Discursos

CÉSAR GAVIRIA TRUJILLO, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
DÉCIMA CUMBRE DE JEFES DE ESTADO Y DE GOBIERNO DEL GRUPO DE RÍO

3 de septiembre de 1996 - Cochabamba, Bolivia


Es para mi un motivo de gran satisfacción dirigirme a ustedes con motivo de la X Reunión del Grupo de Río. Este espacio de diálogo franco y abierto se ha ido estableciendo como una importante área de formación y profundización de los consensos que han emergido en los últimos años en la región. Las naciones aquí congregadas han dado un ejemplo claro de la voluntad y capacidad de nuestra América para asumir nuevos compromisos y adaptarse a las nuevas realidades y desafíos que caracterizan al hemisferio a fines de la década de los noventa.
Resulta especialmente significativo que la cita anual que hoy comienza tenga lugar en esta tierra de gente abnegada y valerosa. Pocos países como Bolivia han enfrentado en este continente tantos desafíos en los planos político, económico y social. Afortunadamente, para satisfacción de todos los aquí reunidos, esos tiempos oscuros han quedado atrás. Esta nación que fue presa de las garras del militarismo y de la hiperinflación ha recuperado altiva su fé en el futuro.
Pero Bolivia no se conformó con lograr esos importantes avances en la consecución de su estabilidad política y económica. A partir de 1993, bajo el hábil liderazgo del Presidente Sánchez de Lozada, este país abrazó con decisión una segunda ronda de desafíos definida en "El Plan de Todos".
El gobierno a su cargo, señor Presidente, ha dado pasos fundamentales en su afán por lograr una sociedad más democrática, participativa y descentralizada. Para ello ha buscado una distribución más equitativa de los recursos públicos entre municipios fortalecidos en su poder y autonomía, en la cual se reconoce a las organizaciones de poder local como partícipes activas y fundamentales del proceso de toma de decisiones a nivel local.
En el plano económico, se ha enfrentado con creatividad y visión de largo plazo el proceso de reducción del Estado y de reordenamiento de las estructuras económicas, vinculando los beneficios del proceso de privatización al bienestar de todos los bolivianos.
Por último, un profundo proceso de reforma educativa reconoce la importancia de la inversión en capital humano al buscar mejorar la calidad de la educación, ampliar su cobertura y reducir las tasas de deserción escolar, entregar a las comunidades autoridad y responsabilidad en la definición de prioridades, y consagrar el carácter pluriétnico, multicultural y bilingüe de su sociedad.
Sin gran estridencia, Bolivia ha encarnado los principales objetivos de la región y ha sabido enfrentar con creatividad y decisión los desafíos que caracterizan las realidades políticas, económicas y sociales del continente en estos últimos años del siglo XX. Sea esta la ocasión, señor Presidente Sánchez de Lozada, para expresarle mis sentimientos de admiración por su gestión a lo largo de estos años.
Señores presidentes, señores cancilleres:
Me corresponde en esta mañana intervenir ante el Grupo de Río para realzar el nuevo énfasis que se ha hecho para que este mecanismo de diálogo y concertación política trabaje más en la lucha contra la pobreza y en el desarrollo de la política social.
En la medida en que América Latina y el Caribe logran remontar el enorme esfuerzo que significaron las reformas estructurales de la economía y la búsqueda de un nuevo rol para el Estado, quedan los desafíos de siempre que constituyen la razón de ser de la política: la lucha contra la pobreza, la batalla por la igualdad social, la necesidad de fortalecer la democracia y por hacerla más participativa, la búsqueda de la descentralización y el otorgamiento de mayor autonomía a los poderes locales.
Ya desde la reunión presidencial de Miami era claro que cuando se hablaba de la creación de una zona hemisférica de libre comercio se trataba de comprometer al Hemisferio, no sólo con una iniciativa de integración económica, sino con un proyecto social y político fundamentado en valores compartidos. Este implica además un mayor respeto a los derechos humanos y la confrontación colectiva de problemas comunes que se ciernen sobre nuestras democracias, como el narcotráfico, la corrupción y el terrorismo.
