Discursos

CÉSAR GAVIRIA TRUJILLO, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
INSTALACIÓN DE LA XXVII ASAMBLEA GENERAL

1 de junio de 1997 - Lima, Peru


En nombre de la Organización de los Estados Americanos quiero darle las gracias a usted, señor Presidente Alberto Fujimori. La cariñosa bienvenida que nos ha dado el pueblo limeño nos ha permitido experimentar a quienes hemos venido de otras latitudes, el carácter hospitalario de esta ciudad que hace sentir al visitante como en su propia casa. "Ciudad cordial, amable, acogedora, sin odios, sin envidias, sin recelos", así describió un poeta a esta urbe que está en el corazón de todos los americanos.

Sea esta la ocasión para expresar nuestra admiración y también nuestro beneplácito al saludar al canciller Francisco Tudela, personificación del heroísmo y la dignidad con la cual un puñado de civiles indefensos resistieron de manera estoica los embates del terrorismo. La comunidad hemisférica registra que esos episodios recientes no son más que una cicatriz en el cuerpo de una nación que crece día a día y mira con confianza hacia el mañana.

Con usted a la cabeza, señor Presidente, el Perú ha demostrado que ningún grupo armado pudo ni podrá secuestrar los destinos que el pueblo y el gobierno peruano se han venido forjando con tanto esfuerzo y sacrificio. La acción de las autoridades dejó claro hace unas semanas que un acto aislado no podía menoscabar los significativos logros obtenidos en estos años para desmantelar grupos armados y bandas criminales que se habían entronizado hasta límites inconcebibles en la vida de su país.

Y estos sucesos han servido para recordarnos a todos la magnitud e importancia del proceso que ha vivido el Perú desde su elección en 1990. Desde ese entonces, su trabajo incesante, la acción decidida de su gobierno y el esfuerzo y sacrificio de todos los peruanos, permitieron doblegar el terrorismo, reencontrar la estabilidad económica y conseguir la reinserción de Perú en el sistema financiero internacional, elementos que han traído un período de estabilidad política y económica y que han abierto un camino de oportunidades y esperanzas. Se encuentra usted adelantando una segunda fase de reformas que buscan un mayor desarrollo económico y una vigorosa inversión en los sectores sociales, como puntales del gran esfuerzo que su gobierno realiza en la lucha contra la pobreza.

El valeroso proceso de cambio del Perú es una comprobación más de que en las Américas sigue soplando un viento renovador. Si bien es cierto que el continente enfrenta todavía viejos y complejos desafíos, las perspectivas de este son más amplias que nunca. A ello han contribuido diversos elementos, entre los cuales puedo mencionar la vertiginosa integración de nuestras naciones, las privatizaciones, el nuevo rol del mercado, el resurgimiento de las responsabilidades sociales del Estado y, por supuesto, la consolidación de la democracia y la preservación de los derechos individuales. No hemos llegado al fin del milenio, pero el hemisferio comenzó ya una nueva era.

Ha habido desde luego tropiezos, pero existe ahora mayor realismo sobre nuestras posibilidades. Por unos pocos años, después de la primera oleada de reformas y del fin de la guerra fría, vivimos una especie de euforia desbordante. Nos encontramos, sin embargo, con algunas desafortunadas sorpresas y algunas duras realidades y debimos reconocer que no hay atajos ni caminos cortos, que no hay milagros ni fórmulas simples y sencillas. Lo que existen son oportunidades y buenas o malas políticas. De nuestro tino para escogerlas y de la voluntad y coraje que tengamos para adoptarlas y persistir en ellas, depende nuestro futuro

No obstante, superada de manera tan exitosa la crisis mexicana que hace un par de años hizo tambalear la certidumbre en el curso que debían seguir nuestros países, han surgido nuevos llamados de alerta sobre el desencanto que en diversas naciones ha producido el proceso de reforma económica. Más que un movimiento masivo coherente contra los cambios, en muchos países este ha tomado la forma de un escepticismo colectivo que en ocasiones ha estimulado la aparición de propuestas populistas y de protestas populares. Ese escepticismo también se extiende a las bondades de la democracia. Muchos en nuestro hemisferio empiezan a identificarla con los males que la aquejan: terrorismo, narcotráfico, corrupción, inseguridad o pobreza.

Sin embargo, a pesar de esos brotes, ningún país ha dado marcha atrás. Las reformas económicas, la mayor competencia, el creciente papel del mercado, siguen siendo por doquier cambios apreciados pero han ido perdiendo el atractivo político, la novedad, la fuerza aparentemente incontenible que poseían hasta hace un par de años. Más que dar marcha atrás lo que los habitantes del hemisferio quieren y reclaman es que las reformas lleguen a las políticas públicas en aquellas áreas del Estado que tienen más que ver con sus preocupaciones cotidianas. Y como los ciudadanos, los medios y lo que se denomina la opinión pública de nuestros países dan por descontado el éxito de las reformas iniciales, creen que ya son objetivos alcanzados, se ha ido formando una nueva agenda sobre la cual se demanda la atención de nuestros gobernantes y de las instituciones políticas. Esta es más compleja, tiene objetivos más amplios y difusos, es más difícil de cuantificar y cualificar en su evolución y sus resultados muchas veces sólo se pueden medir con el transcurso de los años.

