Discursos

CÉSAR GAVIRIA TRUJILLO, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
SESIÓN DE APERTURA DE LA PRIMERA CONFERENCIA DE LA RED SOCIAL FISE-OEA

26 de octubre de 1994 - Quito, Ecuador


"Que a nadie le quepa duda que el instrumento más expedito para racionalizar y multiplicar los recursos humanos y técnicos con los que cuenta la región es la cooperación horizontal. De allí el que tengamos que estructurar, con un claro sentido de la prioridad, un programa de cooperación que nos obligue a trabajar en un número limitado de frentes de acción, y que responda a los problemas más críticos de las naciones más necesitadas".

Quiero agradecerle al Señor Presidente del Ecuador, don Sixto Durán Ballén, tanto su amable invitación a participar en este acto inaugural que me permite compartir el podio con él y con otro buen amigo, el ex-Presidente de Chile, don Patricio Aylwin, como el muy significativo hecho de estar realzando, con su presencia e interés, las importantes deliberaciones que habrán de realizarse aquí durante los próximos días.
En esta ocasión, Quito sirve de escenario ideal para el intercambio de experiencias nacionales en diversos aspectos de lo que denominamos la política social. Además, hace las veces de insustituíble caja de resonancia de lo que sucederá en este encuentro, que tiene la virtud de ser preparatorio de la trascendental Cumbre Social que tendrá lugar en Dinamarca el año entrante. Gracias al Presidente Durán y gracias a esta ciudad por su hospitalidad sin par.
Quiero iniciar mis palabras de hoy haciendo un reconocimiento del indudable avance que, en materia de transformaciones económicas, han hecho las Américas durante los años anteriores. Y tanto más significativo resulta dicho esfuerzo en cuanto que los diferentes gobiernos han tenido la fortaleza y la visión de tomar, a lo largo de los últimos años, decisiones difíciles e incluso valerosas. La desregulación, las privatizaciones de algunos activos públicos, el redimensionamiento del Estado, las notables reducciones arancelarias o la apertura a la competencia internacional -para mencionar tan solo algunos ejemplos notables- han sido todos asuntos que han generado fuertes resistencias al interior de muchas naciones que, solo a través de férreas demostraciones de sostenida voluntad política, han logrado imponerse para beneficio de nuestros pueblos.
Pero aún luego de haber hecho tránsito la reforma económica en prácticamente todo el Hemisferio, existen quienes, sin razón alguna diferente a un cierto sesgo o prurito ideológico, continúan echando la culpa de la pobreza, de la marginalidad y de las desigualdades persistentes en nuestros países, al modelo económico que hemos seguido.
Olvidan ellos, en primer término, que América Latina y buena parte de las naciones del Caribe tenemos por detrás una vieja tradición de pobreza. Es preciso tan solo mirar hacia atrás en la historia para verificar que hemos sido pobres desde los albores de nuestras respectivas nacionalidades. Y en segundo término, olvidan también los estragos generados en la región por la crisis de la deuda, algunos de los cuales tienen aún vigencia, y que, en general, significaron una caída dramática del producto y, por ende, del ingreso por habitante.
La reforma económica no es, pues, la culpable de la pobreza. Pero es preciso también reconocer que el ajuste tampoco traerá, por sí mismo, el bienestar y la prosperidad que deseamos brindar a nuestras gentes. Por años, los temas económicos han ocupado un lugar preponderante de nuestras preocupaciones políticas. Llevamos bastante tiempo -quizás demasiado- pensando en cómo sanar nuestras economías y ello, lógicamente, ha debilitado al Estado y ha significado un deterioro notable de su capacidad institucional y financiera para hacer política social. Es paradójico pero cierto: El ideal del buen Estado debería ser la razón de ser de la política. Pues en muchas de nuestras naciones, el ideal de la buena economía ha pasado a ser la razón última de la política, y eso tiene que cambiar.
Las preguntas pertinentes ahora son: Cómo enderezamos esto? Cómo acampásemos el cambio económico con el cambio político? Cómo fortalecemos nuestros Estados a la vez que robustecemos nuestros aparatos productivos, de manera que los beneficios económicos puedan favorecer a la gente a través de la política social?
Y a este respecto quiero reconocer el esfuerzo que está adelantando nuestro anfitrión el Presidente Durán Ballén, quien fuera de haberse movido en lo económico en la dirección correcta, está además promoviendo el cambio constitucional en este país. Quizás no exista mejor manera de contribuir al mejoramiento de las condiciones de vida de la población, que acompasando el ajuste económico —tan necesario— con transformaciones políticas tendientes a legitimar y fortalecer, tanto cuanto sea posible, el Estado democrático.
Es preciso volver, repito, a la idea de que el Estado debe ser la preocupación central de la agenda política en nuestros países. Y en adelante es preciso evitar que, al interior de los Estados mismos, existan sectores modernos y sectores rezagados. Me explico: durante años los recursos de la banca multilateral se dirigieron primordialmente a la financiación de proyectos de infraestructura. El resultado, la existencia en nuestros Estados de unas burocracias más modernas y eficientes —aquellas relacionadas con el desarrollo económico— que aquellas relacionadas con el desarrollo social.