Pero regresando al tema de la pobreza, el informe sobre el Desarrollo Humano de Naciones Unidas deja al descubierno la magnitud de los desafíos que enfrentan nuestras renovadas democracias. Aún con los significativos cambios que ha traido la década de los 90s, 18 de 30 países de la región tienen hoy un ingreso por habitante inferior al que tenían al comienzo de la década pasada.
Por su parte, los indicadores de calidad de vida demuestran que actualmente un 30% de la población de América Latina y el Caribe carecen de acceso a los servicios de salúd, un 20% no cuenta con agua potable y alrededor de un 30% no tiene alcantarillado. Un 15% de la población adulta no sabe leer y escribir y más de medio millón de niños mueren cada 12 meses antes de alcanzar los 5 años de edad.
Por eso el tema que nos reune hoy tiene tanta relevancia. En las Américas no podemos concebir el crecimiento sin democracia y sin justicia social. Pero a pesar de que tenemos en este tema tal convergencia de objetivos, los latinoamericanos y caribeños no disponemos de un buen análisis restrospectivo de nuestros fracasos o debilidades antes de la crisis de la deuda, ni tampoco de los retrocesos que tuvimos durante su desenvolvimiento.
Lo que sí es cierto es que nuestra política social ha sido relativamente ineficaz. Y eso, sumado al agotamiento del modelo económico, a las deficiencias de muchas de nuestras empresas de servicios públicos, a las nefastas consecuencias de la inflación y a la mala distribución del ingreso, explican la angustiosa situación descrita.
Sin entrar en el debate de cómo estos problemas se agravaron durante estos años, creo que existe consenso en torno a la idea de que la reforma y crecimiento económico son esenciales para resolver los problemas de la pobreza. Pero también es evidente que ésta es sólo una parte de la ecuación y que hace falta hacer mucho más para mejorar el bienestar de los habitantes del Hemisferio.
Quizás lo más urgente en este campo es fortalecer el Estado, pero no en su tamaño ni en la capacidad que tiene de ponerle trabas a los ciudadanos. El Estado debe fortalecerse para que mejore su capacidad de gestión ante el simple deterioro institucional o ante el agotamiento de los esquemas de gestión e inversión social tradicionales. Nuestras bajas tasas de ahorro tampoco contribuyen a generar nuevos recursos.
Frente a estos retos quiero mencionar sólo dos planteamientos: Por una parte, vale la pena hacer un mayor énfasis en mecanismos como los subsidios directos a los ciudadanos para vivienda, salud o educación. Esta opción resulta más apropiada cuando se cuenta con recursos escasos que la de apoyar económicamente a instituciones que sostienen pesadas burocracias o que dirigen sus recursos a sectores privilegiados económicamente. Por otra parte, es definitivo que se sigan impulsando reformas pensionales a lo largo y ancho del continente. Un sistema pensional administrado por el sector privado y que esté adecuadamente financiado es la garantía de un mejor mañana para millones de nuestros conciudadanos. Es también un buen camino para aumentar la tasa de ahorro en esta región y disminuir la dependencia del financiamiento externo.
Además de todo lo anterior, creo que vale la pena que hablemos más entre nosotros. A pesar de las diferencias de cada país, los problemas se parecen. Solo un intenso intercambio de experiencias apoyado por el sistema multilateral de instituciones podrá llevarlos a mejorar la calidad de las instituciones que combaten la pobreza y mejorar la eficacia de la política social. Para solo citar un caso, los consensos que se han ido creando para invertir más en desarrollo humano, no resuelven los inmensos interrogantes que aún tenemos en temas concretos como las consecuencias de la descentralización educativa o la asignación de recursos para los niveles primario, secundario y universitario.