Tenemos que aceptar que en muchos países americanos los ciudadanos empiezan a cansarse de que la discusión económica, cope la totalidad de sus preocupaciones. Nuestra gente comienza a mostrar fatiga al oír hablar de déficits de cuenta corriente, coyunturas fiscales, políticas comerciales, nivel de reservas internacionales o crecimiento de la oferta monetaria. Y debemos aprender a interpretar qué es lo que buscan cuando agitan nuevos temas o cuando culpan a las reformas económicas de algunos de nuestros males ancestrales. No podemos enjuiciar o menospreciar a quienes utilizando fundamentos o razonamientos que no compartimos, reclaman resultados en la lucha contra la pobreza, una mejor distribución del ingreso, el crecimiento de los salarios reales de los trabajadores, menores cifras de desempleo, en un sistema educativo acorde con los requerimientos de la globalización y la revolución de las comunicaciones.

Frente a esa nueva agenda, la única actitud consistente con nuestros ambiciosos objetivos es la de persistir en los cambios. Ello quedó claramente demostrado en la última asamblea del Banco Interamericano de Desarrollo en la cual se presentaron numerosos estudios que relacionan las mejorías en la distribución del ingreso en esta década, en la aceleración en las tasa de crecimiento y los logros en la lucha contra la pobreza, con las distintas reformas estructurales acometidas en el hemisferio. De manera creciente será necesario conseguir que los cambios hechos y los que se emprendan, no sólo transformen nuestras instituciones económicas, sino también que de manera más palpable sean capaces de transformar para bien la vida de nuestros pueblos.

Y en cuanto a ese escepticismo sobre las bondades de la democracia, más que un rechazo a ella lo que con frecuencia vemos es algún cansancio frente a nuestras instituciones políticas. Estas van desde que los ciudadanos ven al Estado como indiferente a sus derechos o registran la impunidad que impera en la justicia, o consideran a los partidos políticos y sus dirigentes, responsables de la corrupción o de la pobreza.

Por estas razones, el continente requiere más atención y seguimiento que nunca. Al análisis que de él hacemos es necesario incorporar nuevos elementos institucionales y políticos. Quizás la principal razón de que eso sea así recae sencillamente en que hoy las libertades económicas y las libertades políticas en América están más entrelazadas que nunca. Sólo con más reformas y más democracia, podemos responder a las renovadas expectativas sobre las obligaciones del Estado en áreas como derechos humanos, administración de justicia, dotación de infraestructura, política social o en su capacidad regulatoria frente a los particulares.

Y es que es necesario insistir en que la democracia es la columna vertebral de la renovación estructural del hemisferio y que la razón de ser de la OEA, y de lejos su principal tarea, está referida a la defensa y promoción de la democracia. Sus males, debilidades o las amenazas de que sea objeto, son tan dañinos para la calidad de vida en el continente como el deterioro de los indicadores económicos. Es relativamente cierto que atrás han quedado las épocas oscuras de los regímenes militares o el recuerdo amargo de la hiperinflación y de la guerra sucia. Sin embargo, perduran debilidades en la estructura y funcionamiento de las democracias. Aún subsisten casos en los que está presente el espectro de conflictos latentes o recién terminados, pero aún no plenamente resueltos.

También están presentes fenómenos como el terrorismo, los conatos de alzamientos militares, los problemas de la marginalidad y la pobreza, los de la inseguridad en las ciudades, la corrupción, la impunidad o el narcotráfico. Quién puede negar que cada uno de ellos mina la confianza de nuestros ciudadanos en el sistema de gobierno que nuestros pueblos han elegido. Una boca con hambre, un funcionario venal, un crimen sin castigo, un atentado contra una vida o el comercio de una sustancia ilícita, son todos golpes que recibe la democracia como la mejor forma de gobierno.

En todas las latitudes de las Américas se dan entonces procesos que le quitan a la democracia su legitimidad y credibilidad y por ende le restan eficacia para el logro de objetivos que son esenciales para la creación de instituciones sólidas y duraderas. Para fortalecerla y defenderla, es necesario confrontar esas amenazas con el mismo vigor que lo hicimos en su oportunidad con respecto a los más acuciantes males de nuestras economías. Todos ellos requieren atención y trabajo por parte de los gobiernos, pero también, como ha sido expresado en diversos foros, una vigorosa acción colectiva por medio de las instituciones interamericanas.

Pero más allá de lo que podemos hacer para enfrentar estos males que son comunes a nuestras democracias, queremos concentrar nuestro trabajo en lo que denominamos la nueva agenda, las nuevas aspiraciones y las nuevas esperanzas. Es nuestra tarea encontrarle a éstas una respuesta y aquí estamos para ver cómo podemos articular un proyecto político y social común que vaya más allá de la integración comercial de nuestros mercados. No debemos sentir temor de impulsar desde la OEA, como lo hacen el BID o el Banco Mundial en algunos casos, una segunda oleada de reformas que fortalezcan la capacidad del Estado en su función social o en su función regulatoria o en la flexibilidad de los mercados laborales o en el fortalecimiento del poder judicial. O también promover una mayor descentralización, más mecanismos de participación ciudadana, un mayor equilibrio de las poderes públicos o un incremento en la capacidad de fiscalización del Congreso o una mayor independencia para el Banco Central.

