Discursos

CÉSAR GAVIRIA TRUJILLO, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
EN EL SEMINARIO "PRESENTE Y FUTURO DE LA OEA EN SUS 50 AÑOS"

27 de abril de 1998 - Ciudad de México


Como Secretario General de la Organización de los Estados Americanos constituye para mi un inmenso honor y una gran satisfacción encontrarme hoy en la Ciudad de México con tantos amigos y colegas, para conmemorar el cincuentenario de la firma de la Carta Constitutiva de la OEA. Gracias a la Secretaria de Relaciones Exteriores de México, Doña Rosario Green y a todo su equipo de colaboradores por la invitación que me han hecho para compartir con Ustedes algunas reflexiones sobre el sistema interamericano de instituciones y sobre el papel que le corresponde a la OEA en el marco de las relaciones hemisféricas.

Cuando evaluamos la OEA en retrospectiva es fácil encontrar una historia llena de altibajos, de algunos logros en medio de las rivalidades o las desconfianzas, de algunas empresas comunes y no pocos desencuentros, de algunas utopías pero también de frustraciones y desencantos. Y a veces es bueno recordar la historia no para aferrarnos a nuestro pasado, sino porque de ella derivamos experiencias y principios que se han ido formando en casi dos siglos de relaciones accidentadas. Ya cuando creamos la OEA hace cincuenta años tuvieron muchos la idea de que por fin se había logrado desarrollar unas relaciones hemisféricas no basadas en intereses sino en principios. Creíamos haber dejado atrás un largo periodo en el que lo primordial eran las tarifas, o el pago de las deudas, o la protección de las inversiones, o las pretensiones de hacer prevalecer formas de hegemonía política incompatibles con nuestra existencia como naciones independientes.

Señora Secretaria de Relaciones Exteriores, amigos todos:

Todos los latinoamericanos somos conscientes de que México ha jugado un papel principalisimo dentro de las relaciones interamericanas y, particularmente, en relación con la creación de las normas y principios que han sido consagrados en la Carta de la OEA.

Su defensa de los principios como los de no-intervención en asuntos internos y solución pacífica de controversias; la formulación de la doctrina Estrada; o la oposición frontal a la Doctrina Monroe, fueron todas posiciones históricas de la diplomacia mexicana que forjaron el perfil internacional de la política exterior del país y que le dieron un contenido político fundamental al panamericanismo que surgió en Bogotá hace cinco décadas.

No hay duda de que la mayor conquista de ese panamericanismo de la primera mitad del Siglo XX fue la de la firma del protocolo de no-intervención durante la Conferencia de Buenos Aires en 1936. Para ese entonces, México era ya reconocido como el abanderado supremo de este principio. Desde la Conferencia de La Habana de 1928, la delegación mexicana venía insistiendo en que se adoptara este principio, y fue en 1933, durante la Séptima Conferencia en Montevideo, donde México reiteró su propuesta como vocero de los países latinoamericanos.

En esa Conferencia México hizo también énfasis en la difícil situación económica que se vivía en la región, pidió una moratoria de las deudas y una reducción de las tasas de interés, se opuso a la Doctrina Monroe y abogó por el establecimiento de un tratado de solución pacífica de controversias. También fue México uno de los primeros en apoyar con entusiasmo la llegada de la Política del Buen Vecino impulsada por el Presidente Roosevelt.

Posteriormente, ya en los años de la segunda posguerra, México tomó como suya la causa de la cooperación económica en las Américas. Son recordados aún los vehementes discursos de los representantes de la delegación mexicana en la reunión de Río de Janeiro de 1947, cuando lanzaron la consigna de que "la primera línea de defensa hemisférica debería ser el fortalecimiento económico de los países". El criterio de México, expresado en la cita de Bogotá de 1948, era que la seguridad económica de los pueblos era la mejor garantía para la seguridad política y para el éxito de un esfuerzo conjunto para el mantenimiento de la paz. Desde entonces, el enfoque mexicano fue el de fortalecer la cooperación económica hemisférica desde la OEA, postura que también tuvo su expresión en el protocolo de Managua y en las decisiones de la Asamblea extraordinaria de México del 94.

Y en aquella Novena Conferencia Internacional de las Américas de 1948, en Bogotá, México fue también el abanderado de crear una estructura institucional interamericana sólida, equilibrada y completa, que reemplazara la vieja Unión Panamericana. Esa argumentación sirvió para que se aprobara el concepto de "Organización". La propuesta de la delegación mexicana se convirtió en la base de discusión y en ella se esbozaba una "Organización de los Estados Americanos" con todos sus componentes básicos, incluidos la Conferencia Interamericana como órgano supremo; el Consejo de la Organización con sus instancias asesoras, el Consejo Interamericano Económico y Social, el de Jurisconsultos y el Cultural; la Secretaría General de la Organización; y las Conferencias y Organismos especializados. De esta manera, México fue uno de los actores central en el diseño de la arquitectura institucional de la OEA, tal como ha llegado a nuestros días.

