Discursos

CÉSAR GAVIRIA TRUJILLO, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
REUNIÓN BIARRITZ: CUARTOS ENCUENTROS

29 de octubre de 2003 - Valle de Bravo, México


Señor Gobernador Montiel, Señor Alcalde, Senador Borotra, Señora Rigoberta Menchú, Señor Expresidente Miguel de la Madrid, amigos todos que se han convocado esta noche en el Estado de México y en Valle de Bravo:

En esta oportunidad quisiera hacer una reflexión sin formalidades, que contribuya al debate que hace cuatro años inició Didier en Biarritz. Tuve la ocasión de acompañarlo en el primer encuentro, y siempre consideré que era una feliz idea ésta de debatir entre Latinoamérica y el Caribe y Europa.

Creo que la principal obligación que tenemos los latinoamericanos hoy es tratar de entender qué es lo que nos está pasando, cuáles son nuestros problemas, cuáles son nuestras potencialidades y qué tenemos qué hacer para crecer mejor, para construir sociedades más justas, con menos marginalidad y pobreza extrema. A pesar de que eso pudiera ser un ejercicio simple, y afortunadamente no lo es, nuestra discusión pública y política no contribuye lo suficiente para hacer claridad sobre esos temas.

Quisiera comenzar por hacer algunas reflexiones sobre los temas económicos de Latinoamérica. Lo cierto es que infortunadamente no han evolucionado bien, por lo menos no como todos quisiéramos. Estos problemas se están constituyendo en una importante barrera para nuestro progreso, para nuestro crecimiento, para que Latinoamérica se sienta mucho más segura de su destino, de su porvenir, de su capacidad de servir a sus ciudadanos. Tenemos que reconocer que muchas cosas han cambiado como para hacer este tema mucho más complejo de lo que fue a comienzos de la década de los noventa.

No quiero hablar de atrás, de la crisis de la deuda, pero quiero referirme un poco a lo que ha venido pasando a lo largo de todos estos años:

Comenzamos la década de los noventa influidos de alguna manera por la tesis del mundo anglosajón, en el sentido de que estábamos en el fin de la historia. Cierta idea de que si hacíamos lo correcto en materia de política económica, nuestro progreso iba a ser una cosa ilimitada, continua, sin altibajos. Se creía que la prosperidad nos estaba esperando a todos, y que el sistema capitalista nos iba a ofrecer todas las posibilidades que no nos ofreció el tipo de capitalismo que vivimos antes de los noventa, con mucha más intervención del Estado, con menos competencia y más proteccionismo.

Al mismo tiempo tenemos que ver lo que ha estado pasando con la globalización en términos políticos. Con la experiencia de México a comienzos de 1995 descubrimos que había una cosa que se llamaba la volatilidad de los capitales, que generó una gran crisis en este país. También países como Argentina fueron afectados por ese tipo de crisis, y todo ello nos empezó a mostrar que la globalización ofrecía oportunidades, pero también peligros.

Estos hechos nos empezaron a mostrar que no había milagros, que no había fórmulas sencillas, que no era verdad que fuéramos a crecer de manera ilimitada y continua, y que nuestras políticas tenían muchas limitaciones. Nos dimos cuenta de que ocurría algo de lo que hemos sido víctimas los latinoamericanos: la sobre simplificación. Siempre creemos que hay una fórmula simple que nos va a llevar al crecimiento y a la prosperidad. En unos tiempos fue la intervención del Estado y en tiempos más recientes, fue la apertura de nuestras economías y el comercio.

Siempre hemos creído en los milagros. El “milagro brasilero”, creo que todos recordamos en los anos sesenta y setenta, y más recientemente hemos hablado el “milagro de Chile”. La idea de que hay un milagro y que hay una política simple que nos va a llevar a la prosperidad tal vez ha constituido nuestro principal error, porque al final no hay milagros ni hay fórmulas sencillas.

Alcanzar un crecimiento equitativo que disminuya la pobreza implica un esfuerzo en muchos frentes y en muchas áreas, pero a los latinos nos da trabajo pensar eso y aceptarlo. Cuando aparecieron las primeras voces diciendo: “cuidado, eso no es así y eso no va a pasar, es mucho más complejo el tema”, lo hemos ido dejando pasar.

Nos han llegado crisis nuevas, con orígenes en los errores de política económica, errores de los gobiernos, errores de las entidades multilaterales y también con origen en nuestra cultura y modo de ser, nuestra incapacidad de ahorrar, un problema que siempre tuvimos que nos generó la primera gran crisis a fines de los años 70s. Esta primera gran crisis estalló también en México, y nos llevó a una situación supremamente difícil porque queríamos y creíamos que a través del endeudamiento para toda clase de proyectos, buenos o malos, podíamos alcanzar la prosperidad.