Una aproximación integral a los temas de consolidación y profundización democrática requiere de un espacio que promueva la investigación, la capacitación y la intensificación del diálogo hemisférico en estos temas. Para ello es el Programa Centro de Estudios para la Democracia que le propuse al Consejo Permanente de la Organización y que desarrollaríamos de manera conjunta con el Banco Interamericano de Desarrollo.

Y a lo largo de este último año nos hemos encontrado con algunos buenos sucesos que nos apoyan en la idea del camino de las reformas económicas y democráticas. Me voy a permitir citar algunos de ellos:

Guatemala nos dio la mejor noticia de estos últimos meses, al haber avanzado grandes pasos en la aclimatación de la paz y en el perfeccionamiento y la consolidación del sistema democrático. Atrás han quedado más de 30 años de violencia, gracias a la voluntad de los guatemaltecos y el apoyo decidido de la comunidad internacional.

México ha tenido una notable recuperación económica que, además de ser un ejemplo sin par de cooperación interamericana, es uno de los casos más exitosos de superación de una crisis en tiempos modernos.

El reciente referéndum celebrado en Ecuador refuerza la legitimidad del presidente constitucional escogido por el Congreso en episodios en los cuales las Fuerzas Armadas jugaron un crítico papel para encontrar una salida democrática, pacífica y negociada a la crisis institucional que vivió ese país.

Nicaragua continuó su proceso de afianzamiento democrático y mantuvo la senda de la recuperación económica y de su pluralismo político. La Misión post conflicto CIAV - OEA, culminará sus tareas el próximo 30 de junio, después de haber hecho una importante contribución a la protección de los derechos humanos y al proceso de pacificación y reconciliación nacional en Nicaragua. Continuaremos con un programa especial orientado al fortalecimiento de las instituciones democráticas.

Los esfuerzos por encontrar una solución permanente para las diferencias entre Ecuador y Perú continúan por buen camino, en Itamaraty, con la presencia de los cuatro garantes.

Haití ha vivido la primera transición democrática de toda su historia y lo ha hecho con una gran demostración de civilidad. El país está viviendo su evolución hacia un proceso de toma de decisiones democrático con las naturales controversias que se dan en todas latitudes. Algunos brotes de violencia que en nada se comparan con la sistemática violencia del pasado preocupan a quienes no comprenden la magnitud de la tarea que tiene el presidente Preval y todo su pueblo. Hoy más que nunca todos debemos ofrecer nuestra solidaridad al pueblo haitiano y a su gobierno.

El Caribe continúa siendo un magnífico ejemplo de democracia y las elecciones recientes en Bahamas y Santa Lucia así nos lo demuestran. Guyana perdió a uno de los forjadores del Caribe independiente, el Presidente Cheddi Jagan, pero el país evolucionó conforme a sus disposiciones constitucionales.

En forma paralela a esos eventos, hemos visto madurar de manera compleja las relaciones entre los países de las Américas. Por una parte ha continuado el proceso de acercamientos e intercambios, fruto del nuevo espíritu en las relaciones hemisféricas que representó la Cumbre de las Américas, cuando los jefes de Estado y de gobierno del hemisferio dejaron atrás con su accionar décadas de confrontación entre norte y sur en materias políticas y económicas, de total escepticismo sobre lo que podíamos lograr mediante la acción conjunta. En Miami en 1994 se abrieron paso los valores compartidos en torno a una amplia agenda común y a una intensa labor colectiva.

No obstante, ciertas decisiones de carácter unilateral amenazan ese nuevo clima de cooperación. En el continente ha habido malestar en torno a leyes que para el gobierno de los Estados Unidos son de forzosa aplicación y tienen efectos que van más allá de las fronteras nacionales. El obligatorio cumplimiento de esas normas por parte de ese país, no menoscaba las preocupaciones del resto de las naciones que examinan con aprehensión si el nuevo curso de las relaciones hemisféricas se va a dar en un entorno de entendimiento, consenso, aplicación de reglas y normas fruto de acuerdos multilaterales, o si en cambio va a terminar prevaleciendo una relación basada casi exclusivamente en lo que el país más fuerte considera la mejor manera de defender sus intereses nacionales.

