Discursos

S.E. EL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE CHILE, D. RICARDO LAGOS ESCOBAR
ACTO INAUGURAL DE LA ASAMBLEA GENERAL DE LA ORGANIZACIÓN DE ESTADOS AMERICANOS (OEA

8 de junio de 2003 - Santiago, Chile


Improvisación


Para Chile es un honor que la Asamblea General de la OEA se reúna aquí en Santiago y, en nombre de mi país, quiero darles a todos ustedes una cordial bienvenida y desearles éxito en sus deliberaciones. El éxito en sus deliberaciones implica ahondar en el tema a que se refería nuestro Secretario General, el de la gobernabilidad democrática en las Américas.

El tema que convoca a esta Asamblea es un tema de estos tiempos, a partir de la discusión de la democracia como un aspecto central de las preocupaciones de la OEA, por más de una década. A partir de la Resolución 1.080 es cuando aquí en Santiago, en 1991, se establece la Carta Democrática. Y ello porque la democracia entró en una fase nueva de desafíos, tras el fin de la guerra fría y todos los fenómenos que están ligados a la globalización.

Cuando nos preguntamos por la gobernabilidad, por su eficiencia, por sus nuevos alcances y nuevos desafíos, nos estamos interrogando por la calidad del espacio ciudadano que podemos crear en la sociedad de hoy. La pregunta principal tal vez sea esa, ¿qué significa ser ciudadano hoy, cómo se participa, cómo se convive con otros ciudadanos, para avanzar de manera conjunta como nación?

Las bases de un sistema democrático son esenciales para un buen gobierno. Es demasiado obvio; sin embargo, hemos aprendido que las bases de un sistema democrático son condición necesaria, pero desgraciadamente no son condición suficiente. Las sociedades de hoy necesitan tener cauces sólidos para tratar sus diferencias, pero a la vez requieren energía para poder mantener sus consensos fundamentales.

Allí está la clave de la gobernabilidad: cómo tenemos cauces para tratar diferencias, pero también cómo, entre todos, entendemos que tenemos consensos fundamentales como país. Es esa difícil ecuación la que nos permite entonces avanzar más allá de lo que son exclusivamente las normas consensuadas de un sistema democrático.

Entonces, además del Estado de Derecho, además de una buena carta constitucional, además del respeto a los derechos humanos, todas tareas que son esenciales, tan esenciales como la vieja separación de poderes que nos anunció Montesquieu, gobernabilidad significa tener, entre gobernantes y gobernados, una visión común del país, del país que se quiere y de las grandes metas hacia donde ese país camina.

Y en este período, como muy bien nos lo recordaba César Gaviria, hemos visto que sin políticas sociales adecuadas, sin instituciones que funcionen, el así denominado en su momento Consenso de Washington es impotente por sí mismo para dar cuenta de las tareas de hoy.

Es cierto, todos nuestros gobiernos dijeron “sí” en la década del 90 a una buena gestión macroeconómica en su más amplio sentido. Hemos descubierto que eso no basta, porque los países no son un gráfico de equilibrio general estadístico. Son más que eso.

Y por eso hoy surgen voces de quienes reconocen, incluso aquellos que impulsaron el denominado Consenso de Washington, que si se deja atrás la visión social, el concepto mismo de gobernabilidad no está completo.

Por ello yo diría que además de aquel famoso decálogo que convocó al manejo económico responsable y a la creación de escenarios políticos sólidos y eficientes, hay que avanzar en otros ámbitos, en otros rumbos, que tienen que ver con la relación de gobernantes y gobernados, de ciudadanos y consumidores, de cómo es posible ahora abordar temas que están en la esencia de nuestras propias políticas.

¿Cuánto somos capaces de avanzar en la vieja y antigua relación entre dinero y política? ¿Cuánto podemos avanzar para tener gobiernos que sean más transparentes para enfrentar la corrupción? ¿Cuánto significa tener gobernabilidad que implique políticas sociales para llegar a aquellos a los cuales normalmente no se llega, porque con el decálogo de Washington muchos tienen la sensación de que quedan al margen del progreso? A su región no llega, a su segmento social no llega.

Por ello, preguntarse por las nuevas tendencias hacia las cuales debe caminar la gobernabilidad, nos lleva a observar la realidad de nuestras sociedades desde los ojos de los ciudadanos. Y allí es donde esa realidad, tras un largo bregar en estos años, nos lleva a la conclusión de que queda un largo camino por recorrer. Porque globalidad política no se explica por sí misma, si no hay avances sustanciales, si no somos capaces también de tener una suerte de gobernabilidad social.

