Discursos

CÉSAR GAVIRIA TRUJILLO, SECRETARIO GENERAL DE LA ORGANIZACION DE LOS ESTADOS AMERICANOS
CON MOTIVO DE LA VISITA DEL PRESIDENTE DE LA REPUBLICA ORIENTAL DE URUGUAY, JULIO MARIA SANGUINETTI

14 de mayo de 1998 - Washington, DC


Señor Presidente Sanguinetti:

Como Secretario General de la OEA representa para mí un gran honor darle la bienvenida hoy a esta Casa de las Américas. Estamos hoy recibiendo no solo al Presidente, al dos veces presidente de uno de nuestros países miembros, sino también al educador, al periodista, al promotor de las artes, al columnista, al internacionalista, al profesor universitario, al escritor, pensador y polemista, al ministro de múltiples carteras, al dirigente político y congresista, al constitucionalista, a quien tantas universidades de muchas latitudes han reconocido como hombre docto porque en usted se resumen las condiciones de uno de los últimos humanistas de nuestro hemisferio, uno que recorrió con su afán inquisidor todas las artes y las ciencias, algo que ya no es posible en este mundo cada vez mas abundante en especialistas y conocimientos parciales.

Llega usted a la sede de nuestra organización en momentos que aquí consideramos cruciales para la toma de decisiones que nos permitan asumir el rol que se nos demanda dentro de un sistema interamericano que tiene grandes desafíos, tanto como consecuencia de la globalizacion como de la integración a la que de manera creciente nos hemos comprometido. Y llega también cuando estamos celebrando nuestro cincuenta aniversario, periodo que hemos dedicado más que para hablar de nuestro historia llena de altibajos, de nuestras rivalidades, de nuestros desencuentros, de nuestros temores comunes o de algunos de nuestros logros, para pensar en el mañana, en cómo el sistema interamericano de instituciones es capaz de hacerle frente a la multitud de temas de la nueva agenda continental y a los muchos retos y conflictos que van surgiendo como consecuencia de nuestras más estrechas e intensas relaciones.

Y podríamos agregar que nada es más auspicioso que tenerlo entre nosotros Sr Presidente Sanguinetti, y déjeme señalare por cuáles otras razones, además de las ya expuestas. En primer lugar porque la historia económica y social del Uruguay constituye uno de los muy pocos paradigmas del tipo de desarrollo que todos quisiéramos obtener en las Américas. Porque todos en nuestro hemisferio somos conscientes que su país, en varios e importantes aspectos como la educación o el sistema de protección social, tiene logros que desbordan muchos de los de otros países de la región. Uruguay presenta índices de desarrollo humano similares a los de los países más desarrollados del mundo.

Y es además una nación que, desde su retorno a la democracia en 1985, ha crecido bien y ha retomado su camino de estabilidad económica. Y lo que es más novedoso en nuestro medio, el crecimiento del Uruguay ha ido de la mano con una política exitosa de redistribución de la riqueza y eliminación de la pobreza, al punto que hoy es un país que presenta la mejor distribución del ingreso y uno de los dos mejores resultados en materia social en nuestro continente. Y a ello no es ajena la acendrada tradición educativa que se refleja en la cifra de menos de 3% de analfabetismo entre sus ciudadanos.

Cuando en 1985, Don Julio María Sanguinetti asumió por primera vez la presidencia del Uruguay, lo esencial de su acción fue conducir al país por la senda de la recuperación democrática tras el ciclo dictatorial que allí se vivió. En su segundo mandato, el acento de su esfuerzo ha sido el de consolidar la situación económica del país para avanzar con paso firme, como efectivamente lo está haciendo, en la transformación de sus instituciones democráticas, en la consolidación de su excelente esquema de seguridad social y en el proceso de internacionalización de su economía, dada la integración en el Mercosur y eventualmente en el ALCA.

Pero más allá de lo que Uruguay representa como paradigma para las Américas, tenerlo a usted es también afortunado por lo que usted nos aporta al análisis y comprensión del complejo proceso en el que todos nos hemos involucrado con el fin de la guerra fría y de las certidumbres que con ella se nos fueron. Nunca como ahora necesitamos tanto apelar al analista y agudo crítico de la realidad de las sociedades modernas, porque aún en medio de sus responsabilidades públicas, usted ha continuado con su labor de escribir con una perspectiva académica, bastante reveladora, sobre los fenómenos políticos y sociales que nos ha correspondido vivir.

