Discursos

EX EMBAJADOR DE COLOMBIA ANTE LA OEA, HUMBERTO DE LA CALLE
EN LA ENTREGA DEL LIBRO SOBRE LA CARTA DEMOCRÁTICA INTERAMERICANA - CONSEJO PERMANENTE DE LA OEA

22 de abril de 2003 - Washington DC


Me siento particularmente honrado por la invitación que recibí para asistir a este acto de entrega del libro sobre la Carta Democrática Interamericana cuya edición me confió el Consejo Permanente hace algunos meses.

Cuando me retiré de la Misión de Colombia ante la OEA, no hace mucho, recibí en asocio de mi familia un cúmulo de manifestaciones de aprecio que creí imposible superar. Ahora me sorprenden Ustedes de nuevo con este acto de generosidad que compromete una vez mi agradecimiento permanente.

El libro fue posible en primer lugar, gracias a la decisión del Consejo Permanente. Todos y cada uno de los representantes permanentes me manifestaron su apoyo. Por razón del alto cargo que hoy ocupa, y por el papel protagónico que desempeñó su país, quiero repetir mis palabras de admiración por el papel que cumplió el Embajador Manuel Rodríguez Cuadros, Viceministro de Relaciones Exteriores del Perú. Además, para su edición estuve acompañado por el personal de la Secretaría General, de la Unidad para la Promoción de la Democracia y por funcionarios de las distintas misiones. En beneficio de ellos remito las palabras de estima que se han pronunciado hoy.

Es, pues, literalmente, una obra colectiva. Mi tarea se limitó a coordinar esfuerzos ajenos.

Esta obra tiene dos propósitos: reunir en un solo cuerpo algunos de los elementos documentales que precedieron y acompañaron la expedición de la Carta Democrática lnteramericana y dar comienzo al proceso de interpretación de la misma.

Aunque de naturaleza distinta, ambos objetivos son convergentes tanto por su alcance como por sus limitaciones.
En efecto, se busca permitir que en el futuro quienes se ocupen de estudiar, valorar, evaluar y aplicar la Carta, cuenten con un instrumento que facilite el examen de sus antecedentes. Por otro lado, los aportes de algunas de las Misiones ante la OEA, deben valorarse más allá de su texto desnudo. En efecto, además de su mérito intrínseco, tendrán un valor agregado, por cuanto se trata de interpretaciones
hechas por quienes participaron activamente en su discusión. Pero ni uno u otro de los componentes de esta obra pretende convertirse en la última palabra. Sabemos que al explorar los confines de la Carta, valioso elemento de afianzamiento de la democracia en el hemisferio, otras voces expondrán Desarrollos más amplios y, seguramente, más ambiciosos. No es la última palabra, pero sí es la primera palabra. Eso agota plenamente la aspiración de quienes hemos trabajado en la elaboración de este libro.

La Carta es un hito en la historia democrática del hemisferio. Es un acto de fe, de reafumación y de compromiso. Pero más importante que la Carta, son los hechos que le sirven de sustento real. El contexto actual muestra que,
salvo Cuba, todos los países del hemisferio practican la democracia representativa. Si bien desde la misma Carta fundacional de la OEA se señaló a la democracia como su principio rector, sólo ahora la letra corresponde a la realidad.

Recordemos las palabras del Presidente del Consejo Odeen Ishmael:

"We feel that this Charler is a significant milestone in the historical development of the OAS. For when the OAS was initially formed, its objective was not the promotion and defense of democracy, but instead it was more concerned with the broad areas of regional cooperation. The idea of democracy was just given lip service since many of the regimes in those days were not rooted in that principle".

Por fortuna, la democracia ya no es una simple invocación verbal.

Pero de cierto modo, transcurrida la época de la consolidación de las prácticas democráticas, la preocupación actual se extiende a los peligros que se avizoran.

Fatiga de los ciudadanos cuando no desdén y, a veces, franco desencanto. Ciertas formas de cesarismo están al acecho y no sólo porque algunos dirigentes lo acarician sino porque muchas veces el propio cuerpo ciudadano lo mira como una salida de escape. Los rigores del ajuste económico con su
secuela de pobreza, la creciente percepción de que la corrupción sigue su curso, la inseguridad a veces rampante, son riesgos inocultables.