Y aunque el reciente viaje del presidente Bill Clinton a México, Centroamérica y el Caribe representó un significativo paso adelante en mejorar ese clima y renovar la voluntad de trabajar colectivamente, recuperando ese espíritu que adquirimos todos en Miami, es indudable que todavía debemos preguntarnos qué podemos en la OEA hacer para evitar que estas últimas tendencias sean las que prevalezcan en las relaciones hemisféricas. Tenemos que pensar en cómo fortalecer todo el sistema multilateral americano para que supla o sustituya el deseo o la necesidad de encontrar una respuesta unilateral a problemas comunes a nuestras sociedades. De la misma manera, cómo actuar de una manera que permita consolidar un entorno de cooperación y acción colectiva y qué hacer para que el propósito de crear una zona de libre comercio de las Américas no sea una simple alternativa mercantil sino un propósito de amplias proyecciones políticas, económicas y sociales.

Y estas inquietudes se entrelazan con las que surgen para identificar lo que deberá la segunda Cumbre de las Américas a celebrarse en Chile en marzo próximo. Es el momento de hacer una pausa para revisar la distancia recorrida, para examinar el papel que han jugado las instituciones y cómo en la OEA nos debemos transformar para ser más útiles al cumplimiento de los objetivos que nos tracen los presidentes y jefes de gobierno, en nombre de los pueblos de las Américas. Es también una buena ocasión para pensar en cómo establecer mecanismos y políticas que nos permitan que las acciones de carácter multilateral adquieran mayor contundencia, más relevancia y tengan verdadera capacidad de respuesta a los problemas hemisféricos. Y cómo atender la nueva agenda que va surgiendo en medio de la protesta ciudadana o de los dictámenes electorales en favor de nuevos dirigentes y partidos.

Quisiera comenzar constatando una realidad. Debemos reconocer que es imposible regresar a las posiciones aislacionistas del pasado. La sola invocación de la soberanía, de seguro muchas veces justificada, no resuelve el problema y nos lleva a oleadas de lenguaje recriminatorio responsabilizando al otro de los problemas y a un lenguaje aislacionista ajeno a los intereses de nuestros pueblos. Es por esta razón que tenemos conciencia de que nuestras diferencias y conflictos no sólo son fruto de las acciones y medidas unilaterales, sino también del creciente proceso de integración y globalización, que traen prosperidad pero también fricciones, problemas y desafíos. A ello le debemos hacer frente haciendo uso oportuno y más vigoroso del sistema multilateral de instituciones y de un marco normativo que regle nuestras relaciones e incremente la cooperación mutua en un número creciente de áreas.

Contando con su benevolencia voy ahora a referir algunas de las acciones que hemos acometido en la OEA para fortalecer ese sistema. Más adelante voy a compartir con ustedes mis opiniones sobre cómo la Organización puede contribuir a que la próxima Cumbre de las Américas pueda avanzar en ese propósito.

Frente al narcotráfico hemos acordado, en el seno de la Comisión Interamericana para el Control en el Abuso de Drogas, una estrategia bien balanceada en cuanto a las responsabilidades de todos con miras al siglo XXI, y estamos en el proceso de adopción de un plan de acción para poner en marcha esa estrategia. Este pareciera ser hoy el mejor camino frente a las fricciones surgidas del llamado proceso de certificación. Son muchas las materias relacionadas con la lucha contra las drogas ilícitas que están hoy en agendas bilaterales y que pueden encontrar una mejor solución en el seno de CICAD.

Viene para la consideración de esta Asamblea un programa interamericano de cooperación en la lucha contra la corrupción para darle eficacia a los propósitos enunciados en la Convención Interamericana, a cuya lista de países signatarios se acaba de agregar el Perú.

En colaboración con el Banco Mundial y el BID hemos iniciado trabajos de análisis en el campo de la seguridad ciudadana.

Más allá de la declaración y del plan de acción de Lima sobre terrorismo hemos avanzado en los temas de intercambio de información, cooperación policial, inteligencia, prevención, manejo de crisis y cooperación fronteriza.

En el ámbito de la Comisión de Seguridad Hemisférica, nos estamos preparando para la celebración en El Salvador de la Segunda Conferencia de Regional sobre Medidas de Fomento de la Confianza y de la Seguridad. América Latina y el Caribe ya tienen la madurez suficiente para que su seguridad o la paz regional dependan, de una aproximación cooperativa que acentúe la predictibilidad y la transparencia en los ejercicios, decisiones y gastos militares. Dicha aproximación está en condiciones de contener una carrera armamentista que parece ajena a los intereses regionales y es más efectiva que las medidas unilaterales de venta de armamentos tomadas por cualquier país productor, que aunque puedan ser útiles no tienen la capacidad de resolver el problema potencial.

Esta política debería ser capaz de evitar la proliferación de armas convencionales, de armas de destrucción masiva y de todo tipo de armas ofensivas y debería también estimular el inicio de un proceso de control de armas y de desarme, para el que a mi juicio América Latina o por lo menos muchos países que a ella pertenecen parecieran estar preparados, y deberían sin temor acometer. Esa sería la más importante contribución a la seguridad de las Américas. Yo creo que nuestras opiniones públicas y nuestras fuerzas armadas avalarían un proceso así, aunque conserven algunas aprehensiones.

Debemos construir sobre la buena experiencia del Tratado de Tlatelolco en estas materias. Y es por eso estimulante que como un esfuerzo de naturaleza complementario el Grupo de Río, con el liderazgo de México, haya propuesto y logrado el comienzo de la negociación de una convención contra la fabricación y trafico ilícito de armas de fuego, municiones y explosivos, lo que sin duda es un paso en la dirección correcta.