Sus reflexiones sobre nuestro proceso político después del fin de la guerra fría; la dificultad de encontrar una teoría valida sobre la esencia de lo que constituyen la democracia y la economía de mercado; las perplejidades que surgen con el triunfo de nuestras ideas políticas y económicas; los efectos deletéreos que significó el fin de las utopías; y la derrota de las ilusiones y su reemplazo por el pragmatismo, por la cruda y simple realidad son todos aspectos que usted ha penetrado con su acuciosa pluma.

Como también ella recoge el difícil ejercicio de encontrar las virtudes de nuestro sistema político en medio del derrumbe de nuestros estados con la crisis de la deuda, el agotamiento de los modelos populistas, las limitaciones que nos ha traído la disciplina fiscal, o aun las que ha traído la persistencia en la estabilidad económica. Es lo que usted llamó un tiempo de libertades máximas y estados mínimos.

Y superadas las fases iniciales y recuperada nuestra capacidad de inversión y crecimiento tomamos consciencia de la mala distribución, el incremento de la pobreza, y la persistencia del desempleo, el estancamiento del los ingresos del estado, la crisis de la seguridad social y por consiguiente la perdida de la certidumbre para los ciudadanos, para los empresarios y los trabajadores. Y eso que no hemos mencionado aun los fenómenos que asechan a nuestras democracias: narcotráfico, corrupción, terrorismo, criminalidad y que a veces se identifican con ella. Como usted bien lo señala, hemos ido aprendiendo en medio de nuestras vicisitudes y hasta tenemos hoy "un buen catálogo de los errores cometidos", de tareas aplazadas, de desafíos por enfrentar pero no "un buen manual de ruta de los nuevos tiempos".

Señor Presidente Sanguinetti: sin mucha pretensión y siempre contando con su guía y experiencia, la OEA debe ser un buen centro para conformar algunos elementos de lo que usted tan atinadamente ha llamado nuestro Manual de Ruta. Reflexionemos sobre el valor que tiene la organización como centro de intercambio de experiencias y de diseño de políticas comunes o colectivas; como centro de los sistemas de información hemisféricos; como escenario del diálogo político de nuestras naciones; como hacedora de las normas jurídicas que van a reglar nuestras relaciones; como instrumento de la solidaridad continental con sus acciones de cooperación. Aquí debemos aprender colectivamente a profundizar nuestras democracias, a hacerlas mas participativas, a fortalecer el necesario equilibrio de los poderes públicos, o a fortalecer el derecho a la libre expresión, o los derechos de las mujeres, los pueblos migrantes o los indígenas, a que todos tengan acceso a la justicia. Lo que usted llama "una democracia operante con fe en si misma y en sus valores", fundamentada en la educación, en nuestra capacidad de formar ciudadanos autónomos, informados, responsables, tolerantes.

Pero por sobre todo, y como usted lo propone, estamos obligados a revalorizar la función del estado cuyo alcance y responsabilidades deben volver a constituir el tema central de nuestra política, un estado que de veras sea, como usted lo define, "la asociación política de nuestros ciudadanos", que debe seguir siendo "el garante de los equilibrios de nuestra sociedad".

En el año en que conmemoramos el cincuentenario de la firma de la Carta de Bogotá, nos complace recordar que Uruguay fue una de las 21 Repúblicas que dieron origen a la Organización de los Estados Americanos, que siempre se ha caracterizado por su enriquecedora y activa participación dentro de la OEA, por fortalecerla como foro político multilateral comprometido con la promoción y el fortalecimiento de la democracia, con la defensa de los derechos humanos, con los principios del desarrollo sostenible, con la integración de nuestras economías. Nosotros recordamos con orgullo la labor de José Mora Otero, quien fuera Secretario General durante uno de los períodos más difíciles que haya vivido el hemisferio. Nos regocijamos de tener entre nosotros al Canciller Operti, cuya solvencia y profesionalismo están a consideración para ser el portaestandarte de Américas en el próximo periodo de las Naciones Unidas. También nos complacemos de tener entre nosotros al embajador Antonio Mercader fino exponente de una tradición de inteligencia, brillo y servicio a las causas interamericanas.

Señor Presidente Sanguinetti:

Su presencia hoy aquí nos recuerda a todos que en nuestro hemisferio hemos recogido el espíritu de los nuevos tiempos, que estamos dejando atrás décadas ancestrales de animosidades, de rivalidades, de desconfianza, para aplicarnos, con optimismo y fe en el futuro, a la tarea de construir un proyecto común que nos traiga, libertad paz, igualdad, justicia y prosperidad.

Muchas gracias.