Discursos

CÉSAR GAVIRIA TRUJILLO, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
EN EL IV CONGRESO INTERNACIONAL DEL CENTRO LATINOAMERICANO PARA EL DESARROLLO SOBRE LA REFORMA DEL ESTADO Y DE LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA

21 de octubre de 1999 - Ciudad de México


Quisiera comenzar por agradecer al CLAD el honor que me ha hecho al invitarme a participar en este Congreso Internacional sobre uno de los temas más importantes de la hora presente: la integración regional en un mundo globalizado: liderazgos, desafíos, capacidad de gestión.

Se me ha invitado pues a hablar de la globalización y la integración regional y no lo podríamos hacer sin referirnos al contexto económico, social y político dentro del cual se han desenvuelto estos procesos. Y en las Américas tenemos una historia que en los años 90 tiene sus particularidades. Hemos clausurado décadas de aislacionismo, de confrontación y de desconfianza. Hemos ido dejando atrás ese pesimismo atávico en las posibilidades de nuestra relación común y el lenguaje siempre confrontacional y divisivo.

Un nuevo espíritu guía nuestras relaciones. Ha habido cooperación, entendimiento y por sobre todo una creciente convergencia de principios y valores y la convicción de que tenemos un destino común. Hemos logrado converger no solamente alrededor de los elementos básicos de la democracia, de como defenderla de los peligros que la acechan, sino también alrededor de lo que significa la defensa de los derechos individuales y las libertades públicas.

Pero al mismo tiempo, hemos retomando el papel de la iniciativa privada y del mercado en la asignación de los recursos productivos, y el del Estado y sus responsabilidades sociales como ente de regulación, supervisión y control. Asimismo, compartimos la idea de que la paz, la prosperidad y la estabilidad regionales se construyen mejor sobre la base del comercio abierto y no discriminatorio.

Si bien es cierto que América Latina y el Caribe enfrentan todavía viejos y complejos desafíos, las perspectivas del hemisferio siguen siendo auspiciosas. Ha habido desde luego tropiezos pero existe ahora mayor realismo sobre nuestras posibilidades. Por unos pocos años, después de la primera oleada de reformas y de la retórica del fin de la guerra fría, vivimos una especie de euforia desbordante y muchos pensaron que el camino al desarrollo seguiría una senda rectilínea. Nos encontramos, sin embargo, con algunas desafortunadas sorpresas y algunas duras realidades, y debimos reconocer que no hay atajos, caminos cortos, milagros, ni fórmulas simples o sencillas. Lo que hay es oportunidades y buenas o malas políticas. De nuestro tino para escogerlas y de la voluntad y coraje que tengamos para adoptarlas y persistir en ellas, depende nuestro futuro

Superada de manera tan exitosa la crisis mexicana que hace ya casi un quinquenio hizo tambalear la certidumbre en el curso que debían seguir nuestros países y en trance de sortear la crisis asiática, debemos llamar la atención sobre un cierto desencanto que en algunas de nuestras naciones ha producido el proceso de reforma económica. Más que un movimiento masivo coherente contra las reformas, en muchos países este ha tomado la forma de un escepticismo colectivo que en ocasiones ha estimulado la aparición de propuestas populistas y de protestas populares. Ese escepticismo también se extiende a las bondades de la democracia. Muchos en nuestro hemisferio empiezan a identificarla con sus enemigos, con los males que la aquejan.

Sin embargo, a pesar de esos brotes, ningún país ha dado marcha atrás. Las reformas económicas, la mayor competencia, el creciente papel del mercado, siguen siendo por doquier cambios apreciados, pero que han ido perdiendo el brillo político, la novedad, la fuerza incontrastable que poseían en la primera mitad de la década. Más que dar marcha atrás lo que los habitantes del hemisferio quieren y reclaman es que las reformas lleguen a las políticas públicas en aquellas áreas del Estado que más tienen que ver con sus preocupaciones cotidianas. Y como los ciudadanos, los medios y lo que se denomina la opinión pública de nuestros países dan por descontadas las reformas y creen que ya son objetivos alcanzados, se ha ido formando una nueva agenda sobre la cual se demanda la atención de nuestros gobernantes y de las instituciones políticas. Esta nueva agenda es más compleja, tiene objetivos más amplios y difusos, es más difícil de cuantificar y cualificar en su evolución, y sus resultados muchas veces solo se pueden medir con el transcurso de los años.

