Discursos

CÉSAR GAVIRIA TRUJILLO, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
EN LA SESION INAUGURAL DE LA PRIMERA REUNION INTERAMERICANA DE MINISTROS DE CULTURA Y ALTAS AUTORIDADES RESPONSABLES DE LAS POLÍTICAS CULTURALES EN EL AMBITO DEL CONSEJO INTERAMERICANO PARA EL DESARROLLO INTEGRAL

12 de julio de 2002 - Cartagena de Indias, Colombia


Excelentísimo Señor Andrés Pastrana, Presidente de la República de Colombia
Señora Araceli Morales López, Ministra de Cultura de Colombia
Señores y Señoras Ministros de Cultura y Responsables de las Políticas Culturales
Miembros del Cuerpo diplomático
Delegados, Invitados Especiales

Quiero empezar por dar las gracias al Presidente Pastrana, a su gobierno y a los colombianos por la hospitalidad con la que siempre nos han recibido, y por darnos la oportunidad de atender los asuntos que nos ocupan en Cartagena, ciudad estandarte de todas las Américas, de su cultura, de su tradición, de su diversidad cultural.

Esta es tal vez la ultima oportunidad que acompaño al Presidente Pastrana en un evento publico y quisiera por ello agradecerle en nombre de los gobiernos y pueblos de América el decidido respaldo que de él recibimos para el desarrollo de las tareas hemisféricas. Quisiera, también, expresarle que admiro la tenacidad con la que ha defendido las instituciones democráticas de Colombia, su persistencia indeclinable por la búsqueda de la paz, su vigorosa política internacional que creó una solidaridad de la comunidad de naciones sin precedentes en nuestra historia.

Por su mandato y el de los demás gobernantes en el marco del Consejo Interamericano para el Desarrollo Integral, hemos llegado a este entorno sin igual para reflexionar sobre el rol que nos corresponde a gobiernos, instituciones multilaterales y sociedad civil en la tarea de defender nuestras culturas y nuestra diversidad cultural y lingüística en el mundo que nos ha tocado vivir. Un mundo bajo el signo de la globalización, de mayores redes de interconexión e interdependencia, cada día más densas y numerosas que sellan los destinos de individuos y naciones, y que trascienden fronteras, clases sociales, religiones y razas. Un mundo donde han ido perdiendo significado las fronteras políticas, donde es creciente el flujo de ideas, personas, bienes y capitales y, sobre todo, un mundo en el cual lo que sucede en otras latitudes tiene apreciables consecuencias sobre nosotros, tal como nuestras acciones tienen una creciente influencia sobre nuestros contemporáneos.

Esta reunión hace parte del vasto proceso de integración en el que estamos comprometidos nuestros gobiernos y nuestros pueblos para no solo unificar nuestros mercados, en lo que seria el mercado más grande del mundo, sino también para crear políticas y acciones hemisféricas en una amplia variedad de temas. Y en estas faenas los americanos de todos los confines podemos decir que nos sentimos compañeros de jornada frente a la casi totalidad de nuestra agenda, pues hoy todos los asuntos que nos ocupan a los americanos tienen una dimensión hemisférica o incluso global. Como también podemos afirmar de manera rotunda que en el entorno multilateral hay más espacio para un fecundo intercambio de experiencias, para la cooperación solidaria, para la acción colectiva.

Es ella, por lo tanto, la más ambiciosa empresa desde nuestro surgimiento a la vida independiente hace ya cerca de dos centurias. Y nuestro gran desafío consiste en preparar nuestras sociedades para que aprendan a enriquecerse de las oportunidades que ofrecen la interconexión, los intercambios y para mantener la vitalidad, lo que nos es esencial y definitivo como naciones y culturas.
Sin duda hemos ido dejando atrás el periodo de confrontación, de desconfianza, de aislacionismo, de rivalidades y desconfianzas. Por eso esta evolución casi inexorable hacia más y más profundas relaciones no implica ni la fragmentación de nuestras sociedades, la uniformidad de las expresiones culturales, ni el menoscabo de nuestra diversidad cultural y lingüística.

Desaparecidas esas tendencias históricas origen de tantos desencuentros, hemos percibido que en las Américas los lazos históricos, geográficos y culturales son fuertes, pero solo en el intenso trabajo de estos años hemos ido encontrando sus características, sus elementos constitutivos. El fin de la guerra fría nos ha dado una oportunidad sin par para avanzar a un mundo de valores compartidos que nos unen y nos hermanan en un destino común, que definen los elementos de una cultura común. Por eso podemos afirmar que hoy trabajamos con celo y obstinación para desarrollar una unión hemisférica basada en principios y no simples intereses o razones geoestratégicas, y que, además, nos permite avanzar de manera colectiva hacia la prosperidad.

