decenas de miles, se dedicara a promover una campaña que se conoció como "la séptima papeleta". Los que participaron en las elecciones de marzo y mayo de aquel año expresaron con ella su acuerdo sobre la convocatoria de una Asamblea Constitucional. Su realización está pues indisolublemente ligada a su proyecto político y a lo que él representó en la vida colombiana.

Esa convocatoria fue una respuesta civilizada y pacífica a las oleadas de terror de los carteles de la droga que cobraron en Galán su coraje, su verticalidad, su franqueza y su lealtad con unos principios. El fue tal vez el único de nuestros dirigentes que señaló como la principal amenaza a nuestra sociedad la constituían las organizaciones criminales, por la vía de la violencia, la intimidación y la corrupción. Por eso pudo anticipar cómo socavarían la estabilidad misma de nuestra democracia y de nuestro estado de derecho. Por eso también fue víctima de la embestida del narcoterrorismo en medio de un comportamiento social de indiferencia no solo frente a las amenazas contra su vida, sino frente a los mismos atentados fallidos que se perpetraron cobardemente contra él.

Algunos veían en Galán, en su actitud erguida en la política, en su defensa de valores y principios, en su incesante lucha para denunciar la corrupción, en sus reiterativas peroratas para impulsar la integración latinoamericana, en su obstinación de hablar con franqueza de los problemas de Colombia, falta de pragmatismo, de esa ductilidad y de esa sutileza de las que está impregnada la competencia por el poder entre nosotros. Él prefería esa franqueza, a veces cruda, y quizás alguna vez injusta. Pero así era como concebía la política. Y así estaba dispuesto a dar y a recibir con la misma moneda. Tuvo poderosos detractores y contradictores. Se batió con ellos. Le gustaba la controversia democrática y fue un extraordinario polemista en el hemiciclo del Senado, en recintos cerrados o en las plazas publicas de Colombia.

Hoy todos sabemos que tenía razón. Que más allá de las muertes y la destrucción vendrían muchos otros padecimientos para esta nación. Tuvimos que pagar con su muerte nuestras flaquezas, pero también reaccionamos con vigor y fue mucho lo que giramos contra el enorme patrimonio moral que él nos legó. Tuvimos éxitos y fracasos pero pudimos avanzar mucho en la empresa de renovación política con la que él estaba comprometido. Infortunadamente después de ser vistos por el mundo con admiración y respeto pasamos a ser vistos con recelo y desconfianza. Hoy, por fortuna, estamos en el camino de recuperar ese terreno.

De Galán y para la Constitución heredamos su mensaje de pluralismo político, de tolerancia, de respeto por la diversidad étnica y cultural, de cambio pacífico, de democracia participativa; su mensaje de descentralización, autonomía regional, y búsqueda de instituciones más sólidas, representativas y eficaces. De él provinieron muchas de las propuestas para consignar nuevos derechos en la Carta así como mecanismos para defenderlos. De él aprendimos que tal consagración en la Carta Constitucional haría que los jóvenes, los inconformes, los sectores contestatarios no sintieran que tenían que alzarse en armas para defender sus derechos.

En el proceso constitucional en torno del cual avanzamos hacia la unión liberal pudimos hacer con él una revisión de los problemas de nuestra justicia, de la necesidad de crear la Fiscalía, de atenuar el mecanismo de la cooptación y de movernos mas vigorosamente en la modernización, capacitación de jueces y dignificación de la justicia.

Si queremos interpretar los anhelos de cambio y sus propuestas renovadoras, a pesar de todo lo que hemos avanzado, es necesario concluir que aun tenemos un largo camino por recorrer para enfrentar la violencia con la aplicación de la justicia. Por otra parte, es cierto que Galán predicó siempre la negociación para ponerle fin al problema del alzamiento, pero siempre dijo que ello era apenas el comienzo y no el final de la tarea pedagógica e institucional de fortalecer la vigencia de la ley y el estado de derecho, de construir una cultura de convivencia y, por sobre todo, de luchar contra la rampante impunidad que tanto ha caracterizado la vida colombiana y que ha entronizado la práctica bárbara de la justicia por mano propia.

Veinte años antes de que en esta década de los noventa los latinoamericanos empezaran a identificar la educación como el eje central de una política de desarrollo, de preparación para la globalización y la competencia internacional, de búsqueda de la igualdad, de lucha contra la discriminación y la pobreza, ya Galán había llamado la atención sobre las debilidades de nuestro sistema educativo, sobre su incapacidad para corregir los problemas originados en la diversidad étnica, en la nutrición, en el nivel educativo de los padres. Ya entonces se había preocupado por las tendencias a la radicalización política que tanto daño le han hecho a nuestra universidad pública, por los problemas de cobertura y calidad, por los problemas de la educación rural.