Tenemos que aceptar que en muchos países americanos los ciudadanos empiezan a cansarse de que la discusión económica cope la totalidad de sus preocupaciones. Muchas personas empiezan a mostrar fatiga al oír hablar de privatizaciones, coyunturas fiscales, políticas comerciales, nivel de reservas internacionales o crecimiento de la oferta monetaria o déficit de la cuenta corriente. Y debemos aprender a interpretar que es lo que buscan algunos cuando agitan nuevos temas o cuando culpan a las reformas económicas de algunos de nuestros males ancestrales. No podemos enjuiciar o menospreciar a quienes de una u otra forma, aunque sea utilizando motivaciones o argumentos que no compartamos, reclaman resultados en la lucha contra la pobreza, en una mejor distribución del ingreso, en el crecimiento de los salarios reales de los trabajadores, en menores cifras de desempleo o en un sistema educativo acorde con los requerimientos de la globalización y la revolución de las comunicaciones.

Frente a esa nueva agenda la única actitud consistente con nuestros ambiciosos objetivos es la de persistir en los cambios y las reformas. Los bancos multilaterales han realizado numerosos estudios que relacionan de manera altamente positiva las mejorías en la distribución del ingreso en los 90’s, la aceleración en la tasa de crecimiento y los logros en la lucha contra la pobreza, con las distintas reformas estructurales acometidas en el hemisferio.

Y en cuanto al escepticismo sobre las bondades de la democracia, más que un rechazo a ella lo que con frecuencia vemos es un poco de cansancio con nuestras instituciones políticas, la percepción de un Estado indiferente frente a los derechos ciudadanos o a la impunidad que impera en la justicia; la percepción que se tiene de los partidos políticos y de sus dirigentes como responsables de la corrupción o la pobreza.

Y es que es necesario insistir en que la democracia es la columna vertebral de la renovación estructural del hemisferio y que la razón de ser de la OEA, y de lejos su principal tarea, es su defensa y promoción. Sus males, debilidades o las amenazas de que sea objeto, son tan dañinos para la calidad de vida en el continente como el deterioro de los indicadores económicos.

Ahora bien todos en América estamos de acuerdo en que la democracia es mucho más que la celebración de elecciones limpias y transparentes, o la posibilidad de acceder al Sistema Interamericano de Derechos Humanos. Es relativamente cierto que atrás han quedado las épocas oscuras de los regímenes militares y el recuerdo amargo de la hiperinflación y de la guerra sucia. Sin embargo perduran algunas debilidades en la estructura y funcionamiento de las democracias.

Tenemos algunos nuevos peligros, más sutiles que los anteriores, pero no por ello menos preocupantes, tales como el debilitamiento del principio del equilibrio y la independencia de los poderes, el agravamiento de la impunidad y el subsecuente debilitamiento del poder judicial, el ataque a las libertades básicas como la libertad de expresión, y la presencia de severas intransigencias y polarizaciones entre sectores que impiden con frecuencia alcanzar consensos mínimos acerca de como encarar los problemas nacionales fundamentales, bien sean de índole económica, política o social.

También están presentes fenómenos como el terrorismo y los problemas de la marginalidad y la pobreza, los de la inseguridad en las ciudades, la corrupción, la impunidad, el narcotráfico. Quién puede negar que cada uno de ellos mina la confianza de nuestros ciudadanos en el sistema de gobierno que nuestros pueblos han elegido? Una boca con hambre, un funcionario venal, un crimen sin castigo, un atentado contra una vida o el comercio de una sustancia ilícita son todos golpes que recibe la democracia como la mejor forma de gobierno

En otros países la "luna de miel" con la democracia ha quedado en el pasado. Quienes la vinculaban con mayor prosperidad se han visto con frecuencia defraudados. Para los sectores más desposeídos la democracia no está asociada a un mejoramiento de sus vidas cotidianas. Esta desilusión con la democracia se ha reflejado con frecuencia en los bajos niveles de participación en los procesos electorales y en una pobre evaluación de las instituciones públicas como se ve reflejado en numerosas encuestas y estudios de opinión. Las nuevas generaciones, por otra parte, no conocieron el capítulo oscuro de las dictaduras, por lo que no necesariamente valoran con la misma intensidad las libertades y protecciones de las que gozan en la actualidad.

