Discursos

PRESIDENTE DE BRASIL, LUIS INAZIO LULA DA SILVA
VERSIÓN ESTENOGRÁFICA DE LA INTERVENCIÓN DURANTE LAS SESIONES DE TRABAJO DE LA CUMBRE EXTRAORDINARIA DE LAS AMÉRICAS

13 de enero de 2004 - Monterrey, Mexico


Gracias, Presidente Fox, a quien agradezco por la hospitalidad, por

el cariño con que nos trató ayer y también hoy.

Enfrentamos en este principio de milenio el desafío de actuar de

manera creativa, urgente y responsable para garantizar el desarrollo

social de nuestras naciones. Asumimos el firme compromiso del siglo

XXI: el combate al hambre, a la pobreza y a la exclusión social.

Señores presidentes: cada vez es más grande el abismo que separa

a ricos y pobres en nuestro Continente y en el mundo. Una exclusión

secular que alcanzó una dimensión más grande en la década

pasada, después de los años 80’s; la así llamada década perdida, los

años 90’s significaron una década de desesperación, como concluyó

el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo.

El ingreso per cápita es más bajo hoy que hace diez años en 54

países; en 34 países la expectativa de vida disminuyó; en 21

naciones hay más gente hambrienta y en 14 más niños mueren

antes de los cinco años de edad.

En América Latina el número de gente en condiciones de extrema

pobreza pasó de 48 millones para 57millones; 26 por ciento de la

población vive con menos de dos dólares por día. Hay 19 millones de

desempleados y de cada diez nuevos empleos creados, siete son

informales.

La falta de empleo afecta de forma particularmente perversa a

mujeres, a negros, a indios y a jóvenes. El desempleo y la miseria

crecieron de manera exponencial con efectos sociales y éticos

gravísimos, entre ellos una asustadora desagregación familiar.

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Más de 50 millones de personas, casi un tercio de la población

brasileña padecía en el 2002 de cotidiana inseguridad alimentaria.

Estas no son consecuencias secundarias y aleatorias de una política

económica supuestamente sana y adecuada; se trata, eso sí, de un

modelo perverso que separó equivocadamente lo económico de lo

social, opuso estabilidad a crecimiento y divorció responsabilidad de

justicia.

La estabilidad económica fue pensada de espaldas a la justicia

social. Nos quedamos sin las dos. Con ello se comprometió la propia

estabilidad política; la experiencia histórica muestra que el equilibrio

económico es insostenible sin el equilibrio social y nuestros desafíos

son articular la expansión y la eficacia productivas con distribución de

ingresos y aunar responsabilidad fiscal con crecimiento sostenible.

Con ello se obtienen reducción de desigualdades, rebasando las

dicotomías nefastas de los años 90´s.

Llegó el momento de rescatar y afirmar de una vez por todas la

superioridad del interés colectivo y de la cosa pública en las

Américas. Es rol del Estado en diálogo con la sociedad trazar

políticas para reducir el foso entre opulencia y miseria.

Tenemos que trabajar con nuevo concepto de desarrollo, donde la

distribución de ingresos no sea simple consecuencia del crecimiento,

pero su palanca fundamental. Si queremos un mundo estable y

seguro, tenemos que buscar un mundo más justo y equitativo.

La desigualdad social y la miseria son el principal obstáculo para

nuestra adecuada participación en el mercado mundial.

Señores presidentes: en el 2003 dimos el primer paso de un amplio

movimiento que no se agota en las emergencias del presente o de mi

periodo presidencial; fundamos los cimientos para que el país crezca

con justicia social; desencadenamos la lucha contra el hambre. Al

final los hambrientos no pueden esperar.

El primer acto de mi gobierno fue la creación del Programa Hambre

Cero, que un año después ya se hace presente en 2 mil 369

municipios; garantiza el derecho a alimentación a un millón 900 mil

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familias, alrededor de 8 millones de personas que antes no tenían

qué comer.

Son acciones para sembrar oportunidades de trabajo, de ingresos

que refuerzan la seguridad alimentaria de las comunidades más

pobres. La consolidación de ese eje contra el hambre permitió la

unificación de los trabajos de transferencia de ingresos en un

programa llamado Programa Beca Familia.

Este programa el 27 de octubre del 2003, del 27 de diciembre del

2003 ya alcanza 3 millones 600 mil familias, alrededor de 14 millones

de personas aliviando las condiciones de escasez en las que viven,

facilita el acceso a derechos universales como la educación, salud,

alimentación y saneamiento básico.

El programa se amplía a las regiones metropolitanas donde pobreza,

desempleo, exclusión y violencia crean situaciones de conflicto y

desagregación social.

Hasta el final de mi gobierno más de 11 millones de familias pobres

se incorporarán al Beca-Familia, totalizando casi 50 millones de

personas. Nuestro objetivo es ampliar el acceso de esas familias a

políticas públicas que les permitan romper el círculo vicioso de la

miseria y no depender más de la asistencia del Estado.

