Discursos

ANDRÉS PEÑATE GIRALDO, DIRECTOR DEL DEPARTAMENTO ADMINISTRATIVO DE SEGURIDAD DE COLOMBIA
DISCURSO DE ANDRÉS PEÑATE GIRALDO DURANTE LA CUARTA SESIÓN PLENARIA

24 de marzo de 2006 - Bogotá, Colombia


"Terrorismo y Delincuencia Transnacional: Sus Vínculos y como Responder"



Hace algunos años, cuando era un estudiante de último semestre de economía en la Universidad de los Andes, aquí cerca de este hotel, asistí a un seminario con el profesor Lauchlin Currie sobre política económica. El viejo profesor, quien en sus años mozos había sido asesor del presidente Rooselvelt y compañero de brega de Lord Keynes, se divertía de lo lindo, en la primera clase del seminario, pidiendo a los arrogantes polluelos economistas que definieran que es el dinero.

No me lo van a creer, pero los aventajados alumnos de una de las mejores facultades de economía del país sin excepción se veían a gatas para tratar de definir algo tan mundano y tan común como es el dinero. Todas nuestras definiciones resultaban incorrectas o incompletas tras un par de preguntas socráticas del profesor. Al final de la clase y cansados de no poder avanzar en la definición de un concepto tan básico para el estudio de la economía, nos atrevimos a retar al maestro para que nos diera él una mejor definición que las que nosotros habíamos intentado. El viejo sonrió y sacando de su billetera un lustroso billete de 500 pesos nos dijo: “Esto que ustedes ven es el dinero”.

La lección fue clara. Algunas cosas son difíciles de definir pero se reconocen con solo verlas.

Algo parecido ocurre con el terrorismo. A pesar de que ríos de tinta se han escrito sobre este tema, hoy no existe una definición que sea aceptada por todos y que no genere enorme debate; especialmente en foros multilaterales como este.

Sin embargo, y a riesgo de entrar en terrenos pantanosos, no veo como puedo abordar esta charla si no hago explícito primero que entendemos por terrorismo.

El presidente Álvaro Uribe, tal vez el mandatario de este hemisferio que más de cerca y más frecuentemente ha visto la cara del terrorismo, lo define como el uso de la violencia para imponerle a un gobierno o a una población un curso de acción cuando existen los espacios democráticos para discutir sin armas estas propuestas. Es además una forma brutal de comunicación donde se usa a los muertos para llevar su mensaje a los vivos.

Es decir, el terrorismo es un método que busca imponer objetivos políticos negando la democracia, creando y explotando un ambiente de miedo que abarca a un grupo mucho mayor que el círculo inmediato de las víctimas de la violencia.

En los libros, con frecuencia, se hace la distinción entre terrorismo interno y terrorismo internacional. Por interno se entiende aquel que está confinado a los límites de un solo país. Por internacional se entiende aquel cuyos ataques traspasan las fronteras entre naciones o que golpea blancos foráneos dentro de su propio país.

Yo creo, como lo señala Paul Wilkinson en su excelente libro Terrorismo vs. Democracia, la respuesta del Estado Liberal, que esta distinción es inoficiosa por que en la realidad, la mayor parte de las organizaciones terroristas necesitan tener dimensiones internacionales que les brinden apoyo, redes de aprovisionamiento de armas o santuario.

Además de las razones señaladas por Wilkinson, hoy por hoy es casi imposible hablar de terrorismo interno porque casi todas las organizaciones terroristas que existen en el mundo viven y se nutren del crimen transnacional.

Este es el principal mensaje que yo quiero traer a este foro hoy. Mientras que a las organizaciones terroristas las mueve el celo religioso o alguna ideología, lo que motiva a sus jefes es la promesa de un inmenso beneficio económico que con frecuencia proviene de actividades delictivas internacionales.

El ejemplo más a la mano son las FARC. Aunque su origen se remonta a los albores de la guerra fría - de hecho mantienen el discurso comunista que proviene de su antiguo cordón umbilical con la extinta Unión Soviética -, esta organización decidió en su famosa séptima conferencia de 1982 incursionar en el negocio de la droga. Fue una decisión obligada por la falta de resultados.

Hasta 1982, las FARC nunca superaron los 1.000 hombres. Su influencia acaso se sentía en un puñado de municipios en la remota selva del pie de monte andino. Con frecuencia padecían disidencias de miembros que sentían que esta organización no avanzaba en su proyecto político de la toma del poder. Ningún terrorista por convencido que esté come discursos y los AK 47 no se compran imprimiendo máximas revolucionarias. La pobreza endémica de las FARC evitaba su avance terrorista. Eran una organización en vías de extinción.

Jacobo Arenas, el verdadero cerebro estratégico de las FARC, vio una tabla de salvación en el negocio del narcotráfico que capos de la droga comenzaban a montar en las selvas colombianas. Arenas convenció a la organización de que era una necesidad entrar en el negocio de la cocaína. Al principio las FARC se limitaron a los primeros eslabones de la cadena productiva (cultivo y procesamiento), pero con el tiempo han venido acercándose a los eslabones de naturaleza más transnacional como el control de rutas y la comercialización.