Pero tal vez lo más relevante de la posición mexicana fue su defensa, junto con otras naciones, del principio de igualdad de los países al interior de la Organización para todos los efectos y sin excepción alguna. En aquel entonces esto, por supuesto, no era una discusión menor, y menos aun teniendo en cuenta que apenas un año antes, en la firma de la Carta de San Francisco que dio origen a la Organización de las Naciones Unidas, se había impuesto la tesis contraria al reservarse las decisiones más importantes al reducido grupo de países del Consejo de Seguridad.

Infortunadamente las esperanzas que despertó la Carta de Bogotá se vieron pronto frustradas cuando los principios allí consagrados debieron ceder a los imperativos de la guerra fría. Muchos de nuestros pueblos perdieron entonces los derechos a vivir en democracia y en el respeto a sus derechos humanos, supuestamente en oposición a las posibles conquistas de los personeros de la otra ideología. Y esos fueron años difíciles para nuestra organización continental pues la OEA y sus eventuales acciones, sobre todo en la preservación de la paz, se vieron paralizadas por los desacuerdos sobre si los conflictos internos que vivían los pueblos centroamericanos constituían un capitulo del enfrentamiento Este-Oeste, o ellos eran alzamientos que hacían relación con la situación económico y social en una particular coyuntura histórica.

Pero hoy finalizada la guerra fría y en plena etapa de globalizacion, a la OEA y al Sistema Interamericano de Instituciones las tenemos que rehacer para que correspondan a los objetivos que nuestros pueblos nos han dibujado: de integración, paz y democracia; de igualdad justicia y libertad; de solidaridad, preservación de la naturaleza, crecimiento y prosperidad. Me encuentro entre quienes piensan, sin alimentar falsas expectativas, que con el fin de la guerra fría y la celebración de las cumbres presidenciales se ha dado un cambio grande en las relaciones hemisféricas que se nos abre la posibilidad de construir un nuevo orden hemisférico.

Debemos tener presente que aun reconociendo la trascendencia del historial de las normas y principios que gobiernan las relaciones hemisféricas, la relevancia de la OEA no depende del accidentado transito que ella ha tenido para cumplir sus objetivos primordiales, sino de su capacidad de adaptación a un mundo en permanente transformación y a su vocación de respuesta a los desafíos del momento.

Esta nueva era de las Américas la tenemos que construir. Ello nos va a demandar un largo camino de creación, trabajo y acción colectiva. Es un inmenso compromiso que ha de involucrar el esfuerzo conjunto de los gobiernos, de las organizaciones multilaterales, de la sociedad civil, de nuestros pensadores y académicos. Es un reto por transformar una realidad social injusta y agobiante para muchos, por unir esfuerzos para luchar contra la pobreza, las desigualdades, las discriminaciones. Es, en fin, un esfuerzo para abrirle paso a la cooperación, y cristalizar el sueño de una comunidad de naciones americanas unidas por unos valores y unos principios compartidos, que no son una expresión retórica, sino aquellos que están consignados en la Carta que debe regir las relaciones hemisféricas.

Por ello, lo que hoy resulta verdaderamente relevante es tratar de pensar y fijar nuestra atención no tanto en la OEA del presente, sino en el papel que tiene que jugar nuestra institución en el futuro. ¿Con cuáles instituciones y mecanismos, y bajo cuáles reglas de juego vamos a cumplir los mandatos de las Cumbres presidenciales que se constituyen en la nueva agenda hemisférica? ¿Cómo lograr que todo el Sistema Interamericano en su conjunto, y no solamente la OEA, responda armónicamente a estas nuevas prioridades?

Es claro que tenemos que robustecer y modernizar nuestra Organización. En Miami, hace cuarenta meses, nos fueron asignadas tareas fundamentales que cumplimos a cabalidad: en compañía del BID y la CEPAL, conformamos el Comité Tripartito que viene dando soporte técnico a las negociaciones del ALCA; realizamos, en asocio con el Gobierno de Bolivia, la Cumbre de Desarrollo Sostenible de Santa Cruz de la Sierra; y en temas centrales como la lucha contra la corrupción, el narcotráfico, el terrorismo o el control de armas, las naciones de América dentro del marco de la OEA, con el significativo liderazgo de países como México, han suscrito convenciones o estrategias que las vinculan política y jurídicamente en el logro de objetivos comunes.

