Discursos

JOSÉ MIGUEL INSULZA, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
SESIÓN INAUGURAL XLIII ASAMBLEA GENERAL

4 de junio de 2013 - La Antigua, Guatemala


Estamos agradecidos, Sr Presidente, de ser acogidos nuevamente en su gran país, con el afecto y la atención esmerada que siempre nos brindan. Agradecemos su esfuerzo personal, el del canciller Fernando Carrera y el de todo su gobierno, por los excelentes preparativos realizados para el pleno éxito de esta XLIII Asamblea General de la Organización de Estados Americanos.

Este compromiso con nuestra Organización va más allá de los intereses que se pueden dar en un momento específico. Es testimonio de su apoyo sincero al multilateralismo y a la unidad hemisférica de la cual todos formamos parte y queremos fortalecer con nuestras deliberaciones de estos días.

Nos llena también de alegría, Sr Presidente, poder realizar nuestra Asamblea General en Antigua, patrimonio de la humanidad. Conocí a “La Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala” en 1968 cuando vine por primera vez a este país. Era un paraje impresionante, poblado de edificios coloniales que luchaban contra una abundante vegetación que intentaba cubrirlos, lo cual no impedía, sin embargo, reconocer su pasada grandeza. Cuando treinta años después a la inauguración de la Vigésimo Novena Asamblea General Ordinaria de la OEA, pude contemplar una Antigua revivida, recuperada gracias al impresionante esfuerzo de los guatemaltecos para ofrecer a todos los americanos este legado inapreciable de nuestro periodo colonial.

Un legado que se hace aún más significativo porque se complementa con las imponentes muestras de la civilización maya, que también este país expresa con fuerza y esplendor. Guatemala es América, es Antigua, es Tikal, es Atitlan, es Chichicastenango, es Miguel Angel Asturias y Rigoberta Menchu, es su gente, sus artesanías, su vestimenta, sus telares, sus sabores, que expresan esa cultura mestiza de belleza inimitable, fusión de muy distintas expresiones, que se negaron por siglos a ser superadas o sepultadas.

Sobre esa gran herencia, esta nación digna y orgullosa supo sobreponerse hace varias décadas, a la violencia y la división para forjar una nación en paz, que pueda avanzar cada vez más a una mayor democracia, justicia, prosperidad y unidad nacional. Un sueño que todos los americanos compartimos y en cuyo anhelo acompañamos a todo el pueblo de Guatemala.

Hace pocas semanas entregué al Consejo Permanente la cuenta de actividades realizadas por la Organización en el año pasado. Sería una tarea imposible referirse aquí a todas ellas, pero, como la OEA es tarea de muchos, quiero al comenzar, recordar algunas de las principales enviando nuestro saludo y nuestros agradecimientos
a los observadores que estuvieron presentes en nuestras misiones electorales en ocho países de América, en elecciones nacionales, locales y primarias, cumpliendo abnegadamente con una de las tareas que nos impone nuestra Carta Democrática;
a los centenares de facilitadores judiciales, líderes comunitarios que trabajan en Centro y Sudamérica facilitando el entendimiento de sus conciudadanos;
a las mujeres que han dado nuevo dinamismo al trabajo de su Comisión Interamericana, no solo para prevenir la violencia de género, sino para exigir la igualdad en la actividad económica y la vida política;
a los jóvenes del Young Americas Business Trust, que sólo ayer concluyeron la edición de su Concurso TIC Américas, con la participación, en todas sus fases, de 1700 proyectos y más de 3000 jóvenes emprendedores de la región;
al centenar de compañeros y compañeras desplegados en todo el territorio de Colombia en nuestra Misión de Apoyo al Plan de Paz;
a los que cumplen también una Misión de Paz en la Zona de Adyacencia entre Belice y Guatemala;
a los doscientos expertos que participaron en la elaboración de nuestro Informe sobre el Problema de las Drogas en las Américas,
a los expertos que dan seguimiento a la Convención Interamericana contra la Corrupción, quienes realizaron el año pasado un número record de visitas in situ;
a quienes trabajan para apoyar la tregua de las maras en El Salvador, que ha significado más de dos mil muertes menos en ese país y ojalá se extienda ahora también a Honduras;
a los que han convertido el derecho a la identidad en una realidad en Haití y otros países de América, a través de nuestro Programa de Registro Civil;
a los expertos que trabajan en el desminado y en la destrucción de armas en los países más asolados por la violencia de los últimos tiempos.