Esta es entonces, creo, la ecuación cívica determinante: sólo es ciudadano pleno aquel que, además de votar y opinar libremente, siente que en su sociedad, aquella de la cual él forma parte, hay un lugar para sus sueños, para sus esfuerzos, para sus ganas de ser. No puede sentir que la sociedad de la cual forma parte lo excluye a él o a los suyos, en una u otra forma, en cualquiera de esos bienes o servicios respecto de los cuales el avance del progreso humano entiende que son bienes o servicios que tienen que garantizarse a todos los hijos de una sociedad.

Es aquí donde me parece central entender que gobernabilidad tiene mucho más que ver con el concepto del ciudadano que con el concepto del consumidor. Todos somos consumidores y todos somos ciudadanos. La esencia está en que los consumidores lo son con un poder distinto según su capacidad de consumo y sociedades que se hacen a imagen y semejanza de los consumidores, son sociedades que están plasmadas por un nivel de desigualdad a partir de la desigualdad del consumo. Ciudadanos somos todos y todos nos igualamos en el voto. Cuando los ciudadanos determinan que determinados bienes y servicios deben estar al alcance de todos, entonces esos bienes y servicios, de carácter público, son centrales para definir la gobernabilidad.

¿Cuánto de esos servicios están al alcance de la sociedad, como lo hemos declarado tantas veces? ¿Cuánto la ley no es sino una declaración vacía porque no somos capaces de avanzar en hacerla realidad?

Cuando la declaración del ciudadano no se condice con la realidad social, hay conflictividad social. Es allí donde lograr cohesión social en un país resulta esencial para la gobernabilidad política. Sin ella, sin esa cohesión, la gobernabilidad será precaria.

Es aquí donde nos parece tan importante entender que, a medida que vamos definiendo aquellos bienes y servicios de carácter público, no necesariamente significa que tienen que ser provistos por el Estado, como podíamos pensar en el pasado. Pero sí debemos estar en condiciones de garantizar esos bienes y servicios, como definición de una sociedad que quiere que el progreso alcance a todos.

Por eso es tan esencial la tarea que ustedes acometen. Cómo somos capaces, aquí entre nosotros, de plantear nuestras experiencias, nuestros avances, nuestras frustraciones. ¿Por qué crecemos y, a pesar del crecimiento, la inequidad a la cual se refería el Secretario General subsiste en muchas de nuestras sociedades? ¿Por qué somos capaces de avanzar para derrotar la pobreza, pero a ratos tenemos una pobreza dura la cual difícilmente logramos derrotar?

Aquí, mientras seamos capaces de lograr más acuerdos, de llegar a mecanismos concretos de cooperación y trabajo en torno a ello, mejor va a ser, qué duda cabe, la calidad de nuestros sistemas democráticos.

De esta manera, ciudadanía, inserción en el mundo, práctica política, transformaciones globales, pasan a conjugar un solo todo.

Y eso nos lleva a la segunda parte de nuestras preocupaciones: cómo estas nuevas realidades determinan la forma en que esta Organización de Estados Americanos se articula. Cómo esta Organización de Estados Americanos se articula para tener un trabajo común frente a los desafíos del siglo XXI.

Cuando pensamos en una OEA para las nuevas tareas, sabemos que lo hacemos a partir de un patrimonio de acumulación histórica. Allí, en esa acumulación histórica, están las múltiples actividades de beneficio regional, que realiza la Organización en el ámbito político, cultural, social, jurídico, de derechos humanos y económicos, entre otros, y de los cuales ha dado debida cuenta César Gaviria hoy día. Allí están los esfuerzos que debemos reconocer muy especialmente de su Secretario General, en lo que ha hecho respecto de Venezuela y cómo aplicamos el tema de la carta democrática en la realidad y complejidad del país hermano.

Sin embargo, creo que el tema es más profundo. No es un misterio para nadie que esta Organización surgió como una organización hemisférica que tiene el talante y la institucionalidad de hoy a partir de lo que fue 1948, de aquella conferencia en Bogotá, en donde el mundo entraba en los albores de lo que se denominó después “la Guerra Fría”, guerra que a ratos no fue tan fría en nuestro continente y que tuvo un impacto significativo en la región.

Todos los países, en una u otra medida, sufrimos la consecuencia de aquello.

