Discursos

SR. RICARDO LAGOS ESCOBAR, EX-PRESIDENTE DE CHILE
DISCURSO DEL PRESIDENTE LAGOS "PRÓXIMOS DESAFÍOS DE AMÉRICA LATINA"

19 de julio de 2007 - Washington, DC


Señora Presidenta, Señor Secretario General, Señores Embajadores y Embajadoras que nos acompañan, miembros de las distintas delegaciones, amigos y amigas.

Quiero comenzar señalando el significativo honor que es para mí ocupar esta tribuna, especialmente en conocimiento de quiénes han sido los antecesores. Trataré de hacer un esfuerzo para corresponder a este honor y a esta invitación.

Al plantear el tema de los desafíos de América Latina, creo que es importante partir haciendo una reflexión muy simple: dónde estamos y cuánto hemos progresado; porque a veces tendemos a ver la región, particularmente, en una situación en que se ve el lado oscuro y no el lado brillante de lo que tenemos, dentro de las luces y las sombras de nuestra América Latina.

El retorno a la democracia que tuvo lugar en los últimos veinte años, el que hayamos tenido más de 13 o 14 elecciones entre los años 2005 y 2006, nos permite decir que tenemos una democracia sólida; nos permite decir que, aunque es cierto que a ratos hemos tenido cambios anticipados de muchos gobiernos y gobernantes, todos esos cambios se hicieron dentro de las normativas legales de cada uno de los respectivos países.

Tenemos economías ordenadas, prácticamente no existe inflación en la región y todos sabemos lo que se puede y no se puede hacer en términos económicos. Sabemos lo que es un manejo responsable de las políticas fiscales, y sabemos lo que podemos hacer en materia de política monetaria. Hay equipos técnicos en la región que en el pasado no existían. Es cierto que durante buena parte de los años ’90 el denominado consenso de Washington parecía permear como una gran receta. Yo diría que sí, que probablemente es una gran receta para mantener la estabilidad económica, pero no es una receta respecto de las carencias sociales que nuestras sociedades todavía tienen. El solo crecimiento o el mercado no dan las posibilidades de avanzar desde el punto de vista social.

Y, por lo tanto, creo que uno de los primeros desafíos que tenemos que abordar, si queremos aprovechar lo que hoy estamos viviendo -estos cinco años de crecimiento ininterrumpido y sostenido en la región-, es cómo lo aprovechamos, de manera de que no hablemos después de que tuvimos una oportunidad y la perdimos.

Creo, también, que al mismo tiempo que tenemos estos elementos, tenemos tensiones sociales en la región, porque básicamente todavía es una región muy injusta. Recuerdo muchos años atrás cuando le preguntaron al Presidente Cardoso: “Dígame, ¿Brasil es un país rico o pobre?” y el Presidente Cardoso respondió: “Brasil es un país injusto.” Creo que en ese sentido, es cierto, tenemos inequidades, pero también es cierto que vamos siendo una región, por así decirlo, de ingresos medios. Medios en el sentido de que no estamos a la altura de los países desarrollados, pero sí tenemos un nivel de ingreso por habitante que hace que, si eso nos sirve para medir, prácticamente muy pocos de nuestros países califiquen para ayuda externa. La asistencia financiera en nuestros países es para tres o cuatro de ellos, y no más.

En consecuencia, a veces tendemos a pensar que como estamos en un país de ingresos medios, entonces ya no pertenecemos a aquellos que luchaban por salir del subdesarrollo. Pero tampoco hemos alcanzado aquel otro status. Creo que ahí es donde se inscriben hoy buena parte de nuestros desafíos, y quisiera compartir con ustedes esta tarde cinco desafíos que me parece que son los centrales.

