Discursos

CÉSAR GAVIRIA TRUJILLO, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
INSTALACIÓN DE LA CONFERENCIA REGIONAL SOBRE MEDIDAS DE FORMENTO DE LA CONFIANZA Y LA SEGURIDAD

8 de noviembre de 1995 - Santiago, Chile


"Hoy existe una constelación de temas comunes que tienen el potencial de convocar la acción colectiva y multilateral. Hay nuevas amenazas a la paz, a la estabilidad de las democracias y a la seguridad que no son de carácter tradicional. El terrorismo internacional, el tráfico de drogas, las actividades delictivas transnacionales, el deterioro de la seguridad ciudadana, los refugiados, la inmigración ilegal, el tráfico de armas y la explotación ilícita de recursos naturales, son temas que deben llevarnos hacia la creación de una agenda conjunta para la seguridad cooperativa".

En primer lugar quiero agradecer al pueblo chileno, al Presidente Frei y al Canciller Insulza, por la generosa hospitalidad que le han brindado a la Organización de los Estados Americanos y a todos los participantes en este encuentro. Chile es hoy un vivo ejemplo de lo mucho que puede alcanzar nuestra región cuando se logra un firme consenso nacional en torno a la defensa de la democracia y de una estrategia eficaz de desarrollo económico. La libertad y la prosperidad van de la mano en estas tierras. A las gentes y la democracia de Chile les hago llegar el testimonio de admiración y de solidaridad de todas las Américas.
La Conferencia Regional sobre Medidas de Fomento de la Confianza y de la Seguridad, que hoy se instala, representa un significativo avance para el Sistema Interamericano. No tengo duda que de este evento surgirán los elementos que habrán de nutrir una nueva visión de la seguridad hemisférica.
Por primera vez desde el fin de la Guerra Fría, y después de meses de intenso trabajo, nos encontramos reunidos para tratar en un ámbito político e interamericano los asuntos de la paz y de la seguridad. Hasta aquí hemos llegado gracias al esfuerzo y al interés demostrado por todos los países miembros, pero quisiera destacar las contribuciones del Embajador Araujo Castro, representante de Brasil y actual presidente de la Comisión Especial que trata estos temas; del Embajador Patiño Mayer, anterior representante de Argentina en la Organización, y del Embajador Vargas Carreño, representante del país anfitrión y uno de los hombres sabios en temas interamericanos.
Ya nadie duda que estamos en un mundo nuevo. El final de la confrontación Este-Oeste, la desaparición del autoritarismo y la dictadura en América Latina, la superación de muchos de los conflictos internos, la integración económica, el tránsito a la democracia, son algunas de las principales manifestaciones de los tiempos que corren. Ese contexto emergente nos ofrece la oportunidad de avanzar constructivamente en la búsqueda de nuevas modalidades de cooperación para consolidar la paz y la seguridad en el Hemisferio.
Pero como siempre ocurre cuando se presentan oportunidades, si no se tiene la disciplina para estudiarlas y la voluntad de aprovecharlas no pasarán de ser una ilusión perdida. De ahí el valor que tiene esta conferencia. Es un testimonio de que los países de las Américas no quieren dejar pasar esta coyuntura histórica sin avanzar en la creación de un marco para las relaciones político-militares interamericanas, capaz de traducir en realidades concretas las promesas que encierra el surgimiento de un nuevo orden internacional.
De otra parte, un cambio tan profundo de los parámetros del sistema internacional además de oportunidades genera desafíos. El fin del comunismo no ha significado la desaparición de la confrontación, de las amenazas o de la guerra. Todos los días se observan eventos y situaciones adversas que nos recuerdan que aún estamos lejos del fin de la historia. Esa combinación de nuevas oportunidades y de retos previamente desconocidos hacen ineludible la tarea de repensar nuestra aproximación, tanto nacional como colectiva, a la defensa y la seguridad.
El principal obstáculo que enfrentamos en la redefinición de la agenda y de la institucionalidad para la seguridad hemisférica es la gran distancia que existe entre las circunstancias del pasado y las realidades del presente.