Para ello pusimos en práctica, entre otros, programas de

microcrédito y la financiación más grande para la agricultura familiar

que Brasil ya tuvo.

También estamos eliminando el analfabetismo. Estas y otras

iniciativas promueven la justicia social y ayudan al crecimiento

sostenido. Más que eso, forjan ciudadanía. La lucha contra la

exclusión y la desigualdad, repito, no es apenas consecuencia del

crecimiento, pero sí su punto esencial.

Los programas sociales han aumentado los beneficios pero también

subieron los compromisos y las responsabilidades de las familias

asistidas. Cada familia tiene que cumplir en relación a sus hijos

obligaciones en el campo de la salud y la educación.

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Hago mención en subrayar este aspecto porque el acento en la

participación comunitaria es fundamental en esta estrategia del

fortalecimiento de la sociedad civil con participación democrática

cada vez mayor en la definición y en el control de las políticas

públicas, posibilitará el surgimiento de sociedades más democráticas

y menos vulnerables a la corrupción, al clientelismo o a la

dependencia.

Señores presidentes: la integración hemisférica debe ocurrir por el

camino del diálogo político y de la cooperación internacional para el

desarrollo; tiene que eliminar situaciones de dependencia y

compensar asimetrías.

El comercio internacional puede ser un poderoso inductor del

desarrollo. Para tal debe ser justo y equilibrado, beneficiando a todos

por igual.

Las negociaciones internacionales, comerciales o con organismos

financieros tienen que preservar la capacidad de los estados

nacionales, de formular políticas industriales, agrícolas, de ciencia y

tecnología, sociales y ambientales.

Muchos de los conflictos y tensiones actuales provienen de un orden

internacional donde la distribución de la riqueza mundial es injusta y

faltan oportunidades para que los países más pobres se desarrollen.

Recetas rígidas frustran el desarrollo de muchos países, aumentan

sus trabas económicas y sociales y frecuentemente reproducen de

manera ampliada la crisis macroeconómica que querían corregir.

Presidentes: concluyo reafirmando, el desarrollo social que

anhelamos depende de la inversión, de los mecanismos de

reproducción de la desigualdad en nuestras naciones. Ningún país

hace una gran transformación como esas, sin un profundo cambio en

la manera de actuar y de pensar de toda la sociedad, incluso de sus

elites.

Propuse en Naciones Unidas medidas a favor de los que viven

debajo de la línea de pobreza; subraye la responsabilidad de todos,

sobre todo de los países ricos en esa tarea.

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Con el Primer Ministro de India y el Presidente de Sudáfrica creamos

un fondo para atraer contribuciones en ese esfuerzo mundial contra

el hambre y el próximo día 30 estaré en Ginebra para, junto con el

Presidente Chirac y el Secretario General de la ONU profundizar

ideas e invitar a los líderes mundiales a comprometerse en este

esfuerzo global.

Nuestros países que tienen tradición de solidaridad pueden y deben

desarrollar programas de combate a la exclusión para reducir las

desigualdades en el Continente. La experiencia histórica nos enseña

que sin democracia económica y social no habrá democracia política.

En este siglo XXI tenemos la oportunidad de curar nuestras heridas

históricas y recientes ofreciendo al mundo un valor que la opresión

del pasado y las condiciones desiguales del presente insisten en

sofocar.

Quiero aquí evocar un valor arraigado en nuestros pueblos y sin el

cual es imposible construir un futuro de esperanza para todos. El

valor de este valor todos ustedes lo saben, es: solidaridad.

Quiero acabar, Presidente Fox, diciendo a los presidentes aquí

presentes, que transcurrido un año después de mi toma de posesión,

estoy mucho más optimista hoy de lo que estaba en enero del año

pasado cuando tomé posesión.

Estoy más optimista porque conseguimos recuperar la credibilidad de

Brasil, conseguimos en siete meses hacer las reformas que parecían

imposibles de ser realizadas de la seguridad social y la fiscal; estoy

optimista porque ya estamos reduciendo las tasas de interés dentro

de Brasil; estoy optimista porque aumentamos nuestras

exportaciones, estoy optimista porque este año vamos a alcanzar un

nuevo récord de la producción agrícola en Brasil, vamos a pasar de

122 millones de toneladas a 130 millones de toneladas de granos.

Estoy optimista porque tenemos más dinero para invertir en

saneamiento básico, tenemos más dinero para invertir en habitación,

tenemos más dinero del banco de desarrollo para financiar proyectos

de desarrollo industrial y estoy optimista porque nuestra relación con

América del Sur tal vez sea la mejor de toda nuestra historia y

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porque en los próximos tres años, sin duda apenas estaremos

consoidando al MERCOSUR con la participación de toda América del

Sur y de países de América Latina, pero porque en los próximos tres

años si Dios nos ayuda y si no hay ninguna crisis mayor, más

grandes, vamos a consolidar la tan soñada integración física de toda

América del Sur.

Muchas gracias.