También es estimulante la manera como nuestros países miembros se han comprometido en búsqueda de una solución al problema de las minas antipersonales. Con la cooperación de varios países miembros y observadores, al igual que de la Junta Interamericana de Defensa, esperamos eliminar las minas de Centroamérica antes del fin de este siglo. Pero debemos hacer mucho más. Como Secretario General de la OEA hago un llamado especial a todos los Estados miembros de las Américas para que superen las dificultades que les permitan aceptar el desafío del llamado "Proceso de Ottawa", que en diciembre de este año abrirá para la firma un tratado conducente a la prohibición de la producción, el almacenamiento, el uso y la exportación de minas antipersonales.

Hemos también iniciado de común acuerdo con las instituciones del sistema interamericano de derechos humanos un cuidadoso proceso de reflexión sobre como perfeccionarlo, tanto dentro del ámbito de la Convención Americana vigente, como examinando sus posibles cambios en un escenario más amplio, para adecuarlo a las nuevas circunstancias hemisféricas de democracia y de un mayor apoyo al papel del sistema como protector de los derechos de todos los americanos.

Viene para estudio de esta Asamblea un proyecto de Declaración Americana de los Derechos de los Pueblos Indígenas, trabajado en el seno de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Ojalá sea posible su aprobación en 1998 en conmemoración del Cincuentenario del Organización y de la Declaración Americana sobre los Derechos y Deberes del Hombre, para que sirva de indicador de la vitalidad de nuestra lucha por fortalecer el respeto al multiculturalismo y a la plurietnicidad de muchas de nuestras naciones.

Nos corresponde de la misma manera encontrar un claro rol para la OEA en el esfuerzo de enfrentar el mayor desafío que tienen las Américas en este fin de siglo: la lucha contra la pobreza y el papel de la política social. Con la colaboración de las más altas autoridades en esta materia y sin desconocer la preeminencia de la banca multilateral, estamos trabajando para que la OEA pueda convertirse en el principal foro regional en materia de política social. Antes del fin del año vamos a reiniciar la reunión anual de Ministros de Educación. Con ella vamos a retomar el papel de examen, evaluación y puesta en marcha de diversos programas interamericanos.

En lo que hace relación con la tarea de impulso al desarrollo sostenible, los países americanos dieron un gran salto con la cumbre presidencial de Santa Cruz de la Sierra. En aquella ocasión fue posible encontrar una dimensión regional para una gran cantidad de tareas y fue posible avanzar de manera importante en acciones que nos permitan cumplir los compromisos de la llamada Agenda 21, los de la Cumbre de Barbados y los enunciados en Miami. Se nos han encomendado tareas de servir de foro, coordinar las demás agencias, hacer el seguimiento y desarrollar algunos programas concretos.

Quiero igualmente llamar la atención sobre el muy favorable rumbo que ha tomado el Congreso Interamericano de Turismo y las actividades de la Comisión Interamericana de Telecomunicaciones, con la creciente participación del sector privado en nuestras actividades.

Y en lo que hace relación a comercio, la Secretaria, a través de la Unidad de Comercio, ha continuado dentro del ámbito del Comité Tripartito su apoyo a los grupos de trabajo creados en el seno de las reuniones ministeriales del ramo. De ahora hacia la reunión de Costa Rica el próximo año, el grueso del trabajo se va a concentrar en la definición de los objetivos, la estructura y el sitio de las negociaciones que deben concluir a más tardar en el 2005, con el establecimiento del Área de Libre Comercio de las Américas. La OEA siempre estará dispuesta a prestar la colaboración que se le requiera, en la fase de negociaciones.

Durante el último año las Organizaciones No Gubernamentales han enriquecido nuestro debate en temas como desarrollo sostenible o derechos humanos. Nos han comenzado a demostrar que la relación de confrontación entre Estados y estas entidades ya forma parte del pasado. Un grupo de trabajo de la OEA que estudió esta materia, concluyó que los reglamentos de la Organización otorgan a las ONG acceso a las discusiones en el seno de nuestra institución, pero subrayó la necesidad de facilitar su participación y su acceso a la información que esta produce. Dentro del proceso de modernización de la OEA, es indudable que podemos y debemos hacer más para que la voz de la sociedad civil pueda ser escuchada en nuestras deliberaciones.

Y en materia de nuevas instituciones de cooperación debo registrar el notable éxito que constituyó la reunión del Consejo Interamericano para el Desarrollo Integral, que celebramos recientemente en México. Esto fue así gracias en buena medida a la enorme capacidad de convocatoria de la cancillería del país anfitrión y del trabajo dedicado del Comisión Ejecutiva y sus directivas. Podemos decir que finalmente hemos echado las bases para que la OEA haya dejado de ser una institución simplemente asistencialista, para convertirse en una organización promotora de cooperación, movilizadora de recursos para agilizar la cooperación horizontal y dispuesta a trabajar de manera mucho más estrecha con otras instituciones.

