Discursos

CÉSAR GAVIRIA TRUJILLO, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
PRESENTACION DEL LIBRO PROFETA EN EL DESIERTO, VIDA Y MUERTE DE LUIS CARLOS GALAN, DE ALONSO SALAZAR

21 de noviembre de 2003 - Bogota, Colombia


Siempre que leo un nuevo texto sobre Luis Carlos Galán, empezando por El Rojo de Galán, el buen libro escrito por su hijo Juan Manuel, pienso lo mismo: pasan los años y Galán es, cada vez, más necesario. Se trata de una realidad que él mismo anticipó, de algún modo cuando, días antes de su muerte, afirmaba que a diferencia de las personas, no es posible matar las ideas.

¿Por que es tan necesario Galán aún hoy, catorce años después de su muerte? Basta leer Profeta en el Desierto, el libro de Alonso Salazar, para entenderlo.

Galán es necesario porque muchos de los problemas que él enfrentó siguen amenazando la vida colombiana. Galán es necesario porque en su diagnóstico sobre las organizaciones criminales y su relación con la política sirve todavía como una señal de alarma, aunque las mafias de su tiempo hayan desaparecido y hoy sean otros delincuentes los que buscan amenazar al estado y a la sociedad colombiana. Galán es necesario porque la tarea de purificar la política y fortalecer los partidos parece, con frecuencia, no solo indispensable sino inaplazable.

Sin embargo, si tuviera que confesar cual creo yo que es el principal mérito de este libro que ha editado Planeta, escrito por el autor de uno de los más importantes libros sobre los temas de sicariato en Medellín, No nacimos pa´ semilla, tendría que hacer referencia no a los temas de naturaleza política, donde siento que a veces, quizás con el ánimo de no resultar académico, el autor ha dejado algunas pistas sueltas, sino el retrato humano que ha hecho de Luis Carlos Galán.

Lo digo porque no hay duda de que el Galán que yo conocí es el Galán que aparece en el libro, esposo y padre que hizo de su misión pública un ejemplo permanente para sus hijos y una tarea comprometida para su esposa, que vivía en un permanente sentido de cruzada, empujado por la convicción en que la política puede ser y debe ser, un instrumento de transformación de una sociedad.

Salazar hace un recorrido por la vida de Luis Carlos en el que vida privada y cruzada pública se entrelazan de tal modo que el lector acompaña, como si estuviera ahí, en el núcleo del galanismo, los distintos procesos de cambio que vivió Galán, mostrando como lo afectó, primero, la enorme influencia de Mario, su padre, y, luego, de jefes políticos, aliados, amigos y, por contraposición, aún adversarios, en la construcción de una carrera pública signada por una convicción profunda que no hacía compromisos que implicaran cesiones fundamentales, así como por una perseverancia incansable.

Al terminar la lectura se tiene la impresión de conocer a Luis Carlos mejor, de entender de manera más profunda sus decisiones y, por supuesto, de querer detener el tiempo, antes de que la fatalidad cumpliera su cometido esa noche del 18 de agosto de 1989. Al terminar el libro es posible comprender, también, el clima de horror que vivió Colombia frente a la amenaza del Cartel de Medellín y, en particular, de Pablo Escobar y de quienes fueron cómplices de sus acciones criminales, muchos de los cuales aparecen en el libro. No deja de ser preocupante el que, en algunos temas como las relaciones entre el paramilitarismo y el narcotráfico, la resistencia de algunos movimientos guerrilleros a abandonar tácticas terroristas y buscar una sana reincorporación a la vida civil o las prácticas clientelistas, uno encuentre en este libro gérmenes de algunos aspectos de nuestro presente, en ocasiones tan dramático y doloroso.

El autor dedica también una parte importante de su investigación a profundizar en las distintas teorías sobre el asesinato de Luis Carlos en el municipio de Soacha, desde las más simplistas hasta las más elaboradas teorías que afirman que el asesinato no fue apenas un acto demencial de la alianza entre Escobar y Gonzalo Rodríguez Gacha sino una conspiración entre estos, los adversarios políticos de Galán y fuerzas infiltradas en organismos de seguridad del Estado. Independientemente de cada una de estas teorías, resulta inexcusable para un país no haber encontrado jamás, por la vía de las investigaciones judiciales, a quienes hicieron parte de este atentado.

