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Cuadragésima Novena Cátedra - 14 de agosto, 2012
"A 25 Años de los Acuerdos de Esquipulas: Oportunidades y Desafíos en Centroamérica”
Orador: Oscar Arias, ex Presidente de Costa Rica y Premio Nobel de Paz 1987
Amigas y amigos:
Por las amplias avenidas de esta ciudad emblemática, frente a sus monumentos
solemnes y sus atrios magníficos, susurra aún, inextinguible, la voz de
miríadas de hombres y mujeres que durante siglos han debatido el dilema de la
guerra y la paz. Pocas ciudades en el mundo simbolizan, como ésta, la tensión
ineludible entre la fuerza y la razón, entre la violencia y la conciliación.
En esta capital reside el ensayo histórico de una idea convertida en promesa:
la de que es posible diseñar, desde la sabiduría humana, un sistema que
gobierne a los mejores y a los peores ángeles de nuestra naturaleza. Un
sistema que nos permita la utopía de una convivencia en paz sobre la Tierra.
En esa empresa, que compartimos tantas naciones del mundo,
hemos topado con luces y sombras. Hemos escrito capítulos de gloria y párrafos
de vergüenza. Pero creo firmemente que la balanza se inclina del lado de la
cordura, del lado del juicio y de la madurez política. A pesar de los errores,
a pesar de los desencantos, creo que la lógica de la civilización humana es
una lógica de progreso. De ello dan testimonio instituciones como la
Organización de Estados Americanos, y celebraciones como el 25 Aniversario de
la firma de los Acuerdos de Esquipulas II.
Quiero dar gracias al señor Secretario General, José Miguel Insulza, por
invitarme a participar en esta Cátedra de las Américas. Y aprovecho también
para saludar, desde aquí, al Ex Secretario General, Joao Baena Soares, quien
con la misma gentileza y afecto me abrió las puertas de esta organización,
hace 25 años.
Me han pedido que hable sobre el legado de Esquipulas. Pero ¿cómo hablar de
una herencia, sin mencionar su origen? ¿Cómo hablar de desafíos y resultados,
sin hablar del proceso en que se forjaron? No es posible entender el legado de
Esquipulas sin entender las fuerzas que produjeron ese documento, las
presiones que enfrentamos, las esperanzas que nos alimentaron, y la filosofía
que tejió todo el entramado de la negociación de paz en Centroamérica. Con
esto quiero expresar una idea muy sencilla: para juzgar el fruto, hay que
conocer el árbol.
Quienes únicamente conocen la Centroamérica de nuestros días, encontrarían
difícil creer las historias que narraban los millones de refugiados que
cruzaban las fronteras a mediados de los ochentas. Pueblos aniquilados por
manos hermanas, con armas estadounidenses o soviéticas. Bases de entrenamiento
secretas, en donde muchachos que apenas comprendían las razones de la guerra,
se graduaban en el odio y la violencia. Un conflicto convertido en una
contienda por la preeminencia militar de dos superpotencias, cuyas ambiciones
extenuaban los esfuerzos por la paz promovidos en el marco del Grupo de
Contadora y el Grupo de Apoyo.
El Plan de Paz nació en medio de esta madeja de frustraciones, tras el fracaso
final de los procesos de mediación de algunos gobiernos latinoamericanos. El
documento titulado “Una hora para la paz”, contenía 10 acciones prioritarias,
incluida la condición de suspender todas las acciones militares al mismo
tiempo que se iniciaba el diálogo. La tendencia mundial en la solución de
conflictos, en ese entonces y aún ahora, pretende que las negociaciones se
lleven a cabo precisamente para lograr el cese al fuego. El Plan de Paz, por
el contrario, proponía el cese al fuego como una de las condiciones necesarias
para poder dialogar sin presiones, en un ambiente verdaderamente propicio para
una paz duradera.