Discursos

EMBAJADOR ESTEBAN TOMIC, REPRESENTANTE PERMANENTE DE CHILE Y PRESIDENTE DE LA XXXII ASAMBLEA GENERAL EXTRAORDINARIA DE LA OEA
PALABRAS DEL EMBAJADOR ESTEBAN TOMIC EN LA XXXII ASAMBLEA GENERAL EXTRAORDINARIA DE LA OEA, CELEBRADA EN EL SALÓN DE LAS AMÉRICAS, PARA INCORPORAR A LA JUNTA INTERAMERICANA DE DEFENSA A LA ORGANIZACIÓN

15 de marzo de 2006 - Washington, DC


Agradezco el honor que me han otorgado mis colegas Embajadores Representantes Permanentes al proponer mi nombre como Presidente de la XXXII Asamblea General Extraordinaria, órgano supremo de nuestra Organización.

Acepto tal encargo por dos razones principales: primero, porque honra a mi país, Chile. Y, segundo, porque constituye un reconocimiento para los diplomáticos y el personal de la Secretaría General que integraron el Grupo de Trabajo, que a lo largo de 15 extenuantes jornadas, la primera efectuada el 6 de septiembre de 2005 y la última el 10 de febrero de 2006, le dieron forma al Estatuto de la Junta Interamericana de Defensa que esta Asamblea General aprobará en el curso de esta sesión.


Estoy cierto de no exagerar si afirmo que, a medida que han pasado los días, crece la impresión de que el paso que hemos dado al incorporar la JID a la OEA es de gran importancia, difícil de evaluar aún en toda su potencialidad.

Cuando el Estatuto fue aprobado por el Consejo Permanente el 1 de marzo pasado, yo mismo no atiné sino a hacer algunos alcances generales, expresando que en cuanto a la verdadera trascendencia del hecho “había que dejar que el tiempo dijera lo suyo”.

Hoy pienso ir un poco más lejos, no sólo porque en mi calidad de Presidente de la Asamblea General me corresponde darle la bienvenida a la Junta , que a partir de hoy tiene aquí su casa, sino porque también me han sido proporcionados antecedentes que revelan facetas, para mí desconocidas, de la historia del Sistema Interamericano.

Eso es lo que esta tarde quiero compartir con vosotros.

El impulso lo obtuve de una lectura casual de un comentario escrito por Don Andrés Bello, en 1844. Dice el Maestro lo siguiente, refiriéndose a una Memoria presentada a la Universidad de Chile sobre las jornadas de Chacabuco y Maipú, que le dieron al país su independencia:

“ sólo la generación espontánea puede dar la vivacidad, el frescor, el movimiento dramático, sin los cuales los trabajos históricos no son más que generalizaciones abstractas o apuntes descoloridos, y más que todos los que han sido escritos por los actores mismos de los hechos que en ellos se narran.”


Siguiendo el consejo del Sabio venezolano-chileno, y con la inapreciable asistencia de mi amigo el Embajador de Colombia, don Álvaro Tirado Mejía, quien me proporcionó un valioso material, me puse a estudiar los escritos de Don Alberto Lleras Camargo, nuestro primer Secretario General, luego Presidente de Colombia, quien, a lo largo de muchas décadas, nunca dejó de reflexionar sobre la OEA, a la que profesó un entrañable cariño. Empapado en esas lecturas, sumadas a mi propia experiencia de ya casi seis años como Embajador de Chile ante la OEA, procedo a redactar estos apuntes, que espero resulten “coloridos”.

Este año se cumple el centenario del nacimiento de Alberto Lleras Camargo. A su ilustre memoria dedico estas reflexiones.

Describiré el origen de la Junta Interamericana de Defensa, tratando de evitar “generalizaciones abstractas”, indagando acerca de las dificultades para incorporarla a la OEA en un proceso negociador que se inició en 1948, junto con nacer nuestra Organización.



ORIGEN DE LA JID



El 30 de marzo de 1942, hace 64 años, tuvo lugar en este mismo Salón de las Américas la sesión inaugural de la Junta Interamericana de Defensa.

Su creación había sido dispuesta por la Tercera Reunión de Consulta de los Ministros de Relaciones Exteriores de las Repúblicas Americana, reunida en enero de ese mismo año en Río de Janeiro.