La democracia en muchos de los países del área enfrenta entonces diversas amenazas, y para fortalecerla y defenderla es necesario confrontar esas amenazas con el mismo vigor que lo hicimos con respecto a los más acuciantes males de nuestras economías. Quizás los peligros resulten menos obvios que en el pasado y en la mayoría de los países no sea necesario prepararse para interrupciones abruptas, pero en todas las latitudes de las Américas se dan procesos que le quitan su legitimidad y credibilidad como la mejor forma de gobierno y por ende le restan eficacia para el logro de objetivos que son esenciales para la creación de instituciones sólidas y duraderas

Por estas razones, el continente requiere más atención y seguimiento que nunca. Al análisis que de él hacemos es necesario incorporar nuevos elementos institucionales y políticos. Quizás la principal razón de que eso sea así recae sencillamente en que hoy las libertades económicas y las libertades políticas en América están más entrelazadas que nunca. Solo con más reformas y más democracia podemos responder a las renovadas expectativas de nuestros pueblos.

Y en este último lustro también hemos aprendido que en materia económica el camino está lleno de escollos, que no hay milagros ni soluciones fáciles y simplistas y que en el camino de la globalización hay enormes oportunidades, pero también asechanzas y peligros que debemos eludir o superar. Pero que tales obstáculos son solo eso: obstáculos que vamos a superar con nuestra determinación de unir nuestras fuerzas, de compartir nuestras fortalezas, de superar nuestras debilidades.

Y en estos último años vientos de tempestad se avizoraron desde el amanecer. Hemos visto como la crisis de Rusia y la del Asia pusieron en peligro los avances alcanzados en los 90s. Y de nuevo vivimos la que ha resultado ser la característica más indeseable de la globalización: la volatilidad de los capitales, una característica que si no logramos domar va a poner en peligro muchos de los impresionantes logros a los que se ha llegado desde el comienzo de la década que recién termina. El efecto contagio, la rapidez con la que se expande la desconfianza y con la que las corrientes de capital abandonan los países ante cualquier desajuste en las variables económicas, sean fiscales o cambiarias, constituye una grave amenaza a lo que hemos conseguido con sacrificios, coraje y decisión.

Uno tiene la impresión que se dan reacciones desproporcionadas y sistemáticas en las bolsas de valores, y que los agentes económicos de los mercados bursátiles no diferencian, a la hora del pánico de turno, las buenas de las malas políticas; los desajustes transitorios de aquellos que son estructurales; las compañías buenas y solventes de las malas.

Algunos de los que carecieron del buen juicio a la hora de tomar las decisiones, quienes oscilan entre un optimismo desbordante y el súbito pánico, dirían que simplemente se han puesto a prueba la solidez de nuestros fundamentos económicos, que falta información o transparencia, o que hay demasiada lentitud o gradualismo en los ajustes.

Nosotros, en cambio, creemos que nuestras instituciones económicas están a veces mejor cimentadas que aquellas de quienes pretenden juzgarnos con tan desproporcionada severidad. No obstante es preciso reconocer que la mayor cantidad de problemas se dan en aquellos países que tienen mayores desequilibrios, como también es verdad que de cada crisis hemos salido fortalecidos, mejor preparados, con mejores instrumentos, con instituciones más sólidas.

También podemos decir de manera inequívoca que nuestras autoridades han reaccionado con excepcional prontitud y firmeza, y en la gran mayoría de países han puesto todo su capital político en la mesa para defender la bien ganada estabilidad de precios y las bien aprendidas lecciones de la conveniencia de los buenos equilibrios macroeconómicos, superando debates trasnochados y recuperando en pocos meses el sendero de la estabilidad y el crecimiento. Sin duda, hoy somos más conscientes de nuestras vulnerabilidades y tenemos una actitud mas realista y más madura sobre nuestras posibilidades y sobre las virtudes y deficiencias de nuestras estructuras económicas.

Y víctimas como hemos sido de la volatilidad de los capitales reclamamos que, en compañía nuestra, los países industrializados se apliquen a la tarea de construir una nueva arquitectura institucional que corrija tan indeseable característica de la globalización y que nos permita regresar a un sistema financiero internacional menos secreto, más seguro y transparente, mejor regulado.

En nuestra opinión debemos proceder pronto con claridad y firmeza para que estos episodios no conduzcan a la perplejidad, temor al cambio, deseos de involución y cierta tendencia nostálgica de volver al pasado. Porque una y otra vez los estudios que se realizan muestran que los países que más crecen son los que más reformas han hecho, y que solo acentuando las reformas y abriendo nuevos frentes de cambios institucionales se puede incrementar de nuevo el ritmo de crecimiento.