Pero a esta debilidad casi prehistórica del Estado en lo social debemos oponer toda nuestra capacidad creativa y dedicarla a su desarrollo institucional. Por fortuna, entidades como el Banco Mundial y el BID han dado un giro fundamental a su política crediticia, comprometiendo la mitad de sus recursos para el fortalecimiento de las redes en salud y en educación, y para la vigorización del Estado democrático, por medio de programas de apoyo, entre otros, a los sistemas de administración de justicia. Pero adicionalmente, del intercambio fructífero de experiencias nacionales a que está destinada esta Conferencia de la Red Social, habremos de sacarles provecho a aquellos sistemas que han dado a la inversión privada, nacional y extranjera, una mayor responsabilidad en la construcción de la infraestructura física moderna que nuestros países requieren para su desarrollo económico.
Cada día se hace más claro que el Estado debe ser regulador, debe abrir espacios para la inversión privada en condiciones competitivas, y debe abandonar la pretensión, imposible de cumplir, de financiarlo todo. El Estado debe así liberar recursos que le permitan hacer más y, sobre todo, mejor política social.
Y por qué hablo de más y mejor política social? Simple y llanamente porque es justo reconocer que, a pesar de que nuestros Estados han hecho grandes esfuerzos por hacer política social efectiva, no siempre han tenido, por la debilidad institucional o por la forma como se ejecutaban los recursos, los resultados deseados. A veces por falta de claridad de diagnósticos o de propósitos, y a veces por ineficiencia o corrupción, grandes sumas se quedaban enredadas en la burocracia sin llegar a la gente.
Hoy las cosas han empezado a cambiar. De los tradicionales subsidios a la oferta hemos pasado a considerar mejor crear sistemas de subsidio a la demanda. Ya los Estados, por ejemplo, en vez de construir vivienda, otorgan a las familias sumas de dinero para que ellas busquen su solución de un catálogo amplio de opciones que les ofrece un sector privado estimulado a urbanizar. Ya los Gobiernos, por ejemplo, no necesariamente mantienen colegios. Ahora otorgan becas a los estudiantes para que ellos mismos escojan el plantel, público o privado donde quieren estudiar. En fin, ya no es necesario anteponer entre el Estado y la gente enormes burocracias con apetito insaciable para solucionar las necesidades insatisfechas de la población en materia de desarrollo social.
Pero quizás lo más importante que hemos aprendido en los últimos años, lo cual debe reflejarse y fortalecerse en desarrollo de esta conferencia de la Red Social, es a establecer un mejor marco para la relación entre el Estado y la sociedad civil, que le permita a aquel ayudar verdaderamente a las comunidades a organizarse, a salir de la pobreza, y a aprovechar las oportunidades de realización personal y colectiva que se les presentan con el crecimiento económico. Para ello, estamos obligados todos a sofisticar nuestra aproximación a lo social, comprendiendo que la satisfacción de las necesidades insatisfechas de la gente no siempre se puede realizar con un enfoque sectorial o meramente poblacional. Es preciso afinar el pincel y llegarles, con ayuda de la focalización —para tan solo mencionar a los grupos más relevantes— a las madres jefes de hogar, a los niños desamparados, a los viejos, a los indigentes, a los indígenas, y a las minorías. Se trata de abandonar el paternalismo, pero reconociendo que los más vulnerables son quienes menos se pueden ayudar a sí mismos a salir adelante. Para ellos, nuestra mano solidaria debe servir de bastón.
Y es a este respecto que creo que la cooperación horizontal —esa forma de hacer cooperación que hoy nos reúne y que va a ser el tema de discusión de los próximos tres días— debe en adelante jugar un papel fundamental. Que a nadie le quepa duda de que el instrumento más expedito para racionalizar y multiplicar los recursos humanos y técnicos con los que cuenta la región es la cooperación horizontal. De ahí que tengamos que estructurar, con un claro sentido de la prioridad, un programa de cooperación que nos obligue a trabajar en un número limitado de frentes de acción, y que responda a los problemas más críticos de las naciones más necesitadas.
En una región tan diversa y llena de contrastes como lo es América Latina, y con tantos y variados problemas, el intercambio de experiencias resulta siempre útil y enormemente productivo. Nuestras naciones contrastan por su multiplicidad social, étnica y cultural. Contamos con Estados poderosos y otros que lo son menos; con ciudades modernas y otras que presentan innegables grados comparativos de atraso; con zonas que nunca han experimentado situaciones de violencia y con otras que parecen haber vivido todos los conflictos imaginables; con economías modernas y otras en las cuales apenas se ponen en marcha procesos de ajuste.
Debemos evitar a toda costa aproximarnos a esta diversidad como a una gran barrera; por el contrario, hemos de percibirla como la más grande ventaja con que contamos para construirle a nuestros pueblos un futuro digno, próspero y pacífico. Por eso estoy seguro de que una cooperación más intensa y más dinámica entre nuestros pueblos, será componente decisivo de los esfuerzos que dediquemos a promover el desarrollo social igualitario en el que estamos empeñados.
Hasta hace poco representé los intereses de Colombia, mi país. Hoy represento los de la comunidad de naciones del Hemisferio que, mediante el multilateralismo renovado que le cabe desplegar a la OEA, aspira a encontrar solución a las desigualdades y la desesperanza de tantos de nuestros compatriotas de las Américas.
Distinguidos amigos:
Vivimos momentos emocionantes. Vivimos tiempos de renovación y de esperanza. Vivimos momentos en que nuestra voz unida puede resonar en el concierto internacional si actuamos con pragmatismo y con visión de futuro. Atrás la década perdida, tenemos por delante los años de las oportunidades. No los desaprovechemos y juntemos nuestros esfuerzos para entregarles, unidos, una nueva América a nuestros hijos.