El acuerdo de los Ministros era claro y taxativo: recomendó “ respondiendo al espíritu de sincera colaboración que anima a los pueblos del Hemisferio Occidental, celebrar una reunión inmediata en Washington de una comisión compuesta de técnicos militares o navales nombrados por cada uno de los gobiernos para estudiar y sugerir las medidas necesarias para la defensa del continente.”

El Consejo Directivo de la Unión Panamericana aprobó en su sesión extraordinaria del 25 de febrero el informe rendido por la comisión especial y fijó el 30 de marzo como la fecha en que debía verificarse la sesión inaugural de la Junta.

Hace 64 años, tal día como hoy, la situación mundial era dramática. El Ejército alemán, obedeciendo la doctrina nazi que proclamaba el derecho de Alemania a apoderarse de un “espacio vital” en el corazón de Europa, cosechaba un triunfo militar tras otro, luego de que el 1 de septiembre de 1939 invadiera Polonia.

Tres meses antes, Japón, aliado de Alemania, había bombardeado por sorpresa a la Escuadra norteamericana estacionada en Pearl Harbor, circunstancia que motivó la entrada de los Estados Unidos a la guerra.

Todos los continentes, con la sóla excepción del americano, eran escenarios de una conflagración sin precedentes en la historia humana, por su extensión e intensidad.

Para los Estados Unidos, mantener el continente americano libre de tropas enemigas se transformó, en consecuencia, en un tema de la más alta prioridad e importancia estratégica.

En la sesión inaugural tomaron la palabra el Presidente Interino del Consejo, doctor Diógenes Escalante, Embajador de Venezuela en los Estados Unidos, el General George C. Marshall, Jefe del Estado Mayor del Ejército de los Estados Unidos, el Secretario de Guerra de los Estados Unidos, Sr. Henry L. Stimson, y el Secretario de la Marina, Sr. Frank Knox.

Vale la pena citar algunos pasajes de esas intervenciones. El Embajador Escalante dijo:

“las Repúblicas Americanas abrigaban la esperanza de mantenerse alejadas del conflicto y con este fin adoptaron acuerdos muy importantes tendientes a conservar su neutralidad. Pero los acontecimientos que se sucedieron más tarde demostraron que no les era posible seguir esta línea de conducta. Y ahora que la guerra ha tocado a las puertas de América, las naciones que integran este continente se han apresurado a tomar medidas decisivas para defender sus instituciones y la integridad de su territorio.

En este período de crisis las funciones encomendadas a vuestra Junta son de trascendental importancia. Las medidas de defensa militar deben tener precedencia sobre las demás, ya que todos sabemos indiscutiblemente que este problema no es sólo el de la defensa de las soberanías individualmente, sino el de la defensa de la soberanía colectiva de todas nuestras naciones. Si la historia de los dos años y medio últimos nos ha enseñado una lección, tal lección es la de que a cada uno de nuestros países lo afecta directamente toda amenaza que se le haga a cualquiera de los demás. Es por tal motivo muy acertado que la Junta Interamericana de Defensa haya sido creada para que pueda estudiar colectivamente los problemas que reclama la defensa del Hemisferio Occidental.”

Los tres altos oficiales norteamericanos realizaron intervenciones que, leídas hoy, reflejan lo dramático del momento. Citaré tan sólo un pasaje de la intervención del Secretario de Guerra Stimson:

“Estamos haciéndole frente en estos momentos a una guerra total, una guerra que afecta más o menos a toda nación del mundo. Es una guerra de principios irreconciliables y no tan sólo una guerra de hombres, barcos y armamentos. En ella va a decidirse si lo que nosotros llamamos nuestra civilización cristiana sobrevivirá y continuaremos el progreso de los siglos hacia un régimen de razón y humanismo o si tendremos que retroceder a la anarquía de un régimen de fuerza y de odio. Las repercusiones de esta lucha ya se dejan sentir en todas partes. Es tan imposible para nosotros evitarlas como lo sería tratar de retirarnos de este planeta”.

