Discursos

CÉSAR GAVIRIA TRUJILLO, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
EN LA CEREMONIA DE CLAUSURA DEL VIGÉSIMO CUARTO PERÍODO EXTRAORDINARIO DE SESIONES DE LA ASAMBLEA GENERAL

14 de noviembre de 1997 - Washington, DC


Señores Presidentes de Estados Unidos y México, Bill Clinton y Ernesto Zedillo, bienvenidos a esta Casa de las Américas.

Su presencia nos recuerda a todos que en nuestro continente hemos recogido el espíritu de los nuevos tiempos, hemos dejado atrás muchas y ancestrales animosidades y querellas para aplicarnos a la tarea de construir un proyecto común de integración, de democracia y de respeto a los derechos fundamentales de nuestros ciudadanos.

Su presencia simboliza, también, no sólo la voluntad colectiva de todos por afirmar los valores que nos unen, sino la decisión de enfrentar, en un entorno de cooperación hemisférica y con un nuevo instrumento de derecho internacional americano, los grandes desafíos que el crimen organizado representa para nuestras sociedades y para nuestros ciudadanos, al dificultar el ejercicio de las libertades públicas, al quitarle a nuestros Estados el monopolio del uso de la fuerza y al estimular la violencia en el seno de nuestras sociedades.

Porque en ocasiones olvidamos que el objetivo final de la acción del sistema multilateral de instituciones no son los Estados, sino los ciudadanos que transitan por nuestras calles, o los niños que juegan en nuestros parques. Y esta Convención se ocupa de ellos, de una de sus preocupaciones más sentidas: su seguridad, su vida, su integridad física, la posibilidad de que efectivamente cada noche regresarán a su hogar sin asechanzas, sin temor al riesgo de perder sus vidas.

De su correcta aplicación deben surgir nuevas barreras que impidan el paso de las balas que intimidan, hieren o asesinan a policías que aplican la ley, a jueces que administran justicia, a niños y mujeres desvalidos, a ciudadanos inermes que no pueden ejercer ni el derecho más fundamental: el derecho a la vida.

Ella es fruto de una iniciativa de gobierno del presidente Zedillo y de la pericia de su embajadora, de un propósito del gobierno de Estados Unidos y de los países del Caribe en Barbados y de una enorme voluntad política de todos nuestros gobiernos. Y esta audaz idea, esta visionaria propuesta, ha generado en tiempo récord una poderosa herramienta para aclimatar un ambiente de seguridad, paz y convivencia y para hacerle frente a los problemas de inseguridad ciudadana originados en el narcotráfico, el terrorismo y otras formas de delincuencia.

Es igualmente un poderoso instrumento que fija claras responsabilidades a los Estados en los campos judicial, policial y legislativo, con la tipificación de los delitos, la marca de las armas, las licencias de exportación e importación, con la creación de redes de información, con el intercambio de experiencias, la capacitación y el adiestramiento, la ayuda legal y la cooperación en todas las esferas a nivel de autoridades judiciales, aduaneras y de policía.

Es también un complemento a otros instrumentos surgidos en el seno de la OEA: la convención contra la corrupción, el plan de acción contra el terrorismo, la estrategia hemisférica contra las drogas, que hacen parte de un esfuerzo mancomunado para enfrentar los problemas que debilitan y le quitan legitimidad a nuestras democracias.

Sea esta la ocasión para señalar que acciones como esta constituyen la única respuesta constructiva y enriquecedora a los muchos temores y enormes desafíos que nos trae la integración y que nos impone la globalización. Frente al vertiginoso crecimiento de los movimientos de personas, bienes, servicios y capitales no cabe asumir una actitud de aislacionismo, pesimismo o perplejidad. Lo que corresponde es aprovechar las enormes oportunidades que estos intercambios nos ofrecen: estimularlos, encausarlos, regularlos, diseñar instrumentos para hacerle frente a los problemas comunes y acordar mecanismos que nos ayuden a tramitar los conflictos de una manera legítima y civilizada

No podemos dejar debilitar las inmensas posibilidades de prosperidad, de igualdad y de justicia social, en este intenso proceso de convergencias que hemos venido construyendo desde la Cumbre de Miami para resolver los problemas ancestrales de nuestras sociedades y de nuestros pueblos, para unir nuestros mercados desde Canadá hasta la Argentina y Chile, para avanzar por los senderos del desarrollo sostenible, para derrotar la pobreza y hacer de la educación el eje de nuestro progreso, o para fortalecer el Sistema Interamericano Derechos Humanos.

Y el que un tal propósito lo podamos lograr depende en gran medida de que luchemos con denuedo por darle vigencia a los principios consagrados en nuestra Carta, a los que acordamos en Miami y a los que surgirán de la Cumbre de Chile. Allí esperamos todos que ustedes, los Jefes de Estado y de Gobierno, nos den nuevos mandatos para hacer realidad los sueños de nuestros pueblos de igualdad, justicia, paz y libertad.

Muchas gracias.