El mundo occidental, por más de cuarenta años, tuvo en el bloque soviético y en el comunismo un enemigo estratégico e irreconciliable. Durante cuarenta años no hubo mucho margen para la confusión. Existía una amenaza claramente definida con la capacidad no solo de afectar la seguridad de un país, sino de poner en riesgo la supervivencia física y política de todo el Hemisferio. Esto creó un contexto altamente riesgoso, pero al mismo tiempo bastante simple. Todos sabíamos cual era el enemigo.
Desde la segunda posguerra hasta hace unos pocos años la contención externa e interna del comunismo se convirtió en el principal objetivo estratégico de la seguridad hemisférica y de la defensa nacional. La aparente magnitud de esa amenaza llevó a que otros valores y objetivos, tales como la protección de los derechos humanos, la preservación de la democracia e incluso el respeto a la soberanía nacional y a la vigencia del derecho internacional, se subordinaran a la ineludible jerarquía del miedo.
Y en ese contexto no era difícil forjar alianzas y principios comunes. Nadie se atrevía a quedarse solo. No había mucho espacio para la diversidad. Se era amigo o enemigo.
La gran paradoja es que la bienvenida desaparición del comunismo como la amenaza fundamental ha creado una crisis conceptual en el pensamiento estratégico. Los inmensos beneficios que brinda la desaparición de la confrontación Este-Oeste son incuestionables. Pero desde el punto de vista de la discusión de la seguridad hemisférica y de las doctrinas militares ese escenario ha creado bastante confusión.
Estamos viviendo una transición del "viejo orden" con un sistema obsoleto de valores, de estrategias y de políticas, a uno distinto que hasta ahora empezamos a vislumbrar. Algunos creen que es mejor dejar que el pasado se diluya suavemente permitiendo que sean los acontecimientos los que vayan determinando, casi que por generación espontánea, los acomodos que exigen las actuales circunstancias. Otros defienden la necesidad de "tomar el toro por los cuernos" y mediante un vigoroso ejercicio de liderazgo multilateral construir una nueva agenda hemisférico de seguridad para el siglo XXI.
Yo me encuentro entre los segundos. Me parece que si América Latina y el Caribe se abstienen de asumir un papel protagónico en la definición de los nuevos valores, parámetros e instituciones para la seguridad futura del Hemisferio, estos no reflejarán adecuadamente sus aspiraciones y prioridades. La garantía de que el sistema que emerja de las ruinas de la Guerra Fría va a ser equilibrado y coincidente con los intereses colectivos está en que todos los actores interamericanos participen activamente en su diseño e implementación.
Aun que reconozco que existe una cultura de la desconfianza, generada por las inmensas asimetrías que conviven en el Continente, al igual que por las cicatrices que han dejado los episodios pasados de unilateralismo, es indispensable colocarse por encima de estas circunstancias para aprovechar la actual coyuntura histórica. No por darles la espalda, los problemas desaparecen. Si nos negamos a construir de manera deliberada un nuevo sistema ordenado y transparente para la seguridad hemisférica, este surgirá de todas maneras, pero como un esquema ad hoc, lleno de incertidumbre, sin parámetros predecibles, sin normas de comportamiento, sin controles y balances.
Es por ello que ejercicios como esta Conferencia de Medidas de Fomento a la Confianza y la Seguridad y la Cumbre de las Américas y los encuentros que Ustedes acuerden llevar a cabo en el futuro próximo tienen una vital importancia. Son todos pasos en ese empeño de reflexión colectiva que habrá de llevarnos hacia una nueva definición de esa nueva agenda para el sistema interamericano de seguridad. Sin prisa, pero sin pausa debemos seguir avanzando. Es así como conviene seguir evaluando la discusión para definir el momento apropiado de realizar una Conferencia Hemsiférica sobre Seguridad.
Hay algunos hechos fundamentales que configuran el nuevo escenario estratégico y que deben servir de base para ese necesario análisis. Permítanme hacer un apretado recuento.
En primer lugar, y es el más obvio como ya lo señalamos, la desaparición del comunismo como amenaza. En segundo lugar, la menor vulnerabilidad y la reducción en la propensión al conflicto como resultado de la convergencia de intereses y valores de los países. Ello es así porque el regreso de la democracia en el Hemisferio por lo general ayuda a garantizar un clima de seguridad y de cooperación militar. Aun cuando no es una regla inexorable, los Estados democráticos tienden a resolver sus conflictos pacíficamente.
