Discursos

CÉSAR GAVIRIA TRUJILLO, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
EN EL ACTO DE CONMEMORACIÓN DEL DÉCIMO ANIVERSARIO DE LA CONSTITUCIÓN DE COLOMBIA

4 de julio de 2001 - Bogotá, Casa de Nariño, Colombia


Gracias al Presidente Pastrana por esta jornada de reflexión sobre la Constitución de 1991.

En este momento de recordación, quisiera rendirle un tributo a los delegatarios que no nos pueden acompañar esta noche. El expresidente Misael Pastrana, quién tuvo la gallardía y la visión de liderar la bancada del Partido Social Conservador y desempeñó una misión trascendental no sólo por su dignidad sino por su papel como punto de equilibrio en las deliberaciones de la Asamblea Constituyente.

No está con nosotros Álvaro Gómez, líder de afianzadas convicciones y visión de país. Su larga trayectoria política tuvo uno de sus momentos culminantes cuando con valeroso sentido de patria se unió a ese grupo de soñadores para diseñar una nueva Carta, A él como a Horacio Serpa y a Antonio Navarro se les debe el sentido de respeto, de diversidad, de convivencia que predominó en la Asamblea.

Extrañamos a otro colombiano ilustre, Rodrigo Lloreda, quien como empresario, periodista y excepcional servidor público aportó siempre lo mejor de sí para Colombia.

Como no recordar a Alfonso Palacio Rudas, el Cofrade, uno de los más lucidos pensadores del período de la vida colombiana que me ha tocado vivir. Y quisiera simplemente mencionar a Cornelio Reyes, a Tulio Cuevas, a Jaime Benítez entre los que conocí de cerca y que no nos acompañan hoy.

Esta mañana quienes hicimos uso de la palabra destacamos como la Constitución del 91 fue consensual, democrática, pluralista y respetuosa de la dignidad de todos los colombianos. Es de todos y para todos.. Tan extensa como democrática. Detallada para recoger la diversidad y ofrecer garantías a todos los grupos políticos y sociales. Redactada a muchas manos y estilos porque se hizo en un foro pluralista donde había representantes de todos los sectores de la sociedad. Generosa en materia de derechos; amplia, participativa y democrática en cuanto a lo político; fuerte y sólida en lo que se refiere a la justicia; sana y responsable en lo económico; revolucionaria en lo social.

Una y otra vez pudimos establecer que los ciudadanos han sido los protagonistas del desarrollo constitucional. Han hecho valer sus derechos por vía de la tutela o han ocupado ansiosos de todos los espacios que les brinda la Carta para participar y decidir.

Pero les prometo que no voy a volver esta noche sobre temas que abordamos en la mañana de hoy. Prefiero que me acompañen en tres cortos ejercicios de reflexión que permiten valorar por vías distintas la Constitución.

Empecemos por imaginar cómo sería Colombia si el proceso constituyente se hubiera frustrado.

En cuanto al orden público, ¿qué hubiera pasado si los grupos guerrilleros que firmaron la paz para ingresar a la Asamblea Constituyente se hubieran mantenido en armas? ¿Qué escenario de reconciliación habría permitido firmar la paz o consolidar los acuerdos con cuatro grupos armados? No quiero ni pensar en una Colombia con tres o cuatro grupos guerrilleros más en el teatro de la confrontación a los cuales siguiéramos enfrentando con decretos de estado de sitio permanentes e ineficaces.

Respecto de los derechos humanos, ¿en qué estaríamos si las noticias jamás registraran que un ciudadano del común pudo alzarse contra la arbitrariedad gracias a que la Constitución le da los medios para hacerlo? ¿Cuántas prácticas abusivas hubieran continuado si no empezara a ser cierto que la ley y la justicia protegen al que no tiene poder pero tiene la razón?

En lo atinente a la evolución social, ¿Cómo habríamos logrado extender tanto la cobertura de los servicios de salud de no ser porque la Constitución sentó las bases y abrió el camino para una política pública generosa en este campo? ¿En qué estarían las esperanzas de justicia social y de igualdad si la Constitución no las hubiera recogido y elevado a la categoría de derechos?

En lo relativo a la justicia, ¿qué hubiera pasado en la lucha contra los carteles de la droga sin la Fiscalía? ¿Será que el país habría resistido que la justicia siguiera siendo sólo para los de ruana, que las ollas de corrupción siguieran tapadas?

En el plano de las elecciones, ¿qué hubiera pasado si los nuevos movimientos políticos y los grupos independientes hubieran tenido que construir maquinarias para distribuir en cada mesa de votación las papeletas con las cuales sus adherentes podrían votar? Imaginemos cómo hubiera evolucionado nuestro sistema político si estos movimientos no hubieran visto en la doble vuelta para la elección presidencial, en la elección popular de alcaldes y gobernadores o en la circunscripción nacional para el Senado, un espacio para defender proyectos políticos alternativos.

¿Cuál sería la situación de las clientelas si el voto de opinión no fuera ahora muy importante y en ocasiones, definitivo?

