Discursos

CÉSAR GAVIRIA TRUJILLO, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
EN LA CUMBRE ECONOMICA PARA LA MUJER DE LAS AMÉRICAS

11 de noviembre de 1999 - Buenos Aires, Argentina


Ministra Ana Kessler, Señora Irene Natividad, Empresarias de las Américas



Es para mí un gran honor asistir a este evento que congrega las líderes de los negocios provenientes de muchas latitudes de las Américas. Su importancia reside en los temas a tratar y en la calidad de las participantes: mujeres de negocios de muchos orígenes y profesiones que por unos días han dejado sus ocupaciones laborales y familiares para venir a Buenos Aires a hacer parte de este singular momento que fortalece vínculos, genera oportunidades de negocios, intercambia vivencias, experiencias, información, y que pone los temas de la mujer y de la perspectiva de genero en el primer plano de nuestras preocupaciones cotidianas. Quiero extender mis especiales agradecimientos a la señora Irene Natividad, directora de la Cumbre Mundial de la Mujer, por la organización de esta, su quinta Cumbre.

La Comisión Interamericana de Mujeres, co-auspiciadora de este evento, ha sido parte interesada y partícipe en la lucha de las mujeres para obtener la igualdad de derechos durante el presente siglo. Cuando fue creada en 1928 con el propósito de asegurar el reconocimiento de los derechos civiles y políticos de la mujer en el hemisferio cuando sólo dos países les habían otorgado el derecho a votar. La obtención del derecho al sufragio y, posteriormente, de los derechos civiles y políticos constituyeron las primeras conquistas. A ellas siguió la larga, difícil y exitosa trayectoria que trae a este recinto a destacadas empresarias, mujeres de negocios y profesionales de todo el Hemisferio.

Varios temas de interés prioritario para la CIM están en la agenda este encuentro. El primero es el tema del liderazgo. Aquí se han congregado centenares de dirigentes de todo el continente y el Caribe para afirmar el liderazgo alcanzado por la mujer como actor económico, y su extraordinario potencial para hacer prosperar a nuestras sociedades y nuestros economías. La participación activa de la mujer en las estructuras de poder y de toma de decisiones es tal vez, en este fin de siglo, el componente más importante para lograr equidad de género y para avanzar en la igualdad de oportunidades en nuestras sociedades.

El segundo tema es el de la erradicación de la pobreza, quizás el mayor reto que confrontamos y que afecta de manera especial a la mujer. La feminización de la pobreza es un fenómeno que preocupa enormemente por sus consecuencias negativas de orden económico y social. Vista la gran proporción de mujeres que son microempresarias o dueñas de pequeñas y medianas empresas, los esfuerzos por mejorar su capacidad comercial y empresarial tendrán repercusiones positivas sobre el crecimiento económico y sobre nuestro desarrollo social.

Y un tercer tema estaría relacionado con el perfeccionamiento y profundización de la democracia en las Américas a lo largo de los 90s. Y estamos seguros que este proceso se ha dado de manera paralela con una mayor presencia de la mujer en la fuerza laboral, con la reducción de las diferencias salariales, con la eliminación de algunas de las formas de discriminación en sus puestos de trabajo, con el avance de la mujer a las posiciones de comando. Todos estos desarrollos han contribuido a ir dejando atrás décadas de autoritarismo, desconfianza y confrontación, y con una significativa contribución de la mujer han permitido avanzar hacia una convergencia de valores y principios que nos hermanan a todos los americanos.

A pesar de que el área de liderazgo político continúa siendo un espacio dominado por el hombre, en esta década se han abierto algunos espacios democráticos vinculando a la mujer en el ámbito directivo gubernamental para extender su representación y su participación. En los dos últimos años, las mujeres han obtenido un 15% de los escaños parlamentarios, superando el promedio mundial del 12%. Hasta hace poco Guyana y hoy Panamá tienen una mujer como Presidente, y cada vez son más las mujeres candidatas que se disputan el apoyo popular para las más elevadas dignidades del Estado. Esta mejoría nos estimula pero está muy lejos de ser satisfactoria.

Y los cambios democráticos que hemos vivido se han dado en América con un cambio paralelo del modelo económico que nos ha abierto a una mayor competencia, dejando al mercado la asignación de la mayor parte de los recursos productivos, y estimulando a todo lo ancho del hemisferio un mayor intercambio de bienes, de servicios y de capitales. Esto desde luego implica el desarrollo de una nueva creatividad, de preparar mejor las empresas para los negocios internacionales, de reformar el Estado para que cumpla su rol de ente de supervisión, regulación y control, para que cumpla mejor sus tareas sociales y para que tenga la capacidad de corregir los sesgos que las políticas y el marco legal tienen contra una mayor igualdad social y de genero.

Se necesitan además más transparencia y una vigorosa acción contra la corrupción. Es en estos nuevos roles donde la mujer ha mostrado sus mejores aptitudes, donde ha hecho valer su mejor formación, donde se ha impuesto su mayor respeto por los valores que nos unen a todos los americanos, donde su mayor compromiso ético ha mostrado sus excepcionales condiciones para enfrentar la vida moderna en el complejo mundo de la globalización.