Enseguida se eligió al Presidente de la JID, nombramiento que recayó en el Teniente General S.D. Embick, quien, al posesionarse del cargo, dijo lo siguiente:

“A aquellos que dudaren de la necesidad urgente de que el objetivo de la Junta se logre sin demora, yo les sugeriría que la característica más notable de esta guerra no se encuentra en su alcance universal. En cambio, sí se encuentra en el hecho de que las fuerzas adversarias no pueden hacer nada sin los productos de la edad de la fuerza motriz, de la industria moderna a distinción de la industria manual, una edad que ha llegado a su madurez tan sólo en los últimos años y que sólo ahora está dedicada con todo vigor a fines militares.

El aprovisionamiento adecuado de las fuerzas de cada uno de los principales combatientes requiere no sólo el apoyo de una gigantesca industria mecánica, sino también el dominio sobre las reservas de materias primas cuya variedad y extensión son continentales”


Cito estas últimas palabras, porque expresan con claridad que no se trataba solamente de planificar la defensa del continente, sino también de garantizar el aprovisionamiento adecuado de materias primas que en aquel entonces, mucho más que hoy, conformaban la casi totalidad del intercambio de América Latina con los Estados Unidos y el resto del mundo.

Así nació la Junta Interamericana de Defensa: con una cerrada expresión de apoyo de los 20 países que entonces hacían parte de la Unión Panamericana al vigésimo primero, los Estados Unidos, que había entrado recientemente en guerra y pedía apoyo.



LA JID Y LA OEA



Le he dedicado una extensión tal vez inusitada a la Sesión Inaugural de la JID celebrada hace 64 años en este mismo lugar, porque creo que es legítimo preguntarse qué fue lo que impidió que ella formara parte de la OEA durante todos estos años.

El consejo es de Alberto Lleras: “que se hagan claros los términos del desacuerdo, comienzo forzoso de todo entendimiento”.

Cuando asumí la Presidencia del Grupo de Trabajo,en septiembre del año pasado, noté enseguida que existía una enorme desconfianza entre los delegados en relación con la materia que se nos encargaba analizar: la relación jurídico-institucional entre la OEA y la JID y, sobre esa base, elaborar un nuevos Estatuto para ésta última. Me llamó, por ejemplo, la atención, la resuelta negativa de los países del Grupo ALADI (América del Sur más México) a permitir el uso de la palabra “seguridad” en el texto, ni directa ni indirectamente.


En mi condición de chileno entendí de inmediato la objeción, porque en el sur del continente, la palabra “seguridad”, asociada a las Fuerzas Armadas, despierta siniestras resonancias de un pasado no tan lejano, en que éstas pusieron su inteligencia y sus medios a combatir a un “enemigo interno”, que hablaba su lengua, era nacido en su misma tierra, tal vez le rezaba al mismo Dios, pero había incurrido en el imperdonable delito de no tener las mismas ideas políticas que el gobierno militar o civil que en ese momento conducía los destinos del país.

Entendí también por qué, a lo largo de los 58 años de vida de la OEA, nunca se había reunido consenso para acordar la incorporación de la JID, a pesar de que el tema estuvo en la agenda desde el día primero.

Nunca, hasta hoy, pudieron la JID y la OEA compartir un mismo techo institucional, porque la Guerra Fría, que se inició apenas terminó la Segunda Guerra Mundial, las hizo transitar por senderos separados, muchas veces divergentes.

Para entender el por qué de esta bifurcación de caminos hay que aceptar un antecedente clave, que consiste en que los Estados Unidos de América y el resto de los países americanos necesitan a veces el Sistema Interamericano para fines específicos distintos, sin perjuicio de que todos ellos coincidan en los motivos de determinadas acciones próximas o remotas.

Por la masa de su población, la extensión de sus tierras y su ubicación geográfica sobre los dos Océanos, el inmenso desarrollo de su economía y la proyección de la presencia norteamericana en el mundo entero, los Estados Unidos están obligados a proyectar su política nacional en términos de una política mundial.

Nada menos que una política de contenido mundial y de motivaciones y desarrollo de carácter mundial, puede defender y promover el interés nacional de los Estados Unidos.