A los que recorren la región con nuestros programas de rastreo, marcaje y destrucción de armas
a quienes fortalecen día a día nuestro sistema de becas, llegando a acuerdos con más universidades para ampliar nuestra cobertura y las opciones que ofrecemos en distintos países.

A los que dan seguimiento a nuestra Red de Protección Social, a la cooperación energética y a las iniciativas adoptadas por las Cumbres de las Américas.

Estas y otras actividades sirven para mostrar porque esta OEA, la organización política más antigua del mundo, en verdad no tiene parangón en nuestro hemisferio.

Pero la OEA se distingue además por ser, ante todo, el mayor espacio de diálogo político franco y abierto que tenemos en el hemisferio. Aquí se discuten todos los temas y asuntos que los países miembros quieren plantear y se respetan por igual las ideas de todos. En ese plano, el año que concluye aquí ha presenciado numerosos eventos de los que destacaré solamente tres.

Los Estados miembros de la OEA no concordaron en la calificación de los sucesos ocurridos en Paraguay en junio del año pasado que culminaron con la destitución por el Congreso del Presidente Fernando Lugo. No compartí la calificación de “golpe de Estado” que se dio por algunos miembros a esos hechos, porque nunca había sido esa calificación aplicada a casos similares, cuando el Congreso de un país, en uso de sus atribuciones había destituido a un Presidente.

Sin embargo, considerando, al igual que la mayoría del Consejo Permanente, que lo ocurrido era una grave confrontación entre poderes del Estado de Paraguay, preferimos concentrar nuestra atención en el pleno restablecimiento del diálogo constitucional en ese país. Por ello la Secretaría General organizó una misión electoral extensa, presidida por el ex Presidente de Costa Rica Oscar Arias, cuya tarea era ayudar a crear un clima de normalidad, que permitiera la elección democrática de las nuevas autoridades.

Ese propósito fue plenamente alcanzado, gracias al esfuerzo que le dedicó el gobierno del Presidente Federico Franco y todos los paraguayos, que mostraron siempre una clara voluntad de transición pacífica. La elección del pasado 21 de abril se efectuó con absoluta normalidad y saludamos hoy al Presidente electo Horacio Cartes que se instalará el 15 de Agosto y al nuevo Congreso del Paraguay.

No es mi propósito reabrir aquí un debate ya superado. Lo que quiero poner de relieve es la disposición al dialogo que demostraron, en esta circunstancia, todos los gobiernos miembros de la OEA, que defendiendo con energía y consecuencia sus posiciones, nunca intentaron imponerlas por mayoría o hacer de ellas motivo de división. La OEA es una Organización en la que se puede discrepar y las discrepancias se procesan de manera constructiva y a través del diálogo.

También quedó demostrada esa voluntad de dialogo con ocasión de la Vigésimo Séptima Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores convocada a petición de Ecuador a raíz del caso de asilo de Julian Assange. En ella primó, sobre todo, un clima positivo que nos permitió adoptar una resolución que, junto con reafirmar plenamente la inviolabilidad de los recintos diplomáticos de acuerdo al derecho internacional, mantuvo un carácter constructivo, siempre en busca del entendimiento y de alejar la confrontación.

Un debate bastante más extenso fue el que se condujo a partir de las decisiones de la Asamblea General de Cochabamba sobre el fortalecimiento del Sistema Interamericano de Derechos Humanos, culminando en nuestra exitosa Asamblea General Extraordinaria del 22 de marzo pasado. A pesar de los pronósticos negativos de algunos editorialistas de la región, quedó muy claro, en el debate y la resolución final, que para la gran mayoría de los miembros el propósito era efectivamente fortalecer el sistema, tanto en su Comisión como en su Corte. Creo que los acuerdos alcanzados y las reformas efectuadas autónomamente por la CIDH despejaron la mayor parte de los asuntos, cumpliendo así el objetivo trazado, que no era otro que contar con un sistema de Derechos Humanos más fuerte, autónomo, participativo e inclusivo. El interés por la elección de nuevos miembros, que realizaremos en esta Sesión y la calidad de los candidatos presentados a ella nos confirma esa disposición.

La democracia se ha fortalecido como nunca en nuestro continente en las últimas tres décadas. Ello se expresa en la transparencia de los procesos electorales en la mayor parte de nuestros países, en los cuales el sufragio es universal, secreto, libre e informado y en los que los resultados son reconocidos. Hemos observado, durante mi mandato, cerca de setenta de estos procesos y en todos ellos, formulando críticas y recomendaciones cuando corresponden, hemos reconocido la validez de su resultado final.