Fue inmensamente satisfactorio escuchar en esa ocasión las decisiones tomadas por Chile y Costa Rica de que van a usar los recursos que tradicionalmente han recibido de la OEA para movilizar su cooperación a otros países americanos. La Secretaría espera que otros países, particularmente aquellos que tienen una mayor capacidad económica relativa, anuncien en esta Asamblea decisiones similares, así sea para avanzar de manera gradual o sólo para los recursos que provienen de sus cancillerías y no de los de sus instituciones nacionales que contribuyen con fondos voluntarios. Únicamente de esta manera podemos hacer del CIDI un poderoso instrumento de solidaridad interamericana. Es también el camino para darle un mayor equilibrio político a la OEA que muchos demandan con razón, al convertir a una buena cantidad de países en donantes netos de cooperación.

Durante los últimos años, en el plano administrativo, la Organización se ha ido transformando y reestructurando para adaptarse a las nuevas realidades temáticas y presupuestarias. En los últimos meses más de la quinta parte de nuestro personal se ha retirado de la institución. Aunque es indudable que en el futuro algunas áreas podrán necesitar un refuerzo, estoy convencido de que el número de empleos permanentes en la Organización debe mantener su tendencia a disminuir. Al igual que ya ha ocurrido en otras organizaciones multilaterales, la OEA debería apoyarse cada vez más en consultores y contratistas de corto plazo, para realizar tareas de naturaleza técnica.

Igualmente al atender un problema que ha atraído la atención de los países en la ultima década, la Secretaria General ha llegado a la conclusión, después de un minucioso estudio, que los centros interamericanos ya no constituyen hoy una manera idónea de ofrecer cooperación y ha propuesto la suspensión de aportes del fondo regular para el próximo ejercicio fiscal. Esta decisión y el proceso de reestructuración de la planta de personal, le da hoy a la OEA un cuadro presupuestario más alentador. La Secretaría General contribuirá a la estabilidad financiera de la Organización, manteniendo su política de austeridad presupuestaria.

La recaudación de cuotas en 1996 alcanzó el nivel más alto de esta década. Ello nos permitió atender los costos de la reducción de nuestra planta y asumir algunas nuevas responsabilidades. Tanto en 1997 como en 1998 es fundamental que los países paguen la totalidad de sus compromisos y algunas de sus obligaciones atrasadas. No hay otra manera posible de asumir los costos incrementales a lo que se agregan los nuevos mandatos. En ese sentido no puedo sino sentir complacencia por las iniciativas que buscan alentar el pago puntual de las contribuciones que los países miembros le hacen a la Organización.

En lo que hace al seguimiento del proceso derivado de la Cumbre de las Américas, ha sido sin duda admirable el papel que el Departamento de Estado de los Estados Unidos ha jugado para llevar el liderazgo en el grupo de seguimiento que ha estado en capacidad de revalidar los compromisos de los nuevos gobiernos, estar abierto a escuchar las preocupaciones y sugerencias, profundizar el diálogo, determinar nuevas responsabilidades y estar atento a la ejecución de las múltiples alternativas contenidas en el plan de acción, sin caer en algunos de los dispendiosos procedimientos y mecanismos que han sido tradicionales en nuestro sistema.

La incorporación de prácticamente todas las cancillerías como responsables coordinadores de diversos temas y de los eventos necesarios para dar cumplida ejecución a los mandatos, representó un significativo avance que es necesario preservar. No podrían hoy las instituciones del sistema interamericano sustituir el enorme poder de convocatoria o el logístico con el que las cancillerías han contribuido al proceso.

En cuanto a la OEA hemos volcado muchos de nuestros esfuerzos para cumplir los mandatos de la Cumbre y para apoyar a los países en algunas de las áreas donde se definieron compromisos de carácter nacional. Como ya lo hemos referido se ha puesto en marcha un profundo proceso de reforma y reorganización interna para transformar la Organización de manera que nuestra agenda se sintonice con los temas que definieron los países y para que de manera creciente pueda asumir las cada vez mayores responsabilidades que se nos han asignado. Ya hemos señalado la multitud de tareas que hemos adelantado para atender los mandatos de la Cumbre. Además de esas tareas la OEA ya cumple funciones secretariales y de apoyo técnico para reuniones de los ministros de Comercio, Educación, Desarrollo Sostenible, Trabajo, Desarrollo Social, Ciencia y Tecnología y Cultura, al igual que de los responsables del tema de Puertos y de los Fondos de Inversión Social. Los Ministros del Interior y de Justicia han recibido apoyo también, a propósito de las negociaciones que condujeron a la convención sobre corrupción y a la celebración de la reunión sobre terrorismo.

Así mismo hemos buscado poner en marcha mecanismos que aseguren un trabajo ordenado y sistemático para desarrollar el sistema jurídico interamericano sobre el cual descansa el arbitrio de nuestras diferencias, las que seguramente van a crecer como consecuencia del acelerado proceso de globalización e integración.