La otra importante tarea que afrontamos es la de evitar que la crisis financiera afecte los muy positivos desarrollos que hemos logrado en la pasada década para liberalizar e integrar nuestras economías. Es esencial que los países no reaccionen a las presentes circunstancias adoptando medidas en exceso proteccionistas. No importa que tan tentador resulte tratar de enmendar los actuales problemas evitando la competencia, es más importante reconocer que los costos de abstraerse y no participar en la economía global son más altos que los transitorios beneficios del excesivo proteccionismo.

Es esta, entonces, la hora de impulsar la segunda generación de reformas con una base social y política más amplia, dejando atrás los procedimientos un poco cerrados y autoritarios que caracterizaron en algunos países la primera generación de reformas. Se tratará de reformas que fortalezcan la capacidad del estado en sus responsabilidades sociales, en su capacidad regulatoria, en la flexibilidad de su mercado laboral, en el fortalecimiento del sector judicial, en promover una mayor descentralización, más mecanismos de participación ciudadana, un mayor equilibrio de los poderes públicos, un incremento en la capacidad de fiscalización del Congreso y una mayor independencia para el Banco Central.

Y a lo ancho del globo hay algunos que creen que la globalización está borrando todas las fronteras y que la soberanía se está diluyendo en medio del vertiginoso circular de la información y de los capitales. Estos creen por lo tanto que en un futuro el Estado será más imprescindible y menos poderoso. Yo no sé si tal cosa va a ocurrir en sociedades desarrolladas de otras latitudes. Pero eso no es lo que está ocurriendo en las Américas y no es lo que se prevé que ocurra.

Lo que hoy percibimos, en nuestro hemisferio, es que la globalización ha acrecentado las demandas sobre las sociedades y las economías, lo que se traduce en crecientes responsabilidades para el Estado. Y esto representa un enorme desafío en un hemisferio donde se ha dado una enorme tendencia a la hipertrofia estatal, a la excesiva burocratización, al escogimiento de funcionarios públicos con criterios en exceso politizados. Sólo un Estado más fuerte y funcionando de manera eficiente podrá enfrentar los complejos desafíos que nos trae la globalización y superar las características de subdesarrollo que todavía agobian a muchas de nuestras actividades productivas y de prestación de servicios públicos.

Antes de referirme a la integración regional en las Américas quisiera hacer referencia a la creciente interdependencia entre nuestros países que ha acompañado el fenómeno de la globalización y que afecta el destino tanto de las naciones como de sus ciudadanos. La globalización trasciende fronteras, clases sociales, religiones y razas. En nuestro hemisferio, a pesar de las diferencias de tamaño, poder y riqueza, nuestras sociedades a lo ancho del hemisferio comparten problemas, desafíos y esperanzas. Los vínculos culturales, históricos y geográficos se han hecho cada vez más fuertes, alentados por la certeza del destino común.

Ello ha ocasionado que los temas de la agenda doméstica tengan todos hoy alguna dimensión internacional y que soluciones estables y duraderas no pueden ser encontradas actuando de manera individual. Ya no se puede progresar a expensas de los sueños y aspiraciones de los vecinos.

Datos recientes del Fondo Monetario Internacional muestran como se reflejan en cifras comerciales esta mayor interdependencia. Las exportaciones totales de América Latina y el Caribe crecieron de 130 billones de dólares en 1990 a 290 billones en 1997. El comercio al interior de esta subregión creció en el mismo período de 21 billones de dólares a 60 billones, mientras que las exportaciones de América Latina y el Caribe a los Estados Unidos pasaron de 50 billones de dólares a más de 140 billones.

Si visualizamos las tareas que tenemos por delante e identificamos los grandes retos que se nos presentan con la creación del Area de Libre Comercio de las Américas, ALCA, veremos que hemos recorrido un buen trecho del camino que nos propusimos transitar. También estamos conscientes de que el camino por recorrer es empinado, que nos esperan grandes desafíos y que remontarlos requiere una movilización de todas las energías de nuestras sociedades.

Como quiera que todos somos conscientes de que la integración no es solo un proceso económico sino uno de vastas consecuencias políticas y sociales, tenemos que señalar que el proceso de creación de la Zona de Libre Comercio está cimentado por lo menos en tres áreas fundamentales: democracia, derechos humanos y justicia; integración y comercio; y educación y lucha contra la pobreza.