Ya en los ochenta aprendimos que había muchos proyectos que en forma equivocada financiamos con crédito y con deuda, y que después resultaron ser un enorme problema.

En los noventa no hicimos tantos de esos elefantes blancos pero no mejoramos nuestras tasas de ahorro y desde luego eso nos ha traído nuevas crisis, un poco como la que vivió México. Después se originó una en Rusia y en el Oriente y llegó a Brasil y produjo un estremecimiento en Latinoamérica, particularmente en los países andinos y en Argentina, que nunca salió de esa crisis generada luego de la devaluación de Brasil.

México está empezando a salir de esa dinámica latinoamericana y sudamericana, ha evolucionado mejor, le han afectado menos esas crisis. Pero en Sudamérica no hay duda de que aun existe un problema bastante serio. Por ejemplo, todo el mundo sabe que ahora vivimos un tema de mercado de bonos con poseedores mucho menos sofisticados que los tradicionales bancos comerciales, y eso nos trae bastantes problemas.

¿Qué ha pasado con esas crisis? Lo primero, que no hemos crecido, porque si se miran las tasas de crecimiento en Latinoamérica en los últimos ocho años, nos encontramos con tasas insatisfactorias, malas, incapaces de resolver nuestros problemas sociales.

Lo segundo, y tal vez más importante, es que esto ha tenido unas consecuencias políticas bastante serias: pérdida de confianza en nuestros sistemas democráticos, en nuestros sistemas políticos. Han empezado a surgir muchos descontentos, muchos malestares que se habían adormecido. Con el final de la guerra fría, han vuelto a resurgir y han empezado a tomar una gran dimensión. Esta el tema indígena, por ejemplo, que varios países de Latinoamérica han estado aplazando, que han tratado de ignorar, de decir que no existe y que no lo tienen. Y resulta que sí lo tienen.

Recientemente hemos vivido una situación muy compleja en Bolivia, originada en el tema indígena, y no tanto por decisiones económicas o políticas específicas. A mi juicio, lo que allí ocurre es un tema fundamentalmente de participación política, donde los indígenas buscan ser partícipes de esa sociedad, contar en las decisiones, así no las compartan, pero sentirse partícipes de ellas. Inclusive, acá en México, en parte, el problema del sur del país y de Chiapas tiene algunas características similares.

Ahora, hemos vuelto para tratar de salir de estas dificultades. Hemos tratado de decir que el Consenso de Washington ya no cuenta, que desapareció, que no importa, que esas fórmulas económicas las podemos dejar de lado, pero esa es una pretensión totalmente equivocada.

El problema con esas fórmulas es que no son la solución a nuestros problemas, no son el punto de llegada, como creíamos al comienzo de los noventa, sino apenas el punto de partida. Son algo que simplemente tenemos que hacer, pero no es suficiente para resolver nuestros problemas fundamentales, apenas estamos empezando a afrontarlos y hay que aplicarlas. Uno de los grandes problemas de la globalización es que hay que aplicar las formulas de manera mucho más estricta; ya los mercados no esperan años, son totalmente impacientes, a veces ni siquiera esperan meses, quieren que los temas estructurales de las economías se resuelvan en días.

El problema con el Consenso de Washington no es que lo podamos abandonar, sino que le tenemos que darle la jerarquía que se merece en nuestra discusión pública, una que debería ser baja. Me explico: debería haber un consenso entre los partidos políticos y dejar de lado las discusiones de si es bueno no emitir y no tener un alto déficit fiscal, pues la verdad es que realidad económica no permite que uno se salga de una razonable ortodoxia. Cometemos un gran error los latinoamericanos pensando que esa debe ser la principal discusión de la política económica. Y lo cometemos simplemente porque no es verdad que ese sea nuestro gran problema, pues el apenas obvio que debemos tener una buena y sana política económica.

Pero nuestro principal problema es que el Estado no funciona. Que los sistemas educativos ni los sistemas de salud funcionan, que la seguridad pública se está deteriorando permanentemente, que nuestras grandes ciudades tienen enormes problemas de seguridad, fruto de la falta de políticas estatales eficaces. Sé que esto no es válido para cada Estado ni para cada país, pero es válido para la gran mayoría de los países latinoamericanos, y allá tenemos que llevar la discusión pública: a mirar por qué el Estado no funciona y cómo hacemos para que funcione.

