Discursos

CÉSAR GAVIRIA TRUJILLO, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
DIALOGO DE LAS AMÉRICAS DEL PROGRAMA DE ESTUDIOS LATINOAMERICANOS DE LA UNIVERSIDAD DE RUTGERS

7 de noviembre de 1996 - New Jersey


Quiero agradecer, en primer lugar, la invitación que me hiciera el escritor Tomás Eloy Martínez, Director del Programa de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Rutgers, para hablar ante ustedes en este Diálogo de las Américas que organizado como lanzamiento del programa. Es difícil imaginar un mejor escenario para llevar a cabo una reflexión sobre los temas de este diálogo que Rutgers, verdadero cruce de caminos de la vida intelectual del este de los Estados Unidos.

Durante dos días trabajarán ustedes en dos temas principalmente. El primero es fascinante: "Poder y Medios de Comunicación". El segundo constituye un verdadero reto académico, intrincado y difícil: "Grupos Alternativos de Presión de Fin de Siglo". Dada la complejidad y la importancia de ambos campos de estudio, yo quisiera intentar una breve introducción a ellos, más con la modesta intención de dejar algunas preguntas sobre la mesa que con la pretensión de entregarles las respuestas acostumbradas.

Tienen ustedes la fortuna de contar con la presencia de nuestro buen amigo, el escritor mexicano Carlos Fuentes. No lo digo sólo porque me asista la convicción de que sus palabras los acompañarán a ustedes durante muchos días y quizás durante el término del programa de estudios latinoamericanos. Lo digo porque pocos escritores han logrado desentrañar como él las raíces de lo que constituye nuestra identidad y nuestra cultura como latinoamericanos, así como los puentes que nos unen y los obstáculos que nos separan a latinoamericanos y anglosajones en este hemisferio.

En la coyuntura histórica que vive la América Latina, no es posible exagerar la importancia del papel que juegan y jugarán los medios de comunicación. Permítanme que trate por un momento este tema de vital importancia.

Poder y comunicación son dos elementos de una misma ecuación. No hay poder sin comunicación y no hay comunicación que no conlleve alguna manifestación de poder. No es posible imaginar un escenario distinto, un mundo en el que comunicación no sea equivalente a poder y en el que el poder no requiera per se a la comunicación.

Lo que ocupa nuestro interés, sin embargo, es la manera como se relacionan hoy en día los medios de comunicación y las distintas fuentes o manifestaciones de poder. Sólo así podemos desentrañar los mecanismos que nos permitirán asegurar el ejercicio pleno de la libertad de prensa así como el fortalecimiento de la democracia en nuestros países.

En esta relación dialéctica, no hay duda de que los medios de comunicación han afectado y afectan de manera diaria al poder, sea éste político, económico o social, y aún militar. Y es evidente que el poder ha modificado de tal manera a los medios de comunicación que no hay discusión más relevante en la vida cotidiana de los periodistas y comunicadores que su actitud y responsabilidades frente al poder.

Hace un tiempo, teníamos a mano un buen paradigma para explicar la manera como se afectaban los unos a los otros. Los medios de comunicación eran una parte importante del poder y los vasos comunicantes entre éstos y el poder político o económico en una sociedad eran tantos y tan claros que los medios cumplían una tarea adicional, además de informar: la de defender unos intereses específicos. Hoy esto ha cambiado y, aunque es frecuente encontrar dirigentes que no comprenden la naturaleza independiente de los medios de comunicación y que preferirían el trato conciliatorio de los tiempos de antes, en la madurez de esta relación encontraremos nuevas oportunidades.

Hoy el paradigma es la pretensión de independencia entre uno y otro. Esta relación, siempre dificil, me parece sin embargo más sana. Y no lo digo apenas como el periodista que alguna vez fui en el diario de mi ciudad, sino como alguien que ha visto a los medios de comunicación desde la orilla de la política por los últimos treinta años.