En ese espíritu, quiero trasmitirles algunas reflexiones que nos hacemos en la OEA. La primera de ellas es preguntarnos cómo lograr que la educación sea la espina dorsal de nuestros propósitos de crecimiento que nos prepare ciudadanos para ingresar al mundo del trabajo, para competir internacionalmente, para avanzar hacia una mayor igualdad. Como todos sabemos, en la era de la globalización el recurso más importante con que cuentan los países es su gente y no las riquezas naturales o el territorio. En la actualidad los países, basados en las decisiones y recomendaciones de la reunión de sus Ministros de Educación, han adoptado políticas similares para mejorar la calidad, el cubrimiento y la relevancia de la educación. Contra muchos pronósticos, el gasto en educación como porcentaje del producto ha crecido a lo largo de la década del 2.8% en el período 90 –91, al 3.7% en el 96-97.

Nos hemos propuesto también fortalecer tanto las instituciones nacionales como el Sistema Interamericano de Protección de los Derechos Humanos. En el tema del desarrollo sostenible estamos trabajando en función de los mandatos e iniciativas de la Cumbre de Santa Cruz de La Sierra, en Bolivia, y que colocaron a nuestro Hemisferio como la primera región en tener un plan sobre desarrollo sostenible en el marco de los acuerdos de la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro.

Otro reto consiste en asegurar que la integración económica del hemisferio se produzca de manera simultánea con la mayor integración social de nuestras poblaciones. Mientras la apertura del comercio es la clave del crecimiento, no podemos permitir que la persistente inequidad menoscabe la fuerza del proceso de desarrollo. América Latina continúa teniendo los peores índices del planeta en materia de equidad y distribución del ingreso. Resulta una inaceptable paradoja que este hemisferio rico en recursos y posibilidades, haya dejado a millones de sus hijos desamparados, atrapados en las garras de la miseria. Esto implica movilizar más recursos y mejorar las políticas y las instituciones sociales.

El Estado de derecho y la certidumbre jurídica depende de los sistemas de justicia y son esenciales para el progreso de la integración. Debemos fortalecer el poder judicial, su independencia, y los mecanismos de cooperación judicial. El pasado mes de marzo los Ministros de Justicia adoptaron en Lima estrategias coordinadas para hacerle frente a los nuevos crímenes como los delitos cibernéticos. También discutieron propuestas para mejorar la calidad, el acceso y la eficiencia de la justicia para todos los ciudadanos.

Permítame ahora referirme al ALCA, la Zona de Libre Comercio de las Américas. Han pasado ya cerca de cinco años desde que 34 Presidentes y Primeros Ministros, en Miami, acordaran establecer un área de libre comercio a todo lo largo y ancho del hemisferio. En los pasados 5 años los gobiernos de las Américas han estado creando las bases técnicas que hacen posible la negociación. En Santiago, durante la Segunda Cumbre de las Américas, nuestros gobernantes lanzaron las negociaciones que buscan crear un espacio económico libre de barreras al comercio y a la inversión para el año 2005.

En este intervalo, los Ministros dieron su orientación, instrucción y, aun más importante, su impulso y apoyo político. El método de trabajo que han utilizado ha sido en extremo útil porque se han establecido objetivos y plazos, lo cual ha permitido una revisión y evaluación periódica del proceso.

En la etapa de preparación las reuniones de los viceministros fueron el epicentro de decisiones de carácter técnico que han hecho posible el trabajo hasta hoy adelantado. Le dieron un marco de acción muy preciso a los grupos de trabajo y han estado vigilantes de la calidad de las tareas realizadas, tanto por el Comité Tripartita, como por los Grupos de Trabajo. En la nueva etapa el Grupo de Negociaciones Comerciales, también compuesto por los viceministros, le ha dado el marco de acción a los nuevos grupos y ha conseguido mantenerse de acuerdo a lo planeado. Tiene también ambiciosas propuestas de medidas facilitadoras del comercio, principalmente en el área aduanera, que serán adoptadas en Toronto en el próximo mes de noviembre por los Ministros de Comercio, y que constituirán el tipo de progreso concreto que se espera dé un gran impulso al ALCA en la próxima década.

A lo largo de la etapa preparatoria los Grupos de Trabajo desempeñaron de manera sobresaliente sus tareas, crearon un lenguaje común y una discusión técnica convergente, construyeron bases de datos e inventarios, recopilaron estadísticas y normas, realizaron comparaciones sistemáticas de los distintos acuerdos y condujeron estudios detallados en todos los aspectos de la política y las relaciones comerciales.