Pero esa Guerra Fría terminó, la realidad del mundo de la década de los 40, en el siglo XX, es sustancialmente distinta de la realidad del mundo hoy. Hablamos de gobernabilidad y de democracia, pero hoy entendemos que hay otro decálogo que se abre entre nosotros y otros desafíos. Los desafíos con los cuales se pensó el orden institucional de esta Organización el 48, en el siglo XX, son distintos de los de hoy. Hoy día, si nosotros quisiéremos plantearnos otro decálogo, algunos de sus puntos son similares, pero de enfoques muy distintos. Seguridad y terrorismo hoy tienen una forma de plasmarse distinta de seguridad y terrorismo el 48. Por eso es tan importante la próxima conferencia que sobre seguridad hemisférica se realizará en México.

El de los flujos financieros internacionales era un tema prácticamente desconocido el 48. Los flujos financieros ¿qué eran? Salvo los organismos financieros internacionales de reciente creación en aquellos años, prácticamente no existían. Hoy, los flujos financieros internacionales nos plantean desafíos de una envergadura en donde constatamos la incapacidad de nuestros elementos internos de conducción económica frente a aquello. Y por lo tanto, la necesidad de ver dónde y en qué foro y cómo lo hacemos para debatir este tema es un asunto central.

Otro tema son los elementos que tienen que ver con el comercio mundial en el llamado que nos ha hecho César Gaviria esta tarde, respecto de lo que es la actual ronda de Doha, el avance desde el antiguo GATT a la Organización Mundial de Comercio y la nueva realidad de un mundo global, en donde el comercio que ha existido siempre tiene como características nuevas la simultaneidad de la operación.

Y entre los nuevos temas están el medio ambiente o la transformación educacional en la que está América Latina, que a través del sistema educacional fue capaz de tener un elemento de movilidad social de lo cual buena parte de nuestros países están orgullosos. Hoy todos constatamos que el solo evento de poder garantizar un banco y una sala de clases a un joven de nuestra América Latina, no es suficiente elemento de promoción social si no tenemos, al mismo tiempo, mediciones de calidad en cada uno de nuestros establecimientos. O el tema de las identidades culturales, en donde si no somos capaces de tener raíces culturales de envergadura para insertarnos y ponernos en nuestros propios pies, entonces difícilmente podemos mantener nuestra presencia en un mundo global como región.

También están los cambios en el ámbito de la familia y cómo la fortalecemos, o la lucha contra la pobreza, o cómo somos capaces de garantizar servicios básicos, como salud y vivienda, para todos.

Estas cuestiones son las que preocupan al ciudadano común y corriente en nuestro continente. Y en la OEA tenemos la oportunidad de trabajar en ellas desde la diversidad de sus integrantes. Aquí, en este foro, están aquellos países que han alcanzado los más altos niveles de desarrollo y aquí, en este foro, está la principal potencia política y militar del mundo contemporáneo. En buena hora. Aquí en este foro están los que transitan por desarrollos intermedios; los que luchan por derrotar los retrasos que sofocan a su gente.

Creo, entonces, que podemos utilizar mucho más y mucho mejor este foro multilateral.

Hoy día, en un mundo de integración creciente, todas las regiones, unas más, otras menos, están construyendo mecanismos eficientes y adecuados para participar en el diálogo mundial. En los nuevos mapas del siglo XXI las articulaciones son múltiples, los países tienen diversas pertenencias ligadas a distintos proyectos económicos, a tradiciones políticas, a diálogos interregionales, a determinantes geográficas.

La Organización de Estados Americanos tiene una determinante geográfica fundamental, historias comunes de muchos de nuestros países. Esa realidad geográfica, que une a países de muy distinto talante y nivel, tal vez nos permita pensar y plasmar, desde este hemisferio, cómo entendemos que podemos avanzar en la gobernabilidad de un mundo más global y más globalizado.

Asumiendo estas diversas pertenencias tras el fin del mundo bipolar, creo que podemos convertir a la OEA en un espacio privilegiado de diálogo, a partir de esta determinante geográfica que nos convoca desde Alaska a Tierra del Fuego, con valores comunes, con visiones comunes. Esos valores y visiones tienen que estar al servicio de un mundo que, desde aquí, desde este hemisferio, podemos ayudar a construir de una manera mejor.

Por eso creo que las cumbres de las Américas de Miami, de Santiago de Chile y de Québec dieron nuevos marcos políticos y nuevas tareas a la OEA y a las otras entidades interamericanas. Tal vez hoy día podemos dar un paso más.