La Carta es también una carta de navegación de la democracia para sortear con éxito posibles desventuras.

Parece pertinente, en este momento, comentar alguna ideas contenidas en la Carta.

El preámbulo hace un recuento de los valores fundamentales sobre los cuales descansa, recuerda en grandes líneas el itinerario cumplido para llegar a su expedición y constata, en su aparte final, que su adopción se hace "teniendo en cuenta el desarrollo progresivo del derecho internacional y la
conveniencia de precisar las disposiciones contenidas en la Carta de la Organización de los Estados Americanos e nstrumentos básicos concordantes, relativas a la preservación y defensa de las instituciones democráticas, conforme a la práctica establecida". La importancia de este concepto radica en que fue la manera feliz como se desató la controversia sobre la posibilidad de adoptar, a guisa de Resolución, un instrumento como éste, cuando algunos llegaron a temer que dada su catadura, la profundidad de la materia y el carácter sensible de la misma, particularmente en lo que atañe a los desarrollos prácticos de la cláusula democrática, se hubiese requerido hipotéticamente un protocolo modificatorio de la Carta de la OEA.

El capítulo primero incorpora el derecho de los pueblos de América a la democracia y señala, sin agotar la enumeración, los elementos esenciales de la democracia, así como los componentes fundamentales del ejercicio del poder dentro del estado de derecho. Que la democracia sea un derecho de los pueblos, sin que se requiera ahora la intermediación del Estado para su disfrute, tiene gran importancia. De esta manera, por ejemplo, en el caso de Cuba, los órganos del sistema examinar los hechos que afectan la plena vigencia de la democracia en la isla aunque su gobierno se encuentre por fuera de la Organización.

La Carta reafirma el indispensable papel de los partidos políticos y dirime el supuesto conflicto que algunos quisieron ver entre democracia representativa
y democracia participativa. Es esta una de aquellas discusiones que versan más sobre supuestos y temores que sobre la realidad de los textos. La Carta afirma que la participación "refuerza y profundiza" la democracia representativa. No hay dos formas distintas de democracia. Por supuesto, el voto es también un acto supremo de participación democrática. Y los elegidos, por su parte, deben mantener viva la esencia del mandato que han recibido, dando cuerpo en sus decisiones a la voluntad de la ciudadanía. La fórmula adoptada deja claro que el carácter representativo es inherente a la democracia. Pero si los elegidos abandonan el sentir general y se convierten
en un círculo cerrado, la democracia comienza a correr riesgos. Aquí es donde el papel institucional de la participación responsable de la ciudadanía vigoriza y protege la democracia, sin que pueda interpretarse que se están proponiendo sistemas de partido único o congresos corporativos para lograr esa participación.

Los Estados del Hemisferio practican la democracia representativa. Y un gran número de ellos ha dispuesto formas diversas de democracia participativa, bien a la manera de referendos o consultas populares, o mediante la implantación de iniciativas populares para reformar la Constitución o aprobar textos legales o, finalmente, como una forma de revocar el mandato de los elegidos. Aunque la adopción normativa es bastante generalizada, no lo es igualmente la puesta en práctica de tales mecanismos. Allí hay todo un panorama abierto para el desarrollo de la democracia. En cuanto a las relaciones entre democracia participativa (y dentro de ella, la democracia directa) y los partidos políticos, la verdad es que no produce el debilitamiento de éstos. Por el contrario, la puesta en práctica de los mecanismos aludidos suele servir como catapulta en la cual se acaballan los partidos políticos para sintonizarse con causas de gran arraigo en la población.

El capítulo cuarto se refiere al fortalecimiento y preservación de las instituciones democráticas. Aquí está ubicada la cláusula democrática. Un primer elemento bastante llamativo es el esfuerzo realizado por los delegados al optar por un sistema escalonado, según la gravedad de las circunstancias. En efecto, el primero de sus artículos (art. 17) presenta la hipótesis menos grave. El gobierno que vea amenazado su proceso democrático, toma él mismo la iniciativa y solicita al Secretario General o al Consejo Permanente asistencia para el fortalecimiento y preservación de las instituciones. Un segundo escalón puede llevar hasta la realización de visitas y otras gestiones por parte del Secretario General con el consentimiento del Estado afectado. Podrá llegarse al caso de una apreciación colectiva de la situación en el Consejo Permanente (art. 18). El artículo 19 se basa en el lenguaje de Québec y establece que "la ruptura del orden democrático o una alteración del orden constitucional que afecte gravemente el orden democrático en un Estado Miembro constituye, mientras persista, un obstáculo insuperable para la participación de su gobierno en las" actividades de la organización.