Tuvo también gran interés por una tarea que aun tenemos aplazada y que tal vez es más urgente hoy que en el momento histórico de la Colombia que le toco vivir a Galán. A él siempre le preocupó la dificultad de nuestros partidos para articular el complejo y diverso entramado de la realidad colombiana. Siempre creyó que cuando se hablaba de unión del liberalismo se hacía referencia a la simple coincidencia de sus facciones para conseguir un objetivo electoral y a una tal política se opuso siempre. Le asombraba el desdén de la dirigencia por el examen de los problemas colombianos. Fue tratando de llenar ese vacío cuando articuló el Nuevo Liberalismo concibiendo y preparando el terreno que lo conduciría a la unión liberal poco antes de muerte violenta, cuando la inmensa mayoría de los colombianos lo veían ya como la mejor alternativa de transformación de las instituciones de Colombia.

Entendía el liberalismo como un partido con una estructura fuerte, con mecanismos que le dieran cohesión y solidez. Pero también lo concebía democrático y fue por ello por lo que luchó de manera tan intensa por la Consulta Popular, tan esencial al comportamiento suyo. Esa será también la única manera como lograremos que nuestros partidos jueguen en el Congreso el papel de crítica, de fiscalización, para que ellos de verdad representen un contrapeso a las acciones del Ejecutivo. Esa sería una manera de fortalecer nuestra democracia.

En el contexto de cambio Constitucional, al que ya me referí, tuvimos la ocasión de revisar los problemas de la descentralización y la necesidad de darle un nuevo impulso a las regiones y al escenario departamental y municipal transfiriéndoles funciones y responsabilidades y desarrollando cambios fiscales que tuvieran una naturaleza permanente. Ya había él copropuesto y había estado totalmente comprometido con la aprobación de la reforma Constitucional que estableció la Elección Popular de Alcaldes y con el proceso de descentralización de recursos del entonces denominado impuesto a las ventas.

Estas son apenas algunas ideas de la amplia concepción que tenia Galán de nuestros problemas públicos. Es claro que estas ideas y esta concepción de la vida colombiana están aun a prueba. Que la tarea de reconformar una sociedad que viva bajo esos nuevos principios apenas comienza. Pero en ella no podemos desfallecer. Ni podemos regresar al largo pasado autoritario con el que hemos enfrentado la violencia con tinte político a lo largo de este siglo. Hay quienes piensan que se puede volver atrás hacia un ejecutivo omnipotente en sus facultades aunque ineficaz e impotente en su aplicación. Es quizás explicable que esto suceda, dadas las circunstancias adversas que vive Colombia, pero quienes así piensan olvidan el estado de indefensión de nuestra justicia y la dificultad de producir cualquier providencia contra narcotraficantes, terroristas, guerrilleros o grupos de justicia privada antes de la creación de la Fiscalía o de la Justicia Regional.

Hay también quienes quisieran dar marcha atrás en la descentralización y lamentan el debilitamiento del Estado centralista. Es probable que sea más fácil gobernar regresando a una presidencia imperial, contraria a las regiones, y es probable que esto hiciera más fácil la tarea de nuestros gobernantes, pero de seguro no funcionarían mejor nuestras instituciones y sin duda tendríamos una democracia más débil.

Todo esto no es más que consecuencia de esa especie de providencialismo, de mesianismo simplista que tanto nos aqueja y que nos hace creer que alguien pensará y actuará por nosotros, que alguien nos liberará de nuestras culpas, de nuestros problemas, de nuestras debilidades y flaquezas y que mientras tanto nos podemos refugiar en añorar el pasado.

Frente al estado de obnubilación y de pesimismo al que nos han llevado tanto la persistencia de la violencia y las dificultades que el Presidente Pastrana ha encontrado para su política de paz, como los significativos tropiezos de nuestra economía, hay quienes pretenden dar marcha atrás a nuestros cambios económicos, atribuyendo la culpa de los problemas económicos recientes a tales cambios, y no a las malas políticas de los últimos años o al clima de incertidumbre y de deterioro de la inversión pública y privada como consecuencia de los problemas internacionales que entonces vivimos y que recién hemos empezado a superar.

Sin duda la manera más fácil de encontrar una explicación a los problemas de Colombia sea aferrándonos a nuestro pasado y manifestando que todo tiempo pasado fue mejor. O imaginando que además de las muy notables dificultades que debemos enfrentar por los problemas del narcotráfico y por el fortalecimiento de algunos frentes guerrilleros, ahora dedicados a proteger esa actividad, le debemos dar la espalda al mundo y a la globalización, para proclamarnos de nuevo, como dijera alguna vez el Presidente López, el Tíbet de Sudamérica. Quienes así piensan ni siquiera consideran la posibilidad de hacerle frente a algunas de las consecuencias indeseables de la globalización con la integración americana, con la unión de mercados y de nuestros pueblos, como reiterativamente lo pidiera Galán.

Es en estos momentos de confusión y de desanimo cuando debemos perseverar en seguir el ejemplo de Galán, en retomar su carácter, en no dejarnos arredrar por las dificultades, en mirar el horizonte para trazarnos un derrotero. En seguir con valor su ejemplo de asumir las responsabilidades que nos corresponden, y de encarar los desafíos sin timidez, sin temores y sin reducir su magnitud para aliviar nuestras preocupaciones.