Tenemos así la oportunidad de preparar al Sistema Interamericano para que sin menoscabo de sus elevadas metas defienda nuestros valores, creencias, y practicas. Lo que buscamos al reunirnos en Cartagena es entonces darle reglas consensuadas a estos procesos, es producir un marco convenido a las relaciones entre nuestros pueblos y gobiernos en el proceso de globalización. Es lograr que la integración se de en beneficio de todos, incluidos los países más pequeños y vulnerables, y que se dé además con respeto por nuestra identidad cultural que de por sí es diversa.
Los desafíos que tenemos son enormes para asimilar un mundo en permanente transformación, para abandonar un viejo orden por uno distinto que apenas estamos delineando. Hemos aprendido también con dolor y pesar que las culturas que pretenden ser superiores caen en formas de fundamentalismo y fanatismo inviables en el mundo contemporáneo, y peligrosas para la convivencia civilizada.

Por eso a pesar de las diferencias en tamaño, riqueza, poder, hemos encontrado que los americanos de todos los confines tenemos los mismos propósitos, los mismos desafíos y las mismas esperanzas. También significa que nuestros problemas y desafíos tienen que ser enfrentados colectivamente, pues verdaderas soluciones a nuestros problemas no pueden ser encontradas a expensas de los sueños y aspiraciones de nuestros vecinos. Por eso cuando hoy nos ponemos cita en Cartagena nos encontramos frente a dos desafíos simultáneos: como identificar esos elementos que constituyen nuestra cultura común, en la que nuestros valores y principios convergen; y al mismo tiempo como preservar los que consideramos son elementos únicos que definen la identidad cultural de nuestras naciones en sus muy diversas formas culturales y lingüísticas.

Ha cambiado también radicalmente la manera como nuestros problemas se reportan y se perciben a lo ancho del mundo. A manera de ejemplo, quién pone en duda como hoy la globalización ha generado una conciencia planetaria sobre la justicia social y la defensa de la democracia y los derechos de todos los ciudadanos. Cada fraude electoral, cada abuso de poder, cada problema de discriminación de mujeres o de indígenas, cada sistemática violación de los derechos humanos en cualquier parte del planeta nos movilizan a todos. Los ciudadanos de las Américas se ofenden porque cualquier gobierno amenaza derechos o libertades a los que atribuimos ya un valor universal.

Así mismo, las ONGs y la sociedad civil con sus poderosas movilizaciones gozan hoy de mucha más libertad de movimientos; sus voces tienen mucho más eco; sus gritos se oyen en todos los continentes. Hoy tenemos más agentes, más voceros y más organizaciones mostrando las falencias de nuestras instituciones, descubriendo sus limitaciones y exigiendo sus transformaciones. Hay siempre ojos vigilantes para defender la libertad de expresión o el acceso a la información, o para hacer respetar por todos el estado de derecho.

Hay cosas muy buenas de esta súbita y emergente severidad al juzgar nuestras instituciones democráticas. El respeto de los derechos de cada ciudadano de América se ha ido convirtiendo en un asunto que a todos nos compete. El ataque despiadado contra la corrupción, la búsqueda de mayor transparencia y la mejor rendición de cuentas son algo inescapable. Mantener la paz social es tarea enormemente compleja. Y sin duda este es el más grande cambio cultural que se ha dado en las Américas.

Y el más significativo esfuerzo por interpretar la complejidad de esas tareas y la voluntad colectiva para enfrentar problemas y desafíos, es sin duda la expedición de la Carta Democrática. Ella es la expresión del más hondo cambio en nuestra cultura democrática. En ella, nuestros pueblos dejan bien claro qué es lo que entienden por democracia y qué van a hacer si alguien intenta negársela. Ella corresponde a un profundo compromiso con el pluralismo, con la diversidad, con la no discriminación, con la tolerancia, con el respeto de las opiniones ajenas, con la equidad, con la igualdad. Ello no habría sido posible sin una visión compartida del mundo y del hombre, sin una cultura que nos une no solo por tradición sino por convicción en un futuro. Allí esta expresada nuestra decisión de defender los derechos y libertades de todos los americanos. Esta ética democrática que se ha enraizado en menos de dos décadas, ha desbordado las viejas concepciones autoritarias y nos ha dado la fortaleza para enfrentar con coraje y voluntad las difíciles pruebas que aún nos esperan.

La Carta es apenas el comienzo de la inmensa responsabilidad que tienen nuestros gobiernos para hacerle frente a los enormes retos que trae la globalización, a los altibajos de la economía mundial, a la volatilidad de los capitales y a las crisis recurrentes. Vivimos tiempos en los cuales los factores políticos y los culturales pesan cada vez mas en el crecimiento económico; y sin crecimiento y prosperidad las democracias son incapaces de ofrecer el componente de bienestar que esperan los ciudadanos de las Américas.

El sistema democrático tiene que traducirse en la mejoría de las instituciones políticas, económicas y sociales; en un mejor cumplimiento de las funciones del estado; en servir de apoyo a una mayor justicia social; en una mayor cooperación internacional para combatir las amenazas de los sistemas democráticos. Y por sobre todo, en nuestra capacidad para hacer que nuestros sistemas educativos puedan formar ciudadanos autónomos, informados, responsables, que valoren la practica democrática, que puedan asumir una función critica frente a la información. Depende también de que adquieran los conocimientos, los valores, las habilidades para asimilar las innovaciones tecnológicas, para acceder al mercado del trabajo, para competir internacionalmente. Es la educación vista en toda su capacidad liberadora, en su potencial de generar igualdad y al mismo tiempo en su capacidad para generar crecimiento.