Y, tercero, los fenómenos como el crimen organizado, el terrorismo internacional, el tráfico de drogas, la proliferación de armas en manos de grupos delincuenciales civiles, por ejemplo, se han convertido en fuente central de amenazas a la seguridad regional. Estos comportamientos son enfrentado por todos los países sin excepción y poseen una dinámica que se proyecta más allá de las fronteras nacionales.
En síntesis, el nuevo pensamiento estratégico debe asumir un entorno hemisférico menos conflictivo, naturalmente inclinado a la cooperación, en el que el acuerdo sea la base para la acción multilateral, donde se unan esfuerzos para combatir a los enemigos comunes y en el que los intereses nacionales y los valores democrático convergen para crear una ética que aglutine a todos los miembros de la comunidad de las Américas.
Siendo así, y aun cuando no se ha formalizado política o jurídicamente, se podría decir que en las discusiones hasta ahora realizadas ha venido surgiendo un consenso sobre los principios que sustentarían una nueva doctrina de seguridad para las Américas.
¿Cuál concepto de seguridad es aplicable a ese nuevo entorno para aprovechar sus posibilidades y maximizar su potencial para la paz? En el concierto americano se ha venido trabajado en este tema. Muchos han sugerido que el nuevo principio rector debe ser la seguridad cooperativa, cuyo objetivo principal es la creación de unas condiciones de seguridad cuya estabilidad dependa de la confianza mutua, de la regulación de la capacidad militar y de la predictibilidad de las acciones de todos los participantes.
En ese contexto la capacidad militar estaría legítimamente restringida a proteger el territorio nacional, el sistema constitucional y los derechos ciudadanos; las fuerzas tendrían una clara configuración defensiva; existiría plena transparencia sobre las intenciones pacíficas de los Estados Americanos sin duda están llamados a asumir con energía el liderazgo para desarrollar los consensos indispensables, dentro de una concepción de seguridad cooperativa, a fin de construir verdaderas estrategias interamericanas que permitan derrotar a los nuevos enemigos de nuestras democracias. Este sin duda uno de los principales aportes del Plan de Acción que surgió de la Cumbre de las Américas. Ya tenemos una columna vertebral sobre la cual edificar esa nueva visión.
Algunos de estos "nuevos temas" no solo son amenazas en si mismos. En algunos casos también encierran el peligroso potencial de convertirse en factores de tensión bilateral o de controversia entre diferentes grupos de países, si no logramos una convergencia real sobre los objetivos, las políticas y los métodos para enfrentar estos desafíos. No basta con que, por ejemplo, el narcotráfico o la inmigración ilegal sean problemas que preocupan a todos para que surja automáticamente un consenso multilateral sobre cómo enfrentarlos.
Hay que dedicar muchas energías para tener una visión colectiva y multilateral sobre dichos asuntos no solo porque eso hace los esfuerzos más eficaces sino porque evita discrepancias y tensiones entre los países miembros.
Adicionalmente hay que introducir en las discusiones sobre seguridad hemisférica la perspectiva que han aportado varias delegaciones del Caribe en cuanto a las necesidades particulares que tiene esa subregión en materia de defensa y lucha contra las nuevas amenazas. Sin duda la magnitud de los recursos del crimen organizado y del terrorismo internacional son suficientes para constituirse en una amenaza a la propia supervivencia de las democracias insulares. Es por ello que desde la OEA debemos trabajar estrechamente con las delegaciones del Caribe y con el CARICOM para encontrar mecanismo innovadores que ofrezcan una solidaridad real y unos instrumentos colectivos capaces de mejorar la seguridad de este grupo de naciones.
Hasta ahora nos hemos centrado en la discusión de los temas que afectan o promueven la confianza y la seguridad entre los Estados. Pero existe un tema igualmente trascendental para asegurar que tendremos un Hemisferio en paz y en democracia. Me refiero a las relaciones entre la sociedad civil y los militares. Y si de medidas de confianza se trata, no debemos olvidar las que es necesario implementar para mejorar la credibilidad y el arraigo de las fuerzas militares en la conciencia de las gentes.