El primero tiene que ver con aquello respecto a lo cual esta entidad, la Organización de los Estados Americanos, es tan importante: el perfeccionamiento de nuestro sistema democrático. Hemos avanzado mucho, pero también sabemos que en cuanto tenemos problemas sociales, se tienden a desdibujar los alcances democráticos. En consecuencia, la forma de legitimar las instituciones democráticas y republicanas es la capacidad que tenemos de poder avanzar en los temas sociales que son más importantes. Creo que acá hay un rol tanto para la Organización de los Estados Americanos, la Carta Democrática Interamericana, y las reflexiones que la Carta trae sobre estos temas, que me evitan tener que insistir en ellos. Pero creo que aquí tenemos un ámbito en donde ese primer desafío aparece con una tremenda fuerza. Una democracia que no es suficiente, una democracia que no es capaz de hacer realidad los avances desde el punto de vista social, a la larga es una democracia que puede quedar en el vacío del ritual de la elección, de la nueva autoridad, del nuevo presidente, pero que, del punto de vista de lo que esperan nuestros pueblos, no es lo más adecuado.

Junto con ello, quisiera decir que hay un segundo desafío que me parece mucho más clave, y es cómo somos capaces de enfrentar la dicotomía mercado versus Estado –si es que existe tal dicotomía. Creo que el desafío básico que aquí tenemos tiene que ver con cómo somos capaces de enfrentar las tensiones sociales crecientes que son resultado de un avance insuficiente, no obstante los avances económicos.

Aquí el elemento central está determinado por la capacidad de nuestros países de proveer bienes y servicios públicos. ¿Qué quiero decir con esto? Que toda sociedad, desde que el hombre comienza a vivir en sociedades, establece ciertos elementos que tienen que ser satisfechos, y el primero es la defensa. Luego tenemos el otro elemento importante, el orden interno y la justicia. Y a partir de allí, comenzamos entonces un proceso reciente de entender que hay un conjunto de bienes y servicios que tienen que estar al alcance de todos y no sólo de algunos. Cuando hablamos de avances en materia de educación; avances en materia de salud; avances en materia de infraestructura; lo que estamos diciendo es: cómo garantizamos una sociedad donde eso bienes estén garantidos. Aquí es donde creo que viene una distinción que me parece central: los bienes públicos. Los servicios públicos son aquellos bienes que los ciudadanos definen que deben estar al alcance de todos – los ciudadanos, nosotros. Los que definen los consumidores son los bienes que establece el mercado. Todos somos consumidores y todos somos ciudadanos. La pequeña gran diferencia es que los consumidores tienen distinto poder de compra, y en cuanto a ciudadanos somos todos iguales.

Por lo tanto, cuando decimos que el mercado va a ser el elemento que asigna fundamentalmente todo los recursos, estamos señalando una sociedad que va a tener las desigualdades propias del mercado. Cuando usted dice que son los ciudadanos los que van a determinar qué bienes y servicios que deben estar al alcance de todos, entonces usted se está apartando de las reglas del mercado y está estableciendo un conjunto de normas de políticas públicas para poner estos bienes y servicios al alcance de todos. Esta distinción me parece central. Uno podría decir entonces que una democracia es el elemento por el cual usted define cuáles son los bienes públicos al alcance de todos.

Es cierto, el bien público ha sido definido en un elemento dinámico que va cambiando. Lo que hoy me parece que son bienes indispensables en una sociedad, mañana me van a parecer insuficientes. Vea usted lo que ha sido la historia de la educación de América Latina. ¿Qué hacemos durante todo el siglo XX? Decidir que tenemos educación primaria obligatoria, sí o no. Entrado el siglo XX, en todos nuestros países deciden que la educación es obligatoria. Luego deciden que son cuatro años, en el caso chileno; después suben a seis, y después a ocho. Hoy día en muchos países tienen 12 años de educación obligatoria. Usted va introduciendo el elemento dinámico de un bien público -educación al alcance de todos-, y lo va llevando a niveles superiores. Cuando usted dice: quiero tener una sociedad de tales características frente al tema de la salud o frente al tema de la vivienda, lo que está haciendo es introducir el elemento en la definición de los ciudadanos y no en el mercado.