Son en gran medida las mujeres las que han hecho posible que América Latina recuperara su capacidad de crecimiento, que hubiéramos ganado la batalla a la inflación, que hayamos avanzado hacia la integración, que hubiéramos ganado confianza en nuestra capacidad de competir internacionalmente, y que hubiésemos alcanzado cifras inesperadas y excepcionales de inversión externa. Las mujeres han contribuido ayudando con su impulso para romper odios ancestrales para dirimir querellas, para terminar con diferendos, para generar confianza, para fortalecer la solidaridad, para abandonar políticas desuetas, para transformar instituciones ineficientes, para avanzar en el convencimiento de que tenemos un destino común. Mercosur es un gran ejemplo de esta nueva actitud, de esos cambios de costumbres, prejuicios, temores, políticas.

Paralelamente la revolución informática, las telecomunicaciones y la apertura de los mercados destruyeron las barreras a los intercambios, expandieron de manera inusitada las oportunidades de negocios; colocaron nuestros papeles y nuestras empresas en los mercados globales; generaron nuevas industrias gigantescas con una dinámica de crecimiento sin antecedentes, hicieron que la fortaleza de los países resida en sus capital humano y no en sus recursos naturales o el territorio; y nos hicieron avanzar de manera impresionante hacia un nuevo proceso de globalizacion. Y en este nuevo contexto las mujeres han mostrado su mayor versatilidad, su disposición a asimilar los cambios, su rigor, su disciplina, su voluntad de formarse y reentrenarse en las nuevas profesiones que ya no otorgan ventajas al hombre, como el trabajo industrial o el enorme desarrollo que han tenido los sectores económicos de servicios.

Ahora bien, la globalizacion no nos ha traído solo oportunidades sino también amenazas y peligros, que no nos han afectado a todos por igual. Dependiendo de muchos factores el efecto de las reformas, la integración económica y la globalización han puesto una enorme presión sobre nuestras sociedades, sobre los sistemas de seguridad social, sobre nuestras culturas y sobre nuestras estructuras económicas que viven bajo el acecho de la volatilidad de los capitales.

Asimismo, al interior de los países el impacto ha sido desigual. Los países que más han crecido son los que avanzaron más en las reformas; ha habido en ellos una singular expansión de la capacidad productiva; se han reducido las distancias con el mundo desarrollado en materia de ingresos per capita; ha habido en esta década una reducción de los pobres de 41 al 36%; y se ha dado una mejoría del gasto público en la educación durante la década de los noventas. Pero también algunos, y no pocos, han perdido. Y en especial en varios países ha habido un deterioro en la distribución del ingreso y en los últimos años retorno a situaciones de pobreza y marginalidad, y mayores tasas de desempleo como consecuencia de los fenómenos de la volatilidad.

Ustedes, las mujeres, están mejor preparadas con su mucho mayor sensibilidad para atender los problemas sociales, para mejorar las políticas, para hacer nuestros estados más eficientes, para buscar un mejor balance entre estado y mercado, para hacer que él cumpla con sus responsabilidades sociales. Todos debemos comprometernos para que América Latina deje de ser la región más inequitativa del mundo. Esta es una afrenta a nuestras democracias y algo que lesiona la dignidad de todos los hogares y por ende de las mujeres de todo el hemisferio.

Y si uno agrega al impacto de las reformas el análisis de genero, se encuentra con una situaciones preocupantes que no por ser viejas y ancestrales dejan de ser preocupantes. En América Latina cerca del 70% de las mujeres trabajan en sectores de bajos salarios. Hay estadísticas que señalan que su remuneración es en promedio 25 por ciento inferior a la de los hombres. Lo más probable es que en el caso de la situación de la mujer vengamos de situaciones aun peores. Aunque también es probable que en algunos sectores y países los cambios estructurales también se hayan dado de manera inequitativa. Hay que tener presente que ello ha ocurrido en general en todo el proceso de reformas donde los trabajadores calificados han ganado más que los no calificados, y los de mayores ingresos más que los del niveles más bajos.

Sin embargo, estas cifras sueltas con certeza desconocen y no le hacen justicia al dinámico papel que ha ido tomando la mujer en la transformación de nuestras sociedades y lo efectiva que ha sido para sacar ventaja a las nuevas circunstancias de nuestras economías. En efecto, la participación de la mujer en la actividad económica ha aumentado de manera astronómica desde la década de los setenta. Se estima que entre 1970 y 1980 la fuerza de trabajo femenina en la región se incrementó en un 152 por ciento, en contraste con la tasa de participación masculina que solo creció en un 68.4 por ciento.

Hace diez años la participación de la mujer en la fuerza de trabajo se situaba en el 30 por ciento, y hoy esta por encima del 40 por ciento. Y la participación laboral de las que han cursado estudios técnicos y universitarios supera el 70 por ciento. En Chile, Colombia, Costa Rica y Jamaica, más del 30% de las pequeñas y medianas empresas están dirigidas por mujeres. Sin los ingresos aportados por las mujeres, la cantidad de hogares pobres aumentaría entre un 10 y un 20 por ciento. A estas cifras hay que agregarle las actividades que desempeña la mujer en sectores donde no contamos con estadísticas confiables, como lo son la participación en los sectores rural e informal, así como en las múltiples tareas que desempeña en trabajos temporales, estacionales y atípicos.

Cuando hablamos del efecto de la globalización y de las reformas económicas tenemos un problema: las estadísticas que miden los índices de pobreza que afectan a la mujer y que tratan de capturar el fenómeno de la pobreza sobre ella, y no como parte de una familia o de un grupo socioeconómico, son bastante recientes. Por ejemplo los nuevos indicadores de pobreza adoptados por las Naciones Unidas son del año 1996. Esto quiere decir que si bien hoy contamos con una descripción mejor de la realidad, no podemos evaluar muy bien los efectos de los cambios que han tenido lugar en el hemisferio. Necesitamos muchos más estudios que incluyan en su enfoque problemas concretos de género.

Quisiera aprovechar esta oportunidad para recoger los resultados de un estudio econométrico realizado por Mauricio Santamaria en la Universidad de Georgetown en Washington que, aunque solo para mi país, considero muy ilustrativo sobre la situación de la mujer en periodos más recientes y más concretamente en la ultima parte de esta década. El estudio se realizó con la información de encuestas a mujeres trabajadoras en las siete principales ciudades de Colombia. Según este trabajo, hay más mujeres atendiendo a clases que hombres; el nivel educativo de las mujeres es de 9.4 años, mientras que el de los hombres es de 8.6; en los niveles establecidos de 1 a 9 las mujeres aparecen levemente mejor pagadas que los hombres. Sin embargo, en el nivel 10, el de más altos ingresos, el estudio encontró una diferencia del 16% en favor de los hombres. El estudio identifica como desde principios de la década los ingresos femeninos crecieron más que los masculinos y, también, como la brecha entre las mujeres de más altos ingresos y las de más bajos ingresos se amplió. También señala como los aumentos de ingreso están explicados por la mayor educación. Las razones de este comportamiento son todavía motivo de análisis, pero sin duda reflejan los enormes cambios de la década de los 90s y el gran impacto que ha tenido el desarrollo del capital humano y el enorme peso de la mujer en la actividad económica, con cifras que apenas empiezan a surgir de los estudios académicos.

Ahora bien, tomé estos datos sobre Colombia como una ilustración de unos fenómenos que afectaron a toda la región, pero de hecho la información sobre América Latina y el Caribe confirma este dinamismo. El 49% de los estudiantes universitarios de la región son mujeres. En algunos países como Colombia, Brasil, Cuba, Panamá, Uruguay y Venezuela, hay más estudiantes mujeres que hombres en las universidades. Este hecho moldeará de manera fundamental el rol de la mujer en el siglo XXI e indica que su incorporación a la fuerza laboral continuará en ascenso. La mujer estará cada vez más capacitada para asumir un papel preponderante en las discusiones de política pública y más calificada para desempeñar cargos de decisión en el gobierno y en la industria privada. Y sin duda este es el rasgo más sobresaliente de la evolución de nuestras sociedades desde la perspectiva de genero y el que más nos interesa desarrollar y estimular porque proviene de una enorme superación personal y colectiva que ha roto todas las barreras, y que nada tiene que ver con formas de paternalismo en desuso cuando se trata de buscar la igualdad de la mujer.

Hay muchos factores culturales, económicos y sociales que aun limitan el adelanto de la mujer. Soy un convencido de que hay que fortalecer el papel de la OEA para promover la igualdad de la mujer. Lo tenemos que hacer como Foro para el dialogo político por excelencia, facilitando las reuniones de ministros del ramo y de autoridades sectoriales, creando redes de intercambio o coordinando la acción de instituciones regionales, trabajando para que sus pequeñas y medianas empresas tengan acceso al crédito, buscando que la igualdad de jure se convierta en igualdad de facto. La OEA y la Comisión Interamericana de la Mujer están convocando una reunión Ministerial de las Américas, que tendrá lugar en Washington el próximo Abril, con el propósito de discutir el estatus de la Mujer en las Américas y la igualdad de Género.

Esperamos que encuentros de esta naturaleza que tengan lugar en otras áreas como educación, trabajo, salud y recursos humanos, discutan y analicen las políticas actuales y su impacto en la mujer. Para esto es importante que se promueva la investigación social que distinga claramente el impacto de las políticas sobre la mujer y el impacto de estas en la transformación de la sociedad. Y también es importante que la mujer se vincule de manera decidida no solo a nivel de la discusión sobre los escenarios, sino que contribuya con sus luces y su experiencia y conocimientos en las políticas que afectan su vida. Estoy seguro que el Foro nos ayudará a idear los perfiles de lo que será nuestra política en el siglo XXI. El futuro de nuestras sociedades dependerá del éxito de mujeres como ustedes: trabajadoras, empresarias y líderes de negocios.

Muchas gracias