De manera creciente estamos coordinando nuestras tareas con el BID y el Banco Mundial y con las instituciones del sistema de Naciones Unidas. Sea esta la ocasión para registrar que el BID empieza a ser una fuente importante de recursos para algunos proyectos vitales en el campo de la democracia, gracias primordialmente a la permanente atención que a nuestras tareas presta don Enrique Iglesias quien, además, nos honra hoy con su presencia.

En el curso de muy pocos años, estos y muchos otros temas se han convertido en materia de acción multilateral y han pasado a formar parte de una vasta agenda de temas de la Organización. Hasta hace poco tiempo, procurábamos reforzar el papel de la OEA como foro interamericano, buscábamos generar más expectativas sobre el futuro de la Organización y mostrar que ésta es la institución adecuada para recoger los crecientes deseos de multilateralismo.

Hoy estamos viviendo un fenómeno opuesto: estamos generando una inmensa cantidad de expectativas sobre lo que podemos hacer, sobre las posibilidades de la OEA como centro de información, como foro, como institución depositaria de tratados internacionales que nos ayudarán a enfrentar los problemas del hemisferio, como ejecutor en una multitud de áreas de proyectos de alcance continental.

Tal situación genera enormes responsabilidades y el compromiso de ser nosotros mismos los que adaptemos la Organización de los Estados Americanos a las nuevas realidades. El tema más inmediato se refiere a la necesidad de encontrar la forma en que la OEA pueda continuar amoldándose y sea de mayor utilidad al proceso iniciado en la Cumbre de las Américas, proceso que hoy se está convirtiendo en la principal fuente de mandatos políticos en el hemisferio. La Cumbre que el año entrante se celebrará en Chile, será un momento crucial para que los países del continente definan el lugar que ha de desempeñar la OEA en la búsqueda de la acción colectiva y en el cumplimiento de los propósitos hemisféricos.

Si los países acuerdan apoyarse más en la OEA, nos enfrentaremos a una cantidad de nuevas responsabilidades. Por ello, es nuestra obligación prepararnos tanto como sea posible, para así establecer qué tanto puede hacer la Organización de los Estados Americanos, con sus recursos humanos y técnicos y financieros, con el tipo de legislación y normatividad que hoy la rige, y qué cambios sería necesario introducir para que pueda asumir esas mayores responsabilidades. Esta Asamblea General de Lima, nos brinda hoy una buena ocasión para examinar y discutir estos temas, de manera que en el futuro la OEA se pueda proyectar con eficacia como un instrumento adecuado para dar seguimiento a los acuerdos que se adopten en las reuniones cumbres de Presidentes y de Jefes de Gobierno.

Dicha discusión debe incorporar las valiosas enseñanzas que hemos adquirido a lo largo del proceso de seguimiento de la Cumbre.

En la OEA hemos identificado que las posibilidades de éxito de una iniciativa específica crecen de manera significativa cuando se nos ha asignado la tarea de manera expresa y particular; cuando se nos demandan tareas en las que la Organización tiene experiencia o una clara ventaja comparativa; cuando para cumplir los mandatos se realizan reuniones especializadas; cuando se da una estrecha comunicación y coordinación en el ámbito nacional entre ministerios sectoriales y cancillerías; y cuando las responsabilidades que se nos asignan están al alcance de nuestros recursos, los cuales pueden ser arbitrados por nuestra Comisión de Asuntos Administrativos y Presupuestarios.

Creo que debemos comprender los beneficios que trae el que los procesos multilaterales se persigan en espacios multilaterales. Ello permite institucionalizar el trabajo, asumir los procesos como proyectos acumulativos, y atenuar las posibles desconfianzas y disparidades naturales entre países de diverso tamaño y grado de desarrollo.

¿Qué sugerimos para la próxima etapa, es decir para el seguimiento de los eventuales mandatos de la Cumbre de Chile?

El proceso de la Cumbre de las Américas se diseñó como un proceso de los Estados y para los Estados. En la ejecución de las tareas se dio una importante misión a las instituciones, no así en el seguimiento. Esto ocurrió por temor y recelo de que los problemas que paralizaron a la OEA en tiempos de la guerra fría y del espíritu confrontacional y retórico que de ella se apoderó, le impidieran atender de manera pronta y eficiente un vasto plan de acción colectiva interamericana.

En esta nueva etapa, cuando el proceso tiende a su institucionalización y cuando la OEA ha recuperado su capacidad para cumplir ciertas funciones, creemos que es posible revisar el esquema inicial con miras a fortalecerlo.

Por esa razón, me permito sugerir que se tengan en cuenta las siguientes consideraciones:

Es necesario confiar en que la OEA es capaz de manera creciente de cumplir a cabalidad su papel de principal foro de diálogo hemisférico. La OEA está desarrollando, dentro del CIDI, la capacidad para servir de centro de documentación e información respecto de los diferentes procesos que se avanzan en las agendas de las reuniones hemisféricas. Los Estados y sus gobiernos deben contar con un espacio definido que asuma la responsabilidad de recopilar la documentación, procesarla y mantenerla al día para el uso de quien la requiera.