Los medios de comunicación tienen hoy dos criterios que los guían. El primero es el interés de sus lectores. A estos los medios deben información transparente, análisis y opinión. Y el segundo es el interés de sus accionistas, a quienes les deben rendimientos. Son intereses a veces contradictorios pero que, cuando se complementan, producen grandes resultados. Los diarios o noticieros de radio o de TV que logran ambas misiones, resultan admirables. Es una tristeza cuando sólo se logra lo primero y los dueños del medio se ven obligados a cerrarlo, como ocurrió hace poco en Nueva York con el célebre Newsday (?). Es también un lástima cuando sólo se logra lo segundo, es decir, cuando el medio en cuestión apenas genera utilidades sacrificando el oficio del periodismo.

No es posible hacer de la política lo que debe ser, es decir, un instrumento para transformar la realidad, para mover a una sociedad de donde está a donde debe estar, para buscar el bienestar general, si no se entiende la verdadera naturaleza de los medios de hoy. Sólo se puede movilizar a una sociedad y comunicar la esencia del debate interno que la conmueve y modifica con la ayuda de los medios de comunicación. Y sólo así, ejerciendo un liderazgo que compromete a los distintos sectores a través de los medios de comunicación se hace posible suscitar una reflexión sobre el destino de una nación o una comunidad de naciones.

En la coyuntura latinoamericana actual el tema cobra una nueva dimensión e importancia. Soy un convencido hoy de la importancia de la reforma económica que hemos adelantado en la mayoría de nuestros países, pero por razones que explicaré, creo que se hace necesario repensar a consciencia el papel del Estado en nuestros países y llevar a cabo, donde se hace necesario, algunas transformaciones políticas para darle una nueva legitimidad a nuestra base institucional. Nada de ello será posible sin los medios de comunicación.

Quiénes éramos hace unos años? Un puñado de países muy pobres, con recursos insuficientes para generar bienestar o riqueza o para crear nuevas fuentes de trabajo, con estructuras económicas monopólicas o, a los sumo, oligopólicas, diseñadas para proteger y enriquecer a unos pocos y con aparatos productivos atrasados. Algunos, azotados por la violencia. La mayoría, con Estados enormes, propietarios por la vía de la nacionalización, de empresas e industrias deficitarias, aerolíneas y bancos. No pocos, abrumados por el peso de la deuda externa. Y en general, ajenos a las riendas de nuestro propio destino a pesar de nuestra retórica xenófoba y proteccionista.

Fue necesaria la crisis de la deuda y la década pasada, que se conoció como la década perdida, para comprender la urgencia de la reforma económica. Hoy no es muy popular hablar bien de la reforma económica y no hay duda de que ésta no cumplió con todas las expectativas generadas, pero hacer un recuento del proceso histórico ayuda a comprender las razones por las cuales tal reforma era indispensable.

Qué reformamos? Todo. Abrimos nuestras economías y retiramos los subsidios a nuestros empresarios. Sometidos a la competencia y a la necesidad de llegar a nuevos mercados que abrían a su vez sus puertas, nos modernizamos y nos hicimos más eficientes. En algunos países se redujo el tamaño del estado mediante la venta de activos y empresas, mientras que en otros, se varió la presencia del estado en unos sectores hacia otros. Cambiamos nuestras leyes laborales y echamos para atrás décadas de populismo sindical. Modernizamos los sistemas de transporte, los puertos, las carreteras, los aeropuertos, la infraestructura energética, los sistemas de ejecución presupuestal en los sectores sociales. Dejamos atrás la pretensión de, por ejemplo, construir la totalidad de las casas de la política de vivienda popular y entregamos a la gente subsidios directos, para que adquiriera sus propias viviendas, construidas por el sector privado. En fin, ustedes conocen, mejor que yo, los detalles de la gran reforma económica que se llevó a cabo en la América Latina.