Es a la luz de esta realidad inescapable que adquiere pleno sentido para los Estados Unidos el resto del continente. Así quedó de manifiesto cada vez que la política mundial se volvió amenazante para los Estados Unidos, en 1822 cuando la Santa Alianza amenazaba nuestra recién conquistada independencia y fue proclamada la “Doctrina Monroe”, en 1933 cuando el nazi-fascismo se expande por Europa y surge la política del “Buen Vecino”, y en 1960 cuando la Revolución Cubana se confiesa socialista y nace la “Alianza para el Progreso”.

Por el contrario, ninguno de los otros Estados miembros de la OEA puede concebir sanamente el servicio de su interés nacional en función de una política dominantemente mundial.

Para los Estados Unidos el ámbito inmediato de su interés nacional es el mundo, para los otros Estados el ámbito inmediato, natural y propio de su interés nacional no es el mundo, sino el continente mismo y sus problemas internos de desarrollo económico, de promoción social, de estabilidad política, de perfeccionamiento institucional y democrático.



Que no se nos entienda mal. No sostenemos que los otros 33 Estados carecen de intereses en el mundo, o que no son afectados por los acontecimientos ideológicos, políticos y de otro orden que alteran el equilibrio y cambian las condiciones de convivencia nacional e internacional en otras partes del mundo, fuera de América. Ellos forman, ciertamente, parte de la Humanidad y son beneficiados o perjudicados por hechos que afectan al orden mundial en Europa, Asia y África.

La OEA, a pesar de enfrentar situaciones críticas que la pusieron en grave entredicho, no fue un instrumento de la Guerra Fría.

Poco antes de abandonar su cargo de Secretario General, después de siete años de ejercerlo, Alberto Lleras escribió lo siguiente:

“Con sus imperfecciones presentes la OEA es, sin embargo, el experimento mejor logrado de convivencia internacional desde los primeros días de la historia. Fue ella la que abrió la brecha inicial a los sistemas universales de asociación de naciones, y también en ella se educaron los que habrían de proponer al mundo una nueva forma de vida internacional que se parecía a las utópicas concepciones de los filósofos antiguos.

A la Organización le debemos el que el imperialismo no hubiera prosperado en América y, de seguro, su paciente labor de más de medio siglo de persuasión y vigilancia sobre todos los peligros de la violencia, ha hecho más por la independencia de nuestras jóvenes nacionalidades que la tumultuosa algarada antiimperialista.”

La JID , por el contrario, sí fue un instrumento de la Guerra Fría. Esa es la razón, en mi parecer, de ese largo alejamiento, al cual le estamos poniendo fin esta tarde.


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EL NUEVO ESTATUTO DE LA JID


El Estatuto de la JID tiene como antecedente inmediato la Resolución 1848 de esta Asamblea General, adoptada en 2002, la que encomendó al Consejo Permanente “que examine la relación entre la OEA y la JID para modificar la estructura e instrumentos básicos de la Junta en la medida necesaria para clarificar y alcanzar un consenso en torno a su situación con respecto a la OEA, incluido el principio de supervisión civil y la conformación democrática de sus autoridades”.

Debo señalar que ésta fue una iniciativa canadiense, promovida con su talento, inteligencia y persuasión proverbiales, por nuestro amigo, el Embajador Paul Durand, en el seno del Grupo de Trabajo sobre Reestructuración y Modernización de la OEA que a ambos nos tocó co-presidir ese mismo año.

No entraré en detalles del organigrama ni del articulado, porque lo tienen Uds en sus carpetas de antecedentes, pero sí quiero señalar que ambas exigencias, la supervisión civil y la conformación democrática de las autoridades, tanto de la Junta como del Colegio Interamericano de Defensa, están plenamente satisfechas. Deseo destacar que todos los cargos directivos, tanto de la Junta como del Colegio, serán proveídos mediante elección de los respectivos funcionarios, aun cuando en el caso del Director del Colegio se reconoce implícitamente el mejor derecho del país sede a proveer dicho cargo (Artículo 23.1).

Lo dicho es importante, porque a partir de hoy, tanto la Junta como el Colegio estarán en condiciones de transformarse en herramientas útiles del accionar de la OEA en campos tan necesarios y poco explorados como son la relación civil militar, las medidas de fomento de la confianza y la prestación de servicios técnicos y consultivos en actividades de auxilio y asistencia humanitaria en casos de desastres, entre otros.