Quisiera también aprovechar este momento para referirme a algunos aspectos del desarrollo sostenible y, en especial, de la Cumbre de Bolivia a celebrarse en Santa Cruz de la Sierra en el mes de diciembre. No dudo en afirmar que se trata de una singular oportunidad para dilucidar los alcances, las limitaciones y la manera como podemos consolidar el desarrollo sostenible y la política ambiental de los países de las Américas.
Desde la Cumbre de la Tierra en Rio de Janeiro, los tratados multilaterales hacen referencia a esta concepción del desarrollo sostenible que obtuvo respaldo al más elevado nivel político. En América, nos falta comprometernos más con un plan de acción que no deje dudas sobre el hecho de que el desarrollo económico y social no puede darse en detrimento de la base natural que lo sustenta.
Es esta una tarea en la que por decisión de los países miembros, la OEA se ha comprometido. Y en su realización partimos del supuesto de que existen diversos caminos posibles para alcanzar la meta de desarrollo sostenible y de que deben tenerse en cuenta las profundas diferencias existentes entre los países altamente desarrollados de la región y aquellos en vía de desarrollo en donde una parte sustancial de la población se encuentra en situación de extrema pobreza.
La Cumbre, señores presidentes, constituye una enorme responsabilidad. Su éxito dependerá, desde luego, de la presencia y participación de ustedes y, en menor medida, del acierto y la dedicación con que los diversos actores partícipes en el proceso de preparación ejecutemos cabalmente nuestras responsabilidades.
El gobierno de Bolivia tiene, entre otros, el inmenso reto de coordinar los diversos acuerdos que se someterán a consideración de la Cumbre, tarea en la cual, de manera creciente, necesita del apoyo activo de todos.
El proceso de elaboración de los documentos técnicos avanza de manera relativamente satisfactoria con la activa participación de la OEA, el BID y el Banco Mundial en temas tales como bosques y energía, aguas y lucha contra la contaminación; y formas de participación social. Se han identificado principios comunes, al igual que los elementos para una estrategia que involucre recursos humanos, instituciones y contexto jurídico, recursos naturales e infraestructura física y financiera, todo ello con el fin de adoptar un plan de acción en las áreas enunciadas.
La breve mención que he hecho de los temas de pobreza y desarrollo sostenible me permite resaltar ante ustedes el papel creciente que quiere jugar la OEA en el desarrollo de la agenda hemisférica. A lo largo de estos últimos dos años y con el firme concurso de nuestro Consejo Permanente, la OEA ha sufrido una profunda transformación interna, convirtiéndose en una entidad más pequeña y ágil, cuyo portafolio de temas está sincronizado con la realidad del continente. El objetivo permanente de la Secretaría General es que la Organización sea una entidad cada vez más útil para sus miembros comprometida con la democracia y el progreso en las Américas. Esta utilidad se manifiesta en el intercambio de experiencias y en la discusión sobre políticas continentales de problemas comunes. Y también se manifiesta, por qué no, en que los países puedan ventilar sus diferencias y buscar soluciones en un marco de respeto mutuo.
Dicho todo lo anterior, no puedo menos que terminar reiterando mi agradecimiento al Presidente Sánchez de Lozada y al pueblo de Cochabamba que nos ha tratado con un cariño fraternal.
Absorto ayer ante este cielo inmenso y azul que se recorta sobre los Andes, escuchaba que hace apenas unos días el horizonte estaba encapotado y frío y supe que hasta los cerros se vistieron de blanco, quizás en el último estertor del invierno. Ahora, bajo el sol radiante que calienta a los Andes, me pregunto si a nuestra región no le pasará lo mismo. Todos nuestros países han soportado temporales y borrascas, trombas inclementes, tempestades que en otras latitudes no habrían dejado ni una hoja en los árboles. Y ahora, después de mucho esperar, aquí y allá, en el jardín de la democracia empieza a retoñar el verde, el color de la esperanza que nos hace, en medio de las angustias y tensiones de todos los días, esperar confiados el regreso de la primavera.