La primera cuestión esencial dirimida en este punto se refería a la dificultad de ajustar el lenguaje de Québec a uno más formal y de contenido jurídico específico como el que se relaciona con la exclusión de un Estado en la Organización. Para el primer efecto, limitado al mecanismo informal de las Cumbres, la expresión originaria de Québec ("cualquier alteración o ruptura inconstitucional del orden democrático...") podía ser adecuada. No así en la hipótesis de la Carta Democrática, razón por la cual se utilizaron en este segundo caso vocablos más precisos, menos vagos.

Los artículos 20 y 21 prescriben la manera de operar en este caso, que es la hipótesis límite, la agresión consumada, dejando en claro que, salvo casos de urgencia, se requieren gestiones diplomáticas previas, como lo establece la
Carta de la OEA. Este elemento, y la concepción gradual a que se ha hecho alusión, muestran una clara vocación: la Carta prefiere la prevención y la persuasión, antes que la represión, aunque tampoco renuncia a ella en los casos extremos.

Pero es de notar que la gradualidad no significa que en todas las hipótesis, siempre complejas, algunas veces impredecibles, sea necesario ir escalón por escalón. Habrá ocasiones en que una acción decidida no da espera.

Señor Presidente:

Sin necesidad de acudir a excesos retórico s, la expedición de la Carta Democrática Interamericana es un hecho de suma importancia para la democracia en el Hemisferio.

La Carta es un documento lleno de inspiración, pero a la vez está dotado de instrumentos prácticos para la defensa de la democracia.

Contiene una cláusula democrática para actuar en caso de ruptura del orden constitucional, pero permite también que el sistema interamericano actúe de
manera preventiva cuando aparezcan los primeros síntomas de alteración.

La Carta está labrada en el molde clásico de la democracia representativa pero acoge esquemas de participación democrática que la engrandecen y amplían sus confines.

La Carta valora los procesos electorales pero también habla del desarrollo con equidad, la educación, los derechos de los trabajadores.

La Carta recoge las experiencias del pasado pero mira al futuro. No de otra manera se explica su preocupación por el medio ambiente sano.

La Carta invoca los deberes de solidaridad y cooperación pero abre a la vez caminos para robustecer la protección de los derechos de los americanos.

La Carta, en fin, reconoce que hay un derecho a la democracia cuya titularidad está en los pueblos de América. Para la Carta, la democracia no es sólo una forma de gobierno. Es un altísimo valor de contenido espiritual.

En lo político, la Carta implica un serio compromiso de los gobernantes con la democracia, no ya en su versión minimalista electoral, sino con un concepto amplio que toca todos los aspectos de la dignidad humana como eje central de su concepción. En lo histórico, recoge y proyecta los antecedentes que le han servido de guía, desde la letra de la propia Carta de la OEA hasta las manifestaciones relacionadas con el compromiso de Santiago. En lo sociológico, la Carta expresa una realidad profunda: los pueblos de América sienten que tienen derecho a la democracia aunque haya
quienes piensen que "su" democracia no ha contribuido momentáneamente a resolver los problemas de pan coger. Y, por fin, en lo jurídico, aunque se trata de una Resolución y no de un Tratado, es claro que no es una Resolución cualquiera porque fue expedida como herramienta de actualización e interpretación de la Carta fundacional de la OEA, dentro del espíritu del desarrollo progresivo del derecho internacional.
Por otro lado, la Carta también constituye un hito en cuanto a las discusiones en el seno del Consejo Permanente y de la Asamblea. No fue una deliberación de rutina. No se limitó a los horarios habituales. Puso en funcionamiento la discusión al interior de los grupos regionales con una dinámica inédita. Fue un espacio de reflexión profundo y constructivo. Esperamos que esta obra contribuya a su conocimiento y difusión y se convierta en instrumento que facilite la tarea por venir.