La Organización de Estados Americanos puede representar el escenario del diálogo posible y necesario de nuestro continente, y de nuestro continente y de su encuentro en su diversidad. Ésta, creo yo, es tal vez la razón más poderosa por sí misma para potenciar esta instancia multilateral. La clave está en descubrir el sentido y proyección de este nuevo diálogo.

Cada cual hará lo suyo en su respectivo país. Si algo hemos descubierto, es que nadie lo hará por nosotros al interior de nuestras sociedades. Si algo hemos descubierto, es que el entorno puede facilitarnos nuestro desarrollo, pero la tarea está al interior de cada uno de nuestros países. Cada cual actuará desde la perspectiva de su propia historia, de sus propias realidades nacionales, pero lo común pasa por una plataforma de convicciones compartidas, que es lo que hemos construido a lo largo de estos años.

Si se presentan, como es natural que ocurra, crisis en algunos de los países que forman parte de la OEA, debiéramos debatirlas con franqueza y claridad.

Por eso me parece tan importante comprender que las dificultades de un país hermano como Colombia, corresponde a los amigos colombianos enfrentar y resolver, pero ellos tienen que saber que cuentan con el compromiso y la vocación de cada uno de los países de la OEA para colaborar en la solución, en la forma que su gobierno estime más adecuada. Las dificultades de Colombia son dificultades que atañen a toda la región; la forma de abordarlas y resolverlas atañe a su Gobierno. Lo que queremos aquí es dar un respaldo a la tarea del Presidente Uribe y de su Gobierno para enfrentar el fenómeno del narcotráfico y la guerrilla que aflige a ese país.

Por eso, creo que, junto a estos temas particulares, están los más amplios, aquellos a los cuales se refería Cesar Gaviria. Si queremos que esta nueva ronda de la Organización Mundial de Comercio sea efectivamente una ronda para el desarrollo, ¿qué mejor lugar tal vez que la OEA para tener un diálogo regional al respecto, aquí, donde se enfrentan países con tan distintos intereses? ¿O precisamente porque en el ámbito del comercio tenemos intereses tan distintos, podemos entonces plantear temas comunes? O temas respecto de los cuales, en la incapacidad de alcanzar un consenso, como usted decía, tenemos que dejarlos para el encuentro multilateral en Doha, pero teniendo claridad de por qué tenemos los disensos que tenemos.

Aquí podemos coordinar un papel decisivo en materia de política exterior frente a muchos temas. ¿Qué nos impide abordar en este foro, con países como Estados Unidos y Canadá, temas como el de las finanzas internacionales, la seguridad hemisférica, o la generación y expansión de bienes públicos globales? ¿Cómo abordamos los temas culturales que tienen que ver con la esencia de nuestros países?

Vemos que este nuevo mundo que surge ante nuestros ojos plantea nuevos desafíos a la organización, similares a los que tuvo hace 50 años, cuando tuvo su nuevo impulso en la Conferencia de Bogotá, pero distintos en cuanto a los problemas que tenemos que abordar y convocar. En aquel entonces el multilateralismo y la carta de Naciones Unidas tenían sólo tres años en ejecución. Hemos avanzado mucho, hemos caminado mucho.

Este avance y ese caminar han significado también un mundo que cambió ante nuestros ojos, desde un muro de Berlín que comenzaba a surgir, hasta un muro que desaparece a finales de la década de los 80. Es en este nuevo mundo donde me parece que la Organización de Estados Americanos tiene un nuevo desafío. Y es aquí donde se manifiesta la capacidad de diálogo para discutir los temas vigentes, que se modernizan de acuerdo al nuevo contexto internacional; es aquí donde creo que esa carta de la OEA hoy día adquiere mayor vigencia ante los nuevos temas, mayor fuerza ante la necesidad de plantear un diálogo con franqueza y con claridad, pero por sobre todo, un diálogo en que todos tenemos la conciencia de que ahora el ser humano nunca más será un ser solitario en el planeta. La suerte de unos y otros depende de lo que hagan otros y unos.

Comencemos en este diálogo hemisférico, que nos permita plantearnos a nosotros, latinoamericanos, con mayor fuerza en el mundo de hoy.

Muchas gracias y muchos éxitos en sus deliberaciones, y bienvenidos nuevamente a Santiago de Chile.


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Santiago, 8 de junio de 2003.
Mls/ems.