Cada uno de los Foros Empresariales de las Américas ha sido testigo de la participación de más de 1500 líderes empresarios de todo el hemisferio, lo que les ha permitido exponer sus opiniones y discutir sus problemas en relación con el ALCA, así como señalar posibles soluciones.

Las instituciones multilaterales que forman el Comité Tripartito, OEA, BID, CEPAL, han ejercido una especie de Secretaria Técnica del proceso. Funcionarios de nuestras organizaciones han trabajado de cerca con representantes nacionales para construir bases de conocimiento mutuo que sirvan de sustento a las decisiones críticas. Hemos difundido entre el público un volumen sin precedentes de información confiable y compartida por todos, y después de Toronto avanzaremos mucho mas en esta dirección. Son fundamentales las acciones de cooperación y asistencia técnica que se están desarrollando para la formación y entrenamiento de negociadores, el acceso a la información y el fortalecimiento institucional, especialmente en beneficio de las economías pequeñas.

Además del significativo trabajo técnico que se logró en la etapa preparatoria, se ha realizado una gran cantidad de trabajo por parte de los grupos de negociación que se han estado reuniendo en Miami. Cerca de 900 negociadores de los 34 países han empezado a discutir temas que van desde tarifas y barreras no arancelarias hasta agricultura, propiedad intelectual, políticas de competencia, inversiones y servicios. Un grupo asesor de expertos del sector público y el sector privado ha empezado a discutir los temas de comercio electrónico y el papel que va a jugar en el comercio hemisférico. Otro grupo consultor esta mirando las condiciones y necesidades de las economías más pequeñas. También se ha creado un mecanismo que va a permitir que miembros de la sociedad civil puedan expresar sus puntos de vista sobre el proceso.

Quisiera ahora referirme someramente a lo que constituyen los principios básicos del acuerdo: igualdad jurídica de los estados; consenso en la toma de decisiones, lo que permitirá un enfoque balanceado y comprehensivo; la coexistencia del ALCA con los otros acuerdos regionales; la posibilidad de que los países negocien individual o colectivamente; la demanda de consistencia con las reglas de la OMC; el compromiso de tener en cuenta las necesidades de las pequeñas economías; y una característica esencial, lo que se denomina una empresa única, esto es que todos los países deben aceptar todas y cada una de las obligaciones dentro del Acuerdo.

El mensaje que queremos hacer llegar es que no concebimos el ALCA como un bloque introvertido, diseñado para levantar barreras a los no participantes, sino como un esfuerzo destinado a lograr un grado de liberalización que vaya más allá de los actuales estándares globales.

El recientemente creado grupo para escuchar a la sociedad civil debe asegurar que los grupos sindicales, las instituciones académicas y las organizaciones no gubernamentales de toda clase tengan una voz. Otro elemento que es muchas veces visto como un gran desafío es la "Ronda del Milenio" propuesta por la OMC. Mientras algunos creen que esta nueva ronda puede dispersar la energía del ALCA, muchos creemos que estos dos procesos son compatibles y de hecho complementarios.

Tenemos que registrar la enorme preocupación que genera el no otorgamiento de la vía rápida, o Fast Track, por parte del Congreso en favor del Gobierno de los Estados Unidos. Aunque esto no impide avanzar en la negociación, si tiene la connotación de cierta falta de voluntad política.

Hasta ahora, los avances han sido muy positivos. Lo que no hace mucho tiempo eran solo esperanza o sueños de tener un hemisferio donde circularan libremente bienes y servicios, parece ahora mucho más a nuestro alcance, inclusive más allá de lo que los más optimistas observadores anticiparon. Este ha sido un ejercicio de aprendizaje y entendimiento y constituye la expresión de un excepcional compromiso político al servicio de la más ambiciosa empresa que el hemisferio haya emprendido.

Finalmente, a manera de conclusión, diría que no podemos olvidar que el objetivo final de nuestras acciones no son los Estados, sino los individuos. Son los individuos quienes deben beneficiarse de todo este esfuerzo de concertación colectiva que estamos llevando a cabo en nuestro hemisferio, a quienes debemos brindar educación, seguridad, buen empleo, un medio ambiente sano y, por supuesto, libertad y protección de sus derechos, paz y prosperidad.



Muchas gracias