Me asiste la convicción de que, a partir de hoy, la OEA verá reforzada su capacidad de acción en el Hemisferio por a lo menos dos razones principales:

La primera, es que hay 22 países que ya forman parte de la JID y mantienen Delegaciones en esta capital. Este contingente humano de reconocida calidad, engrosará la dotación de personas de que la OEA se vale para cumplir sus mandatos y las disposiciones de su Carta, todo ello en conformidad con lo establecido en el Capítulo I del Estatuto.

La segunda razón, es que se va a generar una instancia de contacto permanente y habitual, la más elevada que es posible imaginar, entre el mundo político, representado por los órganos de la OEA, y el mundo militar, representado por los Órganos de la JID, “ en observancia de los requisitos que establezcan la Asamblea General de la OEA y el Consejo Permanente de la OEA” (Art. 29.1 del estatuto de la JID).

Ese “tejido de sutilísimas relaciones y reacciones que es la OEA”, según la expresión de Don Alberto Lleras, no puede verse sino enriquecido por este hecho.



LA CASA QUE ES LA OEA



En el plano de la historia y las instituciones sólo dura lo que sirve.

Señores Miembros de la JID: me toca daros la bienvenida a la más antigua de las organizaciones internacionales, es decir, a una casa bien construida, sólida, que ha resistido los avatares del tiempo, que se ha remozado, que es solicitada por sus miembros, en una palabra, que sirve.

A partir de esta fecha os incorporáis, con lo específico de vuestras las labores, que son los asuntos militares y de defensa, a las tareas que cumple nuestra Organización y sois, por consiguiente, habitantes de esta Casa.


Nuestra Organización, nacida en 1890, mucho antes que cualquiera otra en el mundo, no es producto de factores pasivos como la naturaleza o el pasado común, sino que es esencialmente una creación política, deliberada y consciente, donde, como en toda asociación libremente pactada, cada cual afirma su independencia en la interdependencia.

Terminada la Guerra Fría, comenzó para la OEA una etapa nueva, sin duda la más interesante y productiva de su larga historia, que ha consistido en ponerse al servicio de la democracia representativa, que desde entonces ha sido adoptada como forma de gobierno por todos sus países fundadores, con la sóla excepción de Cuba.

Esta circunstancia permitió que países de larga tradición democrática, como Canadá y las naciones del Caribe angloparlante, ingresaran progresivamente a nuestra Organización, proceso que se completó en 1990 y que nos hizo pasar de los 21 miembros iniciales a los 35 actuales.

Para describir lo que la OEA hace es preciso generalizar porque de manera poco visible, pero sí muy real, día a día, los Representantes de 34 países se conciertan aquí para actuar en innumerables frentes.

.Hoy, nuestra Organización defiende y promueve los valores que han hecho de América el continente en el cual han buscado desde siempre refugio los desposeídos y los perseguidos del resto del mundo. Esos valores son la democracia y los derechos humanos.

Los valores no se defienden en abstracto, sino con acciones concretas que redundan en beneficio de las mayorías y que son apreciadas por éstas, generando lo que se ha denominado “el círculo virtuoso de la gobernabilidad”.

Alcanzado el escalón democrático sin precedentes a que hacíamos referencia, el desafío de la hora actual es que esa democracia funcione e incida en una mejor calidad de vida de todos los habitantes, pero muy particularmente de los pobres.

El ambiente de la globalización no permite que las naciones resuelvan aisladamente sus desafíos. Al contrario, las obliga a unir sus esfuerzos externa e internamente. En lo externo, utilizando las Organizaciones Internacionales para defender sus intereses y actuar concertadamente para incidir sobre los múltiples factores que en el mundo globalizado pueden constituir amenazas u oportunidades, según cuán preparados se esté para enfrentarlos. En lo interno, para generar las mejores condiciones de respuesta de la nación, como un todo, a los desafíos que plantea el ambiente globalizado.

Superados ya los tiempos en que las Fuerzas Armadas de nuestro continente se alistaban en función de una hipótesis de conflicto vecinal, les cabe un rol muy importante en la materialización, dentro de cada país, del círculo virtuoso que mencionábamos antes. Ellas poseen conocimientos y métodos de trabajo, que, puestos a disposición del poder civil, pueden contribuir enormemente a mejorar la capacidad de respuesta de la nación frente a los desafíos externos que a todos les plantea la globalización.