Porque volvemos al tema: no hay fórmulas simples y sencillas. Decir que si dejamos el neoliberalismo vamos a resolver nuestros problemas no es más que una expectativa completamente frustrante. Lo que tenemos que aprender es que esas cosas no son tan importantes, hay que hacerlas simplemente, que hay temas mucho más importantes de la política y que esos temas no nos ofrecen soluciones simples ni sencillas. Tenemos sistemas educativos que infortunadamente no nos permiten reducir las brechas entre la gente marginada y la gente que recibe buena educación. Nuestros sistemas educativos discriminan contra los indígenas, discriminan contra la gente desnutrida o que viene de familias con ese problema, discriminan a las familias que vienen de padres analfabetas, y acentúan los problemas de inequidad que existen en nuestras sociedades.

En Latinoamérica el principal problema que tenemos es que se tiene la peor distribución del ingreso del mundo y que tiene unos problemas de miseria y de pobreza que no estamos resolviendo. No es que la pobreza esté creciendo rápidamente en América Latina, aunque en un grupo de países sí ocurre así, inclusive como porcentaje de la población, pero como fenómeno general el problema es que hoy hay tantos pobres como hace 10 años, los mismos 220 millones. Es como si estuviéramos en una bicicleta estática, y obviamente eso es un fracaso en tiempos como los de ahora en que necesitamos una educación para competir internacionalmente, para hacerle frente a los retos de la globalización, pero no hemos sido capaces de integrar gente a nuestras economías de mercado y ni hemos sido capaces de traer mucha más gente a nuestros sistemas políticos.

Y obviamente esto nos ha llevado a una situación en la cual tenemos que reconocer que nuestro destino, nuestro futuro, no sólo depende de factores económicos, que inclusive podría ser que no fueran los más importantes. Tenemos que ver porque nuestras instituciones políticas y económicas representen la gente, permitan que la gente se sienta participe de nuestros sistemas políticos, permitan que las minorías se puedan integrar a nuestra sociedad y se sientan beneficiaras de las acciones de nuestro Estado, y que permitan que nuestros Estados sean capaces de cumplir sus funciones y sus responsabilidades sociales principales.

Hicimos un gran esfuerzo por deslegitimar al Estado a lo largo de los ochenta y los noventa, y de pronto nos encontramos que los problemas que tenemos están allí. Es muy fácil decir que los problemas de pobreza se originan en el cambio de modelo económico, pero eso no es verdad. Puede haber problemas de pobreza, pero los principales problemas que tenemos se originan en las políticas del Estado, en que nuestra educación no funciona bien. Ese si es nuestro principal problema. Es muy fácil ilusionarse con la idea de que es cambiando el modelo ahí sí vamos a tener justicia social. Pero eso no es cierto, lo tuvimos por muchas décadas y tampoco resolvió los problemas sociales, ni resolvió los problemas de pobreza.

Hemos tendido a sobreestimar las consecuencias de la globalización económica y de poner en eso todo el énfasis. Pues no. La globalización política ha tenido muchos más efectos que la economía misma, y tenemos que ser conscientes de ello, sobre todo por el tipo de problemas que nos está generando. La verdad es que hoy nuestros sistemas políticos son casi que incapaces de hacerle frente a la multitud de críticas que nos ha traído la globalización. Todos los días aparecen noticias de que las elecciones en cualquier país de África, de Latinoamérica o de Asia no fueron limpias y transparentes, o de que hay un gobierno que viola la separación de poderes, o de que hay un gobierno acusado de corrupción y no es capaz de rendir cuentas de sus actos, o de que hay exceso de impunidad y no hay solución de los conflictos. Esas afirmaciones aparecen en las primeras páginas de los diarios de todos los países, no del país donde ocurren, sino de todos los países del mundo.

¿Y qué tipo de consecuencias ha tenido eso? Pues ha tenido una consecuencia muy clara, y es que ha ido triturando, destruyendo nuestros sistemas políticos, los ha llegado a caracterizar de una manera tal que nuestros partidos políticos no son capaces de defenderse. Han sido tantos los cambios que se han generado que son incapaces de articular los intereses de las sociedades y terminamos con malas soluciones, con la convicción de que se pueden construir democracias sin los partidos políticos.

Hay mucha gente en la academia y en las organizaciones no gubernamentales que creen eso de manera totalmente equivocada. Mucha gente siente que su principal responsabilidad es destruir los partidos políticos y que la corrupción se acaba si se destruyen los partidos políticos. Es muy simple, puede ser muy novedoso, puede generar mucha atención y mucha solidaridad, pero constituye una solución totalmente equivocada.

Empezamos también a tener otros problemas en Latinoamérica, y son las crisis y las debilidades de nuestro sistema presidencial, en donde se mezclan características que son fáciles de identificar desde el punto de vista académico. Es muy difícil imaginarse a Latinoamérica sin sistemas presidenciales. Pero la verdad hemos visto, particularmente en la última década, que los sistemas presidenciales tienen muchísimas limitaciones, y hemos visto en Latinoamérica caer varios gobiernos, simplemente porque habían perdido toda viabilidad política. Y eso no es un tema menor, es un asunto complejo y difícil, que creo que es necesario examinar, posiblemente no para eliminar el sistema presidencial, pero para tratar de tener sistemas presidenciales que respondan mejor a la voluntad de los ciudadanos.