En lo que atañe al Congreso, ¿qué hubiera pasado si la acción de la justicia en casos extremos de abusos estuviera supeditada al levantamiento, por la respectiva cámara, de la inmunidad parlamentaria?

¿Qué camino le hubiera quedado a los ciudadanos si no existiera la pérdida de investidura?

¿En qué estaríamos si la corriente de opinión no hubiera soplado tan fuerte y tan persistentemente en favor del cambio y la depuración de la política, de transformación de nuestras instituciones de representación?

Es mejor no ensombrecer más el espíritu y la imaginación con preguntas adicionales. Pero a mí si me preocupa pensar en el estado de Colombia de no haber sido por el proceso constituyente de 1991. Y estoy seguro como lo escuchamos esta mañana de que lo que hoy se lamenta es que aspectos centrales de la Carta, que sus principios no estén aún plenamente desarrollados. La Constitución sigue marcando hoy, como ayer, el rumbo de la esperanza de los colombianos.

Las críticas que se le hacían a la Constitución de 1991 durante los primeros meses de su vigencia parecían provenientes de esa república gramatical que con frecuencia ridiculizamos o de unos pesimistas resignados a entregar nuestro futuro. Por eso no es extraño que esas críticas hayan pronto desaparecido o perdido importancia. Ellas constituyen el segundo punto sobre el cuál quiero invitarlos a reflexionar esta noche.

Al principio las baterías se enfilaron en contra de la Carta de Derechos, por su extensión y detalle. Los más escépticos anunciaban que se quedarían escritos. Hoy nadie se atrevería a insinuar que la acción de tutela ha sido ineficaz, que los derechos eran tan sólo promesas, que no han tenido un impacto real y concreto en todos los ámbitos de la vida nacional. Claro, falta un largo camino por recorrer, pero se ha logrado mucho.

Cuando empezaron a funcionar las primeras instituciones en la rama judicial se dijo que se había creado caos en la justicia. Hoy se reconoce la importancia del papel cumplido por la Corte Constitucional. Pocos se asustan cuando se trata de despertar al fantasma del choque de trenes. Gradualmente y por las vías institucionales se han ido construyendo canales de comunicación y de respeto mutuo entre las altas cortes. Ojalá se siga avanzando en esta dirección.

Algunos vaticinaron que ningún ministro resistiría un debate bajo la espada de la moción de censura. Aunque esta herramienta de control político ha llevado a la renuncia de unos pocos ministros sin necesidad de ser votada, hoy nadie recuerda cuáles fueron y lo que se pide es que el Congreso ejerza con mayor contundencia su función fiscalizadora sin que ello signifique jugar a tumbar un gabinete.

No faltó quien lanzara el presagio de que ahora Colombia sería gobernada por plebiscito y caeríamos en el cesarismo autoritario. Nada de eso ocurrió. Al contrario, uno de los sentimientos más profundos consiste en la necesidad de quitarle las trabas a los mecanismos de participación. Al mismo tiempo otros anunciaban el fin de la gobernabilidad por culpa del debilitamiento del ejecutivo, cosa que tampoco sucedió.

Podría continuar enumerando críticas y vaticinios tan funestos como desatinados. Desde su nacimiento la Constitución ha sido blanco de ataques sin fundamento, de dardos malintencionados, de expectativas ajenas a sus propósitos y a su texto. Sin duda lo seguirá siendo. Es lo natural porque rompió esquemas sacrosantos, desactivó paradigmas intocados y traspasó fronteras infranqueables.

En tercer lugar, pensemos en el aporte silencioso pero trascendental de muchas instituciones creadas en la Constitución de 1991 que no tienen la notoriedad de la Corte Constitucional, de la Fiscalía o de la tutela y subrayemos innovaciones que el país todavía no conoce.

Entre estas instituciones sobresale la Defensoría del Pueblo. Se predijo que sería una dependencia más del Procurador, una delegada más para la divulgación de los derechos. No ha sido así. Ha hecho presencia en las zonas de conflicto, llega donde nadie es bienvenido, escucha a los que no tienen voz. Por eso, se encuentra entre las nuevas instituciones más apreciadas por la gente.

Esta mañana también mencionamos las innovaciones constitucionales que no han sido desarrolladas y aplicadas para mejorar la justicia civil y laboral; para que la Contraloría use las facultades que tiene para obrar verdad sabida y buena fe guardada, o para que el presidente use las facultades que le permiten reducir o fusionar entidades y organismos. Es mucho el desarrollo que cabe en materia de federalización de competencias hoy en cabeza del Congreso.

Así que la Constitución nos invita a mirar lejos, a emplear las herramientas que nos ha entregado, a derivar de sus normas todo lo que ellas pueden dar. La Constitución del 91 nos enseñó como reformar para construir. Nos enseñó que la humanidad le debe más, mucho más, a quienes se han atrevido a soñar.

Ojalá que este año de conmemoración de la primera década de la Constitución de 1991 nos sirva para retomar la agenda reformista. Y, sobretodo, ojalá nos ilumine para que podamos ver, otra vez, que Colombia puede ser grande si profundiza su democracia, si hace de la Constitución la Carta de Navegación, si desarrolla sus principios de justicia, igualdad, solidaridad.