¿Por qué digo esto? Porque eso no necesariamente significa que el bien público va a ser provisto por el Estado; puede ser provisto por el sector privado, pero usted tiene que tomar las medidas para colocarlo al alcance de todos. Creo que en buena parte el debate que tenemos en América Latina hoy sobre las políticas públicas y sobre cómo somos capaces de tener sociedades más equitativas está determinado por cómo se hace la decisión ciudadana de tener ciertos bienes al alcance de todos, y que esa decisión se haga carne en la realidad de nuestros países.

Es aquí donde me parece, entonces, que está el tema central en el debate de hoy. Porque decir que queremos agua potable en la ciudad es muy fácil, sólo se conecta al caño. Decir que queremos agua potable en el mundo rural es mucho más caro. Y si usted dice “agua potable también en el mundo rural”, al menos la experiencia en nuestro país es que esto tiene un costo de mil, dos mil, tres mil dólares por cada familia campesina. Y si no hay mil, dos mil o tres mil dólares por familia campesina, como no los hay, entonces pasa a ser una responsabilidad, una política pública dar agua potable a la zona rural. Esto suena simple. La capacidad de poder hacerlo efectivo, creo que debe ser el elemento central que tiene que distinguir el debate futuro en nuestra región y cómo somos capaces de hacerlo.

Junto a ello, yo diría que en el último tiempo y luego de la experiencia de los años 90, ha aparecido una acción del Estado más fuerte dado que se genera más espacio para que los ciudadanos demanden y exijan. Por lo tanto, a partir de la exigencia de estos ciudadanos, el segundo desafío es: cómo somos capaces de abordar esta tarea que tenemos respecto de los bienes que queremos que sean públicos. Haga usted una reforma en salud, y el gran tema allí es cómo se hace efectiva. No quiero declaraciones nítidas, quiero garantías. ¿Como garantizo que se puede hacer lo que estoy prometiendo? El tema de la garantía es el gran elemento que tenemos que ser capaces de incorporar. A ello yo agregaría, así como está el tema de mercado versus Estado, qué áreas son de definición del mercado y qué áreas de definición de los ciudadanos. De igual manera me parece que pasa a ser central la revalorización que están teniendo determinadas empresas del ámbito público, que a juicio de nuestras sociedades pasan a ser un elemento central o tener un carácter estratégico. Buena parte de las empresas energéticas de la región todavía están allí y son empresas de carácter estatal. Y ahí tenemos una diferenciación importante con otras regiones del globo.

El tercer desafío tiene que ver con un elemento más complejo que hace al tipo de sociedad a la que vamos a contribuir en nuestra América. Si ustedes lo piensan, hemos tenido éxito en los últimos años, probablemente producto de políticas sociales conjuntamente con el aumento del crecimiento en nuestras economías. Hemos sido capaces de convertir parte de ese crecimiento en políticas sociales que han implicado una reducción de la pobreza - no tan rápido como quisiéramos al nivel de la región. Tenemos, sin embargo, ejemplos importantes en esto. Pero el hecho de que usted tenga éxito en la lucha frente a la pobreza, el hecho de que usted empiece a tener un ingreso por habitante superior, hace entonces que en nuestra composición societal los sectores medios empiecen a tener demandas y exigencias sobre sí, mayores que las que pensamos en el pasado. En otras palabras, el esfuerzo y el foco de la preocupación de las políticas públicas y las políticas sociales lo hemos centrado en derrotar la pobreza, en derrotar la indigencia. Sin embargo, las demandas de los sectores medios, particularmente en el ámbito de la educación, pasan a ser el elemento central. Cuando a mí alguna vez me preguntaron “¿cual diría usted que es la cifra más importante de su país?”, yo dije una: “Hoy en Chile de diez jóvenes en la universidad, siete son primera generación en su familia que llega a la universidad”.