Veinte años después de Arenas, al principio del gobierno Uribe, las FARC llegarían a tener casi 17,000 hombres en armas. De estos, unos 6,000 estaban dedicados directamente al negocio de promoción de cultivos ilícitos, compra o producción de cocaína y heroína. Los ingresos totales de las FARC en el 2002 alcanzaron casi los mil millones de dólares. Cerca del 60% de estos ingresos provinieron del narcotráfico.

Hoy, tras tres años de la política de Seguridad Democrática, las FARC han visto reducir su número de hombres a 13,000. Frentes terroristas enteros, como los que rodeaban a Bogotá, han desaparecido. Y aunque todavía falta mucho camino por andar ya no es una organización en auge.

Pero su apetito por el dinero del narcotráfico continúa intacto. Muchas de las batallas que hoy libramos en lugares tan disímiles como la sierra de La Macarena, las ensenadas de Tumaco o las selvas del Putumayo se deben a que las FARC saben que su línea de vida actual depende de su capacidad de producir droga y llevarla hasta embarcaderos clandestinos.

Todavía hoy, las FARC tienen intereses comerciales en cerca del 50% de los cultivos ilícitos que existen en el país ya sea por que los han financiado, son sus propietarios, les brindan protección o aseguran la compra de sus cosechas. Por eso, los colombianos venimos adelantando una campaña agresiva de erradicación de cultivos.

Todavía hoy, las FARC son responsables del 60% de la comercialización de la base de coca que se produce en el país. No nos cabe duda de que esta organización terrorista es hoy el principal cartel de la cocaína en el mundo. En varias zonas, los frentes terroristas han montado el monopsonio de la compra de base de coca a los campesinos y el monopolio de la venta al por mayor de cocaína a los narcotraficantes.

No nos llamemos a engaños, sabemos que las FARC quieren incursionar en la comercialización internacional de cocaína. Veamos algunos indicios que son de público conocimiento.

El 9 de febrero del año pasado, las autoridades de Venezuela capturaron a alias el Chigüiro, jefe de extorsiones del frente 14, y le encontraron 600 kilos de cocaína en su haber.

En el 2002, autoridades de Surinam capturaron a alias Carlos Bolas, un integrante de las FARC, encargado de coordinar y llevar los libros de contabilidad de operaciones internacionales de narcotráfico de la organización terrorista.

En el 2001, soldados colombianos capturaron al narcotraficante brasileño conocido como Fernandiño Beira Mar, quien se encontraba en el país realizando negocios de droga con las FARC.

En el 2000, nuestros hermanos mexicanos capturaron en Tijuana a un tal Carlos Charry, quien realizaba contactos con narcotraficantes de la frontera para intercambiar cocaína por armas. Este mal hijo de Colombia usaba como tarjeta de presentación un vídeo donde aparecía con jefes de las FARC.

Grupos de las AUC, mal llamados paramilitares, también emplean su maquinaria terrorista para defender intereses del narcotráfico. La resistencia de algunos de estos grupos a aceptar la oferta de negociación del gobierno con frecuencia se debe a intereses relacionados con el negocio de la droga.

Por eso los colombianos somos serios en la lucha contra el narcotráfico. Por eso insistimos en la aspersión de químicos y en la erradicación manual. Por eso perseveramos en la interdicción aérea y marítima. Por eso no nos tiembla la mano cuando se trata de extraditar narcotraficantes o extinguirle el dominio de las propiedades que han acumulado con la sangre de tanta gente.

En Colombia, menos hectáreas de cultivos ilícitos son menos minas anti-persona en nuestros campos. Más toneladas de droga incautada son menos fusiles apuntando a nuestros compatriotas. Menos narcotraficantes gozando de sus propiedades son menos terroristas.

Por eso los colombianos pensamos que existe una corresponsabilidad de la comunidad internacional en la lucha contra el terrorismo en Colombia. Sin consumo de cocaína, no habría terrorismo aquí. Sin redes internacionales de abastecimiento de precursores no existirían las FARC ni las AUC.
A un colombiano como yo sorprende que una glamorosa modelo europea sea más criticada por lucir pieles que por darle dinero a los terroristas consumiendo cocaína. ¿Será que los armiños de un abrigo valen más que la vida de un policía en Colombia?

¿Dónde están los campos de batalla de la lucha contra el terrorismo en Colombia? Les aseguro que no sólo dentro de los límites geográficos de esta nación.

Con respecto al terrorismo ninguno de nosotros podemos decir que sea un problema de ustedes allá. Es un problemas de todos y aquí.

¿Cómo podemos enfrentar este desafío?

Los gobiernos suelen arrastrar pesadas burocracias que dificultan la cooperación entre países para hacerle frente al terrorismo y al crimen transnacional.

Muchas veces las estructuras terroristas y criminales con alcance transnacional cuentan con medios más rápidos de adaptación acompañados por una descentralización en su toma de decisiones, que tienden a imponerse sobre el tipo de respuestas tradicionales de los servicios de seguridad e inteligencia.

