Discursos

CÉSAR GAVIRIA TRUJILLO, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
EN LA ASAMBLEA DE GOBERNADORES DEL BID

21 de marzo de 2001 - Santiago de Chile


Tal vez no exista hoy una discusión de mayor significación, ya no solo económica sino también política, que aquella sobre la globalización y sus consecuencias. En los foros internacionales, de Davos a Porto Alegre se extienden en hacer formulaciones antagónicas para atribuirle todo lo bueno que ocurre en el mundo y también todo lo malo.

Sin estar entre quienes ven en la globalización más peligros que oportunidades, creo conveniente hacer un alto en el camino para reflexionar sobre las lecciones que cada año nos va dejando actuar en un mundo globalizado. ¿Qué hemos aprendido sobre sus consecuencias? ¿Hasta dónde entendemos todas sus implicaciones? ¿ y qué es lo que de veras puede hacerse para atenuar sus efectos negativos en lo económico, en lo político y en lo social? En particular quisiera hoy referirme a las consecuencias que ha traído la globalización en los aspectos institucionales y políticos.

Uno de los aspectos menos considerados cuando hablamos de globalización es su capacidad de quitar velos y desenmascarar viejos problemas que han estado presentes en nuestras sociedades desde tiempos inmemoriales, problemas que localmente logramos mantener ocultos por décadas o aun centurias, o multitud de tareas aplazadas una y otra vez y que súbitamente surgen a los ojos de la sociedad entera. La globalización saca a flote estos problemas de tal forma, con tal intensidad y a veces hasta con violencia, que muchos terminan por decir que es esta la causante de todos nuestros males.

Hemos sufrido las consecuencias negativas de la globalización económica, algunas de ellas inescapables, como lo ha sido la volatilidad de capitales y el efecto contagio, que se trasmite de países de un hemisferio a otro en horas, poniendo en peligro muchos de los logros que nuestras sociedades han alcanzado en décadas, después de muchos esfuerzos y sacrificios.

Sin duda nos ha costado mucho aprender que los mercados son más exigentes y demandan corregir en días lo que antes tomaba meses, o en semanas lo que antes se exigía en años. Nada de convivir ni por cortos periodos con desequilibrios fiscales, monetarios o cambiarios. Nada de aceptar la información tardía, imprecisa o insuficiente de los agregados económicos.

La lógica del mercado no deja pues espacios para el gradualismo. Cualquier desviación de la ortodoxia es inmensamente costosa. Y tal vez ni siquiera una muy buena política económica sea razón suficiente para pensar que se pueden escapar a los rigores de la volatilidad de capitales, pues aun nos falta por mirar otros factores de naturaleza política y social que también pueden generar inestabilidad y volatilidad.

Por otra parte, yo diría también que con el transcurrir de los años, y en una buena cantidad de países, hemos terminado por descubrir que los aspectos de orden institucional, la paz social, la estabilidad política, el fortalecimiento del estado de derecho y la estabilidad de las reglas para el desarrollo empresarial terminan por tener mas influencia sobre el propio crecimiento económico que el régimen de comercio exterior, el régimen tributario o cambiario.

Hemos ido cambiando la idea de que los principales determinantes del crecimiento son de naturaleza económica y nos hemos alejado de los conceptos que hacían ver el camino del desarrollo como algo simple, claro, rápido. Esos son sueños que han quedado atrás, optimismos a los que todos tuvimos que renunciar.

Ahora bien, creo que nos hemos ido acostumbrando a convivir con la manera como se hace responsable a la globalización de las consecuencias económicas, la volatilidad, el desempleo de las personas no calificadas; o de los problemas de naturaleza social acumulados por décadas o centurias, como la pobreza, la mala distribución del ingreso y los malos sistemas educativos. Estos problemas se han vuelto más notorios y le dan un eco planetario a la búsqueda de justicia social.

No obstante hay un aspecto sobre el cual no hemos profundizado y es el de las consecuencias de la globalización sobre los sistemas políticos y sobre la forma cómo ellos están mostrando sus falencias de manera mucho más intensa y pronta que las deficiencias económicas.