La exigencia que usted tiene en los sectores medios es cómo garantiza el acceso a la universidad. Por lo tanto, ahí tenemos una brecha enorme todavía. Ha avanzado mucho, pero la brecha que queda aún es enorme. ¿Por qué digo esto? Porque creo que el gran debate que vamos a tener en la región es sobre qué tipo de sociedad vamos a definir en cuanto a las demandas sociales, como acceso a educación; como el temor a la enfermedad, con un sistema de garantías en salud que funcione; con un sistema de garantías en materia de desempleo que opere; con un sistema de garantías ante el temor de la vejez que opere.

Si usted mira a las sociedades de hoy en el mundo, frente a cada uno de estos temas encuentra respuestas que enfatizan una solución individual por la vía de los seguros: “Empiezo a ahorrar desde que tengo un hijo para cuando llegue a la universidad, de modo que tenga un seguro”-, y así: un seguro respecto a la salud, un seguro frente a las enfermedades catastróficas, un seguro individual para cuando se llegue a la vejez. O bien, tenemos una sociedad de características más solidarias, a la Europea: no hablemos de Estado de Bienestar que no es una expresión que hoy se pueda usar mucho, pero sí sociedades que tienen una organización en donde buena parte de estos eventos están cubiertos colectivamente.

Me parece que lo que vamos a tener en los próximos años es un debate sobre estos dos tipos de sociedades. En muchos países los seguros individuales existen. Usted avanza hacia seguros de carácter más solidario, y puede en consecuencia arrastrar lo que son los seguros que hoy día tiene de tipo individual; o puede usted tener una mezcla de ambos. Recuerdo al Canciller Schroeder de Alemania señalando que es imposible mantener los seguros sociales para la vejez en Alemania, y qué posibilidad habría de tener una parte de aquellos con seguros individuales. Creo que este debate va a darse en América Latina con fuerza. Pero este debate no es indiferente porque lleva en consecuencia necesidades económicas muy distintas.

Paso entonces a un tema que es vital. La presión tributaria, en la mayoría de nuestros países, es presión tributaria de países más bien subdesarrollados que de países desarrollados. Tenemos una presión tributaria de 12% en muchos países, 15%, 20%; la excepción es Brasil que tiene una presión tributaria mayor. Sin embargo, ¿por qué todo esto? Porque sin una presión tributaria adecuada, el debate sobre el tipo de sociedad va a llevar inevitablemente un debate fiscal y tributario.

En muchos de nuestros países se comienza al revés, a discutir si los impuestos son altos o bajos. Los impuestos no son ni altos ni bajos, los impuestos son en función de las necesidades que queremos satisfacer. Si queremos satisfacer más necesidades, vamos a tener impuestos más altos. Otra cosa es si los impuestos son eficientes para satisfacer esas necesidades. En consecuencia, los países que tienen una alta competitividad en el mundo, como por ejemplo los países nórdicos, tienen impuestos muy altos. Pero ahí a la gente no le importa que los impuestos sean altos, en tanto haya una satisfacción de necesidades a partir de estos impuestos.

Recuerdo que cuando era candidato a la presidencia, muchos me decían: “Pero usted, señor socialista, debe aprenderle a Felipe González”. Tanto me dijeron que había que aprender de Felipe González que me puse a estudiar más lo que había hecho Felipe González, y descubrí algo que me sorprendió mucho. Felipe González gobernó entre los años 1982 y 1996, recibió una España con una presión tributaria de 23%, es decir, los tributos representaban 23% del producto, y dejó España en el año 1996 con una presión tributaria de 36%. Felipe González aumentó casi un uno por ciento por año; gobernó 14 años, aumentó 13 puntos la presión tributaria de España, para la España que hoy día conocemos y que todos aplauden. Bueno, les expliqué esto a algunas personas y no les gustó mucho la respuesta de Felipe González.