De la misma manera, la gobernabilidad democrática de la región ha aumentado ostensiblemente. En los quince años que van entre 1990 y 2005, dieciocho gobiernos concluyeron anticipadamente sus mandatos, por golpes de estado, renuncia o destitución. En los últimos ocho años, estos casos se redujeron a dos.

Pero un proceso de construcción democrática como aquel que han emprendido nuestros países, incluye muchas otras dimensiones y demora más tiempo en alcanzar su plena madurez. Tenemos aún serios problemas de calidad de gobierno, de insuficiencia del aparato del estado para cumplir las tareas que la ciudadanía le asigna en democracia. Tenemos desafíos enormes incumplidos en materia de pobreza, de desigualdad, de seguridad pública.

Tenemos instituciones frágiles, faltas de reconocimiento por los derechos de las minorías y muchas veces olvidamos que la oposición política es también parte integral de la institucionalidad democrática. La fragilidad institucional encierra siempre el peligro de, como tantas veces en nuestra historia, sustituir la democracia de leyes e instituciones por una democracia de personalidades dominantes.

En un documento sobre Visión Estratégica que presenté ante el Consejo Permanente a comienzos de este año, defino a la “OEA del Siglo XXI” como “una Organización inclusiva de países soberanos, diversos y legitimados por la democracia, que actúan sobre una misma agenda hemisférica, en plena igualdad”.

No es fácil conciliar siempre en la práctica el principio de inclusión consagrado en el art. 4 de la Carta de la OEA y los de autodeterminación y no intervención consagrados en el mismo texto; con la obligación democrática asumida libremente en el art. 1 de la Carta Democrática Interamericana. Necesitamos por ello definiciones claras de lo que entendemos colectivamente como “ruptura del orden democrático”, para actuar sobre una base común cuando sea necesario.

En todo caso, quiero reiterar dos principios: primero, la OEA es un organismo multilateral y no supranacional, que depende siempre de la voluntad de sus estados miembros para cualquier acción colectiva; tanto los casos de actuación colectiva como las normas y límites para llevarla a cabo están definidos. Segundo, la intervención fue excluida hace mucho tiempo de las prácticas de esta Organización.

Estaremos dispuestos siempre a dar nuestra opinión sobre asuntos que se refieran a nuestra Carta Democrática; pero lo haremos siempre respetando la soberanía de los estados y la voluntad colectiva de todos los miembros.

Nos hemos congregado en esta Asamblea General para debatir un tema que está ligado a nuestro desarrollo democrático y es uno de los que más preocupa a los ciudadanos y ciudadanas de todas las Américas.

El tema escogido por Guatemala “Por una política integral frente al problema mundial de las drogas en las Américas” fue aprobado en nuestro Consejo Permanente hace varios meses. Hago un reconocimiento a usted y su gobierno Sr. Presidente, por el impulso que le ha dado a esta temática, así como a todos los presidentes de la región que han concordado en la necesidad de sostener un debate serio sobre uno de los desafíos más graves que enfrentan nuestras democracias.

Hace pocos días entregué al Presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, agradeciendo su iniciativa en este tema crucial, el informe sobre “El Problema de las drogas en las Américas”, encomendado por los y las Jefes de Estado y Gobierno en la Cumbre de Cartagena de Indias, e hice lo propio ante los Representantes de los países miembros en el Consejo Permanente y en la CICAD.

El carácter histórico de esta Asamblea está en que inicia un debate que antes no se podía realizar. La fuerza de su convocatoria y del Informe de Drogas de la OEA es que acaba con un tabú de numerosas décadas, de que ciertas discusiones no se podían sostener en el nivel más alto, como un asunto de política pública en los órganos políticos del Sistema Interamericano.

Hoy legitimamos ese debate, en forma transparente, con la convicción de que él puede abrir paso a acciones para reducir las tasas de criminalidad y violencia que azotan a muchos de nuestros países; y servir para reducir los profundos estragos a la salud que crea la adicción de estupefacientes, muy especialmente en nuestra juventud.

El Problema de las Drogas es un desafío a nuestras políticas de salud pública, insuficientes para enfrentar el drama de la drogadicción, lo cual permite que aún se trate a las personas que sufren de esa adicción como delincuentes y no como enfermos que deben ser objeto de atención especializada. Las drogas destruyen vidas, destruyen familias y generan graves riesgos para nuestra cohesión social. Es preciso dar cuenta de ella atendiendo a los que padecen el mal de la adicción.

El tráfico de drogas ilícitas, practicado por organizaciones criminales es una de las principales fuentes de violencia y del temor que afecta a todos los habitantes de las Américas.