Algo similar ocurre con el hecho de que los latinoamericanos tenemos una ambigüedad tremenda con el sistema capitalista, y es que solamente creemos en él como a medias. Aun tenemos una cosa atávica contra el capitalismo que se origina, en cierta forma, en nuestras creencias católicas. En un debate que viene desde la Edad Media. Pasa lo mismo con los sistemas presidenciales. La gente quiere sentirse gobernada, quiere tener un Presidente que mande, quiere tener alguien en quien descargar todas las responsabilidades y las cosas buenas o malas que ocurran, pero al mismo tiempo también quiere muchas de las características de la democracia moderna que son incompatibles con esa forma de gobierno, en el sentido de que a la luz de lo que se considera hoy las reglas de la democracia, son bastante autoritarias. El sistema presidencial que quieren muchos latinoamericanos, es un poco incompatible con la separación de poderes, la libertad de prensa y expresión, y justicias que funcionen, y ahí tenemos un problema bastante serio.

Quisiera hablar un poco de las instituciones americanas en comparación con las instituciones europeas, porque hay algo que yo creo que es bueno y de lo cual debemos tomar conciencia. En Europa ha habido un proceso de integración fenomenal, extraordinario: la Unión Europea, con todas sus instituciones y con algunos de los problemas, también que ha traído esa modalidad de integración que es un poco de Estado, si no necesariamente de ciudadanos, y que es un poco de nacionalidades.

Nosotros en América hemos ido construyendo instituciones que no son como las europeas, pero a pesar de lo que se crea, hemos ido a lo largo de los últimos 14 años construyendo unas instituciones, una serie de tratados, de convenciones para hacerle frente a nuestros problemas de democracia, y a nuestros problemas de seguridad y de derechos humanos.

Y a lo largo de estos años, lentamente, los hemos ido construyendo de la manera que los latinoamericanos vemos nuestras realidades y de común acuerdo con los canadienses, y con Estados Unidos, y con los caribeños. Hemos ido haciéndole frente a los desafíos de la globalización, a problemas que en el pasado eran problemas locales, el narcotráfico, el terrorismo, la corrupción, el tráfico ilegal de armas. Estas cosas que eran problemas puramente locales y que se han vuelto enemigos de magnitud transnacional, que sin cooperación jurídica, que sin cooperación internacional no se pueden enfrentar.

Tener acuerdos que pasen por los Congresos, que firme el Presidente de la República, que validen nuestras Cortes es supremamente importante, y nosotros tenemos una larga tradición de construir instituciones que, entre otras cosas, es una de las razones por las cuales creo que Latinoamérica y América en general no han sido tan violentas, y no han sido víctimas de grandes guerras. Entre otras cosas porque hemos confiado, hemos ido construyendo instituciones y este país, México, es un paradigma de esta idea. A pesar de lo que se crea, también en este hemisferio se inició hace una década la construcción de medidas de confianza y seguridad que han ayudado a resolver muchos problemas y que han bajado las tensiones entre Chile y Argentina; y Argentina y Brasil; Perú y Chile; Colombia y Venezuela; y entre Perú y Ecuador. Hemos avanzando muy significativamente en eso. Los gastos militares se han ido reduciendo de manera importante.

Tenemos que pensar que si podemos llegar a un área de libre comercio, que es nuestro principal proyecto de tipo económico y político, al mismo tiempo tenemos que hacer mucho más por construir instituciones hemisféricas. No las podemos copiar de la Unión Europea, no las podemos imitar de los europeos, pero sí podemos hacer mucho para mirar en qué frentes tenemos que trabajar, en dónde necesitamos acción colectiva, en dónde necesitamos legislación.

Siempre teniendo en mente que nuestra integración nunca va a ser como la europea, que no va a contemplar aspectos de naturaleza política, que hay muchos temas que no sería relevante mirar entre Latinoamérica y Estados Unidos y Canadá; pero hay muchos que son relevantes, que debemos tener presentes y que de ellos tenemos mucho que aprender de los europeos.

Quisiera terminar señalando que hay una cosa importante que los latinoamericanos tenemos que hacer, y es entendernos a nosotros mismos: nuestros problemas, nuestras dificultades, los tropiezos que encontramos en el camino del crecimiento y del bienestar público. Si al frente de la OEA puse un pequeño grano de arena en ese esfuerzo, me sentiría altamente satisfecho.

Muchas Gracias.