Esto tiene mucho que ver con qué tipo de país queremos construir. Ese debate va a estar allí, porque implica cómo los ciudadanos entienden que queremos tener nuestras sociedades, ahora que estamos creciendo. ¿Queremos una sociedad más solidaria o una sociedad con características más individuales? Ambas son muy legítimas, pero eso le corresponde resolverlo a la ciudadanía. A partir de esto, vamos a tener una discusión respecto de la fiscalidad que financia el tipo de sociedad o de país que queremos. Por lo tanto, excúsenme que lo diga así, creo que es tremendamente importante en nuestra América este debate sobre la fiscalidad, por no decir nada del debate sobre la evasión tributaria, que es otro tema. Pero, digámoslo también, en nuestra América Latina tenemos un nivel de evasión tributaria que no se condice con el nivel de desarrollo que estamos teniendo. En este sentido, nos queda a todos un largo camino por recorrer. Tenemos niveles de evasión tributaria de entre 25, 30 y 35%. En mi país teníamos un nivel de evasión tributaria de 25% en el año 2000, y logramos bajarla como gran cosa a 18%. Pero en los países desarrollados la evasión es del orden del 10%. Nos queda un largo camino.

El cuarto desafío es un tema muy trillado que se llama integración. Quisiera distinguir la integración entre nosotros de la integración necesaria para poder enfrentar el mundo. ¿Por qué digo que es una historia un poco larga y poco feliz? Porque creo que pronto vamos a poder celebrar el cincuentenario de nuestros esfuerzos en pro de la integración, comenzando por la ALALC, después ALADI, allá a finales de los 1950, comienzos del 1960, ¿y dónde estamos hoy? En verdad, todos los esfuerzos integracionistas han estado guiados por un esfuerzo fundamentalmente económico, intentando crear algún tipo de mercado común por la vía de uniones aduaneras. Dijimos que integrarnos era básicamente eso. En la década del ‘60 y del ‘70, del crecimiento hacia adentro, lo que buscamos era crear mercados mayores y para eso luchamos por la integración.

Creo, sin embargo, que nunca tuvimos la claridad suficiente para decir, ¿por qué no distinguimos una integración política, política con mayúscula, para negociar ante el mundo o para ordenarnos nosotros mismos en nuestra propia casa? Algo de esto emergió con el Grupo de Río, cuando quisimos ordenar los temas que teníamos pendientes en América Central; algo de esto emergió cuando debatimos en el Grupo de Río temas como qué hacemos con la participación de distintos países latinoamericanos para ayudar a los amigos de Haití. Un segundo nivel, en el cual estamos recién entrando, es el de la integración física, y tiene usted el plan Puebla Panamá o el IRSA en relación con Sudamérica. Para qué decir de lo que tienen los países del CARICOM, que dicho sea de paso, son a mi juicio los países más integrados en la región; sea por las características políticas de esos países, por la forma que adoptaron, su modelos de integración llega al nivel de tener una Corte Suprema del Caribe –eso es integración. Ahora, en ese sentido, hay un tercer nivel en que estamos intentando avanzar: el ámbito energético, en donde creo que el tema del carbón y el acero perfectamente puede avanzar ahora.

Pero lo más importante, diría, es una integración en el ámbito cultural que está muy lejana, porque siempre creemos que la cultura es algo que necesita un poquito de aderezo, y no entendemos que la cultura está en la raíz y en el centro de lo que son las políticas públicas. La cultura es lo que nos da nuestras raíces, nuestra identidad, y la cultura es lo que nos da también una identidad como latinoamericanos. Por lo tanto, el que quede siempre última en la enumeración, habla muy mal de qué es lo que a la larga va a representar. Yo les puedo asegurar que no muchos van a saber quiénes fueron los presidentes de Chile en el siglo XX, para poner un ejemplo cercano, pero les puedo asegurar también que todos van a saber en este siglo XXI quiénes fueron Pablo Neruda, Gabriela Mistral o Vicente Huidobro. Entonces, ¿qué es lo que da identidad? El cómo somos capaces de poder tener un esfuerzo mucho mayor aquí.