Muchos pasos trascendentales se han dado desde 1990 hasta hoy en el Sistema Interamericano, entre los cuales destaco los siguientes: el Compromiso de Santiago con la Democracia y la Renovación del Sistema Interamericano de 1991. El Proceso de Cumbres de Jefes de Estado y de Gobierno, propuesto por el Presidente George H. Bush a través de la Iniciativa de las Américas , iniciado en Miami en 1994 y seguido hasta ahora por otras cinco Cumbres, que nos ha dotado de una nutrida agenda hemisférica. La adopción, por este mismo órgano, de la Carta Democrática Interamericana, el 11 de septiembre de 2001, el mismo día del ataque terrorista contra los Estados Unidos, que en un simbolismo imposible de negar, indica hacia dónde se movían las Américas cuando en el mundo se manifestaba de manera brutal la acción terrorista proveniente de otros lugares del planeta. La aprobación de la Declaración Sobre la Seguridad en las Américas, en octubre de 2003, en Ciudad de México, que nos ofrece un nuevo marco conceptual para incrementar la seguridad hemisférica y que, en su artículo 49, reiteraba precisamente la necesidad de aclarar la relación jurídica e institucional con la OEA, mandato cuyo cumplimiento se perfecciona hoy.

Sin estos antecedentes, difícilmente habríamos estado en condiciones de dar el paso de hoy.



Al Sr. Secretario General de nuestra Organización. Al Sr. Secretario General Adjunto y a todo el personal de la OEA.

A mis colegas Embajadores Representantes Permanentes y sus Delegados Alternos.

Al general Keith M. Huber, Presidente de la JID y Director del Colegio Interamericano de Defensa y sus colaboradores militares y civiles,



Les digo:

Comencé mis palabras citando lo que se dijo en este Salón hace 64 años. Los invito a constatar cómo ha cambiado el mundo desde entonces. Cómo ha cambiado para bien.

Alemania, Italia y Japón, las temidas potencias de entonces, son hoy países industriales, democráticos, no militares, que contribuyen grandemente al progreso de la Humanidad.

La Guerra Fría, ese abismo helado y aterrador que se abrió no bien Japón hubo firmado el armisticio, dividiendo el mundo en dos mitades enemigas, dotadas de esas “armas absolutas” que destruyen al adversario y causan la propia destrucción y contra las cuales no cabía sino acumular más medios de destrucción hasta que por fin cada quien se hallaba protegido por un “paraguas nuclear”, es también asunto del pasado.

Desde la caída del Muro de Berlín, hace 16 años, el bálsamo de la democracia se extiende lentamente por el planeta, transformando cualitativamente el funcionamiento de las estructuras del poder y mejorando la calidad de vida de los seres humanos.

El cuadro pavoroso, cuya materialización se temía en esa primera reunión de la Junta Interamericana de Defensa, fue conjurado por los países y las personas que aquí estuvieron reunidos hace 64 años. La división del mundo en bloques irreconciliables ya no existe. Enfrentamos problemas, ¡qué duda cabe! Pero ninguno tan cargado de sombrías perspectivas como las que acabo de mencionar.


Vivimos en un mundo definitivamente mejor. Quienes nos precedieron cumplieron con nosotros al dejarnos el campo despejado de tan apremiantes amenazas.

Quiero finalizar agradeciendo a esa anónima multitud de diplomáticos y militares que hicieron bien la tarea que aquí se les encomendó hace ya 64 años.

Y agradecer también a Ustedes, que colman hoy este Salón presidido en sus cuatro ángulos superiores por la palabra Paz. Habéis coronado con gran profesionalismo un esfuerzo que se prolongó por muchas décadas. A ese esfuerzo, y al de quienes nos antecedieron, debemos la suerte de participar en esta histórica Asamblea General

Esta tarde se fortalece la Organización Internacional más antigua del mundo, porque ingresa a ella la Junta Interamericana de Defensa. Y se enriquece espiritualmente, porque acoge bajo su techo al Colegio Interamericano de Defensa.

Lo dijo Alberto Lleras: “no hay palabra vana en el panamericanismo”.

La palabra con que corresponde cerrar estas reflexiones es “gracias”.