Es también, por lo tanto, el principal tema de seguridad pública del hemisferio que debemos enfrentar con mayor eficiencia y mejores resultados. Enfoque de salud pública y reducción de la violencia del narcotráfico son las principales orientaciones que debemos perseguir.

Como Secretaría General asumimos el mandato de nuestros Jefes de Estado y de Gobierno en las dos dimensiones en que fue planteado: por una parte, se nos pidió un examen objetivo de la situación del Problema de las Drogas, que proporcionara todos los elementos necesarios para una discusión sobre políticas; y, por otra parte, se nos pidió examinar distintos escenarios hacia los cuales el Problema podría evolucionar en función de distintas acciones o políticas.

El Informe sobre el Problema de las Drogas en las Américas es eso:
un Informe Analítico, que describe el tema de la droga en todo su curso: cultivo, producción, tránsito, venta y consumo, incluyendo además tres temas transversales de crucial importancia: los efectos de la droga en la salud humana, el problema de la violencia asociada a la droga y la economía de la droga, la cadena de valor que unifica todo el proceso en cada uno de sus pasos, incluyendo el lavado de dinero.

y un Informe de Escenarios, cuatro escenarios acerca de lo que podría ocurrir en el futuro de las drogas, que parten de cuatro percepciones distintas del problema mismo. Diremos, una vez más, que ninguno de estos escenarios es auspiciado ni profetizado por la OEA: no son los que ocurrirán necesariamente, ni los que queremos que ocurran. Son escenarios posibles, creíbles y relevantes, que nuestras autoridades pueden utilizar a su conveniencia en su discusión.

El problema de las drogas atañe a todos los países y todos tienen responsabilidades compartidas. Pero del estudio de sus distintas fases surge la clara conclusión de que este Problema común impacta de manera muy diversa la realidad de los distintos países y regiones. Para enfrentarlo adecuadamente se requiere de un enfoque múltiple, de una gran flexibilidad, de comprensión por realidades diferentes y, sobre todo, del convencimiento de que, para ser exitosos, debemos mantener la unidad en la diversidad.

Cuando nuestros Presidentes encargaron en Cartagena el Informe de la Secretaria General, lo hicieron con la explicita convicción de que, en este asunto, no podía haber cambios apresurados ni decisiones unilaterales. Por ello, en esta Asamblea debemos formular un itinerario de trabajo razonable, que demuestre, por una parte, que existe voluntad de hacer las reformas necesarias y, al mismo tiempo, conducir el proceso con la prudencia que merece. Lanzar un debate ordenado y productivo, con nueva mentalidad y nuevos referentes, es el resultado que esperamos de esta Asamblea.

Sr. Presidente, Sres. y Sras. Cancilleres

Al concluir la Asamblea General de Cochabamba, hace un año, fijé para la Secretaría General tres prioridades de trabajo: cerrar con éxito el proceso de fortalecimiento del Sistema Interamericano de Derechos Humanos; dar cumplimiento al mandato de Cartagena entregando un Informe de drogas a la altura de lo que esperaban de nosotros los Jefes de Estado y de Gobierno; y llevar a cabo la discusión sobre nuestra Visión Estratégica, el acuerdo sobre lo que nuestros países miembros quieren de la OEA.

Creo firmemente que hemos cumplido con éxito las dos primeras tareas. No puedo concluir estas palabras sin referirme a la tercera de ellas, en la que no hemos progresado. La OEA no podrá seguir desarrollando su actividad con los recursos de que dispone si no reorganizamos nuestra acción en torno a lo que son nuestros principales objetivos hemisféricos de paz, democracia y derechos humanos, de seguridad pública y desarrollo.

Abarcamos hoy demasiadas tareas que, siendo todas importantes, no se ajustan a esas prioridades, y con su ejecución no hacemos una real diferencia y distraemos recursos de nuestros objetivos principales. Como ha dicho reiteradamente nuestra Junta de Auditores Externos, éste ya no es un asunto administrativo, sino un exceso de mandatos para los recursos con que contamos. Es, como lo he sostenido en diversas ocasiones, un tema de decisiones políticas y es por ello lo he planteado en dos documentos estratégicos entregados en los últimos dieciocho meses y que aún esperan la consideración y discusión de Uds.

Insisto en que esta es ya una discusión impostergable y solicito su apoyo para llevarla a cabo. Al mismo tiempo, comprometo mis esfuerzos, en lo que resta de mi mandato, para contribuir a este diálogo, que debe permitirnos, en el más breve plazo, culminar la construcción de la OEA del Siglo XXI.

Muchas gracias.