Todo este debate de integración emerge en un momento en que el mundo cambió, y ahora tenemos un mundo globalizado y la globalización tiene características muy distintas. Aquí tenemos todavía mucho que seguir aprendiendo. ¿Por qué? Porque para algunos la globalización es producto de políticas neoliberales, una expresión de una determinada forma de entender el mundo y que vamos hacia un mercado global. Para otros, la globalización es una mala palabra que tenemos que combatir, y en consecuencia debemos ser capaces de sustraernos de aquello. Yo no creo ni lo uno ni lo otro. En una teoría reciente de un amigo nuestro, Juan Gabriel Valdés, él se permite citar a Manuel Castells, el sociólogo español, y dice: “La globalización es en esencia expansión mundial de tecnologías modernas de producción, es un proceso devenido de la capacidad de ciertas actividades humanas,” dice Castells. “Más notoriamente las financieras y económicas de operar unitariamente conectando el planeta bajo una red de flujos de funciones en un mismo tiempo real a escala planetaria incorporando desde el campo de la finanza y la economía hasta la globalización de la ciencia, la comunicación e incluso el crimen organizado, que es parte de la globalización también”. Como él mismo dice, “una transformación histórica multidimensional definida por la transformación del sistema productivo, del sistema organizativo, del sistema cultural, y del sistema institucional, y todo esto sobre la base de una revolución tecnológica que no es la causa, pero la revolución tecnológica es el soporte indispensable del fenómeno de la globalización.” Esta síntesis de Castells me parece adecuada en la forma en que lo señala Valdés, porque captura la esencia del proceso de la globalización. Están dotadas de un alto grado de neutralidad frente a aquellos que ven este fenómeno negro o blanco. Pero lo que sí quisiera decir es que el fenómeno está aquí para quedarse, nos guste o no.

Por lo tanto, cuando esto ocurre, definido así, entonces usted tiene una globalización que avanza a pasos acelerados, pero las reglas del proceso globalizador no existen, o si existen las ponen los que tienen más fuerza, más poder. En otras palabras, el multilateralismo, que establece reglas en aquellos elementos del ámbito global, no digamos que entra en crisis, pero requiere de un ajuste para estar a tono con las realidades del siglo XXI.

En este ajuste para estar a tono con las realidades del siglo XXI encontramos el quinto desafío, porque ese desafío está allí, planteado. América Latina va a tener un grado de participación como tal en ese mundo, no digamos nuevo, pero sí distinto a las instituciones multilaterales heredadas de la post Segunda Guerra Mundial. Porque sea la Carta de las Naciones Unidas con un Consejo de Seguridad y cinco potencias con permanente derecho a veto, sea cualquiera de los otros elementos que tenemos hoy, corresponden a las realidades del ’45, no a la de hoy. Podemos discutir mucho en las Naciones Unidas, pero eso es lo que tenemos. Las instituciones que emergen de Bretton Woods – Banco Mundial y Fondo Monetario –, ¿qué son? El Banco Mundial es banco, se nos olvida ya, que era el banco para la reconstrucción y a última hora se la agregó “y desarrollo”, porque se crea fundamentalmente para el plan Marshall y la reconstrucción de Europa. Entonces, claro, parece normal decir: “Yo pongo al presidente del Banco Mundial y Europa pone al del Fondo Monetario”. Con el mayor respeto por Robert Zoellick, que no me cabe duda que va a ser un gran presidente del Banco Mundial, eso es algo que no resiste más en el mundo, digámoslo francamente. Demostración de aquello es que para resolver los temas económicos, son los ministros de hacienda los que dan el origen al G8, y que después hace que se reúnan a nivel de Jefe de Estado y de Gobierno. Pero también digamos que la realidad del G8 tiene limitaciones, y ya desde Viena en adelante es G8 más 5, y los “más 5”, es verdad, es un intento de aggiornamento. Con el mayor respeto por estas reuniones, creo que tenemos un debate.