Es necesario que trabajemos para que el diálogo entre civiles y militares sea más fluido y constructivo. La democracia debe aprender que necesita de sus militares y que ellos son ante todo una garantía constitucional esencial para la integridad territorial, para la protección de los derechos y las libertades ciudadanas y el Estado.
A su vez, los militares deben entender de una vez y para siempre que no habrá estabilidad o seguridad posibles sin su estricta subordinación al poder civil y al régimen constitucional que debe así consagrarlo. No hay ejército alguno que pueda reemplazar la seguridad y la estabilidad que provee una democracia legítima, eficaz y participativa.
Las instituciones armadas deben abrir espacios cada vez mayores para que la sociedad participe en la discusión y diseño de las políticas de defensa nacional, y para que la búsqueda de la seguridad, la paz y la tranquilidad sea ante todo un propósito conjunto de todos los sectores.
Para terminar quiero señalar algunas conclusiones muy simples sobre el estado en que se encuentra el debate y el proceso de construcción de un nuevo concepto de seguridad hemisférica.
Primero, el Hemisferio no posee todavía una agenda de seguridad los suficientemente refinada capaz de reemplazar en la práctica y de manera explícita, las orientaciones que se impusieron durante la Guerra Fría. Aun cuando hemos avanzado en identificar cúales son los valores y los fundamentos de una nueva visión estratégica, sería excesivo afirmar que hemos logrado un consenso aceptado o aceptable para todos.
Segundo, a diferencia del pasado donde la agenda de seguridad sólo tenía como prioridad la lucha contra el comunismo, hoy encontramos un espectro mucho más amplio de temas comunes. El fomento de la confianza, la resolución pacífica de las controversias y la lucha contra las nuevas amenazas, son ejemplos de los asuntos que sin duda convocan el interés de todos los países. Pero la realidad es que aún estamos lejos de haber llegado a un consenso sobre objetivos, políticas e instrumentos para la cooperación multilateral en esos frentes.
Tercero, no se puede asumir que la democratización de América Latina es irreversible. Por lo tanto una de las tareas esenciales de la seguridad hemisférica en las próximas décadas va a ser no solo la preservación y la defensa de la democracia, sino también el estímulo a su fortalecimiento a través de medidas políticas, económicas y sociales.
Aun no existe un acuerdo sobre hasta dónde pueden llegar y qué forma deben tomar los esfuerzos colectivos para defender las democracias en peligro. Esta es una área de discusión que aun cuando sensible tampoco debemos eludir, pero bajo cualquier circunstancia debe ser tratada en el marco del pleno respeto al derecho internacional.
Cuarto, el diseño de una nueva visión estratégica para el Hemisferio va a ser una tarea compleja. La simple sustitución de una definición de amenaza, el comunismo, por otra, llámese por ejemplo las drogas, la inmigración ilegal o el terrorismo, no es suficiente para proveer las respuestas que se requieren para construir una verdadera empresa común.
Quinto, que quizás es lo más importante, nunca antes había existido una ventana de oportunidad tan clara para transformar las relaciones político-militares en el Hemisferio de manera que reflejen verdaderamente los intereses colectivos. Nuestra seguridad antes era una consecuencia derivada de los acontecimientos mundiales. Ahora tenemos la oportunidad de definir nuestro propio destino construyendo una agenda común de seguridad al servicio de nuestros propios valores.
He hecho este recuento franco de las posibilidades y de los obstáculos que debemos superar parar llegar a una nueva visión de seguridad porque estoy convencido de que la mejor manera de avanzar es identificando con precisión —para superarlo— todo aquello que se atraviesa en el camino de la realización de nuestros propósitos comunes.
Señor Presidente, Señores Ministros, Señores Embajadores, Señores Delegados y amigos:
Esta Conferencia sobre Medidas de Fomento de la Confianza y de la Seguridad es un hito en la historia del sistema interamericano. Aquí los países miembros se han reunido para recomendar el conjunto de acciones que bilateral, regional y multilateralmente debemos adoptar para asegurar la paz y la tranquilidad ciudadana. Eso de por si es ya una significativa contribución.
Pero su alcance va más lejos. Con el simple hecho de iniciar este diálogo, se ha empezado a transitar el camino que nos habrá de llevar a una visión de la seguridad cooperativa que convoque sin excepción la solidaridad y el interés de todos los pueblos de América.