Gracias a la globalización hoy en día hay mas participación en la discusión de las políticas publicas. No hay temas vedados o tratamiento a puerta cerrada de los problemas públicos.

Nunca en el pasado fue imaginable que las elecciones de cada país fueran observadas de manera casi minuciosa por todos los países, sus medios de comunicación y sus organizaciones no gubernamentales. En cualquier lugar del globo la comunidad internacional está atenta y vigilante para que las elecciones sean limpias, justas y transparentes. Se da hoy una creciente y múltiple vigilancia internacional, lo cual podemos documentar en la OEA de una manera contundente.

En muchas ocasiones, mas allá de un rol técnico, terminamos por cumplir el rol de un tribunal o de mediador entre los contendientes. Es como si cada elección se convirtiera en un asunto que atañe a cada ciudadano de América o del mundo. Es claro para todos que ya no basta que una elección cumpla los estándares internacionales. Hay muchos más valores y principios que incorporar y todos los días surgen nuevos propósitos, nuevos objetivos y parámetros para observar el comportamiento ya no solo de los estados sino de particulares, y de las grandes corporaciones también.

En este sentido podríamos hablar del respeto a las convenciones de derechos humanos. Ya había antes del fin de la guerra fría y del comienzo de la globalización una vigilancia del Sistema Hemisférico y del de Naciones Unidas, a pesar de la resistencia de muchos gobiernos, pero nunca de la magnitud de lo que vemos hoy con la estrechísima colaboración de la mayor parte de los gobiernos. El respeto de los derechos de cada ciudadano del mundo es entonces un asunto que a todos nos compete. Así mismos hemos sido testigos de como han ido surgiendo una nueva constelación de derechos de los grupos de población más vulnerables, mujeres, niños, indígenas, migrantes.

No hay necesidad de mencionar la manera como jueces de varias naciones se atribuyan competencias sobre delitos cometidos en otras naciones hace varias décadas. Es como si les pareciera totalmente insuficiente o asunto de poca monta la creación de la Corte Penal Internacional que es sin duda un gran avance y una consecuencia de la globalización de las relaciones políticas.

Y que decir de la demanda universal en contra de la corrupción y por la transparencia de muchas decisiones públicas. Es como si cualquier ciudadano de cualquier país del mundo sintiera que un acto de corrupción a miles de millas de distancia le compete y le da el derecho a estar informado y a reclamar soluciones y sanciones. No hay la menor duda de que las demandas colectivas han traído transparencia y controles, que sin duda han tenido a todos los niveles profundas implicaciones sobre los sistemas de compra y contratación de los estados.

Algo similar podríamos decir de la independencia y el balance de los poderes públicos. Millones se ofenden porque cualquier gobierno desconoce su sistema judicial o establece una presión indebida sobre él, o porque se aparta de un fallo de un tribunal constitucional. Produce indignación el que en tal o cual nación del mundo un cuerpo legislativo se otorgue beneficios indebidos u otorgue poderes excesivos a un gobernante.

Tal vez el área donde son más evidentes las consecuencias de la globalización en lo político son aquellas para proteger el entorno o medio ambiente global. El problema del cambio climático esta hoy en todas las agendas. La protección de los bosques primarios, la biodiversidad, las múltiples especies animales y vegetales en extinción tiene hoy un eco mayoritario en la mayor parte de los países que conforman la comunidad de naciones. No hay estado que se pueda librar de la más intensa fiscalización internacional en esta área.

A quien no le molesta que un gobernante de cualquier país en el polo opuesto del mundo no rinda cuentas de sus actos, o se niegue a reconocer atropellos que su país cometió en el pasado A quién no le molesta que alguien no trabaje para proteger los derechos de tal o cual minoría? Con frecuencia ocurre que en muchas naciones es más fácil y rápido conseguir adalides para impulsar una causa en la más remota región, cuando internamente apenas sé está creando conciencia de tal problema o de una aspiración.