¿Por qué me refiero a América Latina? Porque en el mundo feliz de 1945, cuando llegamos a San Francisco, son 19 países de América Latina, de un total de 51. Ahora es distinto. La pregunta es, ¿América Latina va a tener algún rol en esto que está emergiendo ante nuestros ojos? Es evidente, como resultado de los avances que hay, está el tema de Asia con los gigantes, y los asiáticos crecientemente mirándose entre ellos, el rol creciente de China e India, no necesito señalarlo acá, y en medio de este debate agrego entonces el otro que es el surgimiento de la necesidad de tener bienes públicos globales. Cuánto tiempo pasó para que nuestras sociedades, cada uno de nuestros países, esté en el debate de los bienes públicos. Y ahora, entonces, excusen si me pongo un sombrero más reciente, usted empieza a hablar en todas partes del cambio climático, del calentamiento global, y exigimos acción. En ese exigir acción, en ese debate, como en cualquier otro debate, ¿dónde está América Latina? Mire usted, en Kyoto los desarrollados tienen un techo; los subdesarrollados, una intención. Ahora tenemos a la vuelta de la hoja la discusión que vamos a tener hacia delante, esa discusión ¿cómo se va a dar, dónde se va a dar? Tenemos, en consecuencia, un desafío muy complejo para América Latina.

Es cierto, ya cuando dije 8 más 5, en el “más 5” tenemos dos, México y Brasil; no estamos mal. Pero, digámoslo, el eje ordenador es México-Brasil actuando de consuno para poder ser oídos como región. Este es un tema muy importante. Nos tocó estar en el Consejo de Seguridad (nunca entendí porque los países disputan tanto estar en el Consejo de Seguridad, porque cuando se está allí a veces la cosa es compleja), nos tocó el tema de Irak, y lo que sí rescato como experiencia es que, en un tema de esa envergadura, complejo, difícil, hubo un entendimiento claro de los dos países latinoamericanos en ese momento: México y Chile pudimos mantener una posición común, y una vez que mantuvimos la posición común, otros amigos electos no permanentes del Consejo se empezaron a acercar, léase Pakistán, léase los países africanos.

Es decir, un ordenamiento de nosotros implica también una conducción importante para poder tener una voz que es distinta, porque hay un nivel de desarrollo diferente. Creo que en el caso de Kyoto es un tema muy importante, porque no es posible, diez años después cuando volvemos a tener una discusión decir, “sí, mire, perdónenme pero yo todavía tengo derecho de seguir contaminando porque usted contaminó mucho en el pasado”. Sé que la responsabilidad histórica existe, hay que buscar formas equitativas para dar cuenta de eso, pero todos tenemos que hacer un esfuerzo.

En suma, ¿cómo enfrentamos estas tareas de un mundo que sabemos que está cambiando por el proceso globalizador, que está cambiando como resultado de las mutaciones que se producen en la relación de poder entre Estados, y que está cambiando también porque estamos conscientes que buena parte del mundo del ’45 tiene que dar paso al mundo del siglo XXI? Es aquí donde a veces uno mira con preocupación lo que ocurre en nuestra América. Con preocupación porque, por ejemplo, días atrás hablaba con los amigos europeos sobre las relaciones particulares que Europa tiene con China, con India, con todos los países, y digámoslo: América Latina queda lejos. Como antes los ojos se volcaban hacia Europa del Este, ahora están volcados hacia Asia, por la forma en que los países asiáticos están integrándose a un paso mucho más acelerado que el nuestro, y con diferencias políticas mucho más fuertes. El rol presente de China y de los países del ASEAN configura una realidad de una importancia enorme.