La reforma no fue, como ninguna reforma lo es, la panacea para todos nuestros males. Fue, en cambio, el remedio para un cáncer que nos destruía por dentro y con el cual estábamos abocados a la pobreza y el atraso. Pero la reforma no trajo en este corto tiempo bienestar ni riqueza ni significó por sí misma una mejor distribución del ingreso ni redujo los niveles de violencia. En la mayoría de los países, trajo consigo costos en crecimiento y en empleo y sólo hasta ahora se empieza a ver señales de nuevo crecimiento y de generación de empleo en algunos países.

Era fácil observar que con los niveles de crecimiento económico y de ineficiencia y corrupción por parte del Estado, no saldríamos jamás de nuestra crisis. Hoy sabemos que la reforma económica fue apenas un primer paso, trascendental sin duda, en la dirección correcta y que, para iniciar en firme un camino hacia unos mejores niveles de vida de nuestra población, tendremos que dar por lo menos tres pasos adicionales.

El primero es repensar el papel del Estado en nuestros países y llevar a cabo un debate inteligente y desapasionado sobre el tema.

El segundo es estudiar la necesidad de llevar a cabo una reforma política para darle una nueva legitimidad a nuestras instituciones democráticas.

Y el tercero, que suena a lugar común pero que está relacionado con el segundo tema de nuestra agenda de hoy, es devolverle poder a la gente.

Por qué se hace necesario repensar el papel del Estado?

Porque tenemos que llegar a un acuerdo, como de alguna manera se ha hecho aquí en los Estados Unidos, sobre aquellas cosas que el Estado hace bien y debe seguir haciendo, las que hace mal y debe dejar de hacer y las que hace mal pero debe seguir haciendo y por ende se requiere de mejorar la manera como las hace.

En Colombia, por ejemplo, el debate sobre la disminución del Estado no tiene relevancia. En realidad el Estado colombiano no había crecido tanto como otros en la región. Constituía apenas un 18% a 20% del Producto Interno Bruto. Luego de los procesos de desburocratización, privatización de empresas estatales y modernización del Estado, lo único sensato parece ser aumentar el tamaño del Estado invirtiendo en aquellos sectores donde la presencia estatal es y seguirá siendo indispensable: la justicia, la seguridad ciudadana, el orden público, los sectores sociales.

Traigo este ejemplo porque mucho se ha hablado de lo que la reforma económica no ha alcanzado achacándole a la reforma estructural de nuestras economías males que no son suyos sino de una concepción sobre la función del Estado. En América Latina, el Estado tiene y seguirá teniendo enormes obligaciones y a pesar de su ineficiencia tradicional, nuestro empeño no debe centrarse en disminuir su tamaño sino en modernizarlo, en sacarlo de donde no debe estar, en mejorar sus mecanismos de funcionamiento.

Todos ustedes verán durante sus carreras en los próximos veinte años un debate importante sobre el papel del Estado. Ninguno de ustedes será ausente a ese debate. Desde las artes o la ciencia política, el periodismo o la economía, la antropología o la historia, deberán participar y debatir este asunto que tendrá graves e importantes repercusiones en nuestras vidas individuales y colectivas.

El segundo paso que algunos países deberán emprender es el de la reforma política.

No hay duda de que la legitimidad institucional en muchos de los países de América Latina es debil y que sólo mediante una verdadera apertura política y la modernización de las distintas ramas del poder público será posible hacerle frente a los retos de los tiempos actuales.

Pienso que no hay mejor reto para la nueva generación de liderazgo que éste. Ustedes lo han oído mil veces, aquello de ser el futuro y el mañana y la esperanza. Se los han dicho los profesores y los directores, y cada persona que toma un papel y empieza a leerlo frente a ustedes. Pues bien, es dramáticamente cierto. Ustedes son el futuro y la reforma política será el denominador común de los próximos veinte años en la América Latina. Ese será el escenario en el que ustedes tomarán o no la decisión de participar activamente en la política o en la vida pública y el marco conceptual y político en el que se moverán los años más interesantes de sus vidas.