Tal vez la más importante de sus lecciones es que no hay que dejar a la subversión la iniciativa del cambio político. Nada que le haga más daño a Colombia que dejarse arrinconar e intimidar por los violentos y perder la iniciativa del cambio político, económico o social. Lamentable sería que la Subversión no diera una respuesta civilizada a la generosa política de paz del Presidente Pastrana, pero más lamentable sería que nuestra sociedad fuera incapaz de retomar el sendero de luchar contra la violencia con los instrumentos pacíficos y democráticos que nos da la Constitución y con las propuestas reformistas y de transformación de nuestras instituciones políticas y sociales que estamos obligados a reiniciar. Es así como debemos entender nuestras responsabilidades. Esa no es una responsabilidad exclusiva de nuestras Fuerzas Armadas que tiene de por si enormes tareas, ni de nuestro Gobierno que tiene frente a si poderosos retos y obstáculos.

Y al mismo tiempo nada tan ajeno al espíritu de Galán como dejarse atrapar por el pasado, y dentro de ese mismo espíritu pesimista creer que todo lo hemos hecho mal y que tal vez en fórmulas retardatarias y autoritarias encontraremos la solución de nuestros problemas. Se deben solazar los guerrilleros y las demás organizaciones criminales cuando nos ven razonar de tal manera. Qué señales tan equivocadas les mandamos cuando nos mostramos inseguros, débiles y sin claridad, cuando desconfiamos de nuestros valores, de nuestros derroteros, de nuestras convicciones. Cuando somos simplemente defensivos, o reactivos, o cuando nos declaramos impotentes o simplemente perplejos. Hay que seguir marchando por la paz, hay que reclamar la antorcha de las transformaciones políticas, hay que recuperar la fe en que podremos volver a crecer con vigor, reducir el desempleo y atacar la miseria. Que mal se nos ve que nos decretemos derrotados en las primeras escaramuzas.

En estos tiempos en que tantos colombianos están apesadumbrados por ese desempleo, porque no existe hoy en Colombia familia alguna que no sienta el rigor de la crisis económica, quiero invitar a todos nuestros dirigentes a pensar con grandeza, a erguirse frente la adversidad, a encontrar en el camino de las reformas políticas y económicas y sociales la respuesta a los problemas de violencia, la respuesta a las dificultades de nuestra economía. Por supuesto que tiene que haber espacio para la controversia democrática, para la crítica y la fiscalización. Pero también hay que propiciarlo para el consenso, la creatividad y para la construcción de unas instituciones políticas más fuertes e instituciones económicas más eficientes y más justas. Los colombianos, si queremos ser fieles a la memoria de Galán, tenemos que encontrar en el cambio pacífico, institucional y democrático la respuesta a nuestras tribulaciones. No es mirando atrás, con nostalgia, ni dejándonos anonadar por los hechos del presente, como construiremos una Nueva Colombia.

Estimados amigos:

Permítanme traer a cuento, para terminar estas palabras, una anécdota que narra Juan Manuel Galán en su libro El Rojo de Galán, publicado por Planeta en 1998. Contaba Galán que el uno de los episodios máximos de su vida pública lo había vivido en Landázuri, Santander, después de una manifestación. Ese día, cuenta Juan Manuel, recorrió varios pueblos en cercanías de Cimitarra en el Carare, cuando un campesino se le acercó para expresarle su angustia por la violencia loca e indiscriminada de todos los orígenes que los afectaba. Para Galán este era el reflejo de la naturaleza de la encrucijada en la que nos hallamos los colombianos. En aquella reunión, otro campesino, muy humilde, le dijo: "Doctor Galán, yo antes que liberal, soy colombiano, pero antes que colombiano soy un ser humano". Para Galán, dice su hijo mayor, este campesino señaló la jerarquía apropiada a la razón de ser de una lucha política, que no tiene sentido si no está al servicio de la humanidad. "

La agenda política del nuevo siglo en América Latina se enraíza en los ideales que Luis Carlos Galán articuló y promovió. En esta mañana mi testimonio y reconocimiento de todos por la entereza, la inteligencia y la vida ejemplar de servicio a Colombia con que la Familia de Galán ha honrado su vida, en particular su esposa Gloria y sus hijos Juan Manuel, Claudio Mario y Carlos Fernando.

Es cierto que hoy los Colombianos tenemos nuevos desafíos. Pero Galán nos trazó un norte. Si somos fieles a él, si seguimos inspirados en sus ideas, si nos alimentamos de su optimismo y de su fe en Colombia, si seguimos las lecciones de su coraje vamos a llevar nuestra nación a buen puerto y a nuestros hijos a una Colombia en la que prevalezca el respeto a los derechos de todos. En fin una patria más justa, más segura, más próspera o más democrática.



Muchas gracias