Yo creo que con frecuencia nuestros organismos de seguridad son víctimas de un concepto vetusto de soberanía, desarrollado para las condiciones del siglo XIX y que no responde a las realidades del mundo integrado del Internet, de las telecomunicaciones de bajo costo, y sobre todo a las realidades de un crimen globalizado en maridaje pernicioso con el terrorismo.

Las FARC no necesitan de convenios ni tratados con organizaciones terroristas internacionales para recibir entrenamiento de explosivos.

Pero lo anterior no significa que debamos echar por la borda el concepto de soberanía. Les ruego que no me mal interpreten. Lo anterior no significa que debamos borrar los límites geográficos y regresar a las épocas de las bárbaras naciones.

Lo que debemos es fortalecer los mecanismos multilaterales, como la INTERPOL, para hacer más expedita nuestra cooperación, más ágil el flujo e intercambio de información y de evidencias legales. También debemos hacer más operacional, ágil y menos formal la cooperación bilateral, en especial lo relacionado con el intercambio de inteligencia.

Parafraseando a Moisés Naím, el director de la revista Foreign Policy: necesitamos reconocer que, muchas veces, es un error limitar el alcance de las acciones multilaterales y bilaterales para proteger nuestra soberanía. Nuestra soberanía está en jaque diariamente, no por Estados sino por redes de criminales que violan leyes y cruzan fronteras en busca de ganancias. Sin nuevas formas de codificar y abordar el concepto de soberanía, los gobiernos seguirán en desventaja.

El crimen transnacional es la marca de agua del terrorismo en el mundo. Esto significa que ningún gobierno, sin importar su poder económico o político, llegará lejos si actúa solo. El progreso contra el terrorismo se logra cuando los gobiernos se unen para intercambiar inteligencia y coordinar operaciones de forma ágil y sin papeleo. Y eso es solo posible si reconocemos la naturaleza transnacional que da al terrorismo su vínculo con el crimen global.
¿Además de desburocratizar la cooperación entre gobiernos, que más podemos hacer?

Un paso fundamental para evitar el avance del terrorismo en nuestro hemisferio es el de desarrollar una tolerancia cero a cualquier presencia de voceros o representantes terroristas en nuestros países, vengan de donde vinieren. Tenemos que ser muy serios en negarles toda forma de santuario a los terroristas.

La experiencia de Europa debiera servirnos para aprender lecciones. Hacia mediados de los 90, agencias de inteligencia europeas eran concientes de que en algunas de sus capitales, miembros o simpatizantes de organizaciones terroristas promovían, defendían o justificaban actos terroristas en el Oriente Medio. Pero estas personas no fueron consideradas una amenaza a la seguridad los países de estas agencias, y en consecuencia se les dejó actuar con relativa impunidad.

Como resultado de darle una baja prioridad a este tema, no se estuvo en capacidad de evaluar correctamente la amenaza global que representaba Al Qaeda. Hoy sabemos que esto dificultó que los europeos pudiesen ayudar a advertir a los Estados Unidos sobre los ataques de septiembre 11, a pesar de que sus agencias disponían de varios indicios. Añadiendo insulto a la ofensa, Al Qaeda lanzaría una serie de ataques terroristas en suelo europeo unos años más tarde.

El terrorismo sabe explotar las nobles tradiciones de la democracia como el derecho al refugio y la tolerancia a la libre expresión de las ideas. Como en la lejana Troya, el terrorismo ha aprendido a franquear nuestras murallas bajo una falsa mansa apariencia.

Para terminar, Colombia tiene un estado de derecho respetable, que se fortalece y mejora día a día, y cada vez más comprometido con la democracia pluralista. Eso nos da el derecho de señalar como terrorismo a quienes se levantan en armas contra la democracia y pretenden desconocer el mandato del pueblo.

La historia de Colombia desde el grito de independencia hasta el último proceso electoral reafirma esta convicción.

Por eso, Colombia no puede tener ningún trato benigno con organizaciones que cometan acciones terroristas. Otra cosa es el momento en que se sienten en una mesa y digan queremos la paz y demuestren un cese franco y real de hostilidades. La opción de la negociación siempre ha estado abierta, como les recordó el presidente Álvaro Uribe a los terroristas hace pocos días cuando elegimos el nuevo Congreso.

Bruce Hoffman, el brillante autor de Inside Terrorism, dice que una campaña terrorista es como un tiburón en el agua: siempre se debe mover hacia delante, no importa que tan lentamente, o si no morirá. Los miembros de una organización terrorista necesitan percibir que su causa avanza para mantener la cohesión, el espíritu de lucha y la convicción de que sus jefes efectivamente los llevarán a gozar de los ríos de leche y miel.

Los colombianos, bajo el liderazgo del Presidente Álvaro Uribe, estamos deteniendo al tiburón. Y al avanzar en nuestra lucha contra el terrorismo contribuimos a que nuestro vecindario regional sea más seguro y próspero.

Estamos seguros que al final prevaleceremos. Ninguna democracia ha sido derrotada por el terrorismo. Pero necesitamos la ayuda, el acompañamiento y la empatía de todos nuestros hermanos americanos, de todos ustedes.