Aquí deberíamos ser capaces de hablar con una sola voz, y hablar con una sola voz no es fácil. Sin embargo, quisiera creer que a la luz de lo que hemos podido construir en estos años, de lo que es esta Organización de los Estados Americanos en donde tenemos la capacidad y la posibilidad de conversar también a nivel del hemisferio; en donde buena parte de estos temas se pueden conversar, porque aquí también están otros dos socios de tremenda importancia como son Estados Unidos y Canadá; y en donde conformamos un mismo hemisferio, es posible avanzar en buena parte de estos temas, y de esa manera es posible avanzar más allá de este hemisferio. Excúsenme si lo digo, pero cuando hay tomas de posición común frente a temas de política internacional de primera magnitud, ¿cuál es el foro donde los latinoamericanos conversamos entre nosotros? ¿O donde los latinoamericanos conversamos con Estados Unidos o Canadá? Debiera ser aquí. Cuando se produce una situación como Irak, lo que usted tiene son infinitas conversaciones bilaterales entre gobernantes latinoamericanos, pero no hay un foro donde ir y decir: “¿Podemos aproximar una posición común frente a ese tema?”. Acá tenemos un ámbito de desafíos para América Latina de una gran envergadura. El tema es saber si vamos a estar a la altura de las otras dos generaciones, cuando en San Francisco pudieron consensuar y pudieron ver como pesó el grupo de América Latina en esa reunión. Y claro, se venía saliendo de la conflagración mundial, pero toda crisis es oportunidad, y la crisis de esa Segunda Guerra generó la oportunidad de la Carta de las Naciones Unidas. Ahora que también tenemos un mundo nuevo, un mundo nuevo por la globalización, un mundo nuevo por los bienes públicos globales, es primera vez que el ser humano se ve enfrentado a tener que pasar de decisiones soberanas del Estado Nación a decisiones que son colectivas, y eso es producto de lo que hemos hecho nosotros en nuestra tierra.

¿Cómo es ahora ese salto? Ese salto que se dio hace 500, 400, 300 años atrás, del mundo feudal al Estado Nación, y ahora del Estado Nación a ciertos temas que tienen que ser abordados globalmente, ¿cómo lo vamos a hacer, cómo lo vamos a plantear? Y en ese salto, ¿qué papel vamos a jugar nosotros?

Última reflexión para compartir esta tarde: junto a ello, tenemos otro cambio. Desde la Paz de Westfalia, allá por 1650, la política exterior era equilibrio entre naciones. En ese tiempo, las naciones del mundo eran las naciones de Europa, el equilibrio europeo. Se intentó romper el equilibrio, pero se regresó al equilibrio. El término de la Guerra Fría acabó con la última experiencia de equilibrio a nivel planetario. Ahora hay una sola potencia desde el punto de vista político-militar, en un sentido real del término, pero también sabemos las limitaciones que tiene, no obstante es la única potencia política-militar por la magnitud de lo que es Estados Unidos. Y tanto esa potencia como todos nosotros tenemos que acostumbrarnos a un mundo nuevo, en donde no hay equilibrio del punto de vista político-militar, pero sí hay un equilibrio que nos llama a todos a participar de la suerte del planeta, como bien lo hemos visto en hechos que han ocurrido recientemente. En consecuencia, aprender a caminar en un mundo con esas características es también una experiencia que tenemos que hacer todos los países. No es fácil, y a ratos la llevamos por arriba.

En suma, para concluir, lo que quisiera compartir con ustedes es que este quinto desafío es cómo somos capaces de tener una identidad latinoamericana que nos permita tener, en un mundo que será cada vez más global, una expresión de lo que somos, de nuestras raíces, de nuestra pertenencia, de nuestros valores, y de nuestras identidades.

En ese sentido, creo que la Organización de los Estados Americanos es tal vez un buen punto de partida.

Muchas Gracias.