La OEA está en el proceso de adquirir una buena capacidad no sólo en su función de centro de intercambio de experiencias, sino en la de institución en cuyo seno se pueden diseñar las políticas hemisféricas y se pueden producir documentos de consenso de recomendaciones de política en diversas áreas de trabajo, como ocurre en instituciones multilaterales como la OCDE.

La OEA, junto a otras instituciones americanas, puede proveer apoyo de secretariado técnico. Esta es una función que de manera creciente demandarán las reuniones ministeriales y las de políticas sectoriales. Ello requerirá, para aprovechar al máximo las instancias y momentos de encuentro de las autoridades nacionales, preparar para la consideración de los países documentos de trabajo ordenados y dispuestos por ellas.

La OEA puede ofrecer a los Estados ser depositaria de la memoria institucional del proceso de Cumbres y de los acuerdos que allí se alcancen principalmente por la vía de cumplir funciones secretariales en las reuniones ministeriales y sectoriales. En la medida que el proceso de cumbres hemisféricas adquiera mayor continuidad, resulta conveniente establecer un espacio claramente definido en el cual los Estados miembros, los gobiernos nuevos y la comunidad en general, puedan encontrar una relación clara de lo acordado, los documentos entregados por las secretarías y los países, las constancias o elementos que los países hayan querido aportar y en general cada uno de los hilos del rico tejido del proceso que se originó en Miami.

Habrá que fortalecer y refinar los mecanismos que le permiten a la OEA ser el escenario y la depositaria de los nuevos acuerdos que han de reglar nuestras relaciones. Esta es una función que demandará una creciente atención y recursos, pero sobre todo un fuerte mandato político.

Es nuestra responsabilidad además ayudar a crear un mecanismo más expedito para que, por vía de resoluciones aprobadas por nuestras Asambleas Generales, podamos incorporar de una manera pronta y expresa los mandatos de la Cumbre. Es igualmente conveniente otorgar a la Secretaría y a nuestra Comisión de Asuntos Administrativos y Presupuestales la autoridad para realizar los ajustes presupuestales con una clara legitimidad y celeridad.

Será necesario más que nunca que las instituciones del Sistema Interamericano creen buenos sistemas de comunicación e información y continúen el proceso de coordinación en marcha, no sólo con miras a realizar un mejor trabajo de ejecución, sino pensando en la mejor utilización de recursos escasos.

La OEA está comprometida en una política de optimizar la utilización de sus recursos que demandará de los países algunas decisiones que ante todo deben ser tempranas, sobre actividades de la Organización que hacían relación al antiguo sistema de prioridades de esta. Dependiendo de la magnitud de sus nuevas tareas, requerirá igualmente de un análisis de fuentes alternativas de financiamiento que no se originen en el sistema tradicional de cuotas pagadas por las cancillerías.

Esta reflexión sobre el futuro de la OEA, nos ha de permitir avanzar en el camino de la transformación del sistema conforme a los nuevos objetivos y responsabilidades, con el fin de dotarlo de los instrumentos adecuados para poder responder con eficacia a las nuevas expectativas y al número creciente de mandatos que le son encomendados.

De esta manera, cuando pocos días después de la Cumbre presidencial de Chile, estemos celebrando el 50 aniversario de la firma de la Carta de Bogotá, debemos estar seguros de contar con una OEA que sea, una vez más, el epicentro del diálogo hemisférico, y con un Consejo Interamericano para el Desarrollo Integral ya convertido en el principal instrumento de solidaridad y cooperación interamericana.

Señor Presidente, señores cancilleres:

No puedo terminar sin reiterar mi reconocimiento al aporte que el Perú le da a la Organización. El trabajo y la dedicación de la misión de su país, encabezada brillantemente por la embajadora Beatriz Ramacciotti, es digno del reconocimiento y la admiración de todos. Sea esta también la oportunidad para agradecerle a la cancillería peruana y en particular al embajador Jaime Stiglich los meses de abnegado trabajo para el éxito de esta Asamblea.

Estas jornadas que ahora comenzamos nos deben servir más que para pensar en el ayer, para pensar en el mañana. Un mañana mejor para las nuevas generaciones, para nuestros hijos, para los hijos de nuestros hijos, para todos los que viven del Artico al Antártico, en los Andes o en los Apalaches, en las pampas, en las islas o en las llanuras. Para buscar que en cada rincón de las Américas las gentes de todos los orígenes puedan cosechar los frutos de nuestro trabajo y puedan vivir un futuro de paz e igualdad, de esperanza y de progreso.

Yo creo que los pueblos de este continente tienen ante si un mundo. Pero no como el ancho y ajeno de Ciro Alegría. Es por el objetivo de un mundo más integrado, más estrecho y más propio, que trabajamos en la OEA por la causa interamericana. Por eso, sólo puedo acabar citando al poeta que alguna vez le dedicó un canto a esta ciudad, crisol de razas, punto de encuentro del español y el inca.

"Aquellos que en la dicha nos juntamos
Los que en el infortunio nos unimos,
Siempre nos hermanamos
Y extranjeros en Lima no vivimos".