Y, sin embargo, como en todos los magnicidios, la muerte de Galán transformó a la nación.

En la campaña que hicimos desde el mes de septiembre, no hubo un solo pueblo de Colombia (recuerdo los pueblos de Santander, en particular, pero también los de todos los departamentos de la Costa Atlántica, que visitamos, los del Cauca, el Valle, el Tolima, el Huila...) en el que no sonara la diana, al inicio de los mitines políticos, y en el que el legado galanista no fuera convertido en misión necesaria, en cuya defensa miles de ciudadanos se movilizarían entre ese mes y Marzo de 1990, cuando a través de la llamada séptima papeleta, los ciudadanos se pronunciaron a favor de una reforma política inspirada en el proyecto de Luis Carlos.

Durante los meses posteriores, entre la consulta liberal y la elección presidencial, cuando finalmente nos vimos obligados a limitar nuestras salidas públicas, el legado galanista tomó fuerza y consolidó un mandato de reforma que permitió consolidar una de las reformas más importantes de nuestros tiempos, como lo es la Constitución de 1991.

El legado galanista no se expresó únicamente en la guerra a muerte que el Estado colombiano libró, exitosamente, contra el Cartel de Medellín y sus cómplices en la vida política. Esa era una obligación de vida o muerte.

El legado galanista influyó profundamente el cambio institucional que vivió el país a comienzos de la década de los noventa y su espíritu acompaña a una Constitución descentralista, defensora de los derechos fundamentales, garantista, que equilibró el desproporcionado poder presidencial, atacó los vicios de la política y fortaleció el sistema de justicia con la creación de la Fiscalía General de la Nación y la Corte Constitucional, para mencionar tan solo algunos ejemplos. El legado galanista se encuentra en la aparición de millones de votantes independientes, que han otorgado desde entonces mandatos contundentes en contra de la politiquería, el clientelismo y la corrupción en la vida colombiana.

De manera que si tuviera que señalar alguna debilidad en el gran trabajo que ha hecho Salazar, en este libro tan bien escrito, es que lo asiste un cierto derrotismo, un pesimismo profundo sobre las posibilidades de la transformación política que desconoce, en alguna medida, lo que yo considero fue el aporte más importante de Galán. Es decir, no su ejemplo en el vacío, no su profecía en el desierto, sino su sacrificio que aún hoy influye sobre la vida colombiana.

Al presentar este libro me he propuesto no resumirlo, ni siquiera para efectos de un abrebocas: no quisiera escribir mal yo algo que está tan bien escrito. Pero no puedo dejar pasar algunos aspectos del libro que merecen atención especial.

El primero es el reconocimiento que el libro hace del papel jugado por Gloria Pachón de Galán en la vida de Luis Carlos, pero no sólo como esposa, sino, además, como activista política, consejera e ideóloga de buena parte de los planteamientos del galanismo. Todo ello con una discreción que ha hecho que, con frecuencia, su dimensión en la historia de Colombia no sea del todo reconocida.

El segundo es el retrato que el libro logra de Galán como padre de familia. A través de la memoria de Juan Manuel, Carlos Fernando y Claudio, Salazar logra sentar al lector en las reuniones familiares, recuperando un ser humano que no hacía distinciones entre los principios con los que educaba a sus hijos y aquellos con los cuales buscaba transformar la vida colombiana.

Como amigo de Luis Carlos, como jefe de debate de su campaña y como el colombiano que llevó sus banderas por los pueblos de Colombia defendiendo una reforma profunda de nuestras instituciones, una lucha frontal contra el narcotráfico y la construcción de una democracia participativa que le arrancara de las manos la política a los directorios y se la devolviera a la gente, como el Presidente que vio siempre en el legado galanista su plataforma de gobierno, es este retrato de Galán el que más me conmueve.

Es en emprender las cruzadas que pensó Galán y que el país aún no hace suyas, y en defender aquel legado que ya hace parte de nuestras instituciones, donde está el camino de la política colombiana presente y futura.

El libro de Alonso Salazar ayuda a recuperar el ideario galanista en un tiempo en el que Luis Carlos Galán resulta más necesario que nunca.