Este está relacionado con el último de los tres pasos que deberán complementar lo iniciado por la reforma económica y tiene que ver de alguna manera con el segundo gran tema que tratará ustedes en estos dos días. Se trata de devolverle poder a la gente.

La única manera de fortalecer verdaderamente nuestras democracias y apuntalar finalmente la gran reforma de finales del siglo XX es dando el paso de la democracia representativa a una verdadera democracia participativa. No hay un sólo país donde la gente no esté pidiendo a gritos mecanismos e instrumentos para participar en las decisiones de su coletividad. No basta con la representación tradicional de la dirigiencia política: la gente quiere participar.

El gran sentido de la reforma económica ha sido el de hacer más eficaz la acción del Estado, utilizar de manera transparente los recursos que la gente alega mediante el pago de impuestos y eliminar todas aquellas distorsiones que atentaban contra el individuo en un mercado monopólico y protegido estimulando la competencia. A su vez, el sentido último de la reforma política es el de recuperar la legitimidad de las instituciones, el respeto que deben sentir los ciudadanos por ellas, y sin duda el de devolverle poder a cada individuo dentro de la sociedad para que pueda hacerle frente a la arbitrariedad y hacerse partícipe de su actividad diaria.

Repito que hoy sabemos que la reforma estructural de nuestras economías fue indispensable pero que no puede por sí sola resolver los problemas que nos acechan desde el comienzo de nuestra vida republicana. Me refiero, sobre todo al uso de la violencia para la defensa de objetivos políticos, al crecimiento de las organizaciones criminales del narcotráfico y a su inmenso poder de corrupción, y en general a todo aquello que aún nos impide entregarle bienestar, justicia social y paz a nuestra gente. Para resolver estos males deberemos abrir nuestras sociedades, modernizar nuestras estructuras políticas y hacer eficientes a nuestros estados.

Será en un escenario de transparencia en la controversia política y de profesionalización de la actividad pública donde la tensión entre medios de comunicación y poder político encontrará un nuevo escenario, más constructivo y respetuoso que el que aún se encuentra, infortunadamente, en algunos de nuestros países en América Latina. Y será en un ambiente de respeto a la participación popular donde la sociedad civil encontrará los medios para reforzar, que no reemplazar, la actividad que el Estado lleva a cabo.

Amigos del Programa de Estudios Latinoamericanos:

Yo soy un optimista. No de nacimiento. Soy un optimista que ha forjado su esperanza en el futuro en la realidad, en el combate cotidiano entre los sueños por una sociedad mejor o una comunidad americana de naciones verdaderamente integrada, con la enorme dificultad que implica su puesta en práctica.

Yo creo que es posible encontrar un destino mejor para la América Latina pero estoy convencido que no nos llegará con el trabajo de la retórica o sacando a relucir nuestros antiguos resentimientos. Sólo seremos dueños de nuestro propio destino cuando seamos capaces de mejorar en verdad las condiciones de vida de nuestra gente y cuando iniciemos un diálogo entre iguales con las demás naciones del mundo.

Carlos Fuentes y Tomás Eloy Martínez, para darles un par de ejemplos a la mano, nos han demostrado que la cultura, el pensamiento y la imaginación, son también armas a nuestra disposición para re-crear nuestras relaciones con las demás naciones del mundo, y especialmente con los Estados Unidos.

Sólo si seguimos ese ejemplo pero en todos los campos del conocimiento, en las ciencias y en las artes, en la política y en la economía, podremos encontrar en algunos años una América Latina en la que el progreso, la educación, la seguridad, la paz y el bienestar, no sean el privilegio de unos pocos sino el común denominador de unas sociedades que crecen sanamente.

Yo por mi parte tengo la seguridad de que ustedes, que tienen el privilegio de estar aquí, observando a la América Latina de manera sistemática pero a la vez desprevenida, nos ayudarán muy pronto a descubrir nuevas llaves y nuevas puertas para encontrar nuestro destino.