Igualmente, estamos desarrollando al interior de la Organización un dinámico proceso de creación y aplicación de medidas de fomento de la confianza, y por esa vía nos encontramos avanzando en los nuevos contenidos y en la nueva agenda de seguridad hemisférica; asumimos, así mismo, las labores de coordinación del desminado en Nicaragua, Honduras, Costa Rica y Guatemala. También hemos continuado con la coordinación de variadas e importantes acciones pos conflicto en Haití, Suriname, Nicaragua y Guatemala. Y, por supuesto, participamos activamente en la preparación de la Cumbre de Santiago.

Estos resultados muestran ciertamente una OEA que sirve de apoyo a las iniciativas de los gobiernos y responde a muchas de las necesidades de los Estados miembros. La experiencia de la Convención Interamericana contra la Fabricación y el Tráfico Ilícito de Armas, Explosivos y Otros Materiales Relacionados, que se discutió, negoció y aprobó en el seno de la OEA en el lapso de menos de un año bajo el liderazgo mexicano, y que involucra materias muy sensibles para varios países, es un magnífico ejemplo del escenario que puede ser la OEA para encontrar soluciones a los problemas más graves del Hemisferio.

Y hemos recibido de la Cumbre de Santiago muchos nuevos mandatos que se refieren a temas como la evaluación del desempeño de los países en la lucha contra las drogas, el fortalecimiento de los sistemas de justicia y los órganos judiciales, el fortalecimiento de las administraciones municipales, el fortalecimiento del derecho a la libre expresión, de los derechos de los pueblos migrantes, de las minorías étnicas, el fortalecimiento del respeto a los derechos básicos de los trabajadores o la creación de nuevos vínculos con la sociedad civil, para solo citar algunos.

Algunos dirán que la OEA no es capaz de responder a este desafío, que su debilidad institucional no se lo permite. Por supuesto, soy de los que piensa lo contrario. No tengo duda de que, apoyándonos en las fortalezas de la OEA, somos capaces de responder adecuadamente a este reto. Y la primera fortaleza de la OEA es su propia capacidad de transformarse. Su contribución más importante a las relaciones hemisféricas ha sido, quizás, su defensa permanente de su propia supremacía política en todos los asuntos interamericanos. Una y otra vez, con persistencia y coherencia, México en cada coyuntura política, frente a cualquier situación, ha apelado a nuestra Organización.

Y la segunda fortaleza de la OEA se encuentra en su propia estructura, en el hecho de ser una organización multipropósito que permite un adecuado balance entre lo político y lo técnico; entre su capacidad de abordar o permitir que se aborden en su seno materias especializadas y su capacidad de producir respuestas y decisiones de carácter político sobre todos los asuntos, sin excepción, de la vida interamericana.

Lo que se va a poner a prueba en el corto plazo es la capacidad de los gobiernos de América, de sus cancillerías y de las instituciones multilaterales, para poner en marcha unas reglas de juego que sean capaces de llevar a la práctica los propósitos políticos de integración emanados de los Jefes de Estado. Un desafío que requiere de los gobiernos creatividad y voluntad política.

En pocas semanas, en nuestra Asamblea General de Caracas, iniciaremos esta importante discusión. Pero sin duda, para este empeño de reforma, la Organización de los Estados Americanos cuenta con otra inmensa fortaleza representada en la plena vigencia de sus principios constitutivos. En efecto, cada uno de los principios que hacen parte de la Carta de la OEA, mantiene su plena vigencia. Lo que se requiere es adecuar y fortalecer la estructura, pero no modificar los principios constitutivos de nuestra alianza hemisférica.

Señora Secretaria, Señores Embajadores, amigos todos:

No abrigo ninguna duda en cuanto a que hoy como hace cincuenta años, el aporte de México a la nueva etapa de relaciones interamericanas será decisivo. Hoy como entonces, aunque el escenario y los problemas son distintos, los desafíos son similares: tenemos que responder a las nuevas tareas y a los nuevos objetivos de integración trazados por nuestros Jefes de Estado, con una Organización renovada y fresca. Con una que sea capaz de hacerle seguimiento a los procesos de negociación en curso y darle soporte técnico a las reuniones especializadas; pero también, con una que no olvide sus tareas solidarias de cooperación y defensa de la democracia y los derechos humanos.

Y hoy, tal como lo hizo México hace cincuenta años, tenemos que poner toda nuestra energía, toda nuestra creatividad y toda nuestra voluntad política, al servicio del cambio y la transformación.

Les deseo la mejor de las suertes en el Seminario que hoy inician, y estaremos atentos a recibir sus sugerencias, sus aportes y conclusiones para hacer realidad esa promesa de unión e integración que hoy recorre todo nuestro continente.

Muchas gracias.