Estrictamente en el campo cultural estos significados nos ofrecen versiones compartidas de la vida, la historia, la comunidad, la familia, la felicidad, la identidad. Cuando miramos la globalización desde esta perspectiva, vemos la importancia de este ejercicio que hoy inician las autoridades de cultura, el de entender cómo esa interconectividad compleja de la que hablamos altera el contexto en el que los pueblos elaboran el significado de su existencia. Cómo afecta su percepción de identidad, de localidad; cómo afecta el consenso social, los valores, los deseos, los mitos, las esperanzas y los temores que definen la cultura local; y qué efectos tiene esto en el desarrollo de nuestros pueblos.

Ya no están nuestros pueblos limitados por regímenes que se asustaban con cualquier asomo de creatividad o independencia y que imponían concepciones de cultura encaminadas no a expresar sino a perpetuar las relaciones de poder; que pretendían limitar el pleno desarrollo de la personalidad y coartaban la expresión de la diversidad, de la denuncia de la discriminación. Sin estas restricciones ha surgido una efervescencia cultural que se manifiesta a todo nivel y que es actor principal de transformación y desarrollo de todas las Américas.

Señor Presidente, ministros, señores y señoras:

En esta empresa de utilizar nuestros patrimonios culturales, entendidos como motor de desarrollo, y de articular nuestras culturas con las exigencias de la globalización, el Estado debe jugar un papel fundamental. Nada hace tanto daño a nuestras culturas como un estado al margen de sus responsabilidades sociales. Las culturas de violencia, de marginalidad, de discriminación, son una consecuencia de falta de estado y falta de solidaridad. Debilitan así nuestra identidad cultural y nos alejan de la búsqueda de una cultura común; generan problemas que destruyen el tejido social y las actividades que identificamos como culturales.

Esta primera reunión, en el marco de las Cumbres Hemisféricas y la OEA, es un importante paso en la dirección correcta. Nuestros gobiernos han estado a la altura de las circunstancias y los desafíos. La declaración en la que vienen trabajando las altas autoridades de la cultura será una importante carta de navegación para el diseño de políticas nacionales y hemisféricas. El plan de acción que la acompaña señala tareas concretas como la creación de la Comisión Interamericana de Cultura, la búsqueda de nuevos mecanismos para vincular los temas de la cultura con la sociedad civil, la creación de mecanismos colectivos para la defensa del patrimonio cultural y para profundizar la cooperación, y la elaboración de un estudio para la creación del Observatorio Interamericano de Políticas Culturales. Este ultimo facilitaría la investigación, el intercambio de experiencias, el diseño de indicadores, la creación de alianzas.

Nuestro reconocimiento a las instituciones que participan en la cooperación interagencial sobre diversidad cultural, la Agencia Española de Cooperación, BID, Banco Mundial, CERLAC, International Council on Monuments and Sites, National Endowment for the Arts, Organización de Estados Iberoamericanos, el Convenio Andrés Bello, la UNESCO.

Nuestra Unidad de Desarrollo Social y Educación ha traído para su consideración un portafolio de programas consolidados que se ofrecen a diversas instituciones publicas y de la sociedad civil. Son programas con una variada proveniencia geográfica que han demostrado su efectividad, que llevan mas de cinco años de operación, que han generado materiales que permiten su difusión, que se han evaluado interna y externamente. Se ha hecho particular énfasis en los programas que reafirman la diversidad e identidad lingüística y cultural. La Comisión Interamericana de Cultura hará posible que nuestros grupos técnicos reflexionen colectivamente y propongan alternativas frente a los desafíos culturales contemporáneos.

Nuestra Unidad de Desarrollo Social y Educación ha realizado también un dialogo electrónico y de consulta con la Sociedad civil, con miras a recoger sus sugerencias, experiencias, opiniones y propuestas en relación con la Declaración y el Plan de Acción de Cartagena de Indias. Han participado decenas de Comunidades Indígenas, de universidades y Centros Académicos, grupos de investigación, entidades culturales y de medio ambiente, grupos educativos y miles de ciudadanos vía Internet.

Ya hemos reconocido la importancia de la cultura como un componente fundamental e integral del desarrollo de los pueblos, y me llena de esperanza el hecho de que las autoridades culturales de las Américas se reúnan para avanzar hacia la definición de una estrategia de cooperación dinámica, renovada, para la promoción de los valores y la diversidad cultural y lingüística en las Américas; una estrategia que permita continuar afianzando nuestros lazos bajo el pleno conocimiento de nuestra diversidad y que contribuya a enfrentar nuestro más apremiante desafió común: como aclimatar una cultura de democracia, de paz, al servicio de las luchas por la igualdad, por la diversidad, la equidad y la justicia social, por la participación de todos.

Para terminar solo me resta desearles toda la suerte y todos los éxitos en sus deliberaciones y reiterarles que la Organización de los Estados Americanos es una herramienta de todos al servicio de todos los americanos.

Muchas gracias.