¿Quién se puede hoy mostrar impasible frente a las nuevas formas de esclavitud o encadenamiento a través del tráfico de seres humanos para dedicarlos a actividades sexuales, ¿Quién es indiferente a la presencia de los niños en los conflictos internos o al trabajo infantil? ¿Quién se muestra impasible frente a la discriminación contra las mujeres o quién no se indigna por la violencia ejercida contra grupos vulnerables ocurran donde ocurran?

Poco importa si un problema es competencia de tal o cual gobierno. Todos se movilizan por igual, bien para reclamar protección para los Kurdos o para exigir participación de los indígenas en todos los asuntos públicos de prácticamente todas las naciones. Hoy, por ejemplo, nadie es indiferente a la marcha indígena sobre ciudad de México.

Vemos también como ha surgido el problema de violencia de los nacionalismos y etnicismos ¿Han surgido ellos por la globalización o por las crecientes libertades públicas a todo lo ancho del globo? ¿Serían mejores los sistemas autocráticos e intolerantes en los países donde han surgido este tipo de problemas? Después de decenas de miles de muertos no es fácil mantener la certidumbre de nuestras respuestas.

Y no hemos mencionado cual es el mecanismo a través del cual se ha expandido esta globalización de la problemática política. Sin duda los medios de comunicación que le dan una dimensión internacional a cada problema local, nos hacen vivir esos problemas, nos los meten a nuestros cuartos de dormir todos los días y nos tocan nuestras más finas sensibilidades de una manera que supera con creces lo que la globalización económica pueda afectar nuestro bienestar. A través del noticiero de la noche tenemos acceso al problema ético que ha surgido por el costo de las medicinas para combatir el SIDA en el África, a los problemas de la condición de genero en China, de discriminación salarial en el Sudeste asiático, de violencia contra la mujer en el mundo árabe. Y tal desarrollo sin duda ha hecho de la libertad de expresión él más sagrado de los derechos en los comienzos de este siglo.

Así mismo las ONGs y la sociedad civil con sus poderosas movilizaciones han incorporado estas causas a una notablemente expandida agenda. Estas organizaciones no-gubernamentales hoy gozan de mucha más libertad de movimiento, sus voces tienen mucho mas eco, sus gritos se oyen en todos los continentes. Hoy hay mas agentes, mas voceros, mas organizaciones mostrando las falencias de nuestras instituciones, descubriendo sus limitaciones y exigiendo sus transformaciones. Y en muchas latitudes, al dejar en evidencia sus problemas, vicios, debilidades, su acción ha debilitado notoriamente el sistema político, los partidos y los Congresos.

Al final lo que apreciamos es que el régimen de comercio exterior y el uso de los mecanismos de mercado tienen que asumir la total responsabilidad por lo que un gobierno, un estado o una sociedad hacen o dejan de hacer, o hicieron o dejaron de hacer en el pasado en todos los frentes. Ellos han asumido los malestares y las tensiones del intenso cambio económico, social y político que se ha dado paralelamente con la globalización.

Creo no exagerar al afirmar que la tarea de diseñar e implementar una política económica que nos prepare para la competencia internacional es mucho menos difícil que aquella de tener o construir un sistema político para afrontar los embates de la globalización, capaz de articular los nuevos participantes o actores.

Cuando al ciudadano se le pregunta si está o no satisfecho con la democracia, normalmente piensa no solo en algunos avances económicos sino en las deficiencias del sistema político, en las del Estado y sus instituciones y en los problemas económicos y sociales que le atribuye a la globalización.

Deberíamos entonces empezar a aceptar que hay de por medio mas que una pequeña inconformidad; aceptar que tenemos que trabajar mas en identificar ya no solo las consecuencias económicas, en lo cual hemos avanzado mucho, sino en las consecuencias sociales, y en los enormes desafíos políticos que empiezan a crear un panorama y una agenda más amplia, compleja y costosa, y para la cual estamos mal preparados.

Es por estas razones que siempre estoy en estas asambleas y creo que el rol del BID